Que la competitividad española no levanta cabeza no es ninguna novedad. La solución tradicional a este problema habría pasado por realizar una devaluación competitiva, es decir, en depreciar nuestra moneda nacional frente a las extranjeras. Esta medida tendría como resultado un abaratamiento de nuestras exportaciones, por lo que sería razonable imaginar que el incremento de éstas tendría un efecto positivo en nuestra recuperación económica. No obstante, esta política presenta dos contrapartidas: por un lado, si bien es cierto que las exportaciones se abaratan, también lo es que las importaciones se encarecen; por otro, una devaluación no soluciona el problema de fondo sino que lo transfiere a nuestros socios comerciales, de ahí el riesgo de que pueda desatarse una guerra de divisas. Por estas razones, a pesar de que se trate de una política recurrente históricamente, su eficacia está lejos de ser evidente. De todos modos, ¿cómo podría llevarse a cabo? Con un régimen cambiario fijo es relativamente sencillo, pues basta con reducir el tipo de cambio oficial, mientras que con los tipos de cambio flexibles actuales, el procedimiento es algo más indirecto. Así, los gobiernos y los bancos centrales pueden tratar de reducir el tipo de cambio de su moneda a interviniendo con posiciones bajistas en los mercados de divisas, o bien a través de otras medidas no convencionales como el control de capitales o la flexibilización cuantitativa.
Ahora bien, en el caso español esta política resulta obviamente imposible, dado que desde nuestra entrada en el euro perdimos ese tipo de control sobre nuestra moneda. Es por eso que algunos economistas, entre los cuales destaca Krugman, han propuesto una devaluación interna como solución a nuestros problemas económicos. ¿En qué consiste? Esencialmente, en reducir salarios. Una reducción salarial generalizada permitiría abaratar nuestros costes laborales, por tanto también los de nuestras exportaciones, que previsiblemente aumentarían. Por otra parte, al igual que con una devaluación competitiva, esta medida tendría como resultado una caída del poder adquisitivo de la población, con lo que entre otras cosas también se reducirían nuestras importaciones. Las posibilidades de modificación salarial unilateral que introduce la reciente laboral, aunque no se declara explícitamente, es probable que tengan por objetivo una devaluación interna de este tipo.
A pesar de todo, el coste social y político de esta medida resulta evidente. ¿No queda ninguna otra opción? En un reciente trabajo titulado «Fiscal Devaluations» los economistas Emmanuel Farhi, Gita Gopinath y Oleg Itskhoki proponen una idea cuanto menos original. Se trata de replicar los efectos de una devaluación competitiva (abaratamiento de los productos nacionales, incremento de las exportaciones, reducción de las importaciones) a través de un programa de política fiscal (aquí tenéis un excelente resumen), en lo que podría denominarse una devaluación fiscal. En particular, existen dos políticas cuyos efectos son equivalentes a los de una devaluación competitiva. La primera consistiría en un aumento uniforme de los aranceles y de los subsidios a la exportación. No obstante, dado que la política comercial también es competencia de la Unión Europea, esta opción quedaría descartada en nuestro caso. La segunda medida, por su parte, consistiría en un fuerte aumento del IVA junto a una reducción paralela de las cotizaciones sociales. Si lo pensáis, realmente el efecto de esta combinación es el mismo que el de una devaluación: el aumento del IVA encarece el coste de todos los productos que se venden en territorio nacional, también el de las importaciones, mientras que la reducción de las cotizaciones sociales provocaría una disminución de los costes laborales unitarios por esa vía, posibilitando el abaratamiento del precio de nuestros productos, por tanto también el de las exportaciones.
Por otra parte, si esta devaluación es anticipada por los agentes (de forma que previsiblemente aumentarían su consumo hoy en previsión de su rebaja de poder adquisitivo anticipada) sería necesario complementar estas medidas anteriores con una reducción en el impuesto sobre el consumo (de forma que no urge tanto adelantar compras en previsión a mayores impuestos) compensada con un incremento del impuesto sobre la renta (con lo que se garantiza la reducción de poder adquisitivo deseada). Además, según los autores, el impacto de estas medidas sobre la recaudación en principio puede ser nulo, en tanto la rebaja en las cotizaciones podría compensarse con el aumento de la recaudación por IVA.
Los resultados, por tanto, son equivalentes a los de una devaluación clásica; de hecho, como los productos de consumo se encarecen, el poder adquisitivo de la población también se reduce. Lejos de ser una propuesta meramente especulativa, se trata de una política que de hecho fue seguida con éxito por Alemania en el año 2007 cuando este país subió el IVA del 16% al 19% a la vez que redujo las cotizaciones sociales del 6,5% al 4,2%.
Aunque la propuesta resulta súmamente interesante para el caso español, es probable que la todavía reciente subida del IVA en 2010 haya agotado cualquier posibilidad de avance en este sentido, sobre todo si como apuntan algunos estudios, su efectividad fue menor de la esperada en términos de recaudación (en concreto, la subida del 2% habría tenido un aumento tan sólo del 0,5% en la recaudación a causa de la caída en el conusmo). Subir el IVA otros dos puntos, por tanto, seguramente tendría un resultado bastante limitado. Además, el hecho de que la subida del IVA se efectuase sin una rebaja paralela de las cotizaciones sociales (que son los dos medidas fundamentales que deben tener lugar al mismo tiempo para hablar de una devaluación propiamente dicha) parece apuntar aun más en la dirección de que esta política, al menos de momento, cae fuera de nuestras posibilidades. En cualquier caso, no estaría de más tenerla presente, especialmente si la tomamos como una referencia de cómo podríamos tratar de perseguir la reactivación de nuestra economía mientras llevamos a cabo nuestro proceso de consolidación fiscal.
