Galileo pasó a la historia por su defensa del heliocentrismo copernicano. Físico, matemático y astrónomo, es reconocido como uno de los creadores de la ciencia moderna. Sin embargo, estaba equivocado en un montón de cosas.
Galileo nunca aceptó la demostración de Kepler de que las órbitas de los planetas en el sistema Copernicano tenían que ser elipses, porque amaba la perfección de los círculos. Y estaba seguro de que el movimiento de las mareas era la mejor prueba de que la tierra giraba. [L]a verdad —que la luna estaba tirando del agua a distancia— le parecía un sentido, y nunca se cansó de reírse de esa idea. (Adam Gopnik)
Por supuesto, Galileo no es el único que comete errores. Lagrange dijo de Newton que era «el genio más afortunado» porque solo es posible descubrir una vez el sistema que rige el mundo. Pero Lagrange se equivocaba: dos siglos después Einstein publicó sus cuatro artículos y demostró que la física Newtoniana, aquella que tan elegantemente había predicho el movimiento de guijarros, hombres y planetas lejanos, era solo una buena aproximación.
Galileo y Newton, como Einstein y el resto de nosotros, cometen errores. Esto es una obviedad. Las personas se equivocan de forma rutinaria, por eso me sorprende que haya quien pretende lo contrario.
Si un periodista, un científico, o un futbolista dijese ser infalible, sería el hazmerreir. ¿Por qué aceptamos entonces que un político pretenda ser la excepción? Vivimos rodeados de líderes que fingen ser infalibles, que dicen tener la solución a todos los problemas y ser capaces de predecir con precisión cartesiana los efectos de cualquier medida que propongan o desechen. Sí, a veces escuchamos a dirigentes reconocer que no tienen todas las respuestas, pero es solo una pose de humildad. Esas declaraciones jamás se ven concretadas: no vemos que el político en cuestión reconozca un error reciente, ni lo vemos relativizar su posición, o mostrar un mínimo de duda. Jamás los vemos asumir algo evidente: que hay asuntos complicados sobre los que no es posible tener una posición rotunda. (Excepto, claro, si la rotundidad es infundada.)
Me diréis que es todo un juego de retórica. Que el discurso político empuja a mantener esta ficción que niega la complejidad. Pero no. No es solo retórica. Una actitud negacionista del error tiene consecuencias. Si uno asume que siempre tiene razón, si el otro está siempre equivocado, toda negociación y cualquier compromiso es contraproducente. Es más, si uno se convence de que la posición correcta es «evidente», aquellos que discrepan solo pueden hacerlo por motivos egoístas.
Así, los que niegan la complejidad de las cosas destruyen el valor del debate argumentativo y convierten toda discrepancia en un duelo entre el bien (nosotros y la verdad) y el mal (ellos y sus mentiras). Lo que me pregunto es en que bando apuntarán a Galileo.
En una democracia, los objetivos los fija el electorado, que, por supuesto, es totalmente ignorante acerca de su corrección. Precisamente, es en el ámbito de la política en el que se mantiene esta ficción, la de tratar a ignorantes como expertos.
Tal vez, los representantes sólo siguen con el mismo juego.
A ver, hay que distinguir…
En democracia cada votante se supone que elige el programa político más adecuado para sus objetivos personales, los cuales están determinados por su condición personal y social, sus ambiciones y sus creencias. Y no está nada claro sobre qué base un experto puede decirme que mis objetivos están equivocados.
Evidentemente tanto el político como el votante pueden equivocarse en los medios utilizados para lograr ese objetivo, bien porque no sean adecuados o suficientes, bien porque tengan efectos secundarios no deseados. Y en ese sentido los expertos tienen el deber de informar a los votantes y asesorar a los políticos (o presentarse ellos mismos a las elecciones). Y los políticos y los votantes deberían hacerles caso, sobre todo si existiera una ciencia político-económica fiable a efectos predictivos…
Y por supuesto nada en el concepto de la política o la democracia impide que todos los implicados, votantes, políticos y expertos, reconozcan que tienen limitaciones e imperfecciones, que pueden estar equivocados, que corregir esas equivocaciones es bueno para ellos, y que a los datos y los argumentos se les debe dar el valor que tienen, independientemente de que les den la razón o no.
Lo que lo impide es precisamente la imperfecta naturaleza humana, y la aún más imperfecta naturaleza de los sedientos de poder y de gloria.
Si los objetivos (lo que ahora se llaman valores) pueden ser discutidos de forma racional o no, nos llevaría probablemente demasiado lejos.
El problema que de todos modos persiste es: ¿cómo los que no saben distinguen y, en consecuencia eligen, a los que supuestamente sí saben, ya sean políticos o científicos sociales?
Bueno, dado que los que supuestamente sí saben, ya sea científicos sociales o políticos, no dan ninguna muestra de ponerse de acuerdo entre ellos sobre quién tiene razón, debe de ser muy difícil.
La única manera que se me ocurre es que los que saben compitan para convencer a los que no saben de que realmente saben; con buenos argumentos o, mejor todavía, con hechos que demuestren que lo que dicen es cierto.
¿Esto es aplicable al Partido de la Verdad Absoluta?
Muy interesante opinión sobre el lugar al que puede ir esta democracia en el estado en el que se encuentra. ¿No estaremos de nuevo ante la dicotomía amigo-enemigo como propia de la política de la que hablara Schmitt? Quizás, además, los políticos se han olvidado de la realidad y por ello hacen discursos y programas cuasi-utópicos en los que algunas propuestas (800.000 puestos de trabajo, autosuficiencia energética…) demuestran o ignorancia del país en el que se vive o deliberada voluntad de mentir.
