Como me consta que algunas veces se me acusa de ser poco receptivo a las legítimas demandas del Pueblo y a los movimientos en pos de una profundización de la democracia -profundizar me parece bien, siempre que no se profundice tanto que se llegue a los visigodos-, he decidido dedicar unas entradas a repasar algunas críticas a la democracia liberal y a los regímenes representativos tal como los define y legitima la, digamos, ciencia política mainstream. Se trata de críticas académicas, claro: tampoco esperéis enlaces a páginas antisistema ni conspiracionismo o biodanzas. Para empezar a definir la cuestión, podemos seguir el análisis de Benjamin Barber en su libro Democracia fuerte.
En el momento en que se plantea el debate entre representación y participación políticas, cabe hablar al menos de dos planos distintos: la finalidad y la posibilidad. Es decir, para qué queremos más participación, y hasta qué punto es posible. Respecto a lo primero, en el contexto contemporáneo, y tal como lo plantea Barber, la participación se alza como una reacción contra el carácter representativo de la democracia liberal tal como se viene entendiendo desde las revoluciones burguesas y partir de teóricos que van de Hobbes y Locke a Tocqueville o Stuart Mill; y que desembocan en la moderna ciencia política con su concepción pluralista de la democracia -o «poliarquía», por usar el término de Robert Dahl- como escenario donde se dirimen intereses en conflicto.
Pero no es esa la única naturaleza agonística de la democracia liberal, que, pese a constituirse de facto como el régimen legítimo y deseable por excelencia, también estaría edificada intelectualmente sobre conflictos y tensiones. Y, en último término, la teoría que la sustenta parece haber tenido más éxito en desvincularse del Ancien Régime que en ofrecer un sistema coherente para la organización de la comunidad política. Según Barber, esto es así, en primer lugar, porque el pensamiento político liberal, ya desde Hobbes, reconoce tan sólo fines individuales, aislando en la práctica a los individuos que componen el cuerpo político, e impidiendo la consideración de los asuntos propiamente públicos como tales. En suma, el fin de la comunidad política no sería otro que servir a los fines particulares de cada uno de los individuos, en un línea que une al solitario maximizador del bienestar material de Hobbes con el moderno homo economicus.
En segundo lugar, la democracia liberal encierra en sí misma un notable escepticismo hacia sus rasgos más “democráticos”, una contradicción que se resuelve a menudo apelando al más crudo realismo o a la ironía. Es la desconfianza hacia la participación del hombre-masa que se aprecia en Tocqueville, Stuart Mill, Ortega, Lippmann, Churchill… Como veíamos recientemente al hablar de instituciones contramayoritarias, se sobreentiende que hay determinados bienes que constituyen el fin propio de la política, y que no sólo no son necesariamente alcanzados por la participación directa y deliberada del pueblo, sino que pueden alejarse o destruirse precisamente por esa participación. Es, por así decirlo, la vieja advertencia sobre el poder corruptor de la demagogia, sobre la insuficiencia del acuerdo (William Godwin) y la “tiranía de la mayoría”.
Finalmente, en la democracia liberal existe una tensión permanente entre la libertad y el poder. Siguiendo con el análisis de Barber, el conflicto se negaría en la vertiente anarquista, estableciendo una primacía absoluta de los derechos naturales. El realismo, por contra, otorga la máxima importancia al poder en cuanto principio ordenador de la sociedad, sin el cual se revierte al estado de naturaleza donde ni seguridad ni verdadera libertad son posibles. El minimalismo, en fin, trata de arbitrar una solución entre ambas tendencias, reconociendo la necesidad de soberanía, de un poder que proteja los derechos individuales, pero limitando este poder mediante checks and balances para evitar que anule la libertad de los ciudadanos. No obstante, según Barber, las tres tendencias siguen orbitando exclusivamente alrededor de los fines individuales y por ellos no son capaces de resolver el conflicto fundamental de la democracia liberal.