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FARHI, EMMANUEL, GOPINATH, GITA, y ITSKHOKI, OLEG (2011) «Fiscal Devaluations», NBER Working Paper No. 17662, December 2011.
Esto me gustó como lo comentaba el otro día Sala i Martí( http://salaimartin.com/random-thoughts/item/248-una-ingeniosa-idea-para-espa%C3%B1a-devaluaci%C3%B3n-fiscal.html). Él no. Ésto también lo defiende Jordi Sevilla, por ejemplo. Por cierto, ¿Qué opinión os merece Sevilla?
Buenos días.
Hoy, cinco años después del primer amago de Bear Stearns, no se dispone, desde la Ortodoxia neoclásica, de un diagnóstico adecuado a la raíz del problema. Las escuelas Marxiana y la Austríaca, con mejores y más reconocibles diagnósticos, tampoco ofrecen un plan creíble de solución. Hay que seguir adelante hasta formular un diagnóstico que aúne objetividad y realismo equilibrado en las soluciones. Este es el espíritu del comentario que sigue.
El tipo de medidas agrupadas bajo el título de Devaluación Fiscal no solucionarán el problema de fondo y tampoco los superficiales.
Son pseudo soluciones destinadas a facilitar el desapalancamiento de deuda y la recuperación de la capacidad de endeudamiento para volver a poder inducir burbujas financieras dentro de unos años. Resumiendo: «Que nada cambie porque el Consenso de Washinton es sagrado».
La competitividad, como la capacidad de generar prosperidad en las naciones, es un asunto bastante más complejo y resistente a tratamientos simplificadores (por no decir simplistas) y monoparamétricos.
Como objeto de estudio es viejo conocido de la economía política con fórmulas probadas repetidamente a lo largo de la historia. Uno de sus primeros tratadistas fue el italiano Botero –a caballo entre el siglo XVI y XVII– o incluso nuestra escuela de Salamanca.
Uno de los precedentes históricos es el colapso de la industria textil de la Toscana de los Medicis socavada en sus cimientos, en menos de cuarenta años, por las políticas competitivas y arancelarias de Enrique VII y VIII desde Inglaterra.
Es un axioma que a medio largo plazo no es posible la prosperidad de las naciones sin un denso tejido industrial menufacturero en el cual se integre el resto de actividades. Algo observable en todos los momentos históricos porque no hay un ejemplo de nación próspera que no haya llegado a esa posición de otra forma. Ni uno.
Al mismo tiempo, y como todos los asuntos complejos, es difícil tratarlo con la celeridad intelectual con la cual estamos acostumbrados a despachar los problemas para recuperar la paz de espiritu y la confianza en el futuro.
Pero, en forma resumida, es necesario decir que estas propuestas no sólo no van a solucionar nada sino que van a agravar el declive.
Y ello por un motivo: demoran sine die atacar la causa central del problema que es no el déficit sino el coste agregado del Estado desde sus niveles más bajos a los supranacionales Paneuropeos.
Este es el coste, el impedimento, que aplasta la competitividad, la capacidad de innovación y de iniciativa de la ciudadanía.
Cualquier factura de un producto europeo tiene un contenido fiscal explícito (agregado de toda la SS, Impuestos y Tasas que forman parte de dicho precio) superior al 65% del importe que el comprador final paga.
Dado que tras cinco años de «crisis» aún no se ha tomado una sola medida para reducir de modo estructural y permanente ese porcentaje, lo que resulta ridículo –y ofensivo al intelecto–es poner todo el empeño en actuar exclusivamente sobre el 35% restante que, por otra parte, también contiene numerosos costes ocultos que son función de las fiscalidades subterráneas (por ejemplo la sobre-regulación o nuestros costes de energía eléctrica que engloban y esconden fiscalidades)
Es evidente que lo que la UE está tratando de hacer con sus fórmulas consiste, en primer lugar, en el mantenimiento del cuerpo enfermo: La estructura burocrática y de gobierno y el Euro.
No hablo del sistema de Sanidad o de Pensiones contributivas o de Educación, no. Hablamos del peso de una estructura burocrática que nos encarece al menos un 30% con respecto a USA y a Japón y una moneda uno de cuyos principales efectos es facilitar la competitividad y el empleo de la industria alemana por dos vías:
La primera es limitando la competencia que la industria alemana recibiría de otros países europeos proporcionándole un mercado cautivo y de estructura oligopólica. Su hinterland o home market expandido, su mercado doméstico.
La segunda es ofreciéndole una moneda que, por la propia situación fiscal de los paises mal llamados periféricos (Francia es realmente otro de los muy enfermos) es más ventajosa para exportar de lo que sería el viejo marco. Basta recordar cuál era el desempleo alemán antes de la introducción del euro y cuál es hoy. El euro ha cumplido esa parte de su misión pero a costa de otros.
