historia

Pensar el nacionalismo II. Nacionalismo y modernidad (1)

25 Sep, 2012 - - @jorgesmiguel

Tras esbozar unas definiciones de nación en la primera entrega de la serie, vamos a entrar en materia echando un vistazo al proceso histórico e ideológico por el que la nación «toma conciencia de sí misma» en la modernidad. Para ello, es inexcusable mencionar las dos grandes tendencias en el estudio del nacionalismo: la primordialista y la modernista.

A grandes rasgos, la interpretación primordialista sostiene que las naciones son fenómenos ancestrales que datan de tiempos antiguos y representan una suerte de tendencia natural de las sociedades. Es una visión, por así decirlo, «evolucionista», en cuanto suele entender que existe un proceso evolutivo desde las realidades prenacionales y culturales (como la etnia o la comunidad lingüística) hasta la nación moderna: un grupo étnico sería una nación que aún no ha «despertado» políticamente. Pero también esencialista o idealista: la nación precede a la política y persiste en su ser al margen de los accidentes de la historia. Un crítico del primordialismo, Ernest Gellner lo definía -en Nationalism (1997)- así: «Un primordialista es aquel que rechaza la sugerencia de que las «naciones» han sido un invento (aunque no consciente) de la época moderna, así como que también lo sea la idea de que se hallan en la raíz del compromiso político».

Por el contrario, la corriente modernista a la que pertenece el propio Gellner,

considera que el nacionalismo es un fenómeno inherentemente moderno, pero no que todos los fenómenos sociales sean modernos, ni que en la época moderna todo haya que analizarse como nuevo. Al contrario, cree que tanto la cultura como el poder son algo perenne, aunque en la época moderna se relacionan entre sí de un nuevo modo, que es el que entonces engendra el nacionalismo.

El primordialismo está fuertemente asociado con las primeras formulaciones del nacionalismo en el romanticismo alemán, una línea que pasa por Herder, Fichte, los Discursos a la nación alemana y la tradición idealista en Alemania, y desemboca en la postura de Mommsen y David Friedrich Strauss en el famoso debate con Renan y Fustel de Coulanges sobre Alsacia-Lorena, sobre el que volveremos cuando hablemos de nacionalismo étnico y cívico.

El primordialismo está también cerca de lo que podríamos llamar una visión intuitiva o vulgar del nacionalismo: al fin y al cabo, una mayoría de los nacionalistas -y le doy aquí a la palabra un sentido amplio- se refieren a su nación como algo antiguo, y es en virtud de esa antigüedad como deducen tanto la existencia real de la nación como el principio de soberanía. Esto no implica que haya que ser nacionalista para defender el primordialismo, como tampoco es el primordialismo la única forma de ser nacionalista, aunque quizás sí la más frecuente. Pero, en términos generales, representa un enfoque más amable del nacionalismo, frente a un modernismo que, conscientemente o no, tiende a socavar las asunciones básicas de los nacionalistas al subrayar los elementos de construcción moderna, de «tradición inventada», de la nación. Volviendo a Gellner:

En el pasado, ciertas culturas han inspirado la acción política, pero, en líneas generales, son una excepción. (…) 1) la homogeneidad de la cultura probablemente no fue un determinante de las fronteras políticas en el mundo agrario y un determinante muy probable en el mundo moderno científico e industrial; y 2) que la transición de Agraria a Industrial lo es también de un mundo en el que las culturas superiores (la alfabetización y la educación a ellas vinculadas) son el logro y el privilegio de unos pocos (si es que llega a haberlos), a un mundo en el que se convierten en la cultura omnipresente del conjunto de la sociedad. Hemos relacionado estas observaciones con el surgimiento del nacionalismo.