Frente a este modelo de “democracia blanda” -o más bien «tenue» en la versión original- del liberalismo, Barber propone una “democracia fuerte” definida por varios principios. En primer lugar, una democracia que entienda que el fundamento de la política es la acción y no la mera consecución de unos valores o una seguridad estáticos. Es decir, una en la que los ciudadanos hacen y no son meros espectadores. En segundo lugar, una democracia que distinga los fines propiamente públicos, que son el verdadero objeto de la política, del mero agregado de fines individuales que caracteriza a la democracia liberal. Además, se trataría de una democracia en la que los ciudadanos pueden elegir opciones de manera verdaderamente libre, y cuyo carácter deliberativo asegura la elección de las opciones menos arbitrarias y más razonables -si bien se trata de una razón no necesariamente de carácter científico o técnico. En suma, se trataría no tanto de negar el conflicto, cuanto de no aceptarlo
pasivamente e intentar convertirlo en cooperación.
Pero el rasgo quizás más distintivo de la «democracia fuerte» de Barber sería que no apela a criterios ajenos a la propia política en busca de anclajes o soluciones perfectas; por el contrario, intentaría basarse en procesos de autogobierno que se regulen por sí mismos, independientemente de verdades externas de carácter científico o metafísico.
Bien, hasta aquí todo suena bien, y no es difícil compartir parcial o incluso íntegramente el análisis de Barber sobre las contradicciones internas de la democracia liberal. No obstante, Democracia fuerte tiene un enfoque y un tono entre lo normativo y el manifiesto, y es preciso confrontar sus propuestas con la realidad de la política tal como la han ido revelando las ciencias sociales en las últimas décadas. O sea, preguntarse por las condiciones de posibilidad de la participación política; no sólo por lo que se debería hacer, o lo que se desearía hacer, sino también por lo que se puede hacer. Toda vez que la participación ha de articularse necesariamente a través de unos medios y no otros, y esos medios están a su vez condicionados tanto por factores técnicos como psicológicos, sociales y económicos, que a su vez determinan que la participación sea de una naturaleza u otra, etc, etc, etc.
Por ejemplo, y más allá de apelaciones al voluntarismo, cabe preguntarse por los incentivos con los que cuentan los ciudadanos para participar en el proceso político. Como veíamos siguiendo a Urbinati, ni siquiera en la Atenas clásica, con una ciudadanía más reducida, ociosa, homogénea y directamente concernida que en las modernas democracias de masas, la participación era la norma. Además, recuperemos algunos presupuestos de la teoría de la elección pública -enunciados ya avant la lettre por un Sieyès durante el proceso revolucionario francés-: en una votación masiva, los electores carecen de incentivos para emplear el tiempo y el esfuerzo precisos para informarse y tener opiniones formadas sobre los asuntos políticos, dado que el valor de su voto es despreciable. Incluso aunque se pudiesen arbitrar medios para aumentar el peso de la participación individual, ¿sería capaz la “democracia fuerte” de proporcionar incentivos a los ciudadanos para informarse y participar activamente? Las apelaciones de Barber a una “educación cívica” parecen poco más que un recurso bienintencionado, una muestra de pensamiento blank-slater. ¿Es posible generar mediante leyes y educación “sentimientos de genuino interés público” de manera masiva? Cabe ser escépticos. Es más, podríamos incluso imaginar un escenario en que determinados grupos de presión o minorías hiperparticipativas copasen los nuevos cauces de participación en detrimento de la mayoría, como veremos a continuación.
Dado que no existe tal cosa como una participación prístina, desligada completamente de los mecanismos que emplee, dichos mecanismos afectarán a la naturaleza misma del nuevo sistema, moldeándolo y produciendo un modelo de democracia distinto del que generarían otros. ¿Cómo se diseñarían, elegirían e implementarían esos mecanismos participativos? ¿Se trataría a su vez de un proceso propiamente democrático? Regresemos además a la «objeción técnica»: incluso en una moderna sociedad de la información, articular los cauces de una participación ciudadana masiva no es sencillo, ni asegura superar los antiguos modos de relación y participación. Actualmente contamos con el ejemplo de internet; donde, lejos de producirse un intercambio completamente libre e incondicionado, se reproducen las líneas de fractura partidistas de la política tradicional, se aprecia tendencia al gregarismo en grupos previamente formados o bien de nueva creación, se generan nuevas elites y oligarquías, al estilo de las definidas por
Robert Michels, junto a mayorías silenciosas o pasivas, etc. Por repetir una crítica generalmente dirigida hacia el anarquismo, la desaparición del gobierno no implica la desaparición del poder, el kratos. De igual manera, la eliminación de jerarquías, representantes e intermediarios no implica que las realidad sociales, psicológicas y antropológicas a las que responden esas categorías desaparezcan por ensalmo. Y quizás los mecanismos de la «democracia fuerte» no estén preparados en igual medida para lidiar con ellas. En dichas condiciones, un modelo de máxima participación podría incluso convertirse en una amenaza para minorías o grupos vulnerables.