Tendemos a pensar en Alemania como un país saludable ocultándonos su situación real: Ya han gastado el 14% de su PIB en salvar a sus bancos sin que todavía hayan incurrido en problemas por deuda de los PIIGS, tienen una deuda pública masiva y un subempleo precario en una economía que incluye empleos «vietnamitas», «minijobs» junto a los monopolísticos de grandes industrias. Demasiado maquillaje.
En este contexto lo que se está haciendo (la devaluación de costes salariales conocida como «chinización» o «vietnamización» progresiva) tiene dos efectos principales.
Por un lado acelera la palpable disminución del peso de las rentas del trabajo en los PIB’s.
Crece o se mantiene a duras penas el PIB global del estado, aumenta desmesuradamente la transferencia de riqueza a Oligopolios de todo tipo (lo que ya se conoce hasta en las universidades USA como capitalismo de estado) y se reduce el peso de lo poco que sigue siendo economía privada de mercado.
La pauperización gradual en marcha que llevamos viviendo desde finales de los 70 y que se ha tratado de ocultar con burbujas financieras y masivos endeudamientos que, finalmente, revientan en 2007.
Crea una estructura, un cuasi macrogobierno global, que sirve primordialmente a los oligopolios que operan en sintonía con el Consenso de Washington y lo hace con monstruosos déficits democráticos que, por otra parte, son necesarios por la vieja Ley de Ashby: «No se puede manejar centralizadamente la complejidad sin reducir los grados de libertad de sus componentes».
Decía al principio de este comentario que este es un asunto complejo.
Creo que esto lo vemos todos y en este comentario he tratado de esbozar en forma de borrador de trabajo algunos de los factores que lo componen.
De nuevo, aquellas personas que deseen entender lo que está sucediendo creo que no disponen de atajos, de vías rápidas, y que su camino pasa por entender el fondo de las cosas, reconocer su dificultad y tratar de llegar a un diagnóstico coherente. Tras ello es posible pensar en mejorías, pero no antes.
Saludos y gracias.
Efectivamente, las devaluaciones fiscales (como todas las devaluaciones, realmente) no solucionan el problema de fondo, simplemente lo transfieren a nuestros socios comerciales. Es algo que he dejado claro más arriba. Por esa razón, este tipo de medidas siempre tienen un riesgo implícito, y es que el resto de países hagan lo mismo. En términos monetarios se hablaría entonces de una ‘guerra de divisas’. El problema de una situación así es que acabaríamos igual (o peor, en todo caso con un nivel de precios más alto) que en un principio, pero sin que la devaluación fiscal nos hubiese reportado ninguna ventaja competitiva ni por tanto ningún beneficio en vistas a nuestra recuperación.
No obstante, dada la evidente falta de control sobre nuestra política monetaria y comercial, y dado que no podemos garantizar el desarrollo de una política monetaria expansiva coordinada por parte del BCE, esta devaluación fiscal como medida puntual de estímulo no deja de resultar atractiva. Y sí, no es menos cierto que tendría lugar una caída generalizada del poder adquisitivo, pero, ¿tendría realmente lugar una caída, o simplemente reflejaríamos el final de esa ilusión de bonanza que mantuvimos durante muchos años? Me inclino a pensar lo segundo.
Por cierto, el comentario sobre la realidad alemana que apuntas siempre resulta pertinente. De hecho, su no poco importante precariedad en muchos puestos de trabajo es una consecuencia directa de un programa de reforma política del que la devaluación fiscal de 2007 que he señalado más arriba es sólo un episodio más. No obstante, ahí están todos los efectos esperados: más exportaciones, menores costes laborales, pérdida generalizada de poder adquisitivo y una ventaja competitiva frente a sus socios comerciales, quienes, por otra parte, son los que terminan pagando parte de su factura. Nada es gratis, me temo, para nadie.
Por supuesto apoyando la devaluación fiscal, es una idea que me atrae desde que la hizo Alemania y sinceramente me parece muy buena. Otra idea distinta pero relacionado es hacer políticas fiscales expansivas vía reducción de cotizaciones sociales. En vez de un plan E de aceras uno de bajada de impuestos al trabajo, en un país como el nuestro con clásicas balanzas comerciales negativas, una política fiscal expansiva vía incremento del gasto parece que acabará produciendo empleo en el extranjero, si reduces impuestos, consigues aumentar el ahorro de algunos pero con el sistema financiero funcionando muy mal, poco activarás la economía, así que todo lo que sea reducir costes salariales cuando tienes un montón de desempleo me suena de maravilla.
#J En cuanto a Sala i Martín, hace una buena exposición pero su falta de apoyo a cualquier tipo de devaluación en un país con un nivel de paro tan alto como el nuestro me parece un poco incomprensible. Las reformas estructurales, sin devaluación, nos podrían solucionar el problema, pero con un paro tan alto como el nuestro, a muy largo plazo. Como el mismo sabrá, si hay un exceso de oferta tan grande, de trabajo, hay que rebajar su coste.
#Manu que empieces con esto: «Las escuelas Marxiana y la Austríaca, con mejores y más reconocibles diagnósticos» dificulta mucho terminar de leer tu largo comentario. Me gustaría encontrar duelos entre ambas «escuelas». Sería más divertido que la típica «ortodoxos» contra «heterodoxos».
