A los periodistas les gustan los momentos dramáticos. No sé si es que el reportero medio es un novelista / historiador frustrado o porque les gusta pretender que están ahí fuera, al pie del cañón, contemplando el viento de la historia, pero a los medios les chifla esto de decir que estamos ante un momento culminante.

En ningún sitio del mundo esta tendencia es más cargante que en Estados Unidos. Los americanos, ya de por sí un tanto intoxicados con una visión heróica de la historia (ven «grandes hombres» en todas partes), tienen una prensa que se pasa la vida creando héroes y grandes fanfarrias sinfónicas ante cualquier evento. Les gusta, más que nada en el mundo, crear narrativas, sin atender demasiado si tiene sentido explicar la historia de este modo o no.

Mañana, según casi toda la prensa americana, tenemos un momento culminante en la reforma sanitaria de Obama. El día del juicio final. El Ragnarok. El Apocaliptus. Mañana Obama da un discurso televisado en hora de máxima audiencia ante el Congreso.

Cierto, el discurso es relativamente importante, pero no es ni de lejos decisivo. Lo será si Obama tiene un ataque de histeria y se pone a cantar canciones de Jay-Z en el estrado, o si le pega una bofetada a John McCain en un súbito ataque de furia; de otro modo, no decidirá si la reforma es aprobada o no. El discurso, más que un empujón para conseguir un plan, es un intento de la Casa Blanca de definir la agenda en las negociaciones finales.

¿Recordáis el problema de los actores con derecho a veto en el Senado? El gran escollo durante los últimos meses era Max Baucus, el presidente del comité de finanzas, que se estaba dedicando a perder el tiempo intentando negociar algo con un grupo de republicanos sin ganas de llegar a acuerdos. Finanzas era el último de los cinco (¡!) comités (tres en la cámara de representantes, dos en el Senado) que tenían que aprobar un proyecto de ley (el que fuera) para que los plenarios pudieran votar la ley. Hoy el bueno de Max parece haberse hartado de negociar, y ha presentado su plan – una especie de oferta final (espero) para sacar la ley de su comité de una puñetera vez.

La propuesta no es que sea demasiado mala – es sólo relativamente tímida. Tiene algunas buenas ideas (un impuesto para los seguros demasiado caros) y algunas espantosas (contratar mano de obra poco cualificada es más caro bajo su plan), pero aún con sus problemas sería una mejora cósmica sobre lo que sufrimos en la actualidad. Comparado con las otras cuatro propuestas, es un plan más escorado a la derecha, y como el resto de planes, sería suficiente para quemar en una hoguera a cualquier político europeo que lo propusiera, pero tiene el enorme mérito que marca la caída del penúltimo punto de veto en el camino de la reforma.

En otras palabras: el único obstáculo real que separa a Estados Unidos de una reforma sanitaria es el plenario del Senado. La cámara de representantes, digan lo que digan los Blue Dogs (congresistas demócratas moderados) básicamente tragarán con lo que ha salido de comité con unos pocos cambios cosméticos. En el Senado, la Casa Blanca y el liderazgo del partido demócrata ya han dicho que si tienen que aprobar algo con calzador, a presión, de mala manera y utilizando un truco parlamentario guarro, lo harán, así que es bastante probable (no 100%, pero tienen muchos números) de sacar una ley adelante. Tras ello sólo quedará negociar un texto común entre las dos cámaras, votar de nuevo (por mayoría simple; el filibusterismo es casi imposible) y que firme Obama.

¿Por qué un discurso mañana entonces? Porque estar cerca no equivale a tener una reforma, primero, y aún menos que la reforma que salga sea buena. Lo primero es relativamente sencillo; explicando con calma y energía al electorado en general que la ley está casi lista y que será buena para el país, la Casa Blanca pone presión sobre aquellos demócratas (los republicanos, exceptuando las dos Senadoras de la muy liberal Maine -Snowe y Collins-, son una causa perdida) aún con dudas. Lo segundo es más sutil, pero quizás todavía más importante: Obama quiere marcar la agenda sobre las negociaciones finales, las que marcarán qué estará en el texto final de la ley.

El discurso mañana, por tanto, no me parece que vaya a decidir si Estados Unidos tendrá una refoma sanitaria o no. El Congreso ha llegado lejísimos preparando la reforma, mucho más lejos que Clinton, que nunca pudo sacar una ley de comité. Si Max Baucus no tiene otro ataque de oligofrenia bipartidista profunda (algo no del todo descartable, por cierto), el camino para la reforma está abierto, sólo quedando por decidir si la ley será relativamente ambiciosa (de nuevo, «ambición» sería un plan impresentable en Europa) o un tanto más moderada. Obama mañana trabajará para mover el debate hacia la izquierda en lo posible, cubriendo el flanco para asegurar que la ley se apruebe. Estamos ultimando detalles, no decidiendo si habrá ley o no.

En fin, quizás peco de optimista, pero creo que los demócratas lo tienen -casi- ganado. Ahora falta ver si serán capaces de aprobar una buena ley, o se las arreglarán para sacar adelante una chapuza de tercera que no solucione el problema del todo y acabe por ser impopular. Son perfectamente capaces de pifiarla, no lo duden.


2 comentarios

  1. MuGaR dice:

    pues que cante la de 99 problems xdd

  2. Dani dice:

    Pues sí, ya sabes, todos los años hay por lo menos uno o dos partidos del siglo… y tantos momentos históricos que marcarán un antes y un después en la historia de la humanidad… es lo que tiene tener que vender periódicos.

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