La tesis central del modernismo debería ser relativamente fácil de comprobar. No obstante, como decía en la anterior entrada, el hecho de tratar con categorías más bien nebulosas como identidades, lealtades, solidaridades, mentalidades, legitimidades, etc, oscurece un tanto el juicio. Aun así, podemos delinear algunas etapas en la evolución de la sociedades políticas. Resumiendo groseramente un panorama complejo y rico, hoy parece fuera de duda que el mundo antiguo no conoció las ideas de autodeterminación ni de soberanía nacional, ni, por decirlo a la manera de Benjamin Constant, la libertad en sentido moderno. La natio tenía un principio étnico que se expresaba también políticamente a través de vínculos religiosos con la ciudad y la tierra, pero que no se originaba en la soberanía de una comunidad de habitantes libres e iguales de un territorio (el «plebiscito cotidiano» de Renan), sino en la relación genética ancestral -real o ficticia- de los linajes que formaban la natio, en el culto a los antepasados y el mos maiorum; y se articulaba socialmente a través de la tribu, la familia, el clan y las hermandades, la religión cívica y las magistraturas sagradas, el patronazgo y la clientela y, en términos generales, un entramado de instituciones y relaciones que cumplían y desbordaban las atribuciones de la nación y el Estado tal como los conocemos, y que son ajenas a las modernas nociones de individuo libre y autónomo, voluntad popular, territorialidad, etc. De hecho, un colega de Gellner en la London School of Economics, Elie Kedourie, hacía descender la idea de autodeterminación, en su muy crítico Nationalism (1960), de Kant y su principio de autonomía moral individual. Se compre o no la interpretación de Kedourie, es poco discutible que los principios que animan el discurso moderno de la nación son en general distintos de los que articulaban la política de las nationes y ciudades antiguas; lo que no quiere decir que elementos comparables al culto a los ancestros o el vínculo sagrado con la tierra estén siempre ausentes en los nacionalismos modernos, como vimos en Renan y volveremos a ver al hablar de nacionalismo étnico.

La huella duradera del Imperio romano y el triunfo del cristianismo, que rompen la antigua organización tribal y gentilicia, determinan que en los siglos medievales la política en Occidente sea universalista y teocéntrica en lo ideológico, a la vez que fragmentada, patrimonial y progresivamente desacralizada en lo material; una situación que se prolonga, por dar una fecha convencional, hasta la Paz de Westfalia (1648), cuando se consagran los principios de soberanía y territorialidad. El «otoño de la Edad Media» fue el momento en que empezaron a configurarse territorial e institucionalmente las «viejas naciones» europeas, pero lo hicieron por obra de dinastías que operaban sobre una realidad feudal: los Estados fruto de la acumulación de poder y recursos por las monarquías feudales anteceden cualquier atisbo de «conciencia nacional» propiamente dicha. Las ideas de autodeterminación, soberanía nacional, igualdad ante la ley y homogeneidad cultural seguían conspicuamente ausentes, pero el proceso que daría lugar a los Estados modernos había comenzado a rodar. Esta aparente paradoja hace que la época medieval sea un punto de atención frecuente para los nacionalismos, el escenario de numerosos relatos míticos y terreno abonado para el anacronismo.

El período que tiene su eje en Westfalia asiste a la progresiva consolidación del poder estatal, en lo que podríamos llamar un proceso de ocupación hacia dentro por el que los Estados van haciéndose presentes y tomando posesión de ámbitos en los que su alcance era antes limitado o nulo, ya fueran políticos, legales, económicos, ideológicos o incluso horarios. Es entonces, cuando la maquinaria del Estado está afinada para sostener y ejercer plenamente la soberanía, cuando la nación aparece preparada para hacerse cargo de ella arrebatándosela al monarca. El momento de la idea nacional llega, pues, con la modernidad, tras las Luces y la industrialización, como veremos en la siguiente entrada de la serie; y si con esta afirmación doy en cierto sentido por buena la tesis modernista, también apuntaré algunos matices que creo necesarios y recogeré algunas aportaciones críticas con esta corriente interpretativa.


16 comentarios

  1. José Jarauta dice:

    Sería interesante abordar las múltiples relaciones entre nacionalismo y liberalismo, que supongo se hará, y sus efectos de redefinición de lealtades.

  2. MuGaR dice:

    puf un poco totum revolutum, esto es asunto para libros, enciclopedias vaya xD

    No queda muy clara la tesis que manejas pero basta echar un vistazo a: http://geacron.com/home-es/?lang=es&sid=GeaCron466433 para darse cuenta que la «soberanía» que se reconoce en la paz de westfalia es la de los imperios: no existe la nación política (ni su idea) y no existiría hasta más de un siglo después.