En próximos posts veremos algunas propuestas concretas más detenidamente y repasaremos otras críticas a la democracia liberal.
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Con todos sus defectos, el sistema de democracia liberal con sus mecanismos contramayoritarios se me antoja como el menos malo de los llevados a la práctica hasta ahora… si he de ponerle un «pero» es su autobombo y sus modos de autolegitimación. Es decir, cuando se convierte a la democracia en un fin en si mismo en vez de ser un medio para conseguir una sociedad ordenada.
¿Y si más democracia fuera más control, en vez de más participación?
Cierto es que existen trade-off que no incentivan a las mayorías al trabajo necesario para una toma de decisiones deliberativa, pero el (ab)uso de ese argumento para terminar dejando todas las decisiones en todos los aspectos en manos de los representantes o los técnicos puede ser una de las causas de la desafección con la política y la indignación con el sistema («no nos representan» -> porque no los podemos controlar).
¿Existen estudios comparativos sobre satisfacción con el sistema democrático y las instituciones -o simples percepciones- de control de la ciudadanía sobre sus representantes?
Aldelgadog, un buen sitio para comparar sería con la adicta a los referéndums Suiza, aunque sea un caso muy particular.
¿Barber, en su obra, no se pregunta por las condiciones de posibilidad de la participación política; no sólo por lo que se debería hacer, o lo que se desearía hacer, sino también por lo que se puede hacer? ¿qué piensa de eso?
si no lo hace, ¿qué respeto intelectual merece, instalado en semejante tesis tipo «paz en el mundo/día de la madre»?
aldelgadog:
No tengo datos ahora mismo a mano sobre eso que apuntas, aunque la intuición claramente es que debería de haber alguna relación. Por eso no me parece mal explorar las posibilidades de mejorar la deliberación y participación ciudadana -al fin y al cabo, es en parte lo que hacemos por aquí, ¿no?-, siempre que entendamos que la política totalmente inmediata no es que no sea deseable, es que ni siquiera es posible. Al margen de eso, mi percepción es que este tipo de demandas se dan más cuando la situación política o económica se deteriora, y funcionan más bien como válvula de escape de la frustración ciudadana; lo cual no quiere decir que sea razonable ignorarlas, claro. No obstante, la paradoja es que la democracia no sólo funciona bastante mal a la hora de producir decisiones racionales y consecuentes, sino que tampoco es para tirar cohetes desde el punto de vista de la accountability. O sea, no sólo es que lo ciudadanos carezcan en general de los incentivos y la voluntad para participar más
activamente en política; es que ni siquiera usan las herramientas que ya tienen, por ejemplo su capacidad para sustituir a los representantes -esa «democracia diferida» de la que habla Manin- tanto como podrían. Podéis leer la entrevista con Adam Przeworski que enlacé recientemente, y los propios Przeworski y Manin tienen algún trabajo sobre voto y accountability; y en España Gonzalo Rivero tiene por ejemplo un artículo en Alternativas sobre elecciones y castigo a la corrupción, con resultados más bien descorazonadores.
Maese:
Barber es un teórico, de manera que sus preocupaciones no van tanto en el sentido de proponer sistemas concretos como de establecer un marco conceptual para criticar los regímenes existentes y plantear su modificación. No obstante, en el último capítulo habla de algunas propuestas concretas de institucionalización, hablaremos de ellas a su debido tiempo.
