Catalunya

¿Cuál es la relación entre el nacionalismo y la corrupción?

21 Dic, 2017 - - @politikon_es

Durante mucho tiempo Cataluña fue percibida como un oasis frente a las patologías de la política Española. Un argumento del independentismo ha sido precisamente que sus élites, su sociedad civil, su cultura y su mayor espíritu democrático permitirían a Cataluña hacerlo mejor sin el lastre de las demás regiones españolas, caracterizadas por su caractér retrógrado y corrupto.

El enigma de la corrupción en Cataluña

Más allá de la percepción, sin embargo, la supuesta calidad de la política catalana nunca ha terminado de resistir un escrutinio más atento. El indice de calidad institucional europeo ha mostrado regularmente Cataluña como un lugar que no sobresale por su calidad democrática. En la última edición de este índice, la Dra. Costas nos relataba que la situación de mediocridad institucional de Cataluña no ha cambiado demasiado. Los datos del CGPJ describen a Cataluña como una de las comunidades autónomas con más juicios orales abiertos por corrupción. En el documental de Cristina Pardo, Malas Compañias, aparece retratada una sociedad catalana con fenómenos que uno asociaría más a las provincias del sur de España o a Palermo. La brecha de calidad política que existiría entre la Hispania Citerior y Ulterior parece tener el signo contrario al esperado.

Esto es en sí mismo un enigma. La sociedad civil catalana es conocida por ser particularmente activa. Sus intelectuales y asesores tienen una influencia y reputación que trasciende el ámbito local. ¿Como es posible que haya tolerado esta patológica dinámica? En este post quiero apuntar algunas líneas que podrían sugerir que la dinámica nacionalista de la sociedad catalana ha sido parte de esta historia.

¿Autogobierno y corrupción?

Una parte del enigma viene dado por el grado de autogobierno. Como explican Fishman y Golden (en un libro muy completo y accesible), durante bastante tiempo fue una idea adquirida que la descentralización política reduciría la corrupción. Reflejando la afición por el trascendetalismo comunitario de sus funcionarios, incluso el Banco Mundial apadrinó esta idea una temporada. Daba la sensación de que si el poder es más cercano al ciudadano, éste tendría más fácil controlar a los políticos e impedirles actuar de forma corrupta. Sin embargo, trabajos posteriores (Bardham Mookherjee 2006Fan, Lin, Treisman 2009) han mostrado que esta relación es más complicada. La descentralización puede facilitar que los políticos locales se apropien de las instituciones, mantengan redes de clientelismo, y lo gestionen localmente, especialmente en sociedades étnicamente divididas, y el blindaje de sus competencias traducirse en blindaje de su influencia.

Esto apunta a que el autogobierno podría fomentar la corrupción, especialmente si no existe una forma de controlar a los burocratas de forma independiente (Lessman Markwardt 2010). Esto es interesante porque una de las direcciones que fueron particularmente tensas en el Estatut ha sido la dotación para Cataluña de mecanismos de control que tuvieran una mayor raíz en la poltica local: el Sindic de Greuges, o el poder judicial de Cataluña y estas fueron las disposiciones que fueron juzgadas en conflicto con la Constitución. Aunque los nombramiento de fiscales y altos cargos de la magistratura en Cataluña nunca se ha hecho sin cierta sensibilidad al color de la Generalitat, este mecanismo habría asegurado un punto de contacto con el poder político local. La justificación de esta reivindicación se planteó como un avance en el autogobierno, la democracia y la ambición democrática del pueblo Catalán.

Sin embargo, en retrospectiva, es tentador ver aquí una conexión con una cierta voluntad de las élites políticas catalanas de tener un poder judicial local más sensible a sus aspiraciones, que a la postre no ha resultado estar solo inspiradas por el espíritu democrático. Como decía una pintada que recibió frente a su casa uno de los fiscales que intentó procesar a Pujol por Banca Catalana “Volem fiscals Catalans”[1].

¿Permite el nacionalismo castigar la corrupción?

