En los dos posts anteriores he intentado defender una interpretación de por qué el procés ha fracasado. Como expliqué en su momento, la respuesta aparente es que cuando se produce la DUI, el bloque nacionalista se encuentra con una oposición mucho más unánime, intransigente y cohesionada de lo que parecían esperar.
Mi interpretación era que desde los tiempos en que Pujol ponía y quitaba gobiernos en Madrid, el nacionalismo catalán (sus líderes y militantes) ha optado (o se ha visto forzado a optar) por una estrategia cada vez más unilateral que los ha aislado de todos los posibles aliados. Esta elección, en mi opinión, se explica por la necesidad de las clases medias y altas catalanoparlantes de mantener el dominio de la vida pública Catalana. Con una mayor fragmentación política, y una creciente desafección que crece con la crisis, la derecha nacionalista, que siempre ha visto la generalitat como su base de poder, necesita recurrir a ERC. Esta situación pone a los republicanos ante un dilema: privilegiar la independencia, o el gobierno, En éste, ERC opta por la cohesión nacional/de clase, frente al eje izquierda derecha, y esta alianza opta por el unilateralismo, frente a las otras fuerzas políticas, y frente a Madrid.
La estrategia unilateral ha funcionado para bloquear el desalojo del PdCat, y mantener al nacionalismo en el poder en Barcelona. Sin embargo esta apuesta no ha parado de restarles apoyos fuera del perímetro nacionalista y ha generado un grado inédito de polarización. Hoy voy a intentar plantear una pequeña reflexión sobre la psicología política de este conflicto- todo ello basado en mi impresión, y en ningún tipo de investigación ni expertise sobre el tema.
Más allá de las consideraciones estratégicas que sirvan para racionalizar las fuerzas en presencia, el procés dejará huellas en la memoria de la gente. Emic, probablemente los responsables de esta dinámica no han leído esta senda de interacciones como un problema estratégico. Aunque los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, muchas personas, a ambos lados, han actuado subjetivamente llevadas por el idealismo y la convicción, aún cuando el margen para desarrollar estos estuviera estructurado por la correlación de fuerzas. Esto es lo que hace a este proceso particularmente trágico a nivel humano, que pensamos en ello como contraposición de ideales irrenunciables.
Aunque no todos, muchos nacionalistas catalanes eran conscientes de que el independentismo era minoritario y agrupaba, en el mejor de los mundos, a la mitad de la población. Y también eran conscientes de que sus apoyos eran escasos fuera del perímetro. ¿Qué puede haberles, subjetivamente, llevado a esta estrategia tan arriesgada, sin apoyos, de ignorar a una gran parte de la población?
Si miramos las reacciones, mi intuición es que todos ellos pensaban que la historia les daría la razón. La historia la escriben siempre los ganadores, y aunque ahora no reunieran suficientes apoyos, a posteriori, si ganaban, los historiadores hablarían de ellos como de los padres fundadores. Esta percepción transluce, en mi opinión, a muchos niveles, como por ejemplo la creencia de que una vez los hechos consumados la comunidad internacional reconocería la república, o que en una Cataluña independiente la división etnolingüistica desaparecería de la esfera política, o la reticencia común de los nacionalistas y los liberales a ver la dimensión de clase del conflicto.
A pesar de denotar cierto mesianismo (empleo este término sin tono despectivo), me parece que es importante reconocer que esta expectativa no es absurda. Como apuntan a menudo los nacionalistas, la mayoría de los estados no se han creado por la vía del estado de derecho. La fundación de casi todos los estados ha requerido ciertas dosis de conflicto. Pero los pequeños excesos son siempre redimidos si uno gana. Los idealistas independentistas hicieron una apuesta, un pacto faustiano con la historia: si ganaban, la historia les daría la razón- una expectativa que, condicionada a ganar, era bastante razonable.
El problema de esta mentalidad mesiánica es que ha alienado cualquier margen de acuerdo, y ha trasladado el conflicto al nivel de lo simbólico. En particular, me parece improbable que pueda existir una reconciliación solo votando. Tanto si ganaban como si perdían, el nivel de división interna que los políticos (de ambos lados) deberían gestionar sería inmenso. En su apuesta, los independentistas esperaban poder sumar a sus vecinos unionistas en una gran catarsis constituyente, pero de momento han tenido un éxito escaso.
El efecto del mesianismo independentista ha sido el de colocar a una fracción muy grande de la sociedad catalana en una posición antisistema. Normalmente, las personas antisistema son individuos con ciertos rasgos psicológicos anticonformistas, ideológicos y militantes que les permiten aguantar niveles de conflicto muy altos, e incluso sacar satisfacción personal del mismo. El procés ha incorporado a un proyecto de disputa de la integridad territorial de un estado, es decir, a un conflicto geopolítico, a personas que no tienen un mentalidad ni militante ni extremista. Y el traslado de un conflicto geopolítico a la dimensión civil es algo que previsiblemente dejará un trauma mayúsculo, porque hará que de forma duradera mucha gente no pueda sentirse identificada con el estado en el que le toque vivir.