Por Carles A. Foguet
[N. del A.: Este artículo fue pensado para lo que se conoce como “espacio catalán de comunicación”, y a él hacen mención la práctica totalidad de los enlaces y, en consecuencia, a él se aplican las conclusiones. Sin embargo, un breve vistazo al “espacio de comunicación español”, sea esto lo que sea, deja claro que la tesis del artículo puede sobrevivir también en ese ecosistema.]
Este artículo no pretende discutir si las tertulias políticas y de actualidad son el formato óptimo a la hora de contribuir a la creación de la opinión pública (más que nada porque el artículo sería tan largo como espacio hiciera falta para escribir “no”, y esto no sería demasiado propio de nosotros), ni hacer leña de un árbol, los tertulianos, que otros se están empleando con entusiasmo en hacer caer. Pero dando por hecho que las tertulias son un formato con aparentemente buena salud y que tenemos que convivir con ellas, sí querría hacer hincapié en su carencia de representatividad, que queda todavía más al descubierto en tiempo de lealtades cambiantes y cuestiona las explicaciones convencionales que se habían sostenido hasta ahora.
Mucho antes que yo, otros ya han puesto de manifiesto la carencia de representatividad demográfica y socioeconómica del pool principal de tertulianos de nuestro país. La creación de la opinión pública depende, muy resumidamente, de unas pocas docenas de personas que se asemejan mucho a una minoría muy concreta del país que, nada casualmente, es la minoría de la cual emana buena parte de la clase dirigente, ya sea en la política o en la economía. Lacras persistentes en estos estratos, como la falta de mujeres o jóvenes, reaparecen también cuando ponemos el foco sobre los participantes en las tertulias.
Pero, al fin y al cabo, estamos hablando de tertulias políticas. ¿Qué pasa con la representatividad política de los tertulianos? ¿La carencia de representatividad social es la causa o la consecuencia de este sesgo? ¿Podrían ser políticamente representativas a pesar de no serlo socialmente? Cómo alertaban Marc Rius y Ana Sanz (que lo circunscribían a los medios públicos), este ha sido un tema que ha pasado absolutamente desapercibido, a pesar de su aparente relevancia:
“De manera sorpresiva, a diferencia del caso de los espacios informativos, la composición de las tertulias políticas no protagoniza prácticamente nunca la acción de control parlamentario de los medios públicos por parte de la oposición, ni a nivel estatal ni a nivel catalán. Tampoco encontramos referencias concretas en los informes que sobre la observancia del pluralismo político en la televisión y en la radio elabora el Consejo del Audiovisual de Cataluña (…)”, “Tertulias políticas en los medios públicos”, Revista Nuevos Horizontes, nº 204, 2012
Durante mucho tiempo se ha aceptado como válida la hipótesis de que las tertulias políticas pretendían representar la pluralidad de la sociedad a la que se dirigían (y de la que emanaban los tertulianos). Es una explicación convencional que hemos tendido a dar por buena porque, mal que bien, sí que había una correlación más o menos clara entre el mapa político–electoral (creo que es necesario el matiz: las diferentes sensibilidades políticas no pueden reducirse sólo a la oferta partidista actual, pero es el proxy más operativo de que se dispone) y la composición agregada de las tertulias en los medios, tanto en los públicos como en los privados. Y la sospecha de que todos los actores implicados (medios, tertulianos y los partidos que estos representaban) operaban de manera explícita de acuerdo con este esquema.
¿Pero qué ha pasado cuando el mapa político ha cambiado de manera significativa? ¿Ha cambiado del mismo modo la composición de las tertulias para continuar siendo más o menos representativas? Dios nos guarde de repartir carnés de nada a nadie, pero por suerte esta vez no hará falta: la estabilidad en el pool de tertulianos habituales los últimos dos años es bastante obvia como para responder por sí misma la pregunta.
Hay dos ejemplos extremos que saltarán a la vista de cualquier que siga las principales tertulias de Catalunya: la sobrerrepresentación de las posturas del PSC y la invisibilidad de las de C’s. Mientras que los primeros han visto cuestionada su centralidad y han acusado grandes pérdidas de representatividad política a todos los niveles, los opinadores que están estrechamente relacionados con el PSC continúan asistiendo a las tertulias en una proporción mayor a la esperada. Los segundos, tres legislaturas y nueve diputados después, siguen siendo incapaces de trasladar sus opiniones a través de algún participante afín más o menos estable en las principales cadenas.
Si Robert Michels formara parte del Cercle Gerrymandering podría formular un corolario a su famosa ley de hierro de la oligarquía que se aplicara a las tertulias. De acuerdo, no son una organización, ni siquiera informal, pero su duración y la estabilidad en su composición pueden haber acabado provocando que se desarrollen patrones demasiado similares. El paso del tiempo ha creado una oligarquía de opinadores cada vez más alejada de las mayorías sociales que dicen (no sabemos si también lo pretenden) representar: una burocracia de la opinión. Los asistentes habituales a las tertulias han acumulado recursos de todo tipo (desde la habilidad ante los micrófonos o las cámaras hasta una densa red de contactos) que les permiten especializarse ya no en un tema específico (cosa que sería casi deseable) sino en un skills set muy concreto que, de alguna manera, les ha permitido “profesionalizarse” y aumentar día a día el abismo que les separa de sus sustitutos potenciales.
