Los sistemas electorales, para alegría de las facultades de ciencia política, se han puesto muy de moda en España. Como poco desde los indignados estamos hablando de diferentes modelos para el caso español y ahora, con la posible reforma local, el tema todavía está más en el candelero. Puesto que los sistemas electorales interesan y todavía hay mucha tela que cortar, Jorge Urdánoz ha sacado recientemente un libro titulado “Veinte destellos de ilustración electoral (y una página web desesperada)”.
El libro, más que ser el típico manual para estudiantes de primero, se trata de un provocativo ensayo en el que el Urdánoz interpela continuamente al lector. La tesis central de la obra sigue alineada con sus diferentes artículos de periódico; desde 1977 nos habríamos convertido en los campeones mundiales de la manipulación electoral gracias a un sistema que distorsiona gravemente las mayorías políticas de nuestro país. Atrapados a todas luces por un sistema injusto, tan solo sería posible enmendar la situación con una movilización ciudadana que forzara la implantación de un distrito único en España (o, defendido como equivalente, un sistema electoral mixto compensatorio “alemán”).
Para desarrollar esta idea, Urdánoz insiste en distinguir entre manipulación y diseño electoral. La manipulación electoral consiste en elaborar un sistema a tu gusto y convertirlo en una ley. Algo que, por supuesto, se hace a la medida de quien se encuentra en el poder. Por su parte, el diseño se basa en cierta teoría de cómo ha de ser la ley electoral. Mientras que la manipulación la ejercen actores políticos, el diseño electoral es cosa de pensadores, intelectuales y teóricos. En cualquier caso Urdánoz insiste en que el supuesto manipulador siempre esconderá sus verdaderos intereses egoístas – que pueden resumirse en cuotas de poder – y los camuflará con ropajes de diseño electoral, de principios como gobernabilidad o estabilidad.
Aunque en diferentes ocasiones Urdánoz carga contra el gremio de los politólogos como generadores de confusión (¿?), lo cierto es que su recurso a términos alternativos para definir las mismas cuestiones que hemos tratado en la disciplina no hacen el texto mucho más claro. Así, se refiere al efecto de la magnitud de distrito en la proporcionalidad como la “regla reductora” (cuantos más escaños en juego, más proporcional el resultado) o a diferentes sesgos del sistema electoral como “jinetes del apocalipsis”. En su descargo diré que intercalar con ejercicios prácticos cada una de las explicaciones es de ayuda, pero probablemente no merecía la pena complicar tanto los términos.
En la primera parte del libro el autor trata en detalle todos esos sesgos. Habla primero de “división” o gerrymandering; el dividir los distritos troceando mayorías de diferentes partidos. Aquí se nota el conocimiento del autor sobre el caso de EEUU y narra con bastante detalle cómo funciona el sistema americano. ¿Es posible que ocurra en España algo así con organizaciones jurídico administrativas cerradas como las provincias? Igual en Asturias y Murcia ya se da, o incluso alguien podría decir que con la reforma del PP madrileño tal vez, pero de existir dicho sesgo ha sido una constante desde 1977. No creo tanto en la inmutabilidad de las mayorías políticas en 35 años.
Sobre el jinete “reducción”, Urdánoz se refiere simplemente al efecto mecánico y psicológico que tienen las bajas magnitudes de distrito sobre la fragmentación electoral. Menos partidos ganan escaño porque bien hay un efecto matemático (mecánico) o bien tanto votantes como elites desertan/ se coaligan/ voto estratégico (psicológico). Sobre “desigualación” el autor se explaya con el desajuste entre la población y los escaños que se eligen, el de la clásica afirmación de que el escaño en Soria es más barato que en Barcelona. Es decir, lo que llamamos malapportionment – de nuevo, criticado por ser un “palabro complicado”. Finalmente, se refiere a “disolución”, que es el grado de concentración territorial del voto y ahí… bueno, ahí interacciones son más complejas porque es mucha presunción pensar que la distribución del voto es homogénea en un país.