Respecto a la pregunta de @aldelgadog, dos economistas, Patricia Funk y Christina Gathmann, tienen dos estudios que tratan de un tema similar, de hecho, también en Suiza. Aquí podéis encontrar los enlaces junto con un resumen de su trabajo más reciente http://voxeu.org/index.php?q=node/7608
En el primero, titulado «Preferences matters!» concluyen que la demanda de servicios públicos en general es notablemente menor, pero también bastante estable y consistente, en sistemas de democracia directa. En el segundo, titulado «Does Direct Democracy Reduce the Size of Government?» tratan de responder esta pregunta a través del análisis de series históricas, tambien suizas. Sus resultados son, cuanto menos, interesantes:
«The instrumental variable estimates show that a mandatory budget referendum reduces canton expenditures by 12%. Lowering signature requirements for the voter initiative by 1% reduces canton spending by 0.6%. We find little evidence that direct democracy at the canton level results in higher local spending or decentralisation».
Es posible que esta reducción del gasto sea una muestra de cómo la participación promueve una mayor responsabilidad por la ciudadanía (que asumen que, a fin de cuentas, el gasto que proyectan sale de sus bolsillos de forma más directa).
Ramón, ahora que lo dices, ¿en todo el asunto de la cuasi-bancarrota de California no había algún rollo de reducción de ingresos fiscales por decisiones populares? Igual me lo invento, estoy tocando de oído, eh 🙂
Lo que sí que vi con toda seguridad no hace mucho era un estudio sobre democracia directa en la administración local en Suecia; y, si no recuerdo mal, los resultados apuntaban a la «captura» de los gobiernos por elites y un incremento de la desigualdad. De todas formas, no tengo la referencia a mano: si alguien lo ha visto o recuerda dónde se puede encontrar, se agradece.
Efectivamente, se ve que la sana afición a la buena música te ha dotado de finura acústica 🙂 El caso californiano es paradigmático, y no sólo se confirman los dos estudios que he enlazado antes, sino también los efectos que has mencionado al final de tu comentario. Este artículo de The Economist al respecto es fantástico http://www.economist.com/node/18586520 Sirva, como ilustración, el siguiente párrafo. No hace falta añadir mucho más:
«This citizen legislature has caused chaos. Many initiatives have either limited taxes or mandated spending, making it even harder to balance the budget. Some are so ill-thought-out that they achieve the opposite of their intent: for all its small-government pretensions, Proposition 13 [passed in 1978] ended up centralising California’s finances, shifting them from local to state government. Rather than being the curb on elites that they were supposed to be, ballot initiatives have become a tool of special interests, with lobbyists and extremists bankrolling laws that are often bewildering in their complexity and obscure in their ramifications. And they have impoverished the state’s representative government. Who would want to sit in a legislature where 70-90% of the budget has already been allocated?»
Afortunadamente, nuestro constituyente actuó sensatamente cuando, al incluir en nuestra Constitución la iniciativa legislativa popular (art. 87.3), matizó: «Una Ley orgánica regulará las formas de ejercicio y requisitos de la iniciativa popular para la presentación de proposiciones de Ley. En todo caso se exigirán no menos de 500.000 firmas acreditadas. *No procederá dicha iniciativa en materias propias de Ley orgánica, **tributarias** o de carácter internacional, ni en lo relativo a la prerrogativa de gracia*.»
Y es que la teoría de elección social a veces puede ser dura, pero generalmente no anda desencaminada.
Yo también soy escéptico al respecto de las bondades o posibilidades de la participación ciudadana.
En primer lugar, creo que habría que exigir total transparencia y todos los presupuestos, contratos, estudios, etc… del sector público deberían estar en internet.
Aunque no todos los ciudadanos tengan incentivos para informarse siempre habrá alguno que sí los tenga y haga la labor de informar a los demás.
Lo combinaría, en la línea que sugiere aldelgadog (yo no diría «control» sino «supervisión») con mecanismos extraordinarios de censura ciudadana.
Las decisiones quedarían en manos de los representantes, pero la sociedad civil tendría la capacidad de supervisión y rerfendo/revocación.
