Economía & ingeniería institucional & Pollo Financiero Global
(republicado – artículo original aquí)
Hablando con Citoyen estos días por Madrid, este me señalaba que la gran ironía de la crisis financiera en España es que nosotros realmente no hemos tenido una: mientras que en Estados Unidos, Irlanda, Alemania o Reino Unido los bancos se empotraban y tenían que ser resucitados con dinero público, nosotros hemos tenido una recesión estilo antiguo, casi pasada de moda – una crisis de demanda.
El fin de la burbuja inmobiliaria ha dejado a su paso una recesión realmente bastante normal: muchos despidos, menos demanda de materiales y cachivaches para construir casas, una caída de la demanda agregada y pumba, una recesión. Al ser una crisis mundial, a este problema le hemos añadido la caída del número de turistas y las exportaciones, que también han reducido la demanda los ingresos de nuestra economía, pero realmente nuestra crisis es de lo más clásico. De nuevo paradigma del capitalismo nada; nuestros gloriosos morrazos de principios de los noventa, finales de los ochenta, principios de los ochenta y demás eran prácticamente idénticos.
En esos tiempos lejanos, los españoles salían de la crisis de un modo directo, honesto y muy poco misterioso: aumentando la competitividad exterior mediante entusiastas políticas de reactivación económica, sin necesidad de reformas estructurales neoliberales. ¿Cómo lo hacíamos? Muy fácil: bajando los salarios.
Claro, en esos buenos tiempos no lo llamábamos así -el término utilizado era “devaluación de la peseta”, y era algo que hacíamos muy, muy a menudo. En 1974 podíamos comprar un marco a 25 Ptas, y acabamos los noventa con la moneda alemana rondando las 85-86. El truco era imprimir moneda, hacer que esos papelitos con la cara del Rey o de Franco pudieran comprar menos cosas, pero seguir dándonos más o menos el mismo salario. Como la economía iba creciendo (y los salarios nominales también, aunque sin pasarse) el nivel de vida de los españolitos fue subiendo entre recesiones, pero a la que las cosas se nos atrangantaban patada a la moneda y listo.
Con el euro, por desgracia, este chollo se nos ha acabado. Ahora cuando las cosas van mal no podemos bajar los salarios de tapadillo haciendo que el precio de todos producto importado suba misteriosamente. Ahora si queremos salir del agujero utilizando ese mismo truco tenemos que hacerlo abierto y explícito con luz y taquígrafos, porque los alemanes nos han quitado el juguete. No hace falta decirlo, esto es muchísimo más difícil que antes.
La cuestión es, tenemos dos formas de arreglar este problema en que estamos metidos. La primera es la fácil, la que hemos hecho infinidad de veces vía devaluación: recortar salarios. La gente se exclama, y con razón, que es algo doloroso, injusto y regresivo (*); si hasta ahora hemos podido hacerlo es porque con la peseta podíamos empobrecernos sin que se notara demasiado.
La segunda es más complicada: arreglar los problemas de base de nuestra economía pasando reformas estructurales que eviten que toda recesión se convierta en una catástrofe con 20%. Esto es, eliminar leyes estúpidas, aumentar la competencia en muchos mercados, hacer más fácil abrir empresas, mejorar la educación, pasar leyes de urbanismo racionales, invertir en guarderías, reconstruir la universidad, reformar radicalmente el mercado de trabajo y dejar que uno pueda comprar aspirinas en un supermercado un domingo, entre otros detalles. Las malditas reformas estructurales, esas que tienen la insidiosa capacidad de soliviantar a la gente, cabrear a sindicatos y hacer que la verdadera izquierda defienda el sagrado derecho de los farmacéuticos a forrarse (lo contrario es “privatización de la sanidad”). Medidas todas, por cierto, que contribuirán a hacer la economía más competitiva mejorando la productividad.
El euro es a la vez un inconveniente y una ventaja : con él se han acabado las soluciones sencillas para las crisis económicas, pero también nos fuerza a arreglar los problemas de fondo sin utilizar trucos rancios. Lo que no podemos pretender, sin embargo, es que las crisis anteriores fueron distintas a estas, y que los problemas los arreglamos haciendo algo distinto a lo que algunas voces en los sindicatos y reaccionarios adyacentes pretenden evitar. Las reformas estructurales, aunque suenen dolorosas, son la única manera de romper esta costumbre española de arreglar las crisis jodiendo a quien menos tiene – y ya va siendo hora de tomárselas en serio.
Porque sí, las reformas estructurales son de hecho de izquierdas. La alternativa, quedarnos donde estamos, asegura que el único que pague el pato en esta crisis sea el currela de siempre, al que le acabarán por recortarle el sueldo. Y no, no todas las reformas son iguales. Pero eso es para otro día.
(*): Los efectos distributivos de inflación / devaluación y deflación / descenso de salarios nominales no son idénticos, y dan para muchísimo más que un artículo. Dicho rápidamente, la devaluación hace daño a todo el mundo, pero se ceba en ahorradores y gente con ingresos fijos. Los asalariados ven efectos, pero depende de cómo se ajusten los salarios nominales. La bajada de salarios directa hace daño a asalariados, pero no a jubilados o ahorradores. También causa un daño atroz a los que tienen deudas, y de rebote a los bancos. Ninguna de las dos soluciones es buena – y las dos implican pérdida de poder adquisitivo.
Por cierto una nota final: no estoy hablando de reducción de déficit o temas fiscales. Eso es un problema aparte. El déficit público viene en gran medida de la recesión (más paro, menos ingresos, etcétera) y para solucionarlo tenemos que hacer que la economía crezca, etcétera, etcétera. Las reformas estructurales son para eso.
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