Yo creo que eso del debate argumentativo no tiene un mercado rentable aquí. El único político que recuerdo declararse a sí mismo repetidas veces «humano» y aceptar que no era omnisciente ni tenía el poder mágico para resolver nada se llamaba Zapatero, y si hubieran podido sacrificarlo en lo alto de una pirámide y comerse sus entrañas lo habrían hecho.
La ley de oferta y demanda, y lo que demanda el mercado español es políticos infalibles – cada uno tiene el suyo, no hay más que ver cada vez que Anguita suelta una de las suyas, los indignados aplauden con las orejas -.
Coincido con lo de la humildad de Zapatero, mira que he criticado mucho sus errores pero me parece de los mejores políticos que hemos tenido en España en muchísimos aspectos, pero en el más importante, el económico, no ha estado a la altura.
Kiko como de costumbre excelente artículo. Siempre me ha dado la impresión que a un político presentar dudas sobre su proyecto o ideas le convertía en una diana fácil para sus críticos y perdería gancho entre los suyos. Sobretodo lo parece en los grandes medios de comunicación cuando escuchas a los «analistas» políticos. Un ejemplo relacionado es el de como se ataca a un partido cuando en él varios miembros presentan distintas posiciones.
No quería hacer una valoración general de Zapatero sino sólo del tema que se estaba tratando, es decir, de ir siempre diciendo por delante «me puedo equivocar» o «a veces las cosas no salen bien». Creo que era su mayor virtud política y es más que obvio que el Pueblo español (TM) no lo ha valorado en absoluto. Vamos, que le importa una mierda eso a la gente.
La primera baja en la guerra de trincheras ideológica es la duda, sobran evidencias durante los dos últimos siglos.
No quiero aburrir.
Buen artículo. Y buenos comentarios.
Pero ¿cuándo se equivocan los políticos? ¿Una mala política que da sus votos es menos preferible que una buena política que conduce a una derrota electoral? Al menos, preferible para los políticos, que son los que han de decidir cuál deben aplicar. Además, en el contraste argumentativo, casi todos los argumentos poseen una parte de verdad (o simplemente la observan desde una perspectiva diferente).
Además, creo que muchos políticos (en el nivel alto; el nivel local es otra cosa, más mediocre y plagada de mediocres) son conscientes que sus afirmaciones rotundas son, en realidad, parciales y sesgadas. Sólo los muy doctrinarios (estilo Anguita) creen que hablan de verdades. Y eso es así porque saben que, a menudo, cuanto más convencido parece un decisor, más fácil es que persuadir a los demás.
En el fondo, nosa enfrentamos al problema de la verdad y la hipocresía en política, del que ha hablado David Runciman en «Political hypocrisy».
Fíjate que tanto Eintein como ahora Stephen Hawking, son dos tipos humildes, que siempre dejan la puerta abierta a ulteriores descubrimientos, que rebatan o afirmen los suyos, cosa difícil de ver en la ciencia.
A mi modo de ver la humildad de Zapatero no era sincera. Un hombre que sigue una política equivocada siendo conocedor de ello, incluso en contra de sus creencias o las que en su día predicó, no es humilde sino pragmático y cínico. La humildad es, en este caso, la excusa del cobarde y traidor. Para mí ser humilde significa reconocer un error por haber sido inconsciente de él. Zapatero nunca erró, ya que sabía perfectamente lo que hacía y lo que acarrearía (las explicaciones de Miguel Sebastián sobre lo que pasó no tienen desperdicio).
Yo soy un defensor de Zapatero, dentro de lo que cabe. Creo que fue un presidente mediocre, que cometió algunos errores gordísimos pero que también pasará a la historia por un par de cosas buenas. También diría que dentro de lo que hay fue bastante sincero al decir lo que pensaba (aunque muchas de las cosas que pensaba eran disparates). ¿Pero humilde? Eso no. No se puede llegar hasta donde él llegó siendo humilde. Que en su estilo de hablar afectara cierta modestia no quiere decir nada. Probablemente Rajoy es mucho más humilde en la realidad, y con razón; por eso no se atreve a dar la cara.
«los que niegan la complejidad de las cosas destruyen el valor del debate argumentativo y convierten toda discrepancia en un duelo entre el bien (nosotros y la verdad) y el mal (ellos y sus mentiras)»
Me gusta mucho tu comentario final. Sin duda el individuo tiene que cada vez más aceptar sus errores y verlos como una oportunidad de aprendizaje y sacar de la retroalimentación constante herramientas de crecimiento profesional y personal.
En política es muy complicado pero no imposible aceptar los errores teniendo en cuenta que un error le puede costar su carrera a cualquier político y más aún cuando la política es una profesión y forma de vida donde las emociones, actos y palabra están siempre a prueba y otro factor que influye en política es que tener la razón y “poseer la verdad” es el sinónimo del apoyo popular y el triunfo en las urnas.
El ciudadano es el que cada vez debe volverse más crítico y utilizar todos los medios que tenemos a nuestra disposición como las redes sociales y mecanismos de participación ciudadana de cada país para
que los políticos hagan política de manera más participativa e incluyente y donde la toma de decisiones nazca de construcción creada en sociedad con diferentes puntos de vista y no de la verdad absoluta del partido que ejerza el poder .
Creo que el gran cambio que nuestra generación puede darle a la política es usando las herramientas que las nuevas tecnologías de la comunicación nos brindan para empezar a ensayar formas de hacer política de manera más participativa, transparente, con grandes dosis de retroalimentación ciudadana y con una forma de vivir la democracia más allá de las urnas.
Saludos desde Cuenca, Ecuador.
Paul Jarrin