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Mr. Senserrich goes to Washington (I)

9 Mar, 2011 - - @egocrata

De vez en cuando en Washington hay una conferencia de activistas y ONGs sobre algo remotamente relacionado con lo que hago en el trabajo. Aún más de vez en cuando, los días en que la fase lunar es propicia, la gente de mi trabajo tiene tiempo de enviar a alguien a esta clase de saraos. Y, una o dos veces al año, algún insensato decide que enviarme a mí es una buena idea.

Este fin de semana había una de estas conferencias, y un poco por casualidad me ha tocado ir a mí bajar a la capital. Por lo que sé, la liturgia de estas reuniones es siempre más o menos la misma. Un think tank en DC organiza el evento, al que acuden ONGs y activistas de todo el país. Durante  un par de días, los conferenciantes son metidos en un hotel y reciben toneladas de información obtusa sobre toda la legislación que afecta a tu tema específico. El tercer día, todo el mundo sube al Capitolio y se pasa el día visitando las oficinas de sus representantes y/o senadores, dándoles la vara de forma inacabable sobre lo crucial que es su voto en este o ese programa.

En esta ocasión, ayer martes era nuestro día de gastar suela de zapatos en los pasillos y subir a the hill para ir a pedir a nuestros legisladores que votaran en contra de la enorme batería de recortes que han presentado los republicanos. Algunos demócratas están lanzando mensajes contradictorios sobre su aprecio por algunos programas de alimentación para gente pobre, y la idea era irles a recordar que más les valía negociar rebajas de gasto en otro sitio. Los legisladores de Connecticut, en general, son muy progresistas, así que no es mucho pedir ya que están de acuerdo. Aún así, nunca  esta de más  ir a darles un toque,  explicar alguno de los decenas de problemas estructurales intratables que tiene la red de protección social americana, y hacer bulto para que las delegaciones de otros estados más conservadores parezcan más acompañadas.

Así que ya me tenéis a las ocho de la mañana con traje y corbata (algo que odio – trabajo en una ONG por algo) desayunando en una sala del Senado donde se negoció la reforma de la sanidad. La comida, mala, por cierto, pero al menos te la amenizaban con discursos de un par de senadores y un representante explicando dónde está la legislación ahora mismo. Dos de los legisladores (Bob Casey y Keith Ellison) no estuvieron del todo mal;  un discursito profesional, predecible pero bastante sólido. El tercero, Pat Roberts, fue entre friki (un senador de los Estados Unidos metiendo una referencia a la cantina de Mos Eisley en un discurso) y preocupante, con una intervención incoherente y confusa, de esas que te hacen pensar que el tipo no tiene ni idea de lo que le estás hablando. Uno de esos días en que te preguntas quién escribe la
legislación, vamos.

Tras los discursos y aplausos de rigor, era hora de caminar al otro lado del Capitolio, a los edificios de la Cámara de Representantes, a a hablar con Jim Himes y Chris Murphy, nuestras primeras «víctimas». En estos casos, sin embargo, no estás realmente pensando en a ver qué te dice el congresista, sino más bien cruzando los dedos para que el miembro de su equipo que va a sentarse pacientemente contigo durante 20 minutos quede lo suficiente impresionado para mencionarle de pasada a su jefe que hay gente muy preocupada por el programa de asistencia suplementaria a la nutrición.

Al llegar a la oficina de Himes nos dimos cuenta cuál iba a ser la tónica general del día: ibamos a tener que hablar muy rápido. Los representantes en el Congreso tienen cuatro o cinco habitaciones para montar su oficina en uno de los edificios adyacentes al Capitolio. Como tienen poco presupuesto, la cosa siempre acaba siendo una pila de muebles que han visto mejores épocas (no los cambian nunca, parece) metidos a presión en unas salas donde se hacinan siete u ocho ayudantes legislativos, y que siempre están repletas (o eso parece) de tipos con corbata que quieren hablar con alguien. Cuando entramos tenían un par de lobistas de una asociación de becarios (no es broma), los omnipresentes grupos de veteranos de guerras pasadas y un par de tipos muy discretos de Wal Mart (así, descarado), cada uno en una habitación, mientras en el recibidor esperaban un par de profesores de primaria, nuestro grupo y un tipo que no sé a quién representaba, pero seguro que le pagaban
obscenamente bien.

Mientras esperábamos nuestro turno me dediqué a escuchar discretamente que estaban hablando en la habitación de al lado (oye, se dejaron la puerta abierta), y para mi sorpresa los tipos de Wal Mart no estaban estrangulando obreros, sino quejándose sobre bancos. La reforma financiera va a limitar las comisiones de las tarjetas de débito (¡bien!) algo que los bancos detestan pero que Wal Mart se muere de ganas que suceda (más dinero para ellos). Los tipos que se ganan la vida como equipo de ayudantes de un legislador americano, por cierto, tienen el peor trabajo del mundo y muchísima más paciencia que yo. En una reunión así yo tendría fuertes tentaciones de decir algo así como «entiendo que quieres más dinero – estupendo, gracias por venir», pero el tipo parecía ser muy paciente.

Tras un rato de espera, la jefa de asuntos legislativos del congresista finalmente nos hizo pasar a la oficina de Himes, que por descontado no estaba ahí – seguramente andaría en algún comité o aguantando a otro lobista en otro sitio. No tenemos al jefe de gabinete, que es el segundo de abordo, pero si la tercera, así que es posible que lo que le digamos a ella llegue a algún sitio – probablemente 30 segundos de tiempo cuando pasen los informes de visitas al final del día. Esto no tiene por qué ser malo, por cierto. En algunos temas en los que el político no está demasiado interesado, puede ser uno de sus asistentes el que decide el voto. En nuestro caso, que pedíamos que mantuvieran la disciplina de partido, el asesor puede decidir que el tema que tanto te preocupa no justifica el riesgo de quedar mal con sus compañeros, por ejemplo. Por lo que sabemos de Himes, él siempre vota a favor de estos programas, pero sin grandes aspavientos; hablar un poco sobre ello puede convencerles que no los saquen en una
hipotética negociación presupuestaria.

La entrevista dura unos 20 minutos; la gente de la oficina de Himes son en todo momento cordiales, atentos y agradecidos. Todo lo que nos dice suena muy bien, así que en vista de los antecedentes nos quedamos bastante satisfechos. Son políticos; su trabajo es hablar contigo y dejarte contento, pero por lo que sabemos y hemos visto en las últimas semanas, parece un voto seguro.

Mañana – aventuras en la oficina de Chris Murphy, paseos aleatorios por edificios senatoriales, y la gran incognita: ¿enviará Joe Lieberman un becario a nuestra reunión por tercer año consecutivo? Emoción, emoción.


Sin comentarios

  1. No he podido evitar, leyéndote, que se me vinieran a la cabeza escenas descritas en los libros de Historia (bueno, en noveluchas históricas que es lo que yo leo :D), cuando los nobles (llámale Rey, Conde, Marqués, Virrey…) daban «audiencia» al pueblo y la torre del homenaje se llenaba de gente de todo pelaje esperando durante horas, muchas veces sin éxito, la oportunidad de contarle sus cuitas a alguien.

    Supongo que, en el fondo, seguimos igual.

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