    Si algo se puede entrever es la prioridad Estado-nación, puesto que sin el primero la segunda no deja de ser una categoría no-política y ligada a otras cuestiones (raza, lengua,religión) cuya problemática ha estado siempre presente en el marco Estatal (la problemática de gestionar una diversidad de pueblos gobernados es vieja vieja, y distintas soluciones se demostraron válidos en el tiempo).

    Pareciera, con el auge de los nacionalismos en europa, que la comunidad homogénea resulte un material mas gobernable y estable y por tanto la solución lógica a los conflictos. Sin embargo, este es un fenómeno muy reciente y provocado más por conflictos entre imperios que por los problemas internos de estos (supuesto este que vendría a apoyar la incompatibilidad de convivencia de distintas «naciones culturales» bajo un mismo Estado que justificaría el famoso postulado una nación, un Estado). Durante siglos, y de forma exitosa, pueblos de distinta raza, lengua y religión han cohabitado bajo las estructuras imperiales (si bien, en algunos casos, con distintos, digamos, status jurídicos o prerrogativas para un cierto «autogobierno»).

    En otras palabras, se puede ver la eclosión de naciones que se produce desde finales del siglo XIX, como producto del desgaste (y disolución) de distintos imperios en su lucha por el territorio europeo,y es que este fenómeno se circunscribiría a europa hasta mediados del siglo XX, ya que los imperios vencedores-o nuevos como el alemán- siguen manteniendo sus posesiones coloniales en áfrica y asia (lo que evidencia que la cuestión nacional no aparecía entonces como algo universal, y mucho menos como un supuesto derecho, estando más cerca de una táctica política usada a conveniencia-apoyando a unos «pueblos» pero no a otros… )

    Entiendo que en posteriores posts intentarás trazar la diferencia entre la idea francesa de nación política y la idea alemana de nación cultural.

    • Jorge San Miguel dice:

      En Westfalia se reconoce el principio de soberanía territorial y de no injerencia exterior, frente a la política dinástica que había imperado en Europa. Efectivamente, la nación aún tardará en constituirse, pero los elementos del Estado-nación (soberanía, integridad territorial, homogeneidad cultural, por ejemplo tras las guerras de religión, esfera pública propia, burocracias profesionales, etc) van apareciendo, y por eso digo, metafóricamente, que es como si el Estado fuese preparando el camino para la llegada de la nación.

      Yo, desde luego, estoy con Gellner (y con otros) en que la llegada de la modernidad y la industrialización representan los cambios decisivos en el proceso, el momento en que se dan por primera vez las condiciones materiales para la nación y el nacionalismo. Pero también creo que la tesis modernista no agota completamente el fenómeno. Lo explico en el siguiente post.

      • MuGaR dice:

        Bueno yo creo que los elementos que citas como propios del Estado-nación son simplemente propios del Estado, exceptuando la homogeneidad cultural (que si sería propia del concepto fuerte de Estado-nación) y la esfera pública que atañe a las democracias. El Estado de hecho prepara el camino a la nación, no ya porque exista previamente, sino porque es quien la conforma, «dándole vida», de alguna manera (esta mierda tb es metafórica xD).

        Por lo demás no se qué es la modernidad (y no compro a Descartes ni historias del pensamiento racional), siempre me fue una categoría extraña, y tiendo, contra las tesis marxistas, a dar ligeramente más peso a los factores políticos que a los económicos a la hora de explicar movimientos básicamente políticos (no compro a Roger lo de que los nacionalistas de lo que hablan es de dinero).

        Ah y en Westfalia reconocerían lo que quieras pero lo que hicieron fue, básicamente, cortar aquí y allá y esto pa ti, esto pa mi que pa eso gané (vaya un poco lo que quiso Francia, que no contenta siguió en guerra contra nosotros unos añitos más y si afirmó el poder de los Estados-en alemania si que había «estados» a puñaos jeje- fue más para joder al sacro germánico que por otros motivos ) osea que tiene más de continuidad del conflicto entre imperios por europa, que de una ruptura misteriosa que dió lugar a un nuevo orden.

