Política

El escenario menos malo para Cataluña

28 Ene, 2018 - - @egocrata

En una comedia de Woody Allen (no recuerdo cual) el protagonista, en un ataque de ansiedad vital, exclama que «veo un un futuro negro, veo horrores, veo desastre, ¡veo abogados!». El espectáculo de ayer en el tribunal constitucional me hizo recordar, tristemente, este chascarrillo. Cuando una disputa acaba con un desfile de abogados de por medio, es señal que las cosas han ido horriblemente mal.

La disputa jurídica de ayer, enésima en el circo inacabable del procés, confirma lo disfuncional de la política catalana estos días. Lejos de intentar solucionar los problemas reales de la sociedad catalana (cosas como no sé, un 24% de pobreza infantil), los políticos están todo ocupados peleándose sobre cómo votar quién va a mandar en el terruño, litigando furiosamente a cada paso. Llevamos seis años largos con esta historia, merced de un bando que se ha tirado al monte,  completamente obsesionado con sus «jugadas maestras» qué no le han dado ni un sólo voto más que los que tenían hace 20 años y han acabado con la suspensión del autogobierno.

La decisión judicial de ayer y ciertas dinámicas asociadas a ella, sin embargo, me da cierta esperanza de que quizás, sólo quizás, Cataluña ahora quizás tenga un camino para dejar atrás años batallas kafkianas. Es un sendero estrecho y difícil, pero creo que puede haber una salida.

Empecemos por el principio: el «motor» del procés ha sido en gran medida la competencia dentro del bloque nacionalista entre PdCAT y ERC. Los dos partidos se pelean por el mismo electorado, y lo hacen a base de prometer fervor patriótico e independentismo a granel. Las dos formaciones se vigilan mutuamente, acusándose de blandos cada vez que uno de ellas sugiere levantar el pie del acelerador. Lo vimos en octubre, cuando el gatillazo de Puigdemont en su intención de convocar elecciones, y lo vimos durante la campaña electoral, cuando ERC dejó de tratar a Puigdemont como presidente-en-el-exilio y habló de recuperar las instituciones sin él al mando. En ambos casos, los líderes y allegados del partido rival les acusaron de vendidos, debiluchos y nenazas, y forzaron una vuelta al radicalismo.

La resolución del tribunal constitucional de ayer, no obstante, crea un posible escenario donde este equilibrio perverso puede romperse. Ahora mismo, la prioridad de un porcentaje significativo de los líderes de ERC y del PdCAT es recuperar el control de las instituciones catalanas. Este porcentaje es probablemente mayoritario entre los republicanos, y lo suficiente considerable en los ex-convergentes como para que tengan un peso significativo en el proceso de toma de decisiones del partido. El motivo ulterior es bastante secundario: ya sea porque sin controlar la Generalitat no hay secesión posible*, sea porque fuera de la Generalitat hace mucho frío, el principal objetivo es volver a formar govern y librarse del 155.

Los líderes de ambos partidos saben que para eso suceda, Puigdemont no puede ser presidente. Pueden hacer todos los aspavientos que quieran de cara a la galería, pero tener a un tipo huido de la justicia en Bélgica presentándose a la investidura por Skype equivale a seguir con el 155 hasta el fin de los días. Si Puigdemont vuelve a Barcelona, es obvio que ningún juez en España le dejará presentarse desde la cárcel.  El ex-president es ahora un lastre, y su investidura, o cualquier intento para que sucediera, hubiera sido anulada tarde o temprano.

Aunque la tentación de ambos partidos ha sido competir por ser lo más independentistas posibles, ahora mismo los incentivos apuntan en dirección contraria. Aunque la opción «pura» y radical sería inmolarse apoyando la investidura de Puigdemont contra viento y marea, tanto ERC como el PdCAT tienen otras prioridades. Los republicanos sospecho que son conscientes que lo de la secesión está perdido, al menos a corto plazo, y quieren recuperar la Generalitat como premio de consolación. Los ex-convergentes que no están de turismo por Flandes, mientras tanto, están un poco hartos de que un tipo en Bélgica les esté dando la tabarra todo el rato por Skype pidiendo que se lleven todos los tortazos mientras él come chocolate, y también echan de menos los despachos oficiales. Cuando, de forma inevitable, la investidura de Puigdemont se estrelle,seguramente van a acordar investir un substituto y formar un gobierno medio normal.

Esta pequeña retirada, una pequeña rendición hacia las estructuras del estado la defenderán como algo que se hace «por el bien de Cataluña», recuperar el autogobierno, etcétera. Será también un precedente: la primera vez que los dos partidos dominantes del bloque nacionalista (los de la CUP están chiflados, y eso lo sabe todo el mundo) habrán dado un paso atrás sin llamarse traidores entre ellos.

Del mismo modo que las carreras hacia la irresponsabilidad pueden ser contagiosas, los movimientos hacia la cordura a veces tienen efectos parecidos: «Dios santo, hemos aplicado la ley, estamos en la Generalitat, y nuestros votantes no nos han linchado»no es un mal principio. Si el gobierno del PP actúa con cierto tacto y da señales más o menos decentes que están dispuestos a dar concesiones si la moderación persiste (incluyendo indultos – Iceta fue el que lo dijo en voz alta, pero todo el mundo sabe que veremos algunos), es posible que veamos primero un aplazamiento del procés, y una vuelta al incrementalismo y la legalidad más adelante.

Nada garantiza, no obstante, que esta sea la dinámica que acabe por imponerse. El Partido Popular ha mostrado una notoria falta de disciplina en su mensaje y una patológica incapacidad para entender que va ganando. Rajoy y los suyos, además, temen con razón a Ciudadanos de cara a las próximas generales. Los de Rivera han mostrado un autocontrol considerable en su apoyo al gobierno (aplicando la máxima de no interrumpir a tu enemigo cuando está cometiendo un error), pero tendrán fuertes tentaciones para romperlo.

En el lado secesionista, los sectores más montañeses del independentismo no van a quedarse quietos, y ambos partidos vivirán siempre con la duda de si el riesgo de otro 155 compensa la posibilidad de sacarse a sus aliados de encima. Puigdemont va a seguir dando espectáculo, no importa qué hagan sus compañeros, y puede que vuelva entre grandes aspavientos para provocar una reacción desmesurada del estado estilo uno de octubre, y Rajoy es lo suficiente bobo como para dársela. Hay decenas de imprevistos que pueden dar al traste con el mejor de los planes.

En todo caso, hay una opción viable para romper la dinámica de los seis últimos años. La aplicación del 155 ha dejado claro a los independentistas que el estado puede quitarles sus juguetes y forzar que se acabe la fiesta sin que nadie en Europa mueva un dedo para ayudarles. Cuando vuelvan a la Generalitat, con Puigdemont fuera del govern, los cantos de sirena del ex-presidente sonaran mucho menos atractivos cuando puedes atarte a las poltronas en Plaça de Sant Jaume.

El daño inflingido a la sociedad y economía catalanas estos últimos seis años es difícil de calcular, pero por primera vez en mucho tiempo, soy ligeramente optimista.

*: Controlando la Generalitat la secesión también es imposible con un 47% del voto. Eso debería saberlo todo el mundo, pero algunos independentistas se han autoconvencido de lo contrario, incluyendo el tipo que vive en Bruselas.


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