Política

Influencia, limitación de mandatos y grupos de presión

29 Abr, 2014 - - @egocrata

Es otra de esas reclamaciones recurrentes: para evitar que la clase política se convierta en una casta inamovible e impermeable a las voces del pueblo llano es necesario limitar la duración de los mandatos. Monago, si no estoy equivocado, fue el primer presidente autonómico en sacar adelante legislación en este aspecto, aunque restringida al Presidente de la Junta, y UPyD lo lleva en el programa de las europeas. Es una vieja reclamación de ciertos sectores de la izquierda, y estoy seguro que será repetida, una y otra vez, de aquí a las próximas generales.

Limitar los mandatos de los legisladores, sin embargo, una idea bastante pobre, especialmente si estamos buscando reducir la influencia de los grupos de presión. El motivo es bastante sencillo, y tiene que ver con una realidad que debería ser obvia pero parecemos olvidar a menudo: el trabajo de un legislador es muy complicado, y limitar artificialmente la experiencia de los políticos que redactan leyes puede acabar por dar más influencia a los lobistas, no menos.

Aunque en televisión parece un aburrido trabajo de pulsar botones y dormitar en un escaño, la realidad es que legislar es a menudo bastante complicado. El procedimiento para aprobar leyes en una democracia moderna es muy garantista y formalizado, y exige a menudo una larga cadena de trámites. En una democracia parlamentaria como la española gran parte del trabajo previo preparando la legislación se hace en el ejecutivo, que es quien presenta la mayoría de iniciativas legislativas. Esto no quiere decir que los diputados se queden de brazos cruzados; la inmensa mayoría de leyes relevantes recibe retoques durante la tramitación parlamentaria, y todo el proceso es seguido con atención por un pequeño ejército de lobistas y grupos de interés. Si el partido en el gobierno no tiene mayoría absoluta (algo relativamente habitual), todo debe ser pactado además con otros grupos.

Diseñar entonces políticas públicas medio decentes es complicado, pactarlas con otros partidos lo es aún más, discutirlas con asociaciones y agentes sociales exige un esfuerzo considerable y traducir todo ello a lenguaje legislativo coherente no es algo que se aprende en dos días. Hacerlo bien requiere la participación de un número considerable de técnicos competentes. En unas cortes como las españolas, donde los grupos parlamentarios tienen un presupuesto exiguo, esta capacidad técnica acostumbra a acumularse en los diputados más veteranos.

¿Qué sucede cuando eliminamos esta veteranía? Los políticos tienen que seguir haciendo su trabajo, ciertamente, pero no tienen «gatos viejos» que conocen el proceso o saben cómo preparar una ley. Dado que van a querer aprobar cosas y que las leyes no se redactan solas, van a buscar ayuda cuando sea necesario para sacar legislación adelante, y lo harán allí donde hay gente con experiencia en la materia: en el ejecutivo, por un lado, y en grupos de presión y lobistas asociados que llevan más años que ellos trabajando cerca del Congreso.

En el lado del ejecutivo, los grandes ganadores serán los mandarines del ministerio: los técnicos que preparan las leyes, estudios y presupuestos de forma rutinaria para enviarlas al Congreso. Los funcionarios son en teoría independientes y harán lo que el político les pide; a la práctica, los Sir Humphreys ministeriales llevan muchos más años que sus jefes en el cargo, y van a preparar leyes que sea de su gusto, no del político. A menudo, los reguladores y burócratas tendrán una relación un tanto incestuosa con las empresas y sectores económicos a las que les toca vigilar (la captura regulatoria existe en las mejores familias), así que podemos tener a funcionarios muy amigos de las compañías sobre las que toca legislar escribiendo propuestas de ley. Si el régimen de incompatibilidades no es demasiado draconiano, ese mismo funcionario estará camino de la empresa regulada al cabo de unos años, por poco listo que sea.

Un partido con diputados más o menos novatos probablemente será mucho más propenso a tragarse extraños delirios regulatorios salidos del ministerio que un grupo de legisladores con experiencia. Por supuesto, estos gatos viejos parlamentarios pueden acabar teniendo una relación «cariñosa» con las empresas con las que les toca lidiar, ciertamente, pero en el caso de los políticos los votantes pueden echarles a la calle, y hay mecanismos de control tanto internos (otros partidos, tribunales, procedimientos legislativos) como externos (medios, prensa, votantes) como para castigarles.

Los grupos de presión también preferirán «aconsejar» a políticos novatos sobre cómo deben hacer su trabajo que a políticos veteranos. Un lobista con medios va a ser capaz de producir un auténtico arsenal de estudios «independientes» y expertos sobre cualquier tema que sea necesario, y podrá ofuscar el origen de todo ello con cierta comodidad («Centro por el buen gobierno, patrocinado por Acme«). Los lobbies mejor organizados, por supuesto, son aquellos que tienen más dinero a mano, así que no veremos demasiadas ONGs y plataformas ciudadanas ofreciendo un contrapunto decente. En un país como Estados Unidos cualquier interés empresarial medio decente tendrá plataformas «ciudadanas» listas para ser un contrapunto de los opositores, si fuera necesario. Para un grupo de presión es más sencillo ayudar a un tipo que apenas sabe lo que hace que a un veterano.