Gracias por tu comentario pero me parece que no termino de entenderlo.
Lo que se trata de anticipar al inicio es lo siguiente que se presupone conocido por economistas actuales.
1. La ortodoxia (las escuelas económicas que residen en el paradigma vigente) no hace un diagnóstico. Se limita a tratar de restablecer las condiciones en las que el mismo tablero de juego y las mismas reglas podrían volver a intentar otra secuencia de burbujas.
2. El paradigma Marxiano (por ejemplo Brenner 2002, Baran y Sweezy 1966) predice correctamente lo que está sucediendo. No aporta soluciones y además el punto de destino es políticamente coherente con un estado global incompatible con procesos democráticos, alta diversidad y prosperidad extensa.
3. La perspectiva Austriaca, al igual que la anterior, ofrece diagnósticos sugerentes y válidos (Röpke, 1956 o Huerta, 2010) pero no propone un camino de transición más allá de la sustitución de la reserva fraccionaria por un multiplicador de 1 sobre el ahorro efectivo en depósito. Algo que a todas luces tampoco aborda lo esencial: la creación y distribución de riqueza.
Agradezco tu comentarios porque lo que estoy buscando es mejorar la forma de exposición de estas ideas pero si lo que buscas es una discusión entre ortodoxos y austríacos es diferente de lo que pretendo y existe en muchos lugares aunque en general creo que unos y otros prefieren ignorarse.
El párrafo 3 apunta a una de las principales diferencias entre ellos: la estructura del sistema financiero, reserva fraccionaria y apalancamientos grandes, versus reserva sin multiplicadores. Este escenerio implicaría dos cosas desde el punto de partida actual
1. Una deflación de activos y precios sin igual en la historia. Se trataría de pasar a una masa monetaria de X desde, por lo menos, 7X. Imagina.
2. Un poder político que ha perdido la capacidad de manipular la economía a través de inflación, deuda y masa monetaria.
No lo veo.
Saludos y gracias
Como apuntas, una reducción de las cotizaciones sociales, sin ningún otro complemento, sería una forma de llevar a cabo una política fiscal expansiva. No obstante, tengo mis dudas que en nuestra situación actual esa política resultase preferible frente a una devaluación fiscal.
La razón es que una reducción de las cotizaciones sociales efectivamente abarataría los costes de producción de las empresas, situación que podría ser aprovechada por éstas de dos maneras: 1) Desplazando esa reducción en costes al precio final, con previsión de incrementar las ventas, 2) Utilizando los recursos ‘liberados’ por la reducción de las cotizaciones para disminuir su apalancamiento todo lo posible. Dada la evidente insuficiencia de la demanda interna actual, dudo que la primera opción resultase realmente atractiva, o por lo menos que fuese considerada como tal por las empresas, por lo que es bastante probable que la mayor parte de ellas optase por la segunda opción. Una devaluación fiscal, por su parte, complementa esa rebaja en los costes con una ventaja comercial competitiva frente a los países de nuestro entorno, por lo que existe un incentivo adicional a tomar esa primera opción (si bien enfocando las ventas al mercado exterior).
No se puede ser categórico en este tipo de cuestiones, pero por las razones dadas, una devaluación fiscal al menos ‘transmite’ una mayor percepción de efectividad de la que tendría una mera rebaja impositiva. De ahí que especialmente ahora no esté de más tenerla en cuenta.
@Manu, simplemente no comparto muchos de tus puntos, especialmente en cuanto a las capacidades del marxismo y la escuela austriaca. Te voy a reconocer que no soy un ningún experto en ambas corrientes, solo un licenciado cualquiera.
@Ramón, comparto tu idea de que lo mejor que se puede hacer ahora es una devaluación fiscal. La idea de una política expansiva rebajando costes salariales no la doy como alternativa a la anterior, sino complementaria, y no para ahora que estamos en medio de una consolidación fiscal, sino para cuando un país puede llevar a cabo una politica fiscal expansiva, como nosotros hace 3 años y se dan las circunstancias que te describía, principalmente, alto desempleo (aunque la inclinación de la balanza comercial creo que también importa).
Por cierto, le dices a Manu que «Efectivamente, las devaluaciones fiscales (como todas las devaluaciones, realmente) no solucionan el problema de fondo, simplemente lo transfieren a nuestros socios comerciales. Es algo que he dejado claro más arriba. Por esa razón, este tipo de medidas siempre tienen un riesgo implícito, y es que el resto de países hagan lo mismo.» ¿Crees que en una economía cerrada una bajada o subida de salarios, ceteris paribus, no afecta al nivel de empleo?.
Saludos
Hola, Carlos, debe ser un problema de mi forma de decirlo porque realmente no son opiniones sino hechos verificables.
Por ejemplo, el párrafo inicial acerca de ortodoxos, marxistas y austriacos.
La ortodoxia, a estas alturas, no ha explicado por qué desde 1971 el desempleo sube en casi todo occidente independientemente de los ciclos especulativos. (Escudero, “Pleno empleo” Espasa 1998) o por qué los gobiernos se han aplicado para legislar de forma que las burbujas especulativas en gran escala fueran posibles. Esto incluye desde aceptar multiplicadores bancarios que pasan de 1 a 10 a de 1 a 50 (Basilea II) a derogaciones como la de la Glass Steagall por parte de Clinton. Hay muchas más que no cito.
