El debate sobre la sanidad en Estados Unidos es algo que debería sonar familiar en España. Estados Unidos tiene un sistema sanitario que está obviamente roto, deja a muchísima gente fuera, es espantosa ineficiente e incapaz de utilizar recursos donde más faltan hacen y encima pagan más que nadie por ello, pero parecen tener unos problemas espantosos para cambiar nada.

El problema, básicamente, es que si bien el sistema es caro, horrible y excluye a 50 millones de personas, los 250 millones de votantes que si tienen seguro están relativamente cómodos, y nunca ven los costes del sistema directamente. Si trabajas en una empresa que te da cobertura médica, lo único que has visto en los últimos años es hospitales limpios y médicos amables. Las únicas señales que hay algo que no funciona del todo bien es que quizás tu sueldo se ha estancado un poco (tu jefe está gastando cada vez más dinero en el seguro) o que tu cobertura médica ha empeorado ligeramente (copagos más altos, menos médicos en tu red), pero nada que que implique «crisis espantosa», al menos la clase de crisis que puede hacerle daño.

Cuando los políticos en Washington se ponen a hablar todo preocupados de «reforma», «crisis», «ayudar a los más desfavorecidos», y «gastar un billón de dólares», la reacción natural será «otro programa del gobierno para ayudar a los de siempre», no algo que pueda ayudarle a él directamente. No importa que el coste de la sanidad americana sea absurdamente alto y que todo lo que puede funcionar mal lo hace mal; el votante desinformado medio no lo ve directamente. A no ser que pierda su trabajo o que la aseguradora le niegue cobertura con alguna excusa absurda, ellos están bien.

Eso no quiere decir que la reforma sanitaria sea imposible. Sí, está pasando por momentos difíciles, pero no es algo inesperado. De hecho, las cosas van incluso mejor de lo esperado; aún con los escollos y dudas, la reforma ha llegado lo suficiente lejos como para poder decir que será aprobada de un modo u otro. La Casa Blanca va a empezar a empujar con fuerza de veras estos días; veremos si funciona.

Por cierto, al principio mencionaba que esta clase de escollos políticos para una reforma no deberían sonar extraños para un observador español. ¿Alguna reforma que se enfrente a juegos de incentivos parecidos en España?

Correcto, el mercado laboral. Los que viven en el mercado de contratos indefinidos, estables y protegidos no ven los tiburones dándose un festín ahí fuera. Ellos ven una empresa grande, sus cursillos para aumentar la productividad, sus subidas de sueldo y una larga serie de jóvenes peludos con contrato de prácticas que no tienen ética del trabajo y se pasan el día echando pestes en un rincón, que son los primeros en desaparecer cuando la cosa va mal. Esto que pierdan el trabajo es culpa suya, que los ingenieros/economistas/contables de ahora no valen nada y no quieren trabajar. Lo que quieren es un contrato como el mío gratis, sin demostrar que lo valen; maldita chusma.

Bueno, quizás si que quieren eso. La verdad, muchos se conformarían con poder competir de igual a igual, sin ser la carne de cañón empresarial en tiempos de crisis cada vez que las cosas van mal. No es cuestión de cotizaciones sociales; eso es algo secundario. Los empresarios más que preocuparse por el paro se preocupan de sus impuestos. Los sindicatos, encantados; hablar de liberalizar el mercado laboral (aunque sea manteniendo derechos sociales) perjudica a sus afiliados, no a los parados que no les votan.

El gobierno debería ser el actor que hablara de estas cosas, pero parece que eso de ayudar a los perdedores se les ha olvidado. A fin de cuentas, la clase media (los que tienen contrato indefinido) son más que el 20% de gente buscando trabajo como locos. La verdad, un poco de valentía no les iría nada, nada mal.