¿Qué tal suena?
…
Por cierto, quiero aprovechar para colar la recomendación de la serie británica Black Mirror, en concreto el primer episodio. No sólo ilustra muy bién las veleidades de la opinión pública, sino la velocidad a la que se mueve la información hoy en día.
Aunque mis ideas a este respecto no creo que estén maduras, tiendo a pensar que uno de los problemas más serios que tenemos en el mundo moderno es una cierta tendencia a equiparar «más democracia» con «más democracia _directa_» y asumir que eso por necesidad tienen que ser bueno, porque ¿Cómo no va a ser buena más democracia?
Personalmente prefiero la democracia representativa, y cada vez que asisto a una junta de vecinos (mi edificio tiene 80 viviendas), una asamblea de trabajadores, etc, se refuerza esa preferencia, generada en las asambleas de estudiantes hace demasiados años. Pero creo que la representatividad hoy funciona francamente mal, que las instituciones están diseñadas en y para otros tiempos con otros medios, los del siglo XIX, y eso está generando una frustración crecientemente peligrosa…
Para expresarlo de forma brutal, que participar sea votar una vez cada cuatro años no puede bastar a los ciudadanos de hoy, con un ciclo de noticias de 24 horas y que votan sin parar, desde los «me gusta» de Internet al reality show más cutre. Tienen la sensación – totalmente justificada – de que ni siquiera existe la más mínima comunicación entre representantes y representados, que si están insatisfechos lo único que se puede hacer en el sistema actual es salir a la calle a armar ruido con la intención de que salga en TV, porque si no sale en TV no existe… y manifestarse es otra actividad anónima de hombre-masa, del siglo XIX, que dificilmente les puede bastar.
En ese contexto hasta salir en You Tube disparando un cañón de marshmallows mejora las cosas… claro que eso no quita que se puedan hacer mil cosas más, desde renovar las cámaras por cuartos cada año o por octavas cada seis meses en vez de completas cada cuatro, hasta poner botones «me gusta» y «no me gusta» en la página personal de cada diputado (¿Cómo, que no tienen páginas personales?)
Más madera: http://www.cepr.org/meets/wkcn/7/786/papers/Pettersson-Lidbom.pdf
Este artículo confirma, en el caso de Suecia, lo que decís sobre democracia directa: menor gasto público. Aunque no por lo que sugiere Ramón en el 5º comentario, sino porque (según los autores) los town meetings tienden a ser capturados por las élites locales.
También son interesantes los efectos que encuentran sobre la tasa de participación, que aumentó en un 150-200% con el paso de democracia directa a representativa. Por una parte, los que usan dem directa y participativa como sinónimos, que se pongan las pilas. Por otra, dado que la participación tiene efectos relevantes sobre la percepción de legitimidad de las instituciones (y su estabilidad), como ha mostrado la literatura de psicología social de la justicia procedimental desde Walker y Thibaut (1975), podría ser que menos dem directa, más legitimidad.
Os dejo un artículo aparecido en El País sobre representatividad real y percibida (gracias a Gonzalo Rivero):
http://elpais.com/elpais/2012/02/13/opinion/1329163207_923471.html
No es exactamente a lo que se refería el primer comentario, pero me parece interesante. Mi percepción, completamente subjetiva, es que refuerza lo que os decía más arriba de que ciertas demandas en el fondo son válvulas de escape de frustraciones de otra índole.
Gracias, Ignatius, si no recuerdo mal, ese era justo el estudio al que me refería antes.
Veo un problema inherente a esos estudios comparativos entre sistemas con democracia más directa y sistemas más digamos, puramente representativos.
Y es que si en la muestra de sistemas representativos tenemos al grueso de países del globo, para los sistemas con una mayor dosis de gobernanza directa solo tenemos prácticamente el suizo, un poquito de California y ya, si me apuras, tenemos que remontarnos a la antigua Atenas de Pericles. Todos ellos se dan en sociedades bastante distintas a la nuestra en ciertos aspectos.