Es igualmente un hecho que esta secuencia de burbujas viene anunciada en detalle desde 1956 (Wilhelm Röpke, “Jenseits von Angebot und Nachfrage” al igual que en 1966 lo hacen Baran y Sweezy en “Monopoly capital” por no citar otros más recientes como Hyman Minsky, 1982 en “Can It Happen Again?: Essays on Instability and Finance”. Por otra parte si quieres un diagnóstico cartesiano lo tienes en el prólogo de la cuarta edición de “Dinero, Crédito Bancario y Ciclos económicos” de Huerta de Soto. Otro clásico.
En suma, los ortodoxos tratan de arreglar los síntomas sin describir la enfermedad y los que diagnostican con fundamento no son capaces de ofrecer remedios asequibles. Eso es todo lo que decía, resumido, el primer párrafo.
Bueno, un saludo.
«¿Crees que en una economía cerrada una bajada o subida de salarios, ceteris paribus, no afecta al nivel de empleo?». Claro que afecta. La diferencia es que en una economía cerrada los efectos del ajuste (también los redistributivos) los soportas tú sólo; en economías abiertas, siempre puedes tratar de repercutir parte del mismo a tus socios comerciales (eso sí, sólo si eres un país grande con cierto poder de mercado, si eres una economía pequeña y abierta el efecto del ajuste lo soportarás en solitario igual).
@Manu.Dices: un producto tiene una composición de 65% de carga fiscal y 35 % de coste de factores de producción. Deberías dar un explicación detallada de ese 65%. A lo peor te sale un proporción casi inversa: 35 % de carga fiscal y 65 % de coste de factores. Saludos,
Quizá sirva como ejemplo los datos sobre coste laboral mensual que aporta la Encuesta Trimestral de Coste Laboral (ECTL) que elabora el INE. En su último número sobre el cuarto trimestre de 2011, puede verse que el coste laboral total es de 2.683,86 €, del cual son costes salariales 2.020,13 € (el 75% del total), mientras que 663,73 € son costes no salariales (impuestos, cotizaciones, etc., que en conjunto representan el 25% del coste laboral final).
Por tanto, en ese sentido, parecería que la estructura del coste del producto final va más en línea con lo que comentas. No obstante, se trata de un análisis hecho desde la perspectiva del productor y del consumidor interno. Cuál es el coste percibido de forma efectiva por quienes compran nuestros productos en el extranjero (en particular, fuera de la UE, donde seguramente se incorporen aranceles y otras tasas) es otra cuestión distinta.
Una pregunta al margen: ¿cómo se confecciona esa estadística que citas? Me imagino que lo que habrán hecho habrá sido simplemente coger los salarios de todas las personas con contrato y dividiendo «a lo bruto», sin desglosar por cargos, actividad… Lo digo porque la idea de que el salario medio en este país es de 2000 euros es tan ajena a la experiencia de muchos de nosotros, que resulta difícil tomarla en serio… y sin embargo, lo dice el INE, no un tuercebotas cualquiera.
La encuesta se basa en una muestra sobre todos los trabajadores asalariados, sea cual sea salario o su nivel. No obstante, existen importantes diferencias si desagregamos los resultados por sector de actividad o por CC.AA. Aquí tienes más información respecto a la metodología general de la encuesta.
Por otra parte, además del hecho de que tratamos con promedios sobre el total, ten en cuenta que existen dos sesgos muestrales importantes. El primero es que al tratarse de una encuestra sobre quienes tienen un trabajo asalariado, los parados no entran en consideración. Esto parece trivial, pero no lo es cuando tienes casi un 25% de paro a efectos de representatividad de la muestra. Menos todavía si traemos a colación la profunda dualidad de nuestro mercado de trabajo. Teniendo todo ésto en cuenta, no resulta tan extraño que los trabajadores que componen la muestra tengan en general mayores salarios (ya que entre otras cosas son los que resulta más complicado despedir). Además, si miras la metodología, se añade una condición adicional si bien algo implícita, y es el hecho de que estos trabajadores hayan cotizado en el periodo anterior al de referencia. Ahora bien, no todos los trabajadores con contrato cotizan, o no al menos no lo hacen o hacían necesariamente (como es el caso de quienes tienen un contrato en prácticas).
Por tanto, si bien los resultados de la encuesta pueden servirnos para conocer la composición del coste del factor trabajo en las empresas, dados todos estos matices en cuanto representatividad de la muestra, tratar de extraer de ella cualquier tipo de estimación sobre el nivel de los salarios no deja de ser, cuanto menos, algo aventurado.
Es sencillo, Anton.
Se trata de tomar una factura cualquiera de un producto o servicio normal de los de IVA al 18% y hacer la ingeniería inversa hasta tener el despiece de cuánta fiscalidad arrastra y paga el comprador.
Es decir tienes que incluir toda la SS (32.5 más 6.5%) IRPF, Impuesto de Sociedades, Tasas y arbitrios de todos los tipo, IVA repercutido, etc.
Si lo haces verás que no bajas del 65% del precio pagado.
De una u otra forma el proceso productivo que tiene que competir y generar balanzas positivas arrastra ese coste fiscal. Además hay otros visibles e invisibles que no tenemos en cuenta.
