Catalunya

La cuestión catalana y las contradicciones de la prosperidad

16 Oct, 2017 - - @politikon_es

¿De dónde viene el apoyo al secesionismo? ¿Es éste el fruto de un choque de legitimidades, de ideas conflictivas sobre la democracia, de una crisis constitucional? ¿O es ésta la expresión de antagonismos estructurados por variables más profundas?

El Estatut de 2006, la «tesis de la estafa» y el «choque de legitimidades»

Un diagnóstico que parece haber cuajado es que el auge del independentismo en Cataluña es una consecuencia directa de la sentencia del tribunal Constitucional. Esta idea se ha vuelto tan general, que es la base sobre la que se asientan las distintas soluciones a día de hoy. Parece existir consenso en que las aspiraciones de autogobierno del Cataluña no tienen cabida en la constitución, y de ahí las propuestas de reforma de unos, y la voluntad de secesión de las otras.

Este relato es también la base de la percepción del conflicto como uno entre ‘el estado de derecho‘ y ‘el derecho a decidir‘. También es la base de lo que llamaría la tesis de la estafa. Según esta idea, Cataluña había llegado a un acuerdo de autogobierno con el estado Español. Pero este último encontró una forma de saltarse al acuerdo. Lo que observamos ahora es la reacción natural a la ruptura de la confianza. Lo que se produce entre el referéndum y la decisión del constitucional es lo que un amigo liberal llama el choque de legitimidades. El diagnóstico de que el secesionismo es fruto de un problema de legitimidad y de instituciones, ha alumbrado la estructura del conjunto del debate, y las soluciones, como la necesidad de un referendum, la legitimidad de la negociación, y la justificación de límites territoriales al principio democrático en el conjunto del estado (las llamadas ‘garantías del autogobierno‘).

En el futuro los historiadores se pondrán de acuerdo sobre lo que pasó. Pero este relato contradice de forma bastante abierta mis recuerdos. Hace dos años intenté ofrecer una idea interpretación alternativa de la historia sobre la sentencia del constitucional (aquí  y aquí). He descubierto dos textos (aquí y aquí) que van en la misma dirección. En este post me gustaría ofrecer un esbozo de una explicación alternativa.

El consumo y el nacionalismo

Si miramos los datos de apoyo al soberanismo, la idea de que es el resultado de la sentencia del constitucional parece tener cierto apoyo: hay, en efecto, un aumento que sigue immediatamente a ésta. Esto, en mi opinión, no es suficiente para explicar el fenómeno que venimos viendo, y se enfrenta a varias tensiones que enumeran los dos artículos anteriores.

Lo que ocurre en Cataluña con la sentencia del Estatut es sobre todo un acto de cristalización, de comunión en un relato común, de un conjunto de sentimientos políticos que estaban latentes en la sociedad, no sólo Catalana, sino también española. Esto es lo que llamaré la tesis de la crisis de expectativas: la puesta de manifiesto de las contradicciones entre las promesas y las realidades del régimen económico.

Entre 2008 y la actualidad, en España sufrimos una gran conmoción generada por la crisis económica. Tras casi quince años de euforia económica y deterioro institucional, en la que el país gastaba mucho más de lo que producía, tuvimos que encajar un ajuste en el consumo casi sin precedentes. El consumo es la parte de la economía que afecta de forma más directa a nuestros estándares de vida. Especialmente, el gasto en bienes de consumo duraderos, que son los que dependen más del crédito, son los expresan un estatus, que traducen las aspiraciones y las promesas que alimentamos como consumidores, pero también como ciudadanos.

Las cicatrices de este impacto se pueden ver en muchos sitios. En la prensa o los relatos orales, el trauma colectivo es palpable. Esto cristalizó en varios realineamientos que, aún hoy, una vez que el shock se ha ido levantando, seguimos aguantando: la gente empezó a pensar que se gastaba ‘poco’ en distintas partidas de gasto. Muchos votantes abandonaron a los partidos tradicionales. Otros, abandonaron físicamente el país. España, sus instituciones, el régimen del 78, sus partidos todo lo que asociamos a ella, como statu quo o como proyecto, se convirtió en algo muy poco atractivo. Especialmente para los jóvenes- y de eso trata el libro que sacaremos en noviembre.

Mi sensación es que el auge del independentismo traduce exactamente esta crisis de expectativas. Naturalmente, para un tendero de Cuenca, independizarse es una idea estrambótica. Pero para un grupo de gente con poco apego por el resto de España, que ya tenía la idea de la independencia flotando el aire, el independentismo está sólo un poquito más allá. El independentismo Catalán es la cristalización entre los nacionalistas del sentimiento colectivo de descontento y frustración que sufre todo el país con la crisis económica.

Nacionalismo y alianzas

Mi percepción es que esta hipótesis es una interpretación plausible de lo que se observa en los datos, al menos igual que plausible que la idea del estatut.

Ésta explica que el apoyo a la secesión sea particularmente alto entre un grupo particularmente conservador, como la oligarquía nacionalista. Para las clases medias y altas (y especialmente lo jóvenes) y la gente con talante conservador del resto de España, el shock que ocurre con la crísis no tiene muchas salidas políticas. Votar a un partido antisistema no es demasiado atractivo, como tampoco lo salir a la calle a protestar. Su fortuna está demasiado ligada a las instituciones. Lo máximo que pueden hacer es votar a Ciudadanos.