En estadística eso se consideraría una muestra muy sesgada, es decir, muy poco representativa. Difícilmente podemos llegar a grandes conclusiones sobre cómo funcionan en promedio los sistemas con democracia directa si apenas ha habido intentos en la historia de ponerlos en práctica, posiblemente también por las dificultades técnicas que suponen. Dificultades que ahora ya son mucho más salvables gracias a las TIC.
Por otra parte, hay varios sistemas de lograr representación directa que pueden ser incluso compatibles entre sí lo que aún viene a complicar más las cosas:
– Referéndums (obligatorios y vinculantes si se dan ciertas condiciones)
– Parlamentos en red -> (eGobiernos que combinan las cámaras presenciales con su supeditación a una representatividad virtual mucho más numerosa)
– Cámaras ciudadanas sorteadas (Sistemas bicamerales en los que una de las cámaras es elegida a modo de jurado para controlar al cuerpo de políticos profesionales electos pudiendo vetar)
– Leyes y presupuestos participativos. -> Deliberación y debate públicos sobre ciertos aspectos e incluso posible configuración colectiva de dichas medidas mediante la participación global.
– Democracia líquida -> Representantes muchos más sujetos a la voluntad popular dado que esta no se ejerce cada 4 años sino de forma continua combinando además el voto aditivo con el voto substractivo.
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A todo ello, hay que tener en cuenta quien controla los medios de comunicación. Por que un sistema con democracia directa pero con los principales medios en manos privadas puede ser vulnerable a la manipulación interesada. Códigos deontológicos rigurosos e información fiable y contrastada debería ser exigida y necesaria en dichos sistemas. Probablemente la participación de colegiados en periodismo procedentes de facultades y colegios sería necesaria, sorteados o elegidos pero que velasen porque la información cumple unos mínimos estándares. Como en la BBC. Pero no olvidemos que esa vulneravilidad existe también en los sistemas puramente representativos.
Lo dicho, los ejemplos californiano y suizo me parecen muy poco representativos y más aun cuando solo exploran una de las vías de democracia directa, el referéndum que es probablemente la que ofrece menos posibilidades de participación ya que son marcos acotados y predefinidos por instancias superiores estas sí, representativas.
@ vktr
El uso del referéndum está bastante más extendido que en Suiza y california. No sé, échale un ojo a p.e. Butler y Ranney, Referendums around the world: the growing use of direct democracy.
Por otra parte, aquí no sólo se está hablando de referenda. En el artículo que enlazaba más arriba se analiza una muestra de 2.500 gobiernos locales suizos que, con la obligación de elegir representantes introducida por le gobierno suizo en 1938, tuvieron que abandonar el uso tradicional de town meetings (donde la agenda no está marcada de antemano, como en los referenda).
Ignatius
Dices que ese estudio “confirma” que “democracia directa: menor gasto público”. Pienso que tu afirmación es falsa
Ese estudio observa que en Suecia, entre 1919 y 1959, las poblaciones que pasaron de directa a representativa aumentaron significativamente su redistribución y participación política, y demuestra que el mecanismo explicativo es la apropiación de las élites en la democracia directa, que en la representativa ven limitada su influencia por los partidos políticos
No sé si te das cuenta del salto al vacío epistemológico que has cometido. Si crees que esa evidencia empírica, concediéndole todo el poder explicativo del fenómeno que observa, realmente tiene algún poder predictivo en, pongamos por caso, España 2012. En un mundo globalizado, con Internet, con la diferencia en nivel educativo de la población comparada con la de hace 70-100 años (curiosamente, ya en esa época, el efecto lo encuentran principalmente en las zonas agrarias)
Pero incluso obviando lo anterior (lo cual implica una concepción de la ciencia social carente de rigor), fíjate en este párrafo, el último de resultados:
Finally, we ask what happened when local governments were first required to have
representative democracy but later become eligible to switch back to direct democracy. The answer to this question comes from the “first-stage” relationship in the nonparametric IV approach. Results indicate that there was a strong inertia in representative democracy once it had been implemented. This finding is consistent with the elite having a problem of replacing a pro-poor political institution (representative democracy) once the introduction of political parties had helped the citizens to solve their collective action problem, since the citizens had considerably de facto political power.