La contablidad nacional, construida con métricas interesadas, disimula lo anterior a base de fraccionar fiscalidad, no tener en cuenta buena parte de ella (tasas ocultas en servicios básicos proporcionados por cuenta del estado por entidades privadas, por ejemplo) y también recordarnos que tiene una función de redistribución y servicios públicos.
Esto es cierto, pero lo que genera los déficits comerciales y de balanza que es por donde se escapa la riqueza de verdad y por donde entra la deuda es la parte viva de la economía, la productiva y esa es la que arrastra la mochila.
En resumen, la parte competitiva de la economía tiene un coste estatal público de entre el 60 y el 70%. Esto expone la dificultad de intentar competir mientras dicho 60 o 70 no se modifique.
Saludos
Me temo que no salen las cuentas @Manu. Impuestos sobre un producto, 1.- Iva: 18% 2.- Impuesto Sociedades . Si aplicas el tipo impositivo real final (descontadas deducciones, créditos fiscales, etc..)que es el 14,5%(según informes de la misma Hacienda) a un posible (exagerando)beneficio del 10% sobre facturación tendríamos un I.de Sociedades del 1,5% sobre facturación. 3.- Seguridad Social. Si damos como bueno tu 38,5%, y lo aplicamos a un supuesto coste laboral nominal igual al 40% del precio de un producto, sale una Seg. Social del 15,4% sobre precio final.Total 3 impuestos: 18 +1,5 +15,4 =34,9 % sobre precio final El resto de imposición fiscal, tasas, etc.. es practicamente irrelevante. Por otra parte, éste calculo (demasiado estimado quizas) es similar al de ingresos fiscales sobre pib, que para España en 2007 según OCDE es del 37,2%.2.- Tu criticas al coste fiscal estatal pecan de lo siguiente: te olvidas por completo y misteriosamente del producto ofrecido . ¿¿¡¡ Si el producto ofrecido lo vale ¿que importa su coste?. ¿No aplicas este criterio a un producto privado?. Otra cosa es que consideres que el producto publico no vale ese coste. Pero ese es otro problema. De eficiencia y calidad de los servicios públicos. Si se diera el caso de que estimes que en general los servicios publicos son siempre inferiores a los privados, los casos de las economías publicas escandinavas y centro-europeas (con una carga fiscal superior a la nuestra, ) debería hacerte cambiar de idea, supongo. Y la sanidad publica española, también. Saludos.
Me encajan los números de Manu o incluso puede que se quede corto.
Mi marido y yo lo acabamos de comprobar al arreglar el tejado de una casa que tenemos en una playa conocida del norte de España.
Obra hecha con todas las de la ley y factura con IVA de un pequeño constructor conocido en la zona y con empleados especialistas todo terreno fijos de plantilla desde hace muchos años.
La obra consistió en resellado de techo, nuevos aislamientos y raíles, limpieza y sustitución de roturas y retejado tras limpieza y tratamiento de teja antigua, pintura de techo de ático para eliminar marcas de humedades, limpieza, canalizaciones y desescombro. Tardaron unas tres semanas y con las lluvias un mes y pico..
Detalles de presupuesto, factura y ejecución.
Importe total de la factura 11,800.
IVA…………………………….. 1800
Licencia Municipal, 6% es decir. 708 euros.
Tasa por tener dos contenedores para escombro en aceras delantera y trasera: 400 euros.
Aquí no hay problemas de impuestos societarios ni otras historias, todo se va en sueldos. Ganan bien pero sin abusar, precios de mercado ajustado para un buen albañil y pagan IRPF’s y lo que les toque. He usado los mínimos.
Como comprobamos todos los meses los que tenemos empleados la SS de la empresa está alrededor del 32 o 33 % del importe de las nóminas. Además está la parte del empleado que se acerca al 7%.
Por lo tanto he supuesto que sus tres nóminas (el contratista y dos especialistas) han sido unos 6000 euros durante ese mes.
SS empresa sobre 6000 euros, 32.5%…… 1950 euros
SS empleados…….6.4%…………………………..384 euros.
Para estos sueldos unos 6000 o alrededor de unos 22,000 al año hay unas retenciones de IRPF de entre el 18 y el 26% tomo el 18%, el más bajo.
Sumando impuestos tenemos.
Ayuntamiento, licencia…………………………..708
Tasa Contenedores………………………………….400
Seguridad Social………………………………1950
IVA ………………………………………………1800
IRPF……………………………………………de 1080 ….a 1560
Coste fiscal de la operación hasta el pago……5938, y todavía no hemos comenzado a descontar los impuestos directos y tasas que estos señores deben pagar sobre el neto de sus 6000 euros menos 1080, es decir los 5000 euros que se llevaron a casa entre los tres por la obra.
Si les calculamos un IVA promedio de un 18% (teniendo en cuenta que que en gasolina, tabaco y cañas les cobran un 80% de fiscalidad estoy siendo generosa) creo que Manu se queda bastante corto porque de los 11800 euros restan para los tres entre 4800 y 4300 (dependiendo de la retención del IRPF, mínima o normal).
Esto es un 37% de la factura. Luego el coste fiscal en esta operación es del 63%.
Y aún nos quedan bastantes impuestos ocultos como todos sabemos.
Esto me parece muy fuerte y por eso me he tomado el trabajo de dar este ejemplo normal.
