Es fácil burlarse del PP y su dicharachera relación con la justicia española estos días. Esperanza Aguirre, en una de esas alegres exhibiciones de cinismo, tenía hoy el santísimo morro de reconocer que hay imputados en sus listas electorales, pero que todos los son por «tonterías«. Después se extrañarán que la gente diga que está harta de la clase política, claro. Supongo que a grito de «no son dignos de tener a gente tan válida como yo al mando».

Es importante recalcar, sin embargo, que lo que está haciendo el PP puede ser cínico, pero es probable que electoralmente sea la estrategia más racional a corto plazo. Más aún, es quizás la mejor estrategia de defensa que pueden utilizar todos esos imputados, y de hecho el partido entero, para evitar que un problema potencial se convierta en un desaguisado incontrolable.

Desde el punto de vista electoral, no nos engañemos: el caso Gürtel y sus ramificaciones madrileñas son realmente difíciles de seguir. Aguirre hizo una serie de gestos simbólicos bastante ruidosos cargándose unos cuántos alcaldes hace una temporada, abriendo toda clase de comparaciones con Camps, etcétera. Creo que puedo decir que sigo la política de forma ligeramente obsesiva, y me cuesta recordar si me pareció suficiente o no, si creía que había que hacer más limpieza o quedaban más imputados. Me ha sorprendido un poco descubrir que quedan algunos, y mira que leo prensa. Para el votante medio la impresión que le quedará es que «todos son iguales», recordará que el PSM tuvo alguna dimisión, y repartirá culpas por igual. Las bases del partido, los lectores de ABC, Razón y demás, ni lo verán en la prensa.

Políticamente, además, es probable que no sea del todo mala idea tener a algunos de esos tipos por el partido. El PP tiene ese equipo de demolición jurídica que es Federico Trillo, que ha sido capaz de rescatar de pollos legales a un número no precisamente corto de cargos electos. Yo si fuera imputado por un caso de corrupción y supiera algo estaría encantado de callar todo lo que sé a cambio de tener el partido defendiéndome, francamente.

No sólo eso, por cierto: para un imputado, lo más racional es convertirse en un problema para el partido, y no lo contrario. Un político afectado por un escándalo de corrupción que dimite pasa a ser, casi de inmediato, una no-persona. Nadie va a levantar un dedo por él; era un problema y lo hemos solucionado. Si el tipo no dimite, sin embargo, es un problema constante, una tema sin solución. De repente todo el partido y prensa afín tienen un interés clarísimo de sacarle las castañas del fuego, ya que si se la pega se puede llevar por delante al partido. Es uno de esos escenarios de «no vamos a hacernos daño, ¿verdad?», sólo que con más abogados.  Aguirre hizo bien cargándose unos cuántos compañeros de partido por corruptelas. Los que quedan, sin embargo, son ahora patrimonio propio, no ajeno. No tiene más remedio que defenderles.

Mi comentario favorito de la entrevista, sin embargo, es eso que suelta que con un sistema mayoritario esto se arreglaría, ya que la gente vigilaría más a quien vota. Claro, hombre. Seguro que saldrían más por la tele.