        • Jorge San Miguel dice:

          En Westfalia -y ya dije que era un momento convencional- se da carta de naturaleza a un nuevo conjunto de principios, legitimidades y discursos sobre el poder, y ya dije al principio que estos posts iban de eso: historia de las ideologías y teoría política.

          La aparición de esos nuevos principios no quiere decir que la naturaleza del poder y la política cambie esencialmente, sino, volviendo a Gellner, que «en la época moderna [la cultura y el poder] se relacionan entre sí de un nuevo modo». Y mi postura es que la ideología y la realidad material tienen una relación dialéctica, así que los cambios ideológicos tienen interés, y lo tendrían aunque sólo fuera porque señalan cambios materiales previos y anuncian otros por llegar.

          • MuGaR dice:

            » la ideología y la realidad material tienen una relación dialéctica, así que los cambios ideológicos tienen interés, y lo tendrían aunque sólo fuera porque señalan cambios materiales previos y anuncian otros por llegar.»

            Las ideologías mantienen su interés siempre que no se pierda de vista la realidad de la cual emanan, y es en esta interpretación donde tenemos la madre del cordero.

            Me parece interesante la afirmación de Geller: «que la transición de Agraria a Industrial lo es también de un mundo en el que las culturas superiores (la alfabetización y la educación a ellas vinculadas) son el logro y el privilegio de unos pocos (si es que llega a haberlos), a un mundo en el que se convierten en la cultura omnipresente del conjunto de la sociedad. Hemos relacionado estas observaciones con el surgimiento del nacionalismo.»

            Parece claro que será más sencillo que prenda una ideología en gente alfabetizada (al fin y al cabo pueden leer y seguir razonamientos más complejos) sin embargo deja por explicar el éxito de unos grupos y el fracaso de otros.

            Al final tenemos distintos grupos en los que, en un principio, el nacionalismo es una cuestión de élites locales (que sólo lentamente va extendiéndose entre las masas, salvo quizás en casos como el de polonia que era repartida una y otra vez con intervalos de independencia, por lo que se explica un fuerte sentimiento de identidad contrapuesta a sus dominadores: Rusia, Alemania) que se utiliza contra el poder central.

            Y normalmente lo que se pretende no es la independencia (al menos de primeras) sino el privilegio. La «autodeterminación» vino después (y encima era para las «culturas civilizadas» porque asiáticos y africanos quedaron fuera del tema hasta pasada la IIGM)

            Estos problemas que en su día eran internos (de los imperios) han sido siempre aprovechados y fomentados por los rivales (los cuales tenían sus propios problemas con élites locales). Por eso digo que lo de no injerencia es precioso pero…

            Por tanto, en sentido estricto, la novedad (y lo interesante) no es la fragmentación o agrupación de Estados en base a cualquier reclamación (los yanquis se largaron por pasta pero lo envolvieron precioso) sino la aparición en la historia de las ideas de la idea de nación política (a la francesa), esto es, la nación como la unión de ciudadanos racionales, contra el orden estamental.

            Porque el nacionalismo «primordial» (que se puede explicar por el incremento de investigaciones sobre las costumbres pasadas que se produce en un momento dado, combinado con el interés prusiano en una ideología unificadora y justificativa) tiene poco de novedoso y/o racional

  3. titus dice:

    Totalmente de acuerdo con tu interpretación y tu adhesión – al parecer matizada- a la tesis modernista.

    Solo añadiría que el primordialismo está lejos de quedar desacreditado, como parece deducirse del post. Es decir,de modo parecido a cómo Darwin ha generado una versión sofisticada de opositores a la teoría de la evolución con el llamado «diseño inteligente», las teorías primordialistas de la nación han encontrado en Anthony D. Smith y su teoría del «etnosimbolismo» una forma de sofisticar el primordialismo de toda la vida.

    • Jorge San Miguel dice:

      Al ir sacando los posts por entregas, los lectores me vais pisando algunos de los temas que voy a tratar 🙂 Precisamente he dejado a Smith y el enfoque etnosimbólico para la segunda parte de este.