Yo me sumo a tu teoría, por una sencilla razón, intentar mover el mercado (que ahora mismo está parado en nuestro país), hasta que nuestros alrededores estén para gastar y nos arrastren un poco, no parece una mala salida. No es la solución del problema de fondo, pero es un parche bastante digno hasta que a alguien, no sé si humano o divino, le de por encontrar la raiz del problema y aportar una solución duradera.
Saludos, gran entrada.
Desde luego es complicado tratar de calibrar la efectividad de la propuesta, pero si nos fiamos del criterio de los franceses, cabe pensar que podríamos obtener algún beneficio de llevarla a cabo. Digo ésto a razón de que ya desde enero Sarkozy anunció una subida del IVA paralela a una bajada de las cotizaciones sociales como medida electoral (aunque en todo caso la retrasaría hasta después de las elecciones). Se trata de una devaluación fiscal en toda regla, aunque no utilice esos términos (el todavía presidente galo dice inspirarse en las políticas de Schröeder, qué cosas).
Por otra parte, en nuestro caso la situación es algo más compleja. Si repasamos los acontecimientos de forma secuencial, nuestro país, en cierta medida, ha ido tomando distintas medidas que en conjunto se corresponderían con una devaluación fiscal propiamente dicha. A fin de cuentas, hemos tenido subida del IVA (julio 2010), subida del IRPF (enero 2012) y de forma más indirecta, rebaja en las costes laborales (enero 2012). En este sentido, parecería haberse apostado por una devaluación interna combinada con una devaluación fiscal.
Por otra parte, si bien es probable que la interna resulte efectiva (a qué precio es otro tema) tengo mis dudas sobre si realmente se desprenderán efectos achacables a una devaluación fiscal propiamente dicha. A fin de cuentas, si se persigue una devaluación fiscal uno esperaría que por lo menos, la subida del IVA se tomase conjuntamente con una rebaja de las cotizaciones sociales, de forma que los incentivos a la exportación resultasen evidentes.
En cualquier caso, nuestras exportaciones en particular parecen disfrutar de buena salud (AGO2010, ABR2011, NOV2011, DIC2011). ¿Casualidad? ¿Devaluación fiscal? ¿O simplemente se trata de la consecuencia de una devaluación interna? ¿Quizá una combinación de las dos últimas?
He configurado un gráfico que muestra las diferencias palpables entre los países desarrollados y los emergentes:
http://bit.ly/y6zRmt
Tendréis que imaginar la línea de regresión (por otra parte obvia), pues la herramienta de Google no te deja dibujarla.
Llama la atención la gran diferencia competitiva entre los desarrollados y los emergentes. Comparado con España, el índice de competitividad de China es del 108% mientras que su GDP per cápita es del 14%. Por poner otro caso, el índice de competitividad de Chile es del 103,5% de España y su renta per cápita del 39%. Diferencias notables. No hay que olvidar que España es de las peores posicionadas dentro de una Europa que tiene en su conjunto un problema de competitividad con esos nuevos alumnos que amenazan su antiguo privilegio.
Siguiendo lo dicho por Manu, he ajustado los colores para indicar el nivel de sensibilidad de cada país a la fiscalidad. De nuevo, en países como China, Chile, India o Sudáfrica la fiscalidad tiene poco efecto disuasorio sobre el trabajo o la inversión. A excepción de Nueva Zelanda, los países desarrollados son muy sensibles, posiblemente debido a que la carga fiscal tiene un peso mucho más importante que en los primeros.
Perdón, quería decir «Llama la atención la gran diferencia de renta entre los desarrollados y los emergentes.» En relación a su competitividad, se entiende.
Una gráfica bastante interesante. Y sí, como comentas, destacan las diferencias entre competitividad y renta per cápita (se trata de una relación que ya apuntó Kiko Llaneras). La escasa competitividad española es casi paradigmática, pero desde luego no es singular: Italia está peor (y Grecia, pero hay comparaciones que son odiosas). Que Italia esté en peor posición que nosotros me rechina un poco, pero supongo que el índice se mide a efectos conjuntos para el país y que, sobre todo en el caso italiano, si realizásemos la misma medición controlando por diferencias regionales los resultados serían bastante distintos (también en España, pero intuyo que la diferencia no sería tan abismal como en el caso italiano).
Por otra parte, evidentemente que los impuestos ‘pesan mucho más’ en los costes de producción de los países desarrollados que en los emergentes (entre otras cosas, porque los desarrollados suelen tener un Estado de Bienestar más o menos extenso). Creo que nadie discute eso, por evidente. Ahora bien, la afirmación de @Manu sobre la que no termino de estar convencido es que en España los impuestos suponen el 65% del coste del producto (sobre el que se fijan los mark-up, se entiende). Hablo en términos absolutos, no en comparativos frente a los países emergentes.
El norte de Italia tiene una industria consolidada, otra cosa es que el marco del país propicie un desarrollo de futuro. Eso por no hablar de la gran diferencia entre el norte y el sur, más pronunciada a mi entender que en España. No he mirado en detalle las cifras parciales de competitividad entre ambos países.
http://www3.weforum.org/docs/WEF_GCR_Report_2011-12.pdf
Italia, página 214 – España, página 324. El primer problema para hacer negocios en Italia parece ser la burocracia, seguido por los impuestos y la financiación. En España en primer lugar es la financiación seguido por la regulación laboral y la burocracia.
