Si hay una palabra que define la jornada de ayer es alivio. El último día de la extraordinaria presidencia de Donald Trump dio pasó a una inauguración presidencial solemne y cuidada, sin aspavientos ni sorpresas inesperadas. No fue una investidura normal, por supuesto; la combinación entre la pandemia, las enormes medidas de seguridad y la ausencia del presidente saliente la hicieron bastante única.

Pero fue una ceremonia tranquila, íntima en ocasiones, una celebración sobria de la grandeza de la vieja democracia americana.

Flickr - USCapitol - Franklin D. Roosevelt's First Inauguration.jpg

Cambio de ciclo

La gran virtud del día de ayer, y algo que marcó todo el ciclo de elecciones presidenciales, desde las primarias en Iowa hasta ahora, fue que nos recordó esa sensación, casi olvidada, de cómo era la política americana hace unos años, antes de que Trump irrumpiera en escena. Ayer por la noche mientras escribía estas líneas, creo que fue la primera vez en cuatro años en que en mi teléfono sonaba una alerta del NYT y no me apresuraba a cogerlo temiendo alguna barbaridad presidencial. Nada de algaradas y gritos sobre elecciones fraudulentas. Nada de indultos absurdamente corruptos. Nada de declaraciones ofensivas, propuestas políticas alocadas y el temor de qué va a hacer ese tipo esta vez.

Joe Biden será muchas cosas, pero no es un personaje excitante, imprevisible o que se muere por ser constantemente el centro de atención. Politico dio con el titular perfecto hace unos meses, justo después de las elecciones, en lo que ahora mismo es uno de los mayores elogios que puedes hacer de un cargo público: “America votes to make politics boring again”.

Que la política sea aburrida, sin embargo, no quiere decir que no sea importante. Es más, durante los próximos meses Joe Biden va a tener ante sí una auténtica montaña de trabajo, con una auténtica barbaridad de problemas urgentes exigiendo una respuesta contundente, y lo hará con el reloj en contra.

El peculiar ritmo del congreso

Empecemos por los plazos y tiempos de la política americana, algo que desde fuera es muy difícil de comprender. Vais a escuchar muchísimo estos días eso de que los demócratas tienen mayoría en las dos cámaras hasta las legislativas de noviembre del 2022, y que por lo tanto Biden tiene dos años para sacar adelante su agenda antes de correr el riesgo de perder unas elecciones.

Esto no es del todo cierto. Para empezar, las elecciones legislativas quizás sean el ocho de noviembre del 2022, pero la campaña electoral hará que el congreso no sea demasiado productivo a partir de septiembre. Los legisladores intentan evitar tener que votar en materias polémicas cerca de las elecciones, y dado que muchos están pateándose su distrito como locos esas semanas, incluso convencerles que vuelvan a Washington es complicado.

La cosa no se queda aquí. El congreso, por supuesto, cierra en verano, así que julio y agosto son poco productivos. Dos meses menos en los que poder legislar. Entre marzo y septiembre, además, los estados celebran sus primarias para escoger candidatos a las legislativas un poco al azar, así que el sistema político americano en general y el partido republicano en particular, van a estar la mar de distraídos siguiendo esas votaciones. En teoría, dado que los demócratas tienen mayoría en ambas cámaras, eso no debería ser un gran obstáculo. En la práctica, el inevitable postureo de muchos legisladores (especialmente en el senado) que estarán luchando por conservar su puesto siempre reduce el ancho de banda del congreso de forma considerable.

Esto es, Biden tiene desde mañana mismo hasta febrero del año que viene para gobernar, entonces… excepto que tenemos unos cuantos problemas adicionales.

Para empezar, durante las próximas 4-6 semanas el senado va a dedicar una cantidad considerable de tiempo a confirmar los nombramientos del presidente para ocupar cargos en la administración. Estamos hablando de centenares de votaciones; muchas son un trámite, pero dado la habitual tendencia del GOP al troleo y la ínfima mayoría de los demócratas en la cámara, eso va a reducir el tiempo disponible para votar nada en el pleno. Tenemos, además, el impeachment de Trump, algo que va a ir adelante los próximos días o semanas. No sabemos gran cosa sobre las reglas del juicio (aunque sabemos que Mitch McConnell parece tenerle muchas ganas a Trump) ni el tiempo que va a tomar, pero es perfectamente posible que ocupe un par de semanas.

Añadid a esto el parón veraniego (dos meses menos), el parón navideño (otro mes), y los más que probables imprevistos, sustos, y sorpresas que hacen que el congreso tenga que obsesionarse con otra cosa durante un par de semanas, como una negociación presupuestaria o alguna crisis imprevista. En la práctica, la administración Biden tiene entre ocho y diez meses, con suerte, para sacar adelante su agenda.

Esto debería ser suficiente excepto por otro pequeño problema adicional: el congreso tiene muy poco ancho de banda para aprobar leyes a buen ritmo.

Redactando leyes

En Europa, con sus sistemas parlamentarios, la tramitación de una ley tiene un ritmo conocido. El proyecto de ley sale casi siempre del gobierno, casi siempre elaborado por técnicos de los ministerios. El texto ha sido acordado con antelación por los partidos que apoyan al ejecutivo, así que tiene los votos para ser aprobado. Los comités revisan y refinan su contenido, a menudo incluyendo sugerencias de otros partidos, pero no pierden el tiempo. La ley llega al pleno y se debate, y cada grupo parlamentario, si está de humor, da su discursito. Si es una ley grande, quizás toma unas cuantas horas. Si es pequeña, se vota directamente. Es un sistema que permite legislar mucho y rápido; el principal cuello de botella para actuar con decisión es la voluntad política del gobierno y lo rápido que trabajen en los ministerios, no el parlamento.

