Los medios de información tradicionales a veces se mofan de la cantidad de tiempo que la blogosfera dedica a explicar lo muy importantes que son, lo influyente de su discurso y como su defensa quijotesca de algún tema específico destruirá la política tal como la conocemos (nota al margen: el día en que esto salga en alguna encuesta como preocupación de más de un 10% de ciudadanos, avisadme), y a veces tienen cierta razón. La mayor parte del tiempo, sin embargo, lo de los periodistas es la paja en el ojo ajeno – a veces hasta niveles cómicos.

Ayer murió Walter Cronkite, el tótem sagrado del glorioso periodismo americano. Cronkite fue un tipo importante, ya que presentó el informativo de las 6:30 p.m. de la CBS durante dos décadas; y si uno atiende a la ola de peloteo nostálgico en radio, prensa, televisión e internet, el hombre movía montañas con su mirada, arbitraba la evolución y destino histórico del país más poderoso de la tierra y encima era una bellísima, bellísima persona.

Sí, eran otros tiempos. Los periodistas tienen una terrible nostalgia por esos días, en que los hombres eran hombres, la gente leía periódicos, el 90% del país se enteraba de las noticias en una de las tres cadenas de televisión nacionales, la televisión por cable no existía y esa peste moderna que son las internets era una pesadilla febril de autores de ciencia ficción. Ah, esos días. La prensa tenía autoridad, sabiduría, el respeto de las masas; ellos eