Si hay algo que deberíamos criticar en política es cuando los políticos no se toman su trabajo en serio. El Partido Popular de Valencia estos días está retrasando hasta el infinito el nombramiento de Leire Pajín como senadora por su comunidad, supongo que como venganza socarrona tras las tribulaciones legales de su presidente en la región. Es una actitud básicamente infantil, como un crío no queriendo soltar el balón hasta que todos reconozcamos que era gol, y es básicamente un tomarse a pitorreo las instituciones sólo para echarse unas risas.

En este caso el PP está retrasando un nombramiento relativamente poco importante, pero lo que debemos recordar es que no es un hecho aislado. Como comentaba Ignacio Sánchez-Cuenca hace unos días, los conservadores españoles tienen una tendencia un tanto enfermiza a poner tantos palos en la rueda como les sea humanamente posible a cualquier reforma o nombramiento que les parece más o menos mal. Cosas como el eterno veto del CGPJ, la ridícula charlotada de las versiones «alternativas» de la asignatura de educación por la ciudadanía o su lento, proceloso y básicamente inexistente de la ley de dependencia de algunas autonomías lo dejan relativamente claro.

Al Partido Popular le gustan las leyes. Les encantan. Les gustan tanto, de hecho, que están más que encantados de ahogar todo aquello que no les guste a base de tirar toneladas de abogados y barroquismo legal sobre ello. Y si tienen problemas, con las leyes, todo es cuestión que las lea un juez amigo, claro esta.

La democracia, como sistema político, es un mecanismo delicado. El punto de partida de todo el sistema es el pequeño milagro que el partido que pierde las elecciones acepte dejar el poder. Sin embargo, esto es sólo una parte de la magia de las constituciones: el engranaje central del reloj, lo que hace que todo funcione, es que los perdedores acaten que la victoria electoral tiene consecuencias. Los ganadores tienen el derecho a pasar leyes y tomar decisiones, siguiendo las normas que marque el sistema, y esas leyes y decisiones es probable que no les gusten, pero como minoría deben aceptarlas.

El Partido Popular no parece tener problemas saliendo del gobierno, pero parece que tiene una alergia suprema a dejar que otros tomen decisiones. Los socialistas pueden pasar leyes que no les gusten, nombrar gente que no les entusiasma o querer hacer cosas que no les parecen bien, y lo harán porque se lo ganaron en las urnas. El hecho que un determinado agujero legal, requisito de supermayoría o cuestión de procedimiento previa les permita romper el sistema a base de legalismos no significa que deban hacerlo. Para el PP, sin embargo, todo es cuestión de encontrar una excusa.

Su actitud hostil con las normas va más allá de respetar elecciones, los jueces y la justicia los ven de igual manera. No es cuestión de buscar imparcialidad, es cuestión de explotar el sistema con saña. Si para ello tienen que romperlo (y la verdad, en Valencia lo han roto), pues se hace y listo. Si la ley no lo prohibe (o si pueden interpretar la ley de forma suficiente absurda) lo harán, y listo, aunque eso implique hacer que un juez que participó en tu campaña electoral te juzgue.

Las constituciones y el estado de derecho, por muy bien diseñadas que estén, dependen de una cierta fantasia compartida. Son como las hadas, que si no crees en ellas desparecen. No importa lo bien escrita que esté una ley o un decreto, si las personas que deben implementarlo y cumplirlo opinan que es un estorbo el texto será básicamente inútil. Tener a alguien que no crea que las leyes, normas y costumbres de un sistema democrático son importantes es peligroso, porque lo vacían completamente de contenido; por mucho que se pretenda que la legalidad se cumple, el resultado no es un estado de derecho o una democracia.

Lo más grave, desde un punto de vista práctico, es que esta clase de comportamientos son básicamente invisibles. El hecho que el PP jugara a los bolos recusando a medio Tribunal Constitucional o fagocitando jueces que se supone debía juzgar a Carlos Fabra son la clase de cosas que crean indignación entre gafosos con bitácora y partidos a los que se les está dando la murga; el votante mediano, sin embargo, no lo percibe demasiado. El resto de partidos pueden responder con maniobras legalistas parecidas (el PSOE amenaza con ello), emborronando el sistema, pero el electorado, que es el juez más efectivo para vigilar a políticos, acabará pensando que todos son iguales. Toda esta clase de maniobras, pegas y chiquilladas acaban por desacreditar la política.

Todo esto genera como mínimo un par de preguntas interesantes. La primera, y más obvia, es qué puede hacer un político más o menos cuerdo cuando la oposición empieza a comportarse de este modo. Las segunda, y no menos importante, es qué podemos hacer para minimizar esta clase de comportamientos – o dicho en otras palabras, qué arreglos, sean institucionales o de procedimiento (¡y los hay!) podemos establecer para que esta clase de comportamientos no aparezcan, o al menos no se salgan de madre en plan Honduras. Y por descontado, vale la pena también preguntarse si esta hostilidad es realmente tan peligrosa como proclamo, o si puede canalizarse de modo que el instinto partidista a liarse a tortas contribuya al debate político.

Pero de eso, hablaremos mañana o pasado, si hay tiempo. Hay mucha, mucha tela que cortar.


4 comentarios

  1. trimegisto dice:

    para mi es el basico «derecho natural de gobierno» que sienten tienen los Populares. Eso es lo que les legitima para estar dispuestos, siempre, a llegar un poquito mas lejos: estirar un poquito la ley, bloquear un poquito mas un nombramiento, trapichear un poquito mas…

    El convencimiento moral de ser mejor es lo que les permite hacer todo eso sin dudar.

  2. Lupe dice:

    Pero lo más triste de todo es que todo lo que lleva haciendo el PP en Valencia no es lo más triste. Lo deprimente es que si mañana hubieran elecciones,volverían a ganar. Y creo que tengo razón cuando digo: Nuestros políticos son el reflejo de cómo son los ciudadanos del pueblo que gobiernan.

    Si Leire Pajín tine que demostrar que defiende los intereses del pueblo que la ha elejido como senadora, respondiendo a cuestiones tipo: ¿El valenciano y el catalán es lo mismo?, le recomiendo que conteste que no. En Valensia se habla valensiano, catalan, argentino, mejicano,peruano… y todos sabemos cómo se dise en inglés Copa d’América. Che!, será por hablar.

  3. Rosa Jimenez Martinez dice:

    Como bien dices, el infantilismo imperante que hay hoy en el PP, se tiene que poder corregir: primero el gobierno (legitimo de el país )tiene el deber de gobernar hasta sin acuerdo con el primer partido de la oposición, con lealtad a los ciudadanos/as que le han votado y los que no, con sentido común y equidad y solidaridad. Utilizando todos los medios disponibles de el estado dederecho, y no dejarse intimidar de ninguna de las maneras con autoridad democrática (no autoritarismo como hacia Ansar)Segundo, los ciudadanos y agentes sociales les tenemos que hacer llegar que así no ganaran nunca…si no deponen esa actitud irresponsable e infantil y en algunas ocasiones fasciosa. El problema es que algunas entidades son del mismo palo y están tirando de la cuerda más de lo debido y juegan a desgastar al gobierno, en la creencia de que el( tanlante ) es para ellos debilidad. Esta gente no ve demócrata educado y respetuoso, ve blandura y falta de carácter . craso error por que cuando
    las cosas se ponen duras se puede se contundente y seguro que lo van a ser.

  4. […] A la mierda con los Federalist papers, si quieres una constitución llama a los Hermanos Grimm El régimen soviético (y Rusia en general) siempre tendrá un espacio en mi corazoncito merced de su extraña obsesión con hacer líneas de metro a mansalva (algo así como Gallardón, pero con más mármol), ser capaces de tener un programa espacial utilizando tecnología basada en la fuerza bruta (y a Pepe Gotera y Otilio como ingenieros), siempre querer que todo lo que hagan sea “lo más grande del mundo” (desde la bomba zar hasta proyectos de ingeniería megalómanos) y parir “ciudades ideales” hechas a base de cientos de bloques de cemento brutalistas. Infiltrado neoprog […]

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