      Adelanto que, aunque creo que Smith tiene algunos argumentos válidos, la parte rescatable del etnosimbolismo me parece que se puede integrar sin grandes problemas dentro de un modernismo a la manera descrita por Gellner arriba -precisamente en un ensayo que deriva de una réplica a su ex-alumno Smith-; uno que por supuesto entienda que aunque las naciones sean modernas, no todos sus elementos lo son.

  4. titus dice:

    Espero pues tu nueva entrega y preparate pq no estaré de acuerdo si se defiende el etnosimbolismo como síntesis entre modernismo y primordialismo tal y como él pretende, o, peor aún, como integrable dentro del modernismo. Saludos

  5. Mohorte dice:

    Fantásticos artículos. Ansío leer el siguiente capítulo.

  6. sexpolitic dice:

    Permíteme que disienta sobre la cuestión de la identidad pues si como tu comentas este concepto es nebuloso para la ciencia política en socio-antropología es significativamente esclarecedor pues ilumina aquellos fundamentos sobre los que gira la construcción socio-política del nacionalismo.
    El nacionalismo, en el sentido que lo conocemos en la actualidad,es un proceso histórico que se origina durante el siglo xix, al calor del romanticismo alemán (y su «wolf»), como bien refieres, y en gran medida surge como una respuesta a la revolución industrial y política liberal que se fraguó con el cambio epistemológico (según Foucault y su arqueología del saber) llevado a cabo por el iluminismo, su correlato económico que posibilitó la aparición de una burguesía liberal, que al poseer el poder económico aspiraba a la toma del poder político, y que se plasmo en la Revolución francesa. La posterior expansión de las ideas revolucionarias, sobre todo por las conquistas napoleónicas, y la amenaza que supuso para los antiguos imperios europeos, pudo posibilitar la instrumentalización política de los nacionalismos en ciernes, pero no por ello hemos de confundir el efecto con la causa ni sustituir en el esquema estructuralista marxista la infraestructura económica por la infraestructura política como determinante de la superestructura ideológica-cultural pues de nuevo estaríamos cayendo en reduccionismos mixtificadores.

    • MuGaR dice:

      Reduccionismo le dijo la sartén al cazo. Que élites económicas sin acceso al poder intenten conseguir su parte te parece algo novedoso? es producto de la revolución industrial?

      Es cierto que no se puede sostener que las ideologías nacionalistas fueron creadas de la nada por los contendientes europeos, y no se sostiene. Se parte de la base de la no existencia de homogeneidad en las poblaciones bajo gobierno de los imperios (los Estados que importan vaya). Y sin duda los cambios económicos que ponen en dificultades a ciertas capas de la población ayudan a la desafección respecto al poder central. Pero no es evidente 1º que el descontento tome la vía del nacionalismo (y mucho menos del secesionismo) y 2º que en caso de ser así tal movimiento prospere. Y esto no hay base económica que lo explique.

      Dicho en otras palabras: el imperio otomano o el (austro-húngaro) se deshizo entonces porque estaba en el bando perdedor de la IGM. Y la configuración de Estados presente no es consecuencia directa del capitalismo salvaje.

  7. Carles Sirera dice:

    Y en la próxima entrega, supongo, Ernest Gellner… ¿Hablarán de Miroslav Hroch? Bueno, el nivel de la opinión pública española sube, antes sólo escuchabas los tontos topicazos de Savater robados de los topicazos más simplones de Berlin.
    Quin aborriment això del nacionalisme…

  8. Hejo dice:

    Buen post, y que vengan muchos más.

    Expongo mi punto de vista.

    Las naciones, o mejor, los estados «nacieron» en Westfalia. Pero estos estados todavía distaban de ser «estados-nación» tal y como los actuales. Más que de identidades colectivas deberíamos hablar de fidelidades, y éstas eran al príncipe o al rey, más que a la «patria» o a la «nación». Era una Europa cuasi-feudal, y sus habitantes eran súbditos de sus respectivos monarcas.

    El concepto de «nacionalidad» nace tras crearse el concepto de «ciudadano» durante la ilustración, y especialmente tras la revolución francesa. El ciudadano gozaba de derechos por el sólo hecho de ser «nacional» del país (participación política y económica). Y a cambio tenía unos deberes para con su país (cumplimiento de las leyes, impuestos, levas obligatorias). Al ciudadano, por definición, le afecta lo que le pase a su país y a su vez tiene derecho a intervenir en la política de su país. Esta noción en su momento era absolutamente revolucionaria: ¿nobles y plebe con los mismos derechos? Jamás se había visto algo parecido. Afortunadamente, sólo los propietarios (varones) con una renta mínima sustancial, podían votar.

