Una de las obsesiones más irritantes de no pocos políticos es que se creen sinceramente que la gente les presta atención. Estos dirigentes viven bajo la impresión que los votantes saben cómo se aprueban las leyes y siguen con interés y detalle cada paso del procedimiento, escuchando lo que dicen los parlamentarios, estudiando qué vota cada diputado en comisión y llevando cuenta de cada concesión y cada detalle en las negociaciones.

Tenemos presidentes haciendo grandes gestos y declaraciones, hablando de llevar propuestas a conferencias bipartidistas, y tratando de convencer al electorado que la falta de respeto institucional es un escándalo. Hablan de pactos de estado y responsabilidad institucional, intentando ganar puntos por buscar consensos y culpar al contrario cuando no hay acuerdos. Se quejan amargamente que la oposición utilice tácticas y procedimientos parlamentarios obtusos para retrasar o bloquear nombramientos, hablando de seriedad y espíritu de país. Y por descontado, una vez todo esto ha sucedido, se sorprenden que los votantes les llamen inoperantes e incapaces de hacer nada.

El resultado es un tanto ridículo. El gobierno de Zapatero ha perdido cantidades ingentes de tiempo y capital político intentando echar la culpa de la falta de reformas estructurales al fracaso del diálogo social. Ha llevado grandes proyectos nacionales a las reuniones de presidentes autonómicos, exclamándose que el PP era víctima de contradicciones lógicas que no interesaban a nadie demasiado. Ha intentado justificar y defender una reforma de las pensiones señalando que todo se hablará en algo llamado «Pacto de Toledo», un contubernio político vagamente incomprensible. No me extraña que los votantes anden confundidos sobre qué está haciendo el gobierno contra la crisis; la estrategia hasta ahora parece ser formar una comisión y quejarse que el PP proteste.

El gobierno de Zapatero tiene, desde hace tiempo, una peculiar obsesión de hablar a la gente equivocada. En política hay básicamente dos audiencias. Por un lado tenemos a los obsesos de la política: gente con bitácora, periodistas, analistas, todólogos, contertulios radiofónicos y gente vive dentro o alrededor de la política. Somos la gente que sabemos cómo se aprueban las leyes, quién tiene competencias en materia de transporte en el área metropolitana de Barcelona y qué ha dicho cada partido sobre cada tema en los últimos cuatro o cinco años. Miramos encuestas, leemos periódicos y sabemos que póliticas públicas preferimos, a veces con un detalle enfermizo.

Al otro lado tenemos el resto de votantes, el 90% largo de la población. No siguen la política a menudo, no leen las noticias cada día y no tiene ni pajolera idea sobre el procedimiento legislativo necesario para aprobar una ley. Son de izquierdas o derechas, pero no tienen grandes ideas sobre qué es bueno o malo; siguen la política de lejos y deciden lo que les gusta a base de ideas y valores, no de interpretaciones sobre qué partido es obstruccionista o no.

Ezra Klein recomendaba hoy un libro sobre este tema. Señala, con razón, que los demócratas en Estados Unidos han perdido cantidades ingentes de tiempo este año entre grandes aspavientos negociando una reforma sobre la sanidad, pensando que arrojar luz sobre el proceso pondría el electorado a su favor. El problema, sin embargo, es que los votantes no siguen las negociaciones en detalle: cuando ven una discusión que dura meses la impresión que se llevan es que algo estarán subastando y que la ley tiene un lado oscuro, sin escuchar los detalles.

No es que los votantes sean idiotas o cejijuntos. La mayoría valoran lo que escuchan y deciden en consecuencia – las campañas que tratan al electorado como gente con cerebro han funcionado bien. Lo que sucede es que, al no ser maníacos obsesivos con los detalles, prefieren (y valoran mejor) ideas que pueden ser explicadas de forma directa, sin ocultarse en toneladas de excusas y motivaciones procedimentales.

Los republicanos en Estados Unidos entienden esto muy bien;  de hecho, lo explotan de forma despiadada. Saben que el electorado valora si una reforma es buena o mala en gran medida según si es aprobada o no («si no llegaron a acuerdos, es que era peligrosa»), así que no tienen el más mínimo reparo en utilizar bloqueos parlamentarios de forma constante, a sabiendas que explicar procedimientos legislativos no te hace ganar votos. Total, mienten abiertamente, sin el mínimo reparo. El PP será muchas cosas, pero no son completamente idiotas; si creen que pueden meter a Zapatero en ridículos debates de búsqueda de consensos y pactos rotos, lo harán encantados.

