¿Están las grandes ciudades españolas en el lugar geográfico adecuado? ¿Es la situación central de Madrid un problema? ¿Estuvo Castilla condenada al atraso por vivir lejos del agua? Estas son viejas preguntas en la historia de España, y que a menudo acaban siendo respondidas o bien con teorías de corte orteguiano («la España invertebrada») o con contrafácticos imposibles de demostrar. ¿Qué hubiera sucedido si Felipe II hubiera trasladado la corte a Lisboa? ¿Y si el Archiduque Carlos, tras ganar la guerra de Sucesión, lo hubiera hecho a Barcelona? ¿Es la falta de ríos navegables un problema económico insalvable que retrasó nuestra industrialización?
La pregunta implícita detrás de todos estos interrogantes es de hecho bastante simple: el efecto de la geografía en el crecimiento de las ciudades. Sabemos que las ciudades son más productivas, más efectivas generando talento y mucho más eficientes generando riqueza que los pueblos pequeños; la concentración de población produce economías de red externas que llevan a más innovación, desarrollo, etcétera (post añejo del 2005, por cierto). Si tener ciudades en la costa, junto a ríos, bajo montañas o en medio de una llanura fértil favorece al crecimiento y riqueza de esos centros urbanos, sus efectos sobre la prosperidad de un país pueden ser considerables. El problema, como siempre que hablamos de estas cosas, es que es casi imposible saber qué hubiera sucedido si Felipe II se hubiera enamorado de Zaragoza en vez de una aldea en medio de la nada que tenía como única virtud tener acceso a agua fresca y estar cerca de sus cotos de caza.
Necesitamos, por lo tanto, un experimento natural – y Guy Michaels y Ferdinand Rauch, en un estupendo artículo recién publicado, creen haber encontrado uno decente en la historia de Europa.
La caída del Imperio Romano fue uno de los eventos más traumáticos de la antigüedad, pero sus efectos no fueron igual de radicales en todo el continente. En Galia, el final de la autoridad imperial provocó una cierta decadencia en las viejas ciudades romanas, pero los francos establecieron algo parecido a una autoridad central relativamente rápido. Aunque los núcleos urbanos perdieron población y vieron como muchas de sus infraestructuras desaparecían (empezando por la excelente red de carreteras de la época imperial), las ciudades francesas acabaron estando más o menos en los mismos lugares donde Julio César las había plantado. El fin del imperio en Britania, sin embargo, fue infinitamente más traumático. Las legiones romanas abandonaron la isla unilateralmente el 410; en el caos posterior, entre invasiones, saqueos, violencia y muerte, la red de ciudades romanas básicamente desapareció. El resultado es que, con contadas excepciones, la red urbana inglesa es en gran medida un producto del desarrollo económico posterior.
Mirando el mapa, 16 de las 20 mayores ciudades francesas son descendientes de Roma; sólo tres de las 20 grandes ciudades inglesas comparten ese origen. Esto quiere decir que las grandes ciudades de Francia están situadas pensando en primero cómo mover legiones (los romanos fundaban ciudades siguiendo guarniciones militares), y segundo en acceso a transporte terrestre. Las vías romanas eran el sistema nervioso del imperio, y las ciudades crecían gracias a ellas, siguiendo los ingenieros romanos. Las ciudades británicas, sin embargo, renacen en un contexto donde el transporte por carretera es muy caro (los monarcas medievales nunca fueron grandes amigos de las infraestructuras) pero la tecnología de transporte marítimo y fluvial es mucho más efectiva que en la época romana. El resultado es un mapa urbano completamente distinto al dibujado por César y sus sucesores: Inglaterra es un país de puertos de mar y ciudades junto a ríos navegables, porque eso era lo que era óptimo en la baja edad media y edad moderna. Por azares históricos, Inglaterra entró en la era de los descubrimientos con un sistema de ciudades adaptado al transporte marítimo y fluvial con unos costes de transporte mucho menores que Francia. La revolución industrial que vino después no hizo más que acentuar esas ventajas.
