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Notas aleatorias sobre el «déficit democrático» de la UE (y III)

14 Mar, 2012 -

Terminaba el post anterior hablando de que lo que hacía peculiar a la UE no era como eran elegidos los líderes, que son normalmente líderes nacionales, sino que las políticas se formulan por consenso. Como resultado de esto, no hay propiamente elecciones competitivas porque la política europea está muy “intergubernamentalizada”.

Para mí, esto es lo fundamental de esta historia porque es un experimento controlado de cómo los mismos líderes elegidos de la misma forma, enfrentándose a entornos de incentivos distintos, producen decisiones distintas. La historia del proceso de integración Europeo está llena de casos de líderes que van a cumbres Europeas y vuelven aceptando cosas que jamás podrían haber puesto en marcha en su sistema político interno. No hace falta que penséis en el caso de Grecia. Podéis pensar en Jospin aceptando la Estrategia de Lisboa o en Thatcher con Maastricht y el Acta Única. Ante esto, uno puede argumentar que en las cumbres Europeas los políticos son drogados y forzados a aceptar cosas contra su voluntad. Pero una interpretación más realista es que las decisiones son distintas a nivel Europeo y a nivel interno porque se toman en entornos distintos y los políticos se enfrentan a incentivos distintos, dejadme desarrollar esta idea.

Uno puede argumentar que los votantes no entienden las decisiones políticas a nivel Europeo y por eso son incapaces de vigilar a sus políticos. Es verdad que no tenemos una prensa Europea y que por alguna razón la mayoría de los ciudadanos no manifiesta interés en la toma de decisiones a nivel Europeo. Pero esto ilustra precisamente el problema de definir qué es una democracia. Si uno deja de pensar la democracia como un sistema en el que la gente vota y empieza a pensar en ella como uno en el que el voto es un input más del proceso político, lo que observa es que los actores de este proceso –los grupos de presión, organizaciones de la sociedad civil, prensa- tienen estructuras de influencia muy distintas a nivel Europeo y a nivel nacional. Por tanto, uno empieza a ver que existen muchos otros actores que afectan la toma de decisiones -y en particular la formación de la opinión pública- y que el proceso político tiene como función agregarlos; que estos actores tienen una influencia variable; y que una teoría de la democracia que valore el sistema sólo en función de si las instituciones han sido elegidas directamente por el voto deja bastante que desear.

¿Es realmente la gestión de la política a nivel comunitario poco democrático? ¿Sería muy distinta ésta con un parlamento más poderoso? Yo personalmente lo dudo. La política comunitaria refleja el peso de Francia y Alemania en la medida en que estos son los países más grandes de la Eurozona tanto desde el punto de vista económico como demográfico, así que un sistema democrático en el sentido convencional del término produciría soluciones similares porque los votantes y grupos de presión franceses y alemanes tendrían un peso similar. Es más, la capacidad de los países del Norte para formar una coalición ganadora sería sustancialmente mayor que ahora en la que, al menos, las soluciones se toman por consenso. En la mayoría de los sistemas federales las cosas funcionan así.

Por otro lado, es fácil entender la tendencia de los líderes a aceptar cosas inaceptables en cumbres internacionales como una maniobra para evadir las presiones internas. Pero esto abre la puerta a entender una de las razones por las que la UE es un gran invento. Si aceptamos que nuestras democracias internas son también imperfectas, funcionan mal, son susceptibles de ser rehenes de grupos de presión o minorías dominantes en caso de gobiernos con mayoría relativa, etc, entonces existe margen para mejorarlas. Y una de forma de mejorarla  -y pienso que hay argumentos para defender una interpretación del proceso de integración basado en esta idea- es precisamente dándole a los gobiernos un método para atarse al mástil y evadir las presiones de los grupos internos. Lo que nos asegura que los gobernantes no aprovecharán este margen de maniobra para hacer lo que quieran es precisamente el sistema de contrapesos y, sobre todo, de decisión por mayoría que hay en el entorno Europeo, que asegura que esto sea una forma de decisión excepcional y dónde la posibilidad de herir algún interés particular es minimizada por la amplitud de la coalición que es necesaria para llevarla a cabo.

Queda una última crítica que es la basada en la legitimidad-como-percepción. Como decía, esta es posible la más interesante. Uno puede argumentar que el sistema europeo produce sistemáticamente decisiones que son percibidas como poco democráticas y que eso socava la sostenibilidad del proyecto Europeo. Es una idea que tiene sentido. Los líderes europeos llevan una cantidad interesante de tiempo usando a la UE como chivo expiatorio para hacer cosas que necesitaban hacer y que habrían tenido que hacer de todas formas antes o después.