Como vimos en el último post, existen razones para pensar que el nacionalismo puede hacer difícil sustituir a las élites. Pablo Simón me apuntó después un artículo en 2012 dónde reseñaba alguna literatura académica que, en la misma dirección, señalaba que el nacionalismo hacía más difícil que los políticos rindieran cuentas. En otra pieza de 2013 PS explicaba que existen al menos tres mecanismos por los que los votantes no le pasan factura a los políticos por su corrupción. Intentaré explicar como creo (las opiniones son exclusivamente mías, no suyas) que esto se refleja en el caso de la corrupción en Cataluña.

El primer mecanismo es lo que llama “el intercambio implícito”. Esta es la idea de que los políticos corruptos generan réditos para su electorado, en forma de patronazgo, o preferencia por sus votantes. Como ha explicado Herbert Kitschelt de forma un tanto provocadora, el clientelismo puede ser una forma de representación, especialmente en contextos con instituciones democrática débiles. Esta es precisamente la estrategia que ha seguido el nacionalismo catalán al arrogarse la representación de los intereses de Cataluña en su conjunto, y cultiva una base de poder. Ésta está vectorizada por las élites intelectuales y trabajadores socioculturales cuya renta está asociadas a la lengua y la cultura catalana, que es promovida por la Generalitat.

El segundo mecanismo es el papel de la ideología y de la polarización en los medios de comunicación. Todos tendemos a ser más empáticos con aquellos con los que simpatizamos políticamente y más críticos con los que no. Y en la medida en que tendemos a elegir fuentes que información que confirman esa percepción, los medios de comunicación no lo corrigen necesariamente. A menudo se ha hablado de la falta de crítica interna entre los distintos bloques en Cataluña (“Ciudadanos no critica lo suficiente a Albiol”“ERC no se desmarca de las actitudes racistas del PdCat”). Articular una crítica resulta particularmente complicado en una dinámica de bloques con altos grados de polarización y en la que los disidentes son acusados de traidores. La imagen especular de este problema es como la corrupción del PP ha pasado ahora a un segundo plano en que ha conseguido que los partidos nacionales cierren filas tras el gobierno.

El último mecanismo, conectado con el anterior, es lo que el profesor Kanciller llama “el cinismo político” (por este artículo): “La idea es que si todos los partidos políticos son percibidos como corruptos, los ciudadanos no verán razones para cambiar su voto.” Esta justificación es a menudo la que que se utiliza en el conflicto nacionalista para señalar que los políticos de otros partidos son aún más corruptos que los nacionalistas (algo que si miramos el caso del PP es posiblemente cierto).

¿Hacia una desinfección del conflicto nacionalista?

Las ideas que he resumido arriba pueden parecer polémicas. Sin embargo, diría que la sensación de que la polarización del conflicto nacionalista tiene efectos nocivos para la sociedad es algo compartido incluso por los independentistas. Precisamente, un argumento que he escuchado a menudo es que con el independentismo, el eje de confrontación con el Estado desaparecería y también lo haría el conflicto nacionalista, y Cataluña podrá gestionar sus problemas de rendición de cuentas como una sociedad normal, en el eje izquierda derecha. Como he explicado en el pasado, yo soy escéptico respecto a que una Cataluña independiente el conflicto nacionalista desaparezca. Lo que me interesa apuntar aquí es que aunque las soluciones difieran enormemente, la sensación del carácter nocivo del conflicto civil creado por el procés es algo compartido.

Varios escenarios apuntan a que las elecciones de hoy podrían desalojar por primera vez en mucho tiempo convertir «gen convergente» en un actor sin veto en la política Catalana. Esto posiblemente permita desescalar el conflicto nacionalista y completar el proceso de rendición de cuentas que ha ido tropezando con distitntos obstáculos en la última década. No sólo en Cataluña, sino también en el resto de España.

[1] Editado, el procés no ha durado lo suficiente para que me haya acostumbrado a transcribir catalán correctamente.


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