    Esta lista de derechos y deberes, y la existencia de posibilidades de acción, implica una toma de conciencia individual…y colectiva: los ciudadanos discuten entre sí de política y con frecuencia se organizan.

    La escolarización masiva (fenómeno completamente nuevo y promovido por los estados) aumenta la toma de conciencia: junto al cucifijo y la imágen del gobernante, siempre el mapa del país colgado en la clase. Entre las materias: historia, contada naturalmente en «clave nacional». Mucho de los Reyes Católicos -que fueron importantes- pero muy poco de los moriscos, o los comuneros, o de… los que no encajan en el discurso. Y no sólo en España. El himno, la bandera, el mapa, y las glorias nacionales como conocimientos obligatorios: sinó, no apruebas.

    El resultado: nace una nueva «comunidad imaginada», formada por los ciudadanos, que son nacionales, nacidos en el estado. Y a mi entender esto es a lo que llamamos estado-nación. Y si creémos en él, en nuestro país, en su legitimidad y derecho a existir, pues somos nacionalistas. Lo opuesto sería un internacionalista: suprimir los estados.

    Hasta aquí todo muy bonito: ilustración, modernidad y ciudadanía. Pero el tema se complica por un lado, cuando hay diferencias dentro de un estado (lenguas, religiones, etnias) que dificultan el discurso «nacional», y por otro cuando el orgullo de lo propio implica agresividad con la nación vecina. Pero esto ya daría para un libro. Y hablar de las fuerzas económicas implicadas en todo el proceso daría para otro.

  9. Deus ex Machina dice:

    La nación, la verdadera nación, como concepto, surge cuando el gobernante ya no sabe donde apoyar su poder. Antes era con la fuerza, tras el Imperio Romano y la Edad Media viene del Imperium, acabando de conjugarse con la providencia divina. Pero tras la Ilustración y la Revolución Francesa, eso ya no vale, y debe surgir algo que sustente el poder. De ahí surge la nación.

  10. sexpolitic dice:

    Para E.Gellner,como antropólogo social,la cuestión de la identidad no era baladí,sólo que su enfoque y análisis parte de una perspectiva estructural-funcionalista («Cultura,Identidad y política».Gedisa Barcelona 1989).
    La Revolución francesa no sólo comportó un cambio en la estructura social y en las relaciones de poder,supuso el triunfo de un nuevo marco epistemológico, y de aquellas ideas y doctrinas de carácter universalistas y cosmopolitas (Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano por ej.) frente a aquellas otras más localistas y «provincianas»(como el movimiento romántico europeo),que se expandieron con el surgimiento y expansión de los nuevos imperios coloniales.
    La aparición del concepto de ciudadanía y de los derechos, individuales, del ciudadano (igualdad y libertad) me parece pieza capital en el desarrollo del entramado político-jurídico que ha desembocado en la formación de los estados-naciones actuales,deslegitimando cualquier intento de anteponer los derechos colectivos sobre los de ciudadanía pues atentaría contra esos dos principios,que calificaría de casi sagrados,que nos hacen a todos libres e iguales en derechos y oportunidades.
    De sartenes y cazos sé muy poco,por ello callo y me ilustro.En cambio,de metodología científica puedo aseverar que las excepciones a una regla no invalidan esta aunque exigen explicaciones. Así la relación entre fumador de tabaco y muerte por cáncer de pulmón no es invalidada por la existencia de no fumadores que fallecen de Ca pulmonar ni por la existencia de fumadores que no mueren de Ca de pulmón. Igualmente la existencia de nacionalidades identitarias no conduce automáticamente ni siempre a las tesis independentistas pero sí son condición necesaria para la aspiración a ser nación y reivindicar la independencia. Obviamente,no todas los nacionalismos son del mismo carácter,aún ni siquiera los identitarios,por ello exigen una explicación dentro de su propio contexto.

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