Esto no es así para su equivalente catalán. El conservadurismo catalán ha percibido históricamente la Generalitat como su coto de caza privado y ha aspirado históricamente a tener una mayor influencia sobre las decisiones políticas. Y muchos grupo de interés y de intelectuales aspiran a tener una cuota de poder en el nuevo estado a la que no podrían aspirar en Madrid. La secesión es la estrategia revolucionaria de la burguesía catalana.

El descontento con la crisis cuaja en un movimiento político articulado y exitoso en Cataluña, y no lo hace en el resto de España, precisamente por su dimensión de clase. En el resto de España, el descontento con la crísis divide a la izquierda en una coalición estratégicamente incapaz de tomar el poder. En Cataluña el bloque antisistema nacionalista está cohesionado por el papel pivotal de la burguesía. Ésta puede aportar recursos (empezando por la instituciones del Estado, pero también recursos económicos y mediáticos) que la coalición antisistema no dispone en el resto del territorio.

La derecha catalana no apoyó la reacción frente a los recortes o la política de ajustes, pero sí puede coordinarse con la izquierda nacionalista en un proyecto común. Esto es lo que lleva al diputado Rufián a decir que «El procés fue nuestro 15M«. La diferencia con el 15M, es crucialmente el carácter pequeño burgués del procés, es decir, que éste se hace con apoyo pivotal de las clases medias y altas.

El procés es el sistema por el que el capitalismo catalán avanzado, y las élites que lo dominan hace frente a sus antinomias nucleares. Para las élites catalanas, el Estado español funciona como chivo expiatorio, que les permite evitar hacer frente a 30 años de gestión corrupta y patrimonialista del gobierno catalán (un modelo de gestión, que ha explicado la compañera Elena Costas, sigue siendo muy actual). Para las clases populares, sumarse al proyecto también tiene atractivo. Como explica Moses Shayo en su ya clásico artículo, la identidad nacional permite dar salida a las frustraciones creadas por las reivindicaciones de clase. Para todos ellos, la independencia es el receptáculo en el que proyectan sus aspiraciones (en conflicto). Sobre el borde del camino quedan los que tienen menos razones para sumarse.

Las fortalezas del análisis de contradicción

Una fortaleza de esta idea es que hablar de expectativas permite entender por qué colectivos con estatus socioeconómicos e intereses de clase muy distintos pueden coordinarse políticamente en una propuesta común. No estamos hablando de que los más perjudicados por la crisis se hicieran secesionistas. Lo importante no es el tamaño shock, sino la brecha con la autopercepción de tener derecho a algo (el sense of entitlement en inglés).

Otro atractivo de esta idea es su generalidad. Frente a las explicaciones basadas en una historia de encuentros y desencuentros entre Cataluña y España, que solo puede entenderse como un fenómeno idiosincráticamente español, esta explicación permite entender la revuelta liderada por las clases medias y altas catalanas como una aplicación simple de la lógica de la lucha de clases. No como una idiosincrasia del territorio, sino como una expresión en Cataluña de  la ola de resentimiento que ocurre en toda España. Este descontento no es la traducción de una emoción emergente o de una historia singular: es la expresión de un conflicto que ocurrió en toda España, y en alguna medida, en todo el mundo.

El conflicto Catalán visto así encaja también dentro de la dinámica histórica del nacionalismo catalán. El nacionalismo ha estado históricamente asociado a momentos crisis del proyecto nacional de España, y liderado por lo que David Laitin llama emprendedores étnicos. Los historiadores suelen hablar, por ejemplo, de la efervesciencia política del nacionalismo de finales del XIX, como la traducción Catalana de la crisis colectiva que sufrió el país tras el ‘desastre’ del 98. Entonces, como ahora, un gran shock económico (la pérdida de los mercados de ultramar para la burguesía industrial) suponía un serio revés para las aspiraciones económicas de la coalición de clase hegemónica en Cataluña, y  su expresión política fue el proyecto nacionalista.

La persistencia tozuda de la dialéctica

Es frecuente encontrar estos días aproximaciones al problema catalán que apuestan por dejar en un segundo plano conflictos que han demostrado ser inherentes a la lógica del capitalismo maduro, apostando por análisis legalistas o institucionalistas. Un notable intelectual moderado sugería recientemente que esta dimensión era sólo una parte de la historia. Sin embargo la idea de que los conflictos políticos reflejan tensiones y alianzas de clase  no es una idea extravagante: es una de las ideas más antiguas, sólidas, y ortodoxas de la ciencia moderna.

Si mi análisis de clase fuera acertado, el análisis basado en el relato sobre la sentencia del Estatut -que enfatiza la importancia de la negociación, el simbolismo y la identidad- puede no ser desacertado: como me recordaba una amiga la frase de André Malraux ‘No era verdadero ni falso, era vivido‘. Pero mi intuición es que el engranaje que coordina los intereses del bloque de poder nacionalista no se desactivará sólo con simbolismo y rituales electorales.


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