El congreso de los Estados Unidos no funciona de este modo. No voy a explicar todos los pasos que una ley necesita antes de ser aprobada porque la verdad, no creo que haya espacio en esta página para ello, pero el procedimiento es bizantino, complicado, y requiere un largo paseo por comités, debates, audiencias, y enmiendas en ambas cámaras legislativas (si tenéis curiosidad, hablé sobre el proceso en Connecticut aquí aquí; tened en cuenta que el procedimiento estatal es mucho más sencillo que el federal). Al contrario que en Europa, la mayoría de las propuestas de ley no emergen del ejecutivo (de hecho, el presidente no tiene capacidad para introducir leyes), sino que son redactadas por legisladores y su equipo de asesores. Esto quiere decir que tienen muy pocos medios comparados con un ministerio, y que además tienen que dedicar mucho más tiempo a negociar con sus compañeros de partido (porque los partidos son débiles) sobre qué deben incluir en la ley.

Recordad, las dos cámaras son simétricas, así que necesitas tener a legisladores trabajando en paralelo – y en el senado, sólo tienes 50 senadores que pueden hacer este trabajo, cada uno con una veintena de asesores mal pagados y sobrecargados de trabajo detrás. ¿Sabéis eso que se dice de que las leyes las escriben los lobistas? Bueno, este es el motivo. Los lobistas a menudo tienen más tiempo y recursos que los legisladores.

Dicho en otras palabras: es muy, muy, muy complicado hacer que el congreso produzca un volumen de legislación medio decente. En la práctica, un presidente entrante intenta enchufar tanta legislación como sea posible de entrada, bombardeando a legisladores amigos con propuestas e ideas nada más llegar al poder, y con suerte consigue dos o tres leyes medio ambiciosas antes de que acabe su primer año de mandato. Un presidente excepcionalmente hábil en materias legislativas (Lyndon Johnson) quizás te exprima más legislación; pero como norma general, de no mediar catástrofe y mayorías colosales en el congreso (FDR), un nuevo inquilino en la Casa Blanca no podrá hacer mucho más.

Y eso es sin ni siquiera entrar en las consecuencias de la minúscula mayoría demócrata en el senado, el impredecible partido republicano, filibusters, y los enormes problemas a los que se enfrenta Estados Unidos ahora mismo.

Pero de eso hablaremos en el boletín siguiente.

Bolas extra

  • ¡Estamos hablando de legislación! ¡De cosas que cambian la vida de la gente! ¡Weeeeeee!
  • Algo también para otro día: los equipos de asesores de los legisladores en el capitolio son jovencísimos, muchos casi recién salidos de la facultad. Cuando se dice eso de que las leyes en Estados Unidos las redactan veinteañeros ciegos de Red Bull no es una exageración. Pero sobre quiénes son hablamos otro día.
  • El hermano de Michael Flynn, notorio ex-general flipado de Q-Anon e indultado por Trump, estuvo en las reuniones que decidieron cómo responderían las fuerzas armadas al asalto al capitolio. El Pentágono lleva semanas mintiendo y diciendo que no participó.
  • Los indultos de Trump son increíblemente corruptos.


Un comentario

  1. Sr.Yo dice:

    Que no se preocupe nadie que no nos vamos a aburrir. Además, o mucho me equivoco, o Trump va a seguir dando la barrila. Matices:

    ¿Alguien quería que Trump estuviese en la toma? No. Absolutamente nadie (ni él). Es más, de haber algún riesgo de desmadre sería si él hubiera estado. Estaba Pence, que quiere lucirse para su candidatura de 2024, y estaba/no estaba Pompeo (es decir, su presencia perturbaba la Fuerza, la de Star Paraos mentales), que también con seguridad quiere lo mismo. Además estos dos personajes, con cierta clase el primero y peor que Donald el segundo, están deseando con toda su fuerza (la otra, la del fuero interno) que la Admón-Biden la cague por todo lo alto por obvios motivos. No cabe duda que contribuyen a una toma como Dios manda.

    Pero no hay menciones a la carta (según Biden, «increiblemente generosa») que le dejó Trump a su sucesor en el despacho. Es otra presunta tradición, aunque por lo visto sólo se remonta a Reagan. Biden dice que tiene pendiente hablar con Trump, que la carta es «personal» y que verá si puede comentar su contenido o no tras esa charla.

    Me ha picado la curiosidad porque algunas hipótesis son muy interesantes.

    A Mitch le han dejado caer el nombre del partido de Trump: Patriot Party. Yo diría que el único personaje que se ha caído de toda quiniela es él (y es bueno, muy bueno que así sea), pero EEUU es mucho Corleone de Dios y no se puede enterrar a la fiera antes de que Ripley le clave un arpón y la incinere en las toberas.

    Finalmente, cualquiera diría que una mayoría que hace tiempo que no se ve es un perjuicio en vez de un beneficio. Pues que despabilen, porque es **seguro** que en 2022 la pierden. Mejor que vayan contando con eso.

    Esto de aburrido nada. Lo primero que ha hecho el equipo Biden es ir al gambito danés con el Nord Stream 2. Les va a salir como todo, como el culo, además están quemando demasiadas piezas. Nada de volver al Open Skies. Ya llevan negociando con los ayatolas tres semanas. El amigo Rohani le llega en breve su San Martín, mucha gente no lo sabe pero este pájaro ya estuvo negociando en su día con Reagan aquel asuntillo Irán-contra. Veremos a ver qué sale de esto y del Start (Parao, claro), porque de aburrida la legislatura nada. Pero nadita.

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