La pregunta obvia, claro está, es por qué los franceses (o españoles – nuestra distribución urbana es de la época de Escipión) no cambiaron la ubicación de las ciudades. La respuesta es path dependence, una idea que os debería sonar familiar. Básicamente, una ciudad es en si misma una infraestructura «difícil de mover»; por mucho que los sabios del lugar insistan que es mejor mudarnos todos a Alicante por motivos económicos, una vez que existe una inversión física en edificios, palacios, iglesias y demás el coste de trasladarse puede ser mayor que los beneficios a corto o medio plazo. Los proto-franceses del siglo VI probablemente apreciaban el hecho que su ciudad no hubiera sido arrasada por las hordas pictas, los vikingos, los poldavos y ABBA; tampoco tenían la más remota idea que tener un montón de puertos de mar iba a ser valioso en 1805. Una ciudad, una vez construida, está ahí para quedarse, salvo catástrofe o invasión; una mala decisión geográfica (o una decisión obsoleta tecnológica o políticamente) puede tener efectos que acaban resonando durante siglos.
Volviendo al principio, entonces, ¿se equivocó Felipe II cuando colocó la capital de su imperio en Madrid? Sí, probablemente. A esas alturas la ventaja del acceso al mar ya era obvia, pero la corona acabó invirtiendo recursos durante siglos en un lugar que producía retornos más bien escasos. Castilla entró en la unión de coronas siendo la fuerza dominante, aún en un mundo pre-oceánico; los reyes decidieron gobernar desde la meseta, pensando en un Imperio terrestre europeo, y se quedaron atrás. Quizás, sólo quizás si la unión dinástica hubiera sucedido unas décadas antes la historia del país hubiera sido completamente distinta. Quizás el hipotético Felipe II hubiera acabado instalando su corte en Cádiz, Valencia o Barcelona, no Madrid. Quién sabe.
No es tanto una equivocación en mayúsculas la elección de Madrid, como un elección por motivos defensivo-económicos y, en menor medida de concepción del mundo. Lo último se responde fácil con la sacralización del centro como el ombligo del mundo, la pregunta que debieron hacerse es: ¿Cómo va a ser la Corte hispana el centro del mundo, si ni siquiera lo es de su Reino?
Pero el tema del posicionamiento se debe sobre todo a una conjunción defensiva-económica. En tiempos de Felipe II ya se habían puesto de moda dos cosas: los ataques de piratas y corsarios, y esa costumbre hispana de endeudarse hasta las trancas con banqueros del centro de Europa (Fugger, Welser,…). La Monarquía no tenía un duro con el que pagar a sus maltratados «empleados de guerra» y si ya les costaba financiar a los tercios, imaginemos el gasto añadido que supone una capital sobrevenida en la costa. ¿Cuál es la solución? No hay mejor defensa que la tierra por donde correr, ni mejor castillo que un par o tres de cadenas montañosas. Por ello se potencian las ciudades castellanas del centro (aunque también tiene que ver el desarrollo de algunos productos como la lana), pero sobre todo se prefiere como ciudades con una carga administrativa importante a Madrid antes que Valencia o Santander, pero también a Sevilla antes que a Cádiz o La Laguna antes que Santa Cruz de Tenerife y/o Las Palmas de Gran Canaria.
Si el Archiduque Carlos hubiese llevado en 1714 la capital en Barcelona, teniendo en cuenta que en aquella época el Mediterráneo era un mar arruinado y muy lejos del comercio mundial (Atlántico y Mar del Norte), entonces sí que podríamos hablar de ciudades en el lugar equivocado.
Aunque para algunos, seguramente no. Ellos estarían encantados de ser la capital. Al resto, incluidos los puertos atlánticos que se hallarían a 1000 km de distancia, que le vayan dando.
En todo caso, la capital de nuestro propio país, para nada la del ajeno.
«Inglaterra es un país de puertos de mar y ciudades junto a ríos navegables» porque Inglaterra es un país de puertos de mar naturales y ríos navegables, así que lo más natural e inevitable es levantar una ciudad en ese punto. Amén de que, por la forma estrecha e indentada del país, cualquier ciudad está cerca del mar, y asímismo cerca de las demás.
En cambio, Francia (y no digamos España) es un país de forma hexagonal, con menos indentaciones y ríos menos navegables, donde cualquier ciudad cerca del mar está automáticamente lejos del resto del país.
En Alemania, por mucha importancia que tuvieran las ciudades costeras, los centros políticos siempre han estado en el interior hasta la supremacía de Prusia y Berlín.
Creo que, cuando menos en parte, estás viendo un problema del siglo XV con los ojos del XXI.
La capitalidad no era hace 600 años un elemento tan importante como lo pueda ser ahora. ESto es: una cosa es el problema del emplazamiento de las ciudades (que, para mí, no es tal problema); y otra el emplazamiento de la ciudad capitalina. El colocar la capital en el centro de la península tiene consecuencias en materia de inversiones si se escoge, como se escogió, una estructura radial para las comunicaciones terrestres en España. Pero ése es un problema del general Primo de Rivera, no de Felipe II.
