El pasado sábado 14 de marzo fui invitado por la Unión de Federalistas Europeos a participar en un panel sobre el futuro de Europa con reconocidos expertos en la materia como Ignacio Molina, Eva Peña o Pauline Gessant. Mi conocimiento sobre la UE es muy básico con lo que en este seminario me dediqué más a aprender que a otra cosa. Sin embargo, sí que tuve oportunidad de expresar algunas ideas sobre cómo las políticas de la UE pueden estar afectando a los sistemas de partidos y políticas nacionales, un marco en el que me siento más cómodo para hablar. Reconozco que muchas de las ideas que expresé allí son deudoras no solo de largas discusiones con colegas, también del libro de Ignacio Torreblanca “Quien gobierna en Europa”, el cual es altísimamente recomendable.
Mi premisa de partida es que la construcción europea estuvo en sus orígenes apoyada en la idea del “consenso permisivo”. Los beneficios de la integración eran tan amplios y llegaban a tantos estratos de la sociedad que los ciudadanos no nos preocupábamos demasiado sobre cómo funcionaban las instituciones europeas y ni siquiera era evidente si en este proceso había ganadores o perdedores. Parecía que estábamos en un juego de suma positiva. Esto comienza poco a poco a desacelerarse durante los ochenta y noventa y la UE pasa a ser más politizada. Como apuntan algunos autores, las actitudes empiezan a polarizarse políticamente en el escenario nacional y eso lleva, por ejemplo, a los estrechos márgenes de aprobación de Maastricht o que el Tratado Constitucional fuera tumbado en referéndum tanto en Francia como en Países Bajos.
Sin embargo, a nadie se le escapa que a partir de la construcción de Euro, la crisis económica y las intervenciones de la Troika llegamos a un nivel completamente nuevo de politización del escenario europeo. Basta con ver las actitudes hacia la UE durante dicho proceso para constatar que, aunque se revierten algo los últimos años, las intervenciones en Irlanda, Grecia o Portugal dejan una huella profunda (datos Eurobarómetro):
Lo que ya se ha dicho por activa y por pasiva es que partimos de un problema de diseño institucional que supuso la creación de un área monetaría en el cual no existía una unión fiscal. Un fallo que ni siquiera ha permitido el legitimar decisiones tecnocráticas de acuerdo con sus resultados (es decir, las recetas de la Troika han sido criticadas hasta por el propio Parlamento Europeo). Pero para mí lo más importante es que dada la ausencia de un único gobierno europeo las decisiones han sido esencialmente intergubernamentales. Es decir, se han basado en acuerdos entre los países miembros y tanto la Comisión como el Parlamento han jugado un papel muy residual, al menos hasta ahora. Esto es lo que, a mi juicio, ha llevado a un sofisticado dilema agente-principal que supone dos rupturas al mismo tiempo: norte-sur y gobiernos-electores.
Supongamos una unión en la cual tenemos 6 países. Cada uno de sus electorados tiene una preferencia por una política, marcada por el triángulo negro de la base. La idea es que en un sistema representativo esos electores escogen un gobierno para cumplir un mandato y se espera por lo tanto que sea receptivo a sus demandas. Pero al mismo tiempo si el gobierno se desvía en sus políticas se puede ejercer rendición de cuentas y en un plazo determinado echarlo votando a otro partido. Gracias a esta amenaza los gobiernos buscarían implementar esas políticas preferidas por sus votantes.
Sin embargo, cuando deben sentarse en el Consejo, los gobiernos nacionales se tratan de un país más que negocia con el resto. Fruto de esa negociación surge un acuerdo que debe ser respetado marcado con el triángulo azul superior ¿Cuál es el problema? Que ese acuerdo no se negocia sobre el vacío, sino sobre la base de una correlación de fuerzas que hace que los países acreedores (Norte) sean siempre más fuertes que los deudores (Sur). Por lo tanto, este acuerdo beneficia a unos países sobre otros, generando una primera brecha dentro de Europa. Se trata de un juego de suma cero en el que unos países se imponen gracias a su fuerza relativa como acreedores.
Como se ve en el gráfico, esto genera que la política a aplicar en el nivel nacional, fruto de ese acuerdo de obligado cumplimiento, esté sesgada en una dirección. Siendo esto así, cuanto mayor es la distancia entre la política a aplicar y la preferencia del votante nacional, más inestable se vuelve el equilibrio político nacional que la sostiene. O dicho de otra manera, que esto genera una ruptura entre los electores y los partidos gobernantes, los cuales aplican las mismas políticas (anulan rendición de cuentas) y se desvían de sus mandatos (anulan receptividad). El resultado es una segunda fractura intra-país que sirve, combinada con las casuísticas nacionales, para disolver los sistemas de partidos clásicos.
El resultado final de este diseño defectuoso es esa ruptura Norte-Sur que impregna el relato de la crisis y la tensión interna en los sistemas políticos domésticos. Decisiones intergubernamentales abocan por lo tanto a una jaula de hierro de la que es imposible salir airoso. “Sabemos qué hacer pero no cómo se reelegidos después”, resumía Jean-Claude Juncker. Y lo más llamativo, que no son solo los sistemas de partidos del Sur de Europa los que se vienen abajo (Syriza o Podemos) sino que también empiezan a temblar los de los países acreedores. Eso sí, que lo hagan por la derecha o por la izquierda tiene que ver con la idiosincrasia e historia política de cada país. Del mismo modo, creo que merece la pena resaltar que no es lo mismo euroescépticos que eurocríticos. Pero en todo caso hay turbulencias en toda Europa.