Aunque se supone que todavía habla de manipulación, con frecuencia la discusión del autor divaga hacia temas de diseño, como él mismo reconoce. Lógico cuando no son dimensiones que puedan separarse del todo. En cualquier caso, su defensa de Hondt y su apunte al clásico problema en España de las circunscripciones pequeñas hace bastante por clarificar los sesgos del sistema español en el Congreso. Finalmente, distingue entre sistemas fragmentados, los intermedios y los uniformes según el tamaño de sus distritos (uninominal, proporcionales intermedios y distrito único).
En la parte segunda el autor trata una plétora de temas más variado. Por ejemplo, insiste en la inutilidad de las listas abiertas sobre la base del poco uso que hay en el Senado (véase aquí para más detalle) o se explaya sobre la manipulación electoral que puso en marcha la UCD con este sistema. Hay que reconocer que su alabanza a Óscar Alzaga me ha parecido muy honesta e interesante, un reconocimiento a la auténtica eminencia gris que diseñó nuestro sistema electoral. En esta parte, en un momento dado, Urdánoz también defiende el trasplante del modelo alemán en España; cambiar el senado por una cámara territorial, aplicar un sistema que a efectos prácticos opere como distrito único y que los partidos dejen de colonizar las instituciones. Aunque algunas de estas ideas puedan contar con mis simpatías, lo cierto es que se salen un poco del hilo conductor del libro.
Su crítica al concepto de representación territorial es feroz y creo que a veces emplea, respecto a Euskadi, alguna imagen un poco desafortunada. En todo caso, entiende con claridad que los sistemas “mayoritarios” no son tales porque no representan a la mayoría. Sin embargo en su argumento salta con frecuencia entre el nivel local (el del distrito), donde sí hay una “minoría mayoritaria” (simple o absoluta si hay dos vueltas) y el nacional, el cual no tiene por qué serlo. Cierto, eso sí, que en un sistema proporcional puro la mayoría de escaños y de votos coinciden a nivel nacional, con lo que dicho sistema es (rizando el rizo) mayoritario. Sin embargo, podía haberle sacado mucha más enjundia a la crítica a estos sistemas que él llama “fragmentados” hablando sobre sus pobres resultados en rendición de cuentas, políticas públicas o incluso su tendencia a la polarización política en sociedades heterogéneas.
En suma, parece que para Urdánoz cualquier sistema que no sea un distrito único – o mixto compensatorio – implica una distorsión de la democracia, lo que nos deja con el escaso plantel de Alemania, Nueva Zelanda, Israel o Países Bajos como modelos de buenos sistemas electorales. Por ir concluyendo, creo que el libro de Urdánoz es atrevido y sugerente pero quizá por eso no lo recomendaría a alguien totalmente virgen en la materia. Al mezclar doxa y episteme logra hilar un texto dinámico pero claramente posicionado, como no podía ser de otra manera en un ensayo. Aunque el autor en un momento dado recomiendo que nos olvidemos de todos nuestros conceptos e ideas sobre ciencia política yo invito a que los conservemos para poder mantener un diálogo honesto con este interesante libro.
¿Y sobre las barreras electorales no dice nada? Porque por esa regla, Alemania tampoco debería valer como sistema.
[…] Destellos de ilustración electoral […]
Lo cierto es que todo el debate se centra en la proporcionalidad y otras cuestiones más relacionadas con la representación de los partidos políticos en las instituciones públicas, recortando el debate de la representación, exclusivamente, al ámbito partidista. La representación política no es de los partidos, sino de los ciudadanos, y por ello hay que encontrar o desarrollar nuevas fórmulas.
Creo más acertada la teoría de las mónadas de Antonio García-Trevijano Forte, que todos los estudios sobre los sistemas proporcionales que se puedan hacer y que lo único que buscan en dar solución a la representatividad de loa partidos políticos.
Un sistema mayoritario a doble vuelta en distritos de no más de 100.000 habitantes sería la solución idónea para el legislativo y la circunscripción nacional única para el Presidente del Gobierno (ejecutivo), también. Así se profundizaría también en la separación de poderes.
Merece la pena cambiar la constitución para tener democracia en España.