Una paradoja: el poder legislativo tiene más poder en un sistema presidencial que en un sistema parlamentario. Suena un poco absurdo y es hasta cierto punto contraintuitivo, pero los sistema políticos en los que el ejecutivo es elegido directamente en las urnas suele tener presidentes con mucha menos capacidad de maniobra que un primer ministro en un sistema estilo británico.

El caso más claro es Estados Unidos. La reforma de la sanidad que tanto costó aprobar fue un ejemplo de libro sobre como el legislativo (y muy especialmente, el Senado) lleva el peso del debate. Negociaciones larguísimas, constantes cambios y (paradójicamente) un resultado final bastante parecido a lo que los candidatos demócratas (especialmente Edwards y Hillary) habían defendido durante la campaña. Obama tuvo un papel crucial en el debate y aprobación de la ley, especialmente en el último tramo, pero el proceso fue legislativo.

Como todo en política, esto tiene su lado bueno y su lado malo. El proceso de elaboración de leyes es mucho más representativo en un sistema con un legislativo fuerte, con muchas más voces trabajando y aportando ideas hacia la legislación. La ley tiene muchos más padres que en un sistema de corte Europeo, donde la propuesta del gobierno o pasa como una apisonadora por el parlamento (en sistemas mayoritarios) o es pactada entre los dos o tres partidos del gobierno y llega al pleno con todo atado y bien atado.

Sobre los aspectos negativos… bueno, vistéis como funcionó el debate de la sanidad. En ocasiones, un sistema con un legislativo fuerte es una auténtica verbena, con decenas de representantes amenazando con cargarse la legislación si no le dan regalitos. Gran parte del problema se deriva del Senado y su absurdas reglas supermayoritarias, así como la escasa disciplina interna del partido demócrata. Aprobar leyes no es demasiado elegante, precisamente porque escuchamos más voces. La legislación tiende a ser menos coherente (y menos ambiciosa) en Estados Unidos que en Europa -algo que no tiene por qué ser malo, pero si es un poco irritante.

Hay algunas leyes, sin embargo, en que el legislativo tiene un problema adicional: la falta de medios. No sé si recordaréis mi excursión a Washington, y mi sorpresa al ver lo atestado de las oficinas de los miembros del Congreso. Un Representante tiene 8-10 personas trabajando en su oficina; un Senador creo que anda sobre 25-30. Parecen muchos, pero de hecho no lo son tanto, especialmente si tenemos en cuenta cómo se prepara la legislación.

Hablemos de reforma financiera, por ejemplo. Chris Dodd en el Senado y Barney Frank en la Cámara de Representantes son los arquitectos principales de la reforma que avanza pasito a pasito por el Congreso estos días. Es el mismo sistema financiero que hace un par de años envío la economía mundial a hacer gárgaras, en una crisis que casi nadie fue capaz de predecir porque prácticamente nadie entendía qué estaban haciendo. La propuesta (ya aprobada) en la cámara baja fue preparada por Frank y cuatro o cinco personas de su equipo. Cierto, con acceso a los mejores expertos del mundo, lobistas, gente del Departamento del Tesoro y la Reserva Federal y el servicio de investigación del Congreso, pero aún así es un grupo muy pequeño de gente, procesando muchísima información. Dodd tiene más ayuda, pero su equipo no es
precisamente gigantesco.

Por descontado, el borrador que sale de la oficina de estos dos legisladores especializados en temas financieros no es el que acaba siendo votado en el pleno. Con tanto político con ideas propias y amigos del alma en Wall Street, políticos sin ideas pero con ganas de joder, lobistas y expertos variados, el texto siempre recibe cientos de cambios. Si ya es difícil entender el sistema financiero y diseñar una reforma, imaginad cuando tienes decenas de congresistas con ideas extrañas (o directamente absurdas – el partido republicano anda lleno) tratando de «mejorar» la ley. Todo esto tratando de regular un sector absolutamente gigantesco que tiene un ejército de abogados y contables a su disposición para explotar cualquier agujero legal en toda regulación que encuentren, y que encima está trabajando a destajo para llenar tu bonito borrador en un coladero a base de comprar convencer legisladores confundidos. Y repito, nadie entendía qué narices estaba sucediendo o como funciona el sistema. Lo dicen los mismos banqueros.

Dicho en otras palabras: los demócratas puede que sean capaces de aprobar una reforma financiera antes del verano, pero eso no quiere decir que sea una reforma efectiva. El Congreso de los Estados Unidos no es una institución especialmente eficiente o funcional cuando trabaja en legislación más o menos sencilla, y sus defectos se hacen aún más evidentes cuando se mete a regular berenjenales complicados. El Congreso de los Estados Unidos nunca hubiera pasado una regulación tan elegante como la canadiense o española al tratar de controlar los bancos, en gran parte porque esas leyes las redactaron un verdadero ejército de funcionarios en ministerios y bancos centrales, no cuatro matados con doscientos lobistas aporreando su puerta. La ley de sanidad es infinítamente más sencilla y comprensible que el sistema financiero, y ya les costó lo suyo. Regular el sector financiero, que es realmente difícil de entender incluso para los que trabajan en él, será un horror.

Hablando de la FCC, alguien mencionó en los comentarios que parecía mentira que esa agencia tuviera tanto poder para regular el sector, y una ley tan ambigua y flexible. Bueno, este es uno de los motivos – el Congreso sabe (a veces) que legislar y regular algunas cosas está por encima de sus capacidades y su escaso «ancho de banda» legislativo (el Senado, especialmente, no puede trabajar en más de dos o tres cosas a la vez…), así que crean agencias independientes para que aligeren su carga de trabajo. En los últimos años, con el Senado cada vez más disfuncional, el papel de estos organismos autónomos ha aumentado muchísimo, hasta el punto que gran parte del rescate del sistema financiero fue tarea de la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro, no del Congreso.

Veremos qué sale de todo esto; seguir el debate sobre las propuestas que andan flotando por el Congreso no es precisamente fácil, en gran medida porque no acabo de entenderlo demasiado (¡no soy el único!). Es por eso que hablo tan a menudo de mantener la regulación del sector tan simple y automática como sea posible (siguiendo el modelo heredado del New Deal), evitando que sea demasiado suceptible a trampas legales. Paul Krugman decía algo parecido la semana pasada – es mejor aprobar algo que ni un político especialmente idiota pueda romper (¡Sarah Palin!), aunque «limite» los beneficios de la banca.

Sí, no he hablado Garzón. El NYT tiene un editorial (¡!) sobre el tema que lo explica mejor que yo.


Un comentario

Comments are closed.