Pero al argumentar que la legitimidad es fundamentalmente una apariencia, una construcción, una percepción de la gente, hay que tener varias ideas en mente. En primer lugar, estamos sugiriendo que la gente no es capaz de entender los procesos de decisión; es decir, estamos argumentando a favor de la democracia usando la estupidez de la gente como premisa. Uno puede aceptar que ningún sistema puede ser percibido como legítimo sin un poco de populismo, pero no puede argumentar que el populismo es una buena idea per se. En segundo lugar, la legitimidad –entendida como percepción- debe ser puesta en la balanza con más cosas y, concretamente, en situaciones de urgencia hay razones para pensar que debe quedar en un segundo plano. Por último, lo razonable en estos casos no es pedir menos poder para la UE; es exigir más participación política en los procesos comunitarios. El día en que yo vea a los partidos, sindicatos y activistas españoles trabajar de forma coordinada con los del resto de la UE, enlazar noticias del FT (el único periódico genuinamente europeo) y prestar atención a lo que ocurre en el parlamento Europeo, aceptaré que hagan este tipo de crítica. Sin embargo, de momento, el panorama es el de gente que no entiende muy bien por qué hay que aprender inglés, así que pedir que la UE se vuelva más democrática cuando los canales de participación abiertos están lejos de estar agotados me parece, en el mejor de los casos, incoherente.


2 comentarios

  1. Manu dice:

    Creo que los tres artículos de Cives y muchos de los comentarios abren una buena serie de preguntas, dudas, sensaciones y certezas muy importantes.

    Quizás el «formato blog» no sea el más adecuado porque se subsume en su propia transitoriedad y no nos deja, ni tenemos, mucho tiempo para leer despacio, consultar textos (de una materia amplísima académica y políticamente), pensar y correlacionar estas ideas con otras cosas que suceden en paralelo, etc.

    En otras palabras, quizás valdría la pena tratarlo en un formato tipo seminario de postgrado con una buena dirección académica e interacción alta.

    Es, creo, un asunto muy importante porque estamos en un tiempo en el que se están cocinando enormes cambios sociales, económicos y geopolíticos y se está haciendo en una clara regresión de ideas e ideales (como mínimo). También de procedimiento.

    Es innegable el déficit democrático pero no sólo de la UE, en los países también hay una regresión brutal hacia la segunda definición de libertad de Isaías Berlin: La libertad de obligar a que otros hagan «mi voluntad» (partitocracias, Instituciones y organizaciones supranacionales).

    Dos ejemplos:

    1. El año pasado la UE da instrucciones de que se guarden dos años todos nuestros correos electrónicos. (No sabían que ya hay quien los guarda cinco o más). El caso es que esto –que en mi opinión ningún parlamento del mundo puede tener derecho a dictar–, se hace sin necesidad de debate. Por cojones y sin discusión.

    2. Los propios informes de la Generalitat ratifican que el fracaso escolar de los niños hispanoparlantes obligados a escolarizarse en catalán es el doble de los que pueden hacer los deberes en casa con sus padres en catalán. Estos niños así perjudicados, además, suelen ser los más pobres. Pues bien, ya vemos la rebelión a bordo ante repetidas sentencias contra una ley estrictamente fascista.

    ¿Quién puede hablar de democracia de calidad en estas condiciones de coacción brutal?

    Francamente, no seamos ni narcisos ni ilusos, nos están tomando el pelo de mala manera y nosotros ni siquiera parecemos darnos cuenta.

    He usado dos ejemplos aparentemente menores pero seguro que no se os escapan otros de bastante mayor impacto.

    Por otro lado este asunto está íntimamente relacionado con la aceptación instintiva del Estado Todopoderoso como un «Dios sustituto». El célebre cambalache implícito en el modelo de sufragio universal administrado surgido de la Revolución Francesa, Hegel y Marx.

    Este rasgo de poder onmímodo del estado está en la misma raíz de muchos de nuestros problemas actuales porque los incentivos en esta estructura deben racionalmente ir dirigidos a aliarse con el poder. Cuanto más cerca, mejor.
    De este rasgo del poder nacen los monoplios y los oligopolios, no del sistema económico en sí.

    Por otro lado al ver los estímulos de nuestros gobernantes y por qué se llevan tan de la mano supranacionalmente no debemos olvidar lo más obvio: La comodidad y la pereza. Ya lo tienen complicado normalmente en casa como para buscarse broncas cuando salen fuera.

    En fin, buena tertulia.

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