Para Michels, este proceso de especialización tenía derivadas positivas. Pero también otras negativas que, quizás, podemos apreciar en este caso: ¿han acabado los tertulianos abandonando sus objetivos externos (exponer y defender su posición política de manera autónoma) a favor de otros de carácter interno (seguir siendo seleccionables y, en consecuencia, defender posturas confortables para sus seleccionadores)?
El encanto de esta explicación es que es igualmente consistente desde el lado de la demanda (y nos ahorra tener que recurrir a la conspiranoia): los medios no tienen incentivos para incurrir en el riesgo de renovar sus tertulianos habituales y poner en peligro el atractivo del formato. La configuración actual es, aparentemente, rentable y no hay que invertir recursos para buscar, seleccionar y formar nuevos tertulianos que sustituyan a aquellos a los que los cambios políticos han convertido en prescindibles. Ahora bien: esta explicación lógica no excluye otras que, seguramente, ya habréis improvisado mentalmente (empezando por la preeminencia de los intereses editoriales del grupo mediático de turno, claro).
Lo que parece suceder, a pesar de que hará falta más tiempo para poder comprobarlo del todo, es que en las tertulias persiste la vieja centralidad política, incólume a los cambios políticos recientes en el país. Esto obliga a buscar hipótesis alternativas –como la que sugerimos- que expliquen por qué pasa esto. Y aconseja preguntarse si las explicaciones convencionales que habíamos aceptado hasta ahora habían sido verdad en algún momento.
Este artículo fue publicado originalmente en catalán en el Cercle Gerrymandering.
No es extrapolable al estado español. En Al Rojo Vivo se han incorporado recientemente Pablo Iglesias y Tania Sánchez Melero, que son más rojos de lo que se suele ver en la tele y no es casualidad. Claro que a La Sexta no le ha hecho falta buscarlos, los sacaron de La Tuerka.
Pablo Iglesias va a Intereconomia, de hecho. Y Verstrynge.
Es probable que no sea perfectamente extrapolable y que necesite algunos ajustes, pero déjame hacer unos apuntes a tus matices (sin cuestionarlos, porque son ciertos):
1) Es La Sexta, o sea, que es una cadena periférica con audiencias relativamente bajas (y, en consecuencia, una influencia limitada en la configuración de la opinión pública).
2) Es La Sexta, o sea, que es una cadena con cierto sesgo ideológico (sí, como todas, pero mucho más obvio).
3) Como bien apuntas tú mismo, soslayan parte de los costes cooptando tertulianos de otros «medios», de manera que reducen los riesgos que implica formar de nuevo a un tertuliano.
Si soy franco, no miro demasiado la televisión y no escucho demasiado las radios de alcance español, pero lo poco que he visto de tertulias en TVE, Tele 5 (ahí entra incluso El Gran Debate) o Antena 3 no se diferencia tanto de lo que nos ofrecen aquí TV3, RAC1 o Catalunya Ràdio.
Que los políticos y los tertulianos se parezcan es completamente normal, ya que se parecen entre si y a la opinión pública.
Los partidos políticos, los tertulianos y los políticos juegan contantemente a un concurso de belleza keynesiano donde pretenden ser «populares», así que realimentan los tópicos de curso común de la opinión pública nacional. No son «representativos» demográficamente, sino representativos de la demografía de las personas políticamente interesadas.
Si los jóvenes están alienados de la política, no forman parte del público al que se dirigen las tertulias políticas, lo que les hace menos interesantes para quienes tienen por objetivo maximizar la audiencia de una tertulia política. Una tertulia política que no contiene apenas tertulianos jóvenes, a su vez, hace menos interesante para los jóvenes el seguimiento de la política…
La vida social está regida por teoremas del punto fijo, y equilibrios derivados de los mismos.
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¿Desde cuando se publican aquí communitymanagerialidades?
Niego la mayor, las tertulias que incluyen representantes de varias ideologías me parecen aburridísimas. Me explico: si tenemos en la tertulia (de radio, porque en la TV no hay espacios políticos de debate hace ya mucho) representantes de izquierda, derecha, nacionalistas, básicamente se limitan a reproducir el debate que mantienen los partidos (PSOE, PP, CIU, etc). Incluso como hemos leído hace poco, sabemos que hay tertulianos teledirigidos vía SMS.
Otra cosa sería que un día a la semana (p.e.), se realizaran debates entre diputados u otro tipo de representantes políticos de los partidos, lo cual es también interesante.
[…] en días como estos, en los que Max Weber y la ética protestante es, para todólogos y demás representantes de la opinión pública, causa y consecuencia de infinidad de hechos sociales-, sino en el afán […]