El último símbolo que el nuevo Gobierno interino de Túnez ha ofrecido a su pueblo sediento de cambio (e, implícitamente, democracia) ha sido pedir a la Interpol que les ayude a detener a Ben Alí y a toda su familia. Este proceso es cada vez más irreversible e impredecible, como bien ha venido apuntando Jordi Pérez-Colomé. A cada decisión que se toma, hay una reacción fuerte por parte del público que prácticamente obliga a una nueva decisión a la «cúpula del poder», generando una dinámica path-dependent que, insisto, cada vez tiene menos vuelta atrás. Pareciera que Túnez se encamina de manera irremisible (y afortunada) hacia la democracia. Lo que pasa es que sigue habiendo alguien que toma esas decisiones: hasta que la decisión a tomar no sea la
autodestrucción de la cúpula, condición sine qua non para una transición democrática, no podremos hablar de tal. La orden contra Ben Alí aún no es ese botón rojo, porque al fin y al cabo él y su familia ya no son la cúpula, sino que se han convertido de la noche a la mañana en un paria. Ahora, es un indicador. De cambio, y de irreversibilidad.