El PSOE (y los demócratas) tienen que dejar de hablar al 10% de matados que seguimos la política de verdad. Lo que opine Escolar, Carnicero o un servidor es básicamente irrelevante; podemos entender  que el PP no está teniendo sentido de estado y está incumpliendo la cláusula C, párrafo tercero del pacto antitransfuguismo, podermos incluso tener la razón. Por mucho que lo digamos en público, esta gran aportación al debate será entendida por cuatro, y cambiará el voto de básicamente casi nadie.

Es triste decirlo así, pero la política pertenece a gente que no se interesa por ella. El voto, las reformas, las elecciones se ganan y pierden fuera del ruido y circo mediático constante que tanto nos divierte a todos. El debate real es mucho más sencillo, mucho más directo y mucho más básico, concentrándose en cosas como si se ha hecho algo, si me han dado una explicación convincente y si el nivel de paro e inflación han mejorado como prometistes hace un par de años.

El gobierno tiene que parar de justificarse, amparar todo sobre cómo no se qué comisión mejorará la ley y sobre como el Pacto de Calasparra va a cambiar las reglas del mus y me permitirá bajar el paro. Es hora de decir que tienen un plan, es estupendo, y que es hora de aprobarlo, que por algo mandan y saben lo que hacen. En política no tiene que ser brillante; tiene que parecerlo.

Claro, eso es siendo optimista. A veces me temo que realmente no tienen ganas de aprobar cosas hasta que el BCE o alguien peor les obligue a ello. En fin.


6 comentarios

  1. Anonymouse dice:

    ¿Pero como le va a importar a alguien lo que opine Escolar o Carnicero si primero soy de izquierdas y, sobre todo, muy «antidederechas» y luego veo cómo encajo los hechos para que la izquierda quede salvada? El resultado es propaganda y bofetadas al sentido común, la razón, la lógica más evidente y, al final, la dignidad de ellos mismos como «periodistas». Puede decirse también de distintos iluminados de pensamiento político inverso. Pero, ojo, estos son, y hay que ver qué cosas y qué tonterías pueden llegar a decir, los mismos que critican a tertulianos a la violeta y los Losantos y sus imitadores por sus ligerezas y pasadas de freno.

  2. Carmen Moreno dice:

    Brillante,gracias.

  3. Marc Fargas dice:

    Hola,

    Como veis voy algo retrasado en mis lecturas.. jeje.

    Al tema, divides a la gente en dos grupos: Los frikis interesadísimos en política que se saben cada detalle y los que, como mucho, saben lo que salga en el Marca, Sport, etc.

    Pero a mi pareces olvidar, almenos, un tercer grupo: aquellos que tienen interés por la política pero no el tiempo (voluntad o memoria) de conocer cada minúsculo detalle de lo acontecido en los últimos años. Tampoco viven dentro o alrededor de la política, pero tienen algún interés en lo que sucede en el mundo y su entorno.

    Este tercer grupo es el grupo que se apoya en la prensa y, más recientemente, en blogs como el tuyo para mantenerse al dia y contrastar opiniones. El saber de este grupo no se limita al As, pero no se acerca, ni de lejos, al nivel tuyo o de algunos de los comentaristas por aquí sueltos!

    Supongo que el mismo grupo incluye a mucha gente más o menos interesada en política y más o menos interesada en diferentes puntos de vista, pero no deja de ser un colectivo a tener en cuenta 😉

  4. citoyen dice:

    «un tercer grupo: aquellos que tienen interés por la política pero no el tiempo (voluntad o memoria) de conocer cada minúsculo detalle de lo acontecido en los últimos años. Tampoco viven dentro o alrededor de la política, pero tienen algún interés en lo que sucede en el mundo y su entorno.»

    Sí, yo de hecho para optimizar mi tiempo he dejado de invertir tiempo en forjarme mis propias opiniones, ahora las produce Roger y The Economist por mí.

  5. Marc Fargas dice:

    «Sí, yo de hecho para optimizar mi tiempo he dejado de invertir tiempo en forjarme mis propias opiniones, ahora las produce Roger y The Economist por mí.»

    Si, no queria ponerlo así pero es una forma de resumir al tercer grupo, aunque es más suave decir que nos formamos nuestras opiniones desde una visión reducida del mundo :PP

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