Vamos, que en el caso que nos ocupa (con o sin 15-M), pasar de una democracia representativa a una (más) directa, el estudio nos dice que no hay problema. Ahí no se produce el efecto (contrario). A Strong inertia
1950, no 1959
en general estoy de acuerdo con los comentarios 1, 9 y 10. Las peticiones de más democracia son consecuencia de una percepción de falta de honestidad y sentido de la responsabilidad de la clase política, y de impotencia ante ese hecho (también es cierto que la carestía tiene que ver, pero no es cuestión de echarle en cara eso a la gente)
como dije una vez: «si tú, gestor, vives y vas a vivir a un nivel que yo envidio (sanamente) hagas lo que hagas, mientras que mi calidad de vida depende de tu gestión, pues entonces rompo unilateralmente el contrato de representación y yo también quiero participar en la gestión»
El uso del referendum ha hecho imposible ejecutar reformas económicas importantes en Eslovenia durante este último mandato (2008-2011). Resultado: la prima de riesgo ha llegado a 500 p.b.
La CIA, los militares y la democracia.
(colaboracionismo)
colaborar con el negocio de bienes raíces o el negocio de la salud para que uno de mis familiares consiga trabajo en un país
desarrollado (Italia, EEUU, etc)
El ideal liberal requiere reducir al mínimo el papel del Estado en los asuntos económicos (es una farsa).
El liberalismo, es el control de los militares, en los países en vías de desarrollo como Egipto.
Lo peor para a un país en desarrollo es el contrabando, que es promovido por los países vecinos; en el mundo desarrollado lo
llaman sus aliados ejem. Israel en el medio oriente y en América Latina es obvio.
Los políticos……………… la nueva nobleza.
Las administraciones…. los nuevos señoríos.
El ciudadano……………… el nuevo súbdito.
Pues como dice Maese Alcofribas me reafirmo en el argumento de que sacar conclusiones de tan pobre ejercicio de la democracia directa a lo largo de la historia humana es mucho aventurar. No solo eso sino que encima en muchos casos se ha dado en contextos sociales y tecnológicos bien distintos al actual. Vamos que me parece bastante poco razonable sacar conclusión alguna, realmente se puede decir que tenemos más bien pocos precedentes de sistemas altamente participativos, a lo sumo Suiza y sí es un país altamente comparable al resto, Suiza tiene tantas singularidades y especificidades que realmente no vale la pena ni siquiera el esfuerzo.
De hecho de la misma forma que hay democracias representativas que han incrementado el gasto público también hay democracias representativas que lo han reducido y además de forma muy drástica. ¿Hace falta que saque a relucir los nombres de Reagan y Tatcher? ¿Acaso no están, ahora mismo, casi todas las democracias representativas recortando gasto a destajo?
Es decir que puestos a menospreciar sistemas más avanzados de participación ciudadana porque han tomado algunas decisiones deficientes miremos la cantidad de decisiones altamente deficientes que han tomado las democracias puramente representativas. No solo eso sino que ni siquiera son capaces de abordar política a largo plazo. Hoy, cuando es más necesaria que nunca la planificación económica y política a largo plazo los políticos se dedican al cortoplacismo de buscar votos.
Para mí el ideal sería un sistema mixto formado por profesionales independientes (nada de partidos) que elaboraran los diferentes escenarios y los presentaran a la ciudadanía para que esta escogiese consciente de los pros y contras de cada uno. El país iría en una misma dirección durante unos cuantos años firme y seguro a sabiendas de la decisión tomada me parece mucho más sólido que un país que va dando bandazos a golpe de promesas electorales que ni siquiera llegan a cumplirse.
No creo que nadie esté proponiendo un sistema puramente directo de gobernanza, y más con la enorme especialización requerida para ciertas tareas, pero sí sería sumamente sano cortocircuitar el monopolio actual de las élites dominantes en la cúpula del poder. Y nada mejor para hacerlo que incrementando la cuota de participación ciudadana en muchos ámbitos. Como ya he dicho en el post anterior la participación ciudadana puede ser mucho más que meros referéndums.