Eso no quiere decir que  los lobistas y grupos de interés no puedan formar alianzas a largo plazo con legisladores. Es más, es algo que buscan (buscamos) habitualmente. Estas relaciones, sin embargo, acaban por ser bien conocidas; todo el mundo sabe, más o menos, de qué pie cojea cada legislador al cabo de una temporada, y los votantes pueden actuar en consecuencia si estas relaciones acaban por ser incestuosas o incluso corruptas. Los grupos de presión no necesariamente tendrán más capacidad de influencia sobre veteranos que sobre un conjunto de tipos que no saben lo que están haciendo; en ocasiones, puede acabar por ser lo contrario.

La conclusión es siempre la misma: en política, no hay soluciones mágicas. Limitar mandatos suena bien cuando uno está en plan populista y quiere que se larguen todos, pero no tiene por qué mejorar la calidad de las instituciones por si solas. Si tenemos una administración pública politizada, reguladores poco independientes, funcionarios proclives a pasarse al lado oscuro y un legislativo con pocos medios a su disposición para hacer bien su trabajo, los problemas de gobernanza que vemos con políticos eternos se repetirán con legisladores recién llegados. Si queremos que las cosas mejoren debemos abandonar ideas simplistas, y pensar en cómo podemos aumentar la capacidad técnica de los legisladores y la independencia de la administración pública antes de convertir al parlamento en una asociación de amateurs.

Gobernar es difícil. Es hora de dejar de hacer propuestas obviando esta realidad.


12 comentarios

  1. Alberto dice:

    Una idea, ya que tenemos dos cámaras, por qué no una de «profesionales» y otra de «amateurs»? Así, unos podrían hacer de perros viejos en asuntos legislativos y los otros servirían para airear el sistema. Y de paso hacemos que el Senado valga para algo.

  2. luis pérez dice:

    Muy bueno el artículo. Y, sobre todo, muy realista. Pero el problema de hacer leyes tiene más facetas.

    Por ejemplo, desde el lado de las Administraciones que las tienen que aplicar y que, de hecho (como bien señala el artículo) también las tiene que redactar. Todo lo cual requiere de unos recursos que están muy lejos de tener.

    Al final de todo esto, subyace una tendencia a la hiperregulación que ha convertido la acción de gobernar en producir leyes (además de gastar presupuesto) y, como consecuencia, en que los ciudadanos vivamos cada vez más sometidos a manuales de instrucciones (que es en lo que se acaban convirtiendo las leyes) que nos dicen cómo hemos de comportarnos.´

    En relación con este tema recomiendo este artículo: http://www.otraspoliticas.com/politica/cuidado-con-la-maquina-de-legislar

  3. Durruti77 dice:

    Coincido en que limitarlo en el legislativo sí sería contraproducente, pero a mí me parece buena idea la limitación de mandatos en los ejecutivos. Sobre todo en este país, es asombrosa la desconexión con la realidad que provoca el coche oficial…. Y nadie echará de menos las capacidades legislativas de Mariano, José Luis o Felipe, estoy seguro.
    El poder corrompe.

  4. Miguel A. dice:

    El artículo sería interesante si no fuera porque los límites de mandatos son y se proponen casi siempre para el ejecutivo no para el legislativo. Por otro lado no me importaría tener legisladores amateurs con la vergüenza torera de hacer muy pocas leyes y muy sencillas.

  5. Carlos Jerez dice:

    Roger, ¿puedes mostrarnos alguna evidencia que sostenga lo que dices? A menudo aquí apoyais vuestras ideas con papers donde se puede encontrar evidencia empírica y aquí se echa de menos.

  6. Rosen dice:

    Se deja de lado que, salvo iniciativas muy recientes, la posición dentro del escalafón de las jerarquías partidarias es algo que supone muchos años de experiencia y conocimiento del ambiente. Esto implica que cualquier figura que ocupe una posición prominente dentro de un partido con solvencia y «peso» legislativo ya acumula a sus espaldas suficientes horas de vuelo como para no ser considerado un amateur. Teniendo en cuenta que las últimas iniciativas políticas recientes calificables como innovadoras no tienen demasiadas posibilidades de obtener una gran representación, los miembros de éstas van a disponer de tiempo de sobra para adquirir el necesario oficio.

