El Partido Socialista tiene una extraña obsesión con tener líderes relativamente jóvenes. No sé si será herencia de los días de gloria del Felipe González (que llega a Moncloa con apenas 40 años) o el hecho que Zapatero ganara elecciones también en lo que en muchos países sería la más tierna infancia política (40 de nuevo), pero a veces parece que el partido mira con desconfianza a cualquiera que haya pasado de la cincuentena. Si a los cuarenta uno no es ministro, de hecho, uno es un fracasado sin futuro en todas las quinielas del partido.

Hace unos años hubiera dicho lo contrario, pero creo que esta obsesión está empezando a ser un problema. Hace siglos que no miro esta clase de cifras, pero la edad media de los gobiernos europeos suele estar algo por encima de los cincuenta; presidentes y primeros ministros suelen andar más cerca de los sesenta que de los cuarenta. Estoy seguro que hay gente que es capaz de ser un excelente ministro de fomento a los 32 años (estoy libre, por cierto), pero no creo que sea algo habitual. Sí, es mejor tener cuarentones que fósiles de 85 años, pero el PSOE está reclutando demasiados bebés sin experiencia.