Si el, por así decirlo, modelo de negocio de la economía castellana no hubiese terminado por colapsar, que tal es para mí la razón última de su decadencia, probablemente no estaríamos teorizando sobre este problema a estas alturas, porque los elementos para dudar de que la centralidad de la capital fue una buena idea serían escasos. Castilla, justo antes de llegar los Reyes Católicos, era una potencia económica de relativo respeto, o sin relativo: éxito que mueve al mejor estadista español de sus tiempos, Juan de Aragón, a intensificar la política expansionista hacia el Este que sabe necesita para contrarrestar la pujanza de su vecino y competidor; al que, finalmente, y probablemente por tener bien grabadas en la memoria las malas consecuencias del pasado, cuando Castilla y Aragón habían resuelto sus diferencias a hostias (Pedro el Cruel versus Enrique de Trastámara), decide no hacer la guerra, sino hacer el amor. Un tipo inteligente. A menudo olvidamos que el catalán renacentista no odiaba a los castellanos: odiaba a los genoveses, a los que las gentes, en Barcelona, llamaban «moros blancos», expresión intensamente despectiva. El enemigo de Aragón no era la centralidad castellana, sino la posibilidad de que otros les rapiñasen el patio italiano.
Pero es que hay más cosas. El desplazamiento del eje de poder económico-político desde el centro (Castilla) hacia los lados (Lisboa o Valencia/Barcelona) tenía, siempre según mi opinión, otras dificultades que normalmente no se citan. La principal, que la Hacienda castellana era mucho más eficiente. Aragón pagó muy caro (en forma de no-ingresos) el relativo egalitarismo de su sistema político (todo eso de que su rey juraba en Monzón ante los que declaraba sus pares y tal) con un sistema fiscal que recaudaba poco. Como consecuencia de ello, el Levante renacentista era un área ineficiente en la que era muy difícil, por usar el lenguaje actual, alcanzar el break even (razón por la cual los catalanes, a despecho de lo que ahora dicen sus historiadores de cámara, se establecieron en Andalucía en cuanto Colón regresó en la moto de agua y comenzó a fluir el comercio desde el oeste). En otras palabras, en mi opinión, si la AT&T hubiera llegado a España allá por el mil cuatrocientos y pico para establecer una fábrica en la península, las probabilidades son siete contra cero coma cero cero dos de que hubiese elegido Valladolid, Soria, Palencia incluso, antes que la Malvarrosa, los puertos tarraconenses o la espalda de Santa María del Mar.
Uhmmmm… un tema muy interesante, tengo que leer ese artículo. Pero querría aportar algunos comentarios
– Hay dos factores que hacen diferentes a Inglaterra y Francia. El primero es que Roma nunca conquistó toda Gran Bretaña y la romanización allí fue superficial, sobre todo si se compara con las provincias que habían recibido una fuerte influencia griega siglos antes de que llegara la primera legión, como la Galia Narbonense o la Bética. El segundo es el tamaño: Francia tiene 640.000 km2, Inglaterra+Gales solo 150.000; en otras palabras, en Inglaterra es mucho más difícil estar lejos del mar que en Francia y el experimento natural mencionado está comparando dos casos distintos por razones que no tienen nada que ver con la caída del imperio romano.
– Tenemos evidencias muy convincentes de que hasta la Revolución Industrial – es decir, hasta que tuvieron agua corriente en las casas, pavimentación, alcantarillado decente, etc, etc – en las ciudades morían todos los años más personas de las que nacían. Para que una ciudad se mantuviera, y no digamos crecer, era necesario que hubiera un flujo migratorio significativo hacia ellas; sin él, no hacía falta demasiado tiempo para que la ciudad acabara como Babilonia, Nínive, o Detroit (es broma solo a medias, la decadencia urbana es un fenómeno que se realimenta una vez en marcha y eso es tan válido para Detroit como lo era para Camulodunum).