    • Alatriste dice:

      En mi opinión estás confundiendo tener experiencia en política con tener experiencia parlamentaria. Son cosas completamente diferentes. Incluso un «apparatchik» de reglamento ducho en el funcionamiento de la burocracia interna del partido hace un trabajo que se parece muy poco al de un diputado.

  7. juan dice:

    Lo que dice Roger es cierto, pero es un cara del tema. Un diputado con 4 legislaturas seguidas igual ve que «fuera no hay nada laboralmente que pueda hacer», por tanto su objetivo será aferrarse al escaño, perder el tiempo en «la pelea interna de los partidos para asegurarse seguir en la lista en posición de tener escaño».

    Igual una opción mixta sería limitar a 2 mandatos, y obligar a no poder presentarse 2 más, pero luego sí. De esta forma podría haber una cuota de veteranos pero post-airearse.

  8. edulfc dice:

    Una cosa buena de limitar mandatos es que cuando un diputado o político ocupe el cargo que ocupe sepa que no volverá a ganar un escaño se pondrá a legislar según crea más oportuno, y no según le digan los distintos grupos de presión. Ya no tiene nada que ganar arrodillándose ante plataformas y lobbies de cualquier tipo, así que EN TEORÍA se pondrá a aplicar el sentido común a la legislación.

    Pero en el fondo del artículo estoy de acuerdo con Roger, especialmente en lo referente a soluciones simplistas. Me considero progresista, pero no me siento representado con la izquierda de los unicornios para todos. Quiero soluciones viables y bien valoradas, y eso es complicado.

    • juan dice:

      También valdría el argumento contrario. Como uno no se juega la reelección puede legislar algo a favor de determinados intereses que luego «puedan recompensarlo».
      En algunas externalizaciones sanitarias en Madrid se ha visto algo parecido a este fenómeno.

  9. Alatriste dice:

    Mi opinión es que sencillamente tenemos que decidir qué preferimos que hagan los políticos cuando dejen un cargo, porque parece que cierta gente, afortunadamente ausente de esta discusión hasta ahora, demoniza todas las salidas.

    Las opciones posibles son, si no me equivoco:

    – Que se vayan a su casa y se dediquen a escribir libros, dar conferencias, etc. Es decir, que la política recompense en sueldo, subsidios, pensiones, etc, (alias «privilegios de los políticos») tanto como para que los cargos retirados no necesiten un empleo.

    – Que pasen a la empresa privada. Sobran los comentarios.

    – Que sigan trabajando pero a cuenta del estado. Casi sobran los comentarios también, pero mencionemos que eso lleva a comentarios del tipo «toda la vida con coche oficial», «siempre mamando de la teta», «gente que no ha trabajado de verdad en su vida», etc.

    Vamos, que la situación merece que a ciertas personas se les pregunte qué demonios quieren… porque el caso es que tienen que hacer una de las tres cosas. Y creo sinceramente que decir que deberían trabajar en algo no relacionado con su cargo anterior es bizantino, primero porque en bastantes casos es directamente imposible (¿Qué empresa no está relacionada con el trabajo del ministro de Hacienda?) y segundo porque una gran corporación podría sin problemas colocar a un cargo de sanidad en una empresa de transportes y a uno de defensa en una de sanidad, directamente o mediante «intercambio de cromos», tú me colocas a Fulano que yo te coloco a Mengano. Lo cual no quita que ciertos casos hayan sido corruptelas escandalosas, pero la respuesta no puede ser solo una ley, sin un rechazo general hacia esas prácticas y las personas y empresas implicadas esa ley será papel mojado.

    Mas en general, creo que lo que hay que tener claro es que los mal llamados «privilegios» de los políticos existen precisamente por esto. Que fueron parte de reformas progresistas reclamadas en los tiempos en que la política era coto privado de condes de Romanones, duques de Fernán Núñez, magnates advenedizos, caciques y votos a sueldo, y su propósito era y es que los ciudadanos de a pie puedan ser parlamentarios sin perder el medio de vida de su familia y sin venderse a intereses. Que no quita que puedan hacerlo, pero sin esos «privilegios» tendrían que hacerlo.

    Por eso son tan nocivas «reformas» populistas supuestamente renovadoras como la de Cospedal en Castilla-La Mancha de eliminar el sueldo de los parlamentarios ¿Quienes van a formar las candidaturas a la cámara en las próximas elecciones? Lo vamos a ver dentro de poco, pero la defensa de Cospedal de que su reforma está destinada a que un diputado sea un «un fontanero, el dueño de un taller, o el empleado de un bar» que se dedican a ejercer la política en sus ratos libres es tan delirante que uno no sabe si atribuirla a locura senil precoz o a un caso grave de cara de hormigón armado. Me juego el cuello a que con muchísima suerte va a conducir a un parlamento con una inmensa mayoría de jubilados, y más probablemente a uno lleno de diputados a sueldo de alguien o algo, abiertamente o a lo Bárcenas.

Comments are closed.