En cuanto al 65% de @Manu no lo he comprobado con rigor, pero me da la impresión que no anda muy mal encaminado. Yo en todo caso preferiría examinar el término comparativo para ver hasta que punto aporta valor cada punto de impuestos adicional. Supongo que mucho más cuando el país tiene un nivel de sofisticación estatal reducido que cuando ya está muy desarrollado. Algo similar al coste de aumento de la productividad que se observan en casos como la sanidad o la educación. El nivel de excelencia en la gestión de recursos públicos se hace entonces muy importante. Algo que depende del marco legal, de los gestores, funcionarios y beneficiarios de los servicios. Sería útil comparar algún país de altos impuestos y alta productividad (Suecia por ejemplo) con otro similar en impuestos y productividad más modesta.
A ver si me entero…
Hay que reducir los salarios para ser más competitivos… claro, porque los salarios de 1000€/mes gravan muchísimo nuestros productos ¿verdad?
Que, por poner un ejemplo, la empresa en la que trabajo funcione con márgenes internos del 50% de beneficio entre lo que cobra al cliente y lo que dice que costamos (según nuestra categoría y su tarifa interna), aunque ese coste sea mucho mayor al real (si sumáramos salarios, luz, agua, cotizaciones, etc…), según lo expuesto no tiene NADA que ver con el coste de los servicios que se proporcionan.
Venga, vale, asumamos que la culpa es mía y solo mía como asalariado, que soy un cabrón muy caro.
Me bajas el sueldo, un sueldo que apenas da mes a mes para:
– Pagar hipoteca
– Gastos de la vivienda (que se han incrementado en un 100% en los últimos años).
– Cesta de la compra (incrementado en más de un 100% en los últimos años).
– Desplazamiento diario al trabajo (es lo que tiene que los transportes públicos sean deficientes.
– Ocio… bueno, no, de esto ya no tengo.
– Internet en casa
– comprarme algo de ropa cada 6-12 meses (hay que estirar lo que tenemos)
– pagar comedor del colegio (100€ por niño, se ve que los alimentan de jabugo)
– gastos varios…
Y me quito de… venga, internet (y se jode ONO que ha invertido un dineral en red y ve cómo los clientes decaen), de comprar vestuario (las tiendas de ropa también pierden), de llevar el coche (se mueran las petroleras y Hacienda que se lleva la mitad del dinero)…
Es decir, que hundimos aún más el consumo interno del país a costa de reducirnos el dinero disponible y subirnos el IVA.
Pues oye, nada, si hay que hacerlo lo hacemos. Total, a ver si en lugar de hacer esto se va a fijar alguien en esas empresas españolas que funcionan como el culo, que no invierten NADA en I+D y aún menos en T.I. (pero sí pagan su Leasing para los Audi de empresa), con procesos de trabajo desfasados que les hacen ineficientes e improductivos.
En serio, me encantan estos debates tan alejados de la realidad, donde cuando se habla de competitividad el único culpable es el trabajador y nunca la empresa, como si cada trabajador de este país se pasar el día tomando café y tocándose los huevos. Donde se dice que son un ‘gasto’ y nunca una inversión como parte de la cadena productiva que son, como también se invierte en herramientas o maquinaria.
Basta con hacer unas gráficas, interpretarlas como mejor convenga para reforzar uno su teoría, tirar de teorías económicas donde la ineficacia empresarial nunca se tiene en cuenta, para encontrar la solución a todos los problemas en los mismos sitios de siempre.
Y digo yo, y si nos dejamos de ahogar la economía a base de quitarles a los que menos tienen, y nos dedicamos a ayudar de verdad a las empresas que quieran ser mejores, a la par que recuperamos impuestos al capital (que para eso los han visto bajar durante más de una década cuando todo iba bien), igual conseguimos que el Estado ingrese más y pueda invertir para poner en marcha la economía.
Ah, pero para empezar ¿Es cierto que la productividad no esté «levantando cabeza»? Yo diría que las cifras de exportaciones e importaciones cuentan otra historia… las dos se drrumbaron al mismo tiempo, y aproximadamente en la misma proporción. Pero las exportaciones rcuperaron su nivel precrisis a comienzos de 2011 y han seguido subiendo con fuerza desde entonces. En cambio, las importaciones al paso que van no se recuperarían en menos de 3 años… si es que lo hacen.
Hoy viene «Toxo» en el Mundo.
Es una larga entrevista con Esther Esteban sobre la inminente huelga.
Tenía muy mala impresión de este señor por su cara dura de sindicalista vividor del presupuesto y desde su crucero por el Báltico en plena crisis pero los argumentos que usa en la entrevista son correctos, con fundamento.
Desde luego mucho mejor argumentada que el papelón de Rajoy ya harto de mentir, de crear paro adicional y de regalar despidos baratos a la CEOE y sólo por bajarse los pantalones con la UE y Merkel.
Cada minuto en el Euro es un río de parados y cada subida de impuestos igual. Hay que reformar drásticamente la constitución y salir del euro.
El resto son pérdidas de tiempo y engañifas como lo es seguir manteniendo la obligatoriedad de los convenios más allá de cada empresa. Paro y barreras a la actividad.