La semana pasada, Esperanza Aguirre anunció la creación de un «Bachillerato de Excelencia». Personalmente, me reservo el juicio sobre la medida concreta hasta ver en qué queda la cosa, cómo se implementa y cuáles son las consecuencias y la relevancia reales del programa si de verdad se llega a poner en práctica. The Devil is in the details. Al margen de eso, no me resisto a compartir una impresión puramente personal y anecdótica: a pesar de las reacciones iniciales de Ministerio, PSM, IU y sindicatos, me he topado ya con unos cuantos conocidos de izquierdas que parecen más o menos receptivos a la propuesta, con todos los matices que se quiera. Quizás influya que se trata de personas con formación superior a
la media y más proclives a identificarse con los beneficiarios inmediatos de la medida. En cualquier caso, tengo la sensación de que los partidos de izquierda, concentrándose en un discurso sobre la igualdad más «primario», han dejado un terreno abandonado en torno a conceptos como la «excelencia» -el palabro parece difícil de resistir- en la educación, la gestión, etc. Un terreno que personalidades como Aguirre ocupan alegremente. Y en este caso parece que la presidenta se ha apuntado otro tanto propagandístico.
Y acoste cero, Jorge. Sólo un instituto y ya pueden olvidarse de que el sistema, en global, tiene fallos.
A cualquier padre, de izquierdas o derechas le pone eso de que sus hijos puedan tener un trato especial.
Pero el PSM ha picado como un torito bravo.
(Y en España somos tan amigos de aparentar que igual hasta empiezan a tomarse en serio lo de obligar a sus hijos a esforzarse.)
Otra cosa más.
La izquierda debería empezar a sustituir eso de «igualdad» por «igualdad de oportunidades».
Sí por favor, que se lleven a cabo esos planes de germinación de nuevas clases dirigentes. Así tendré una muestra estadística genial para poder cumplir mi sueño de hacer una tesis sobre la circulación de las élites cañí madrileñas.
Pareciera que el movimiento antiintelectual que en EEUU ha cogido el Tea Party, aquí fuera cosa de la autodenominada izquierda. Los economistas no tienen ni idea de nada, por ejemplo; para cualquier «izquierdista». Y ahora fomentar la excelencia parece un pecado capital. Aquí tenemos que ser todos iguales, pero igual de bobos se entiende.