¿Qué hacer? Probablemente sea la pregunta más complicada. Otros panelistas comentaron que en la práctica hemos avanzado estos años en términos de integración (ej, Unión bancaria) pero esto no parece evitar que el tema se politice menos violentamente. Es decir, que lo relevante de dicha integración objetiva es saber los resultados que genera, si aboca menos a este dilema, y si los partidos políticos nacoinales continuarán activando el cleavage europeo o no. Además, merece la pena recordar que las preferencias de partidos y de votantes se retroalimentan (son endógenas) a las expectativas que se causan – se entiende fácil la moderación de los anti-establishment cuando se hacen grandes. Ahora bien, aunque lleguen al poder con programas más moderados si no se afronta el diseño de la UE es probable que estemos ante la misma jaula de hierro con diferentes jugadores.
De ahí la pregunta del millón de euros ¿Es mejor retornar hacia devolver soberanía a los Estados o apostar por más integración? Se puede ser crítico con ambas alternativas. En mi opinión los partidarios de recuperar la soberanía de los Estados cometen dos fallos. El primero, hacer como si la globalización no existiera y pudiéramos tener economías cerradas de nuevo, muchas veces hasta minimizando el coste económico y político que tiene el retroceso. Y segundo, el idealizar una soberanía pasada que parece que jamás existió, una soberanía que no se ejerce sobre el vacío sino sobre las relaciones de poder que hicieron que una débil Francia y Alemania ( y los de después) prefirieran integrarse a pelear solas. A veces merecería la pena revisar los debates de la época porque hemos tenido no pocos casos de ejercicio de soberanía fallida.
Pero la integración, si se hace, no puede ser a cualquier precio. No sin una delimitación clara de competencias, sin que exista mecanismos de rendición de cuentas apropiados fuera de la lógica entre gobiernos. Aunque podamos argumentar que la UE es un sistema consociacional, es indudable que podemos hacerlo mejor para que haya alternativas de diferente signo político, para acabar con la perpetua “gran coalición” cuando empezamos a hablar de políticas distributivas entre países y sectores sociales. Ahora bien ¿Puede haber federación sin partidos federalistas? Más aún ¿Es posible integrarnos fiscalmente y olvidarnos totalmente del modelo de bienestar europeo? Muchos temas a resolver que el euro-optimismo no afronta.
Como dije arriba, no soy un experto en temas europeos y seguro que hay mejores maneras de conceptualizar la situación en la que estamos. Sin embargo, sería positivo que no nos olvidemos de hablar también de Europa en la campaña de las Generales porque nunca habíamos tenido tantos tableros de juego al mismo tiempo.
Es evidente, hay un doble problema de agencia. Cada gobierno nacional negocia por sus ciudadanos y ejecuta lo acordado con los otros gobiernos. Pero el problema es que se trata de dos niveles muy distintos y ahora vivimos no una negociación, sino una renegociación. En las negociaciones entre los gobiernos de hace 20-25 años se pactó ortodoxia fiscal, monetaria y cambiaria. Todo eso tiene su razón de ser pero, ¿cuántos ciudadnos tienen formada una opinión sobre el tema? Dos fuerzas nacionales, que se dan en los diferentes países, han revertido sistemáticamente los acuerdos. Por un lado un sector de la derecha que cree en el nacionalismo, y que cree que llegar a este tipo de acuerdos es el fin de las naciones. Por otro lado un sector de la izquierda, que deposita una enorme confianza en la efectividad de las políticas de estabilización que hipotéticamente sacan rápidamente a los países de las crisis. El resultado es evidente, los acuerdos no se han cumplido pero siguen vigentes. Creo que lo que se trata ahora es de dilucidar es si esos acuerdos deben cumplirse, reformarse o simplemente desaparecer.
Un cordial saludo.
Pero Pablo, cualquier solución de más integración pasa, en el primer paso, por poner a esos agentes gubernamentales a negociar un modelo de integración que les puede ser lesivo para sus intereses. Y en un segundo paso, por la ratificación por parte de las ciudadanías nacionales. No se nos escapa que en ambos pasos, los choques de posiciones políticas existirán (vamos, ya son visibles) y el proceso, como se ha visto en otras ocasiones, puede derrapar y salirse de la carretera.
Me gustaría ser optimista y cultivar mi europeismo convicto, pero reconozco, en una deriva sentimental, que estoy invadido por el pesimismo. Aún así, comparto tu opción: sólo queda mejorar y profundizar la integración.
Gracias majo!
Creo que sería interesante analizar diseños institucionales alternativos. Por ejemplo, si los miembros de la Comision Europea, u otro poder ejecutivo europeo creado ad-hoc, fueran elegidos no por los estados sino por el Parlamento Europeo o directamente por los ciudadanos, ¿Cómo cambiaría el dilema agente-principal?
Mi intuición es que no sería demasiado distinto. Quizá la correlación de fuerzas fuera otra dependiendo del diseño institucional, pero eso no hace que los intereses de distintos ciudadanos de la Unión Europea no sean diferentes e incluso opuestos. Al desplazar el resultado final, sólo conseguimos que los ciudadanos descontentos sean otros.
No es que sea un gran defensor de la estructura de las instituciones europeas ahora mismo, y creo que a futuro tendrán que cambiar. Pero también creo que en este caso el problema básico es de falta de convergencia económica y social entre los distintos estados miembros, avocado a crear tensiones internas sea cual sea el diseño institucional.
Claro está, cabe preguntarse si esa convergencia es posible sin una unión política previa. O si esa unión politica es condición suficiente.
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