– Y respecto al caso de Madrid…pues evidentemente es imposible saber qué hubiera pasado si Carlos V o Felipe II hubieran decidido poner la capital de sus dominios en Brujas, Valencia (que allá por 1500 era una ciudad mucho mayor que Barcelona), Nápoles o Lisboa, pero sí que se pueden decir otras cosas, como que debió haber razones de peso para que tanto los reyes visigodos como los de Castilla pusieran su capital en el interior, en una posición más o menos central (Toledo, Burgos, Valladolid…) y que Madrid no es una ciudad artificial, un Versalles o una Brasilia, era relativamente importante ya en la Edad Media (una de las 17 ciudades representadas en las cortes de Castilla). No podía compararse con urbes como Sevilla, pero su posición a la salida de los puertos de montaña camino del sur le daba una marcada importancia como nudo de comunicaciones regional.
Eso sí, en 1450 o 1500 si a alguién le hubieran preguntado por las mayores ciudades de la península no hubiera mencionado ni a Madrid ni a Barcelona, sino a Sevilla, Lisboa, Valencia y tal vez Granada… y todas palidecían en comparación con Nápoles, que era de lejos la mayor ciudad de los dominios de Carlos V y Felipe II.
Hola, buenos días
También hay que tener en cuenta que colocar una ciudad en el mediterráneo en lo siglos XVI y XVII tenía un peligro considerable. Las zonas de mar estaban a merced año sí y año también a los ataques de berberiscos y corsarios. Es decir, no aportaba nada de seguridad. El consulado del mar de castilla estaba en Burgos, a pesar de que el puerto era Laredo. Para atacar Sevilla tenías que recorrer un trecho largo de Guadalquivir, y ya no digo Madrid, situada justo en mitad. Cualquier ejercito que decida invadirla tiene que recorrer unos 700 km desde cada lado, con los consiguientes problemas logísticos (Por ejemplo y saltando de época, a Franco le supuso dios y ayuda conquistarla).
También hay que decir que los castellanos tenían una visión netamente terrestre de sus capitales. Hay estudios muy buenos sobre la fundación de ciudades en hispanoamérica. Si nos fijamos en un mapa, salvo Lima y Buenos Aires, casi todas de ellas se sitúan tierra adentro.
Me lo has quitado de la boca (o de la tecla). La respuesta se llama estrategia defensiva. ¿Porqué, si no, Kemal Attaturk trasladó la capital de Turquía a la provinciana Ankara, en lugar de la milenaria, imperial y -ay- fronteriza, Estambul?
Véase la primacía final de Moscú sobre San Petersburgo.
Lo mismo.
Lo curioso es el caso de Abuja o Naipyidó, donde oficialmente se alegó que Lagos o Rangoon estaban demasiado petadas.
Estimados ciudadanos masificados: son ustedes demasiado apestosos y revoltiscos, así que nos vamos al campo. Su Gobierno les ama.
PD: A río revuelto, ganancia de pescadores. ¿Los motivos? En un gráfico de pastel, de esos que tanto gustan aquí, sin duda aparecerían la estrategia y la masificación. Pero yo creo que también podría sacarse una buena porción de «pelotazo al canto».
Eso me parece bastante exagerado: aún descartando por motivos obvios las ciudades de Cuba, las demás islas del Caribe y el istmo, Cartagena de Indias, Guayaquil, Veracruz, Acapulco, Maracaibo, Valparaíso, Montevideo o Callao no parecen estar de acuerdo con esa idea.
Las ciudades de Hispanoamérica se construyeron tierra adentro sobre todo por el clima. Bogotá está a más de 2.000 metros de altura, pero al estar situada en el Ecuador tiene un clima mucho más agradable para un recién llegado español que, por ejemplo, Cartagena de Indias, atestada de calor, humedad y mosquitos.
Lo mismo sucede con Caracas y Quito, ambas a buena altura y cerca del Ecuador. Idem para México. Paraguay y Bolivia están lejos del mar. En cuanto a Centroamérica, la costa era presa de piratas y de mosquitos.
Lo de que los castellanos tenían una visión terrestre de sus capitales es una tontería prejuiciosa.
Michaels y Rauch analizan el tejido urbano en su conjunto, la localización de las ciudades más significativas. Eso es más relevante que el posicionamiento de una sola ciudad, aunque sea la capital. La capital es una ciudad especial, el principal nodo administrativo, pero económicamente es solo otra ciudad más.
No está claro que la elección del emplazamiento de la capital sea determinante del éxito o fracaso de la evolución de la economía del país en conjunto.
Muchas cosas que comentar sobre este tema, pero por citar sólo la que más me ha llamado la atención: cometes la falacia de hacer juicios definitivos desde un momento puntual del tiempo (ese sentencioso «Felipe II se equivocó»), como si estuviéramos ya en el fin de la Historia y no quedara nada más que rascar. Ahora mismo, en la resaca post-Revolución Industrial, puede parecer obvio que el mejor lugar para una ciudad es junto al agua… pero el mundo sigue dando vueltas, y dentro de cien años, cuando el calentamiento global y la subida de los niveles del mar hayan hecho de las suyas, igual habría que preguntar de nuevo a los historiadores si Felipe II «se equivocó» colocando una capital en una meseta a 600m. de altitud.
Por lo demás, este tema ya se trató hace un par de años aquí en Politikon, y Jorge San Miguel ya rebatió la mayoría de los argumentos que suelen salir en este tipo de discusiones: http://politikon.es/2012/03/05/madrid-y-otras-desgracias/
Pues el caso es que casi todas las grandes ciudades francesas están junto a la costa o ríos navegables. Y las grandes ciudades de la hispania romana (salvo algún campamento militar tipo León) también están en la costa o junto a ríos todo lo navegables que se puede en la península.
La verdad es que, cada vez que leo estas teorías, me acuerdo de Grecia, su maritísima Atenas y su extensa red de puertos y ferries.
Es muy interesante la reflexión, aunque le pondría algunas pegas, la mayoría de las cuales ya se han expuesto en comentarios anteriores.
Me centraría no obstante en la relativa importancia de dónde esté o cuál sea la capital de un estado. Hay numerosos ejemplos de países en los que la capital no es la ciudad más importante a nivel económico, demográfico o cultural, a veces ni de lejos (EEUU con Washington vs NYC, Chicago o L.A. es el ejemplo más obvio; Italia otro ejemplo más cercano geográfica y culturalmente). Por tanto, si la elección de Madrid fuera tan errónea o anacrónica, ¿no deberían haberle arrebatado de forma natural la primacía otras ciudades con emplazamientos más teóricamente idóneos, como Barcelona, Sevilla o Bilbao? Lo mismo cabría decir tal vez de París.
Esa es una cuestión muy interesante, porque los dos casos que mencionas, Estados Unidos e Italia, son entidades políticas recientes en comparación con Inglaterra, Francia o España. Y Alemania, el otro caso que se me ocurre en el que la capital política no es la capital económica, también es muy reciente en términos históricos… y yo añadiría otros casos, como el holandés, o el ruso, en el que la relación entre San Petersburgo y Moscú es como poco compleja, y el estado es una creación del siglo XVIII, no tan reciente como los otros citados pero mucho más que los tres «clásicos» de Europa Occidental.
Es posible, lo aventuro como hipótesis, que en muchos estados de creación reciente se haya buscado deliberadamente que la capital política no coincidiera con la ciudad «principal», especialmente si había varias aspirantes a ese título. Ese mecanismo podría aplicarse por ejemplo a la elección de la pequeña Bonn como capital de la Alemania Occidental.
Bueno, Bonn fue capital de Alemania Occidental por el hecho de que Berlín no podía serlo. En cuanto llegó la reunificación Berlín tomó su posición natural desde que Prusia predominara en los territorios germánicos.
Boon está a pocos km de Colonia, que es quizás la ciudad más importante de Alemania, un poco por delante de Frankfurt, Munich y Hamburgo. Los políticos alemanes tenían miedo de que, una vez reunificada, fuera difícil quitarle la capitalidad a esta ciudad, por eso se decidieron por la cercana Bonn
[…] Ciudades en lugares erróneos […]
Hombre difícil era poner una capital en la costa Mediterránea hasta bien entrado en S.XVIII estaba la totalidad de la costa era blanco de la piratería argelina.
Una capital andaluza era más factible, aunque cosa extraña es que España decidió utilizar Sevilla como capital económica y posteriormente Cádiz, aunque no las utilizó como entro políticos.
La Capital en Lisboa.., el terremoto de 1755 la hubiera destrozado teniendo los mismos efectos que tuvo su destrucción en Portugal.
En el norte, un centro político quedaba aislado por cordilleras del centro del territorio.
La elección de Madrid tuvo sus cosas buenas y sus cosas malas, situación muy desventajosa en cuanto a centro comercial, pero muy ventajosa en gestionar crisis internas en el territorio, ser relativamente dificil de invadir por un enemigo externo…
Vamos que se podría considerar a Madrid la precursora de las Brasilia, Islamabad o Naipyidó, una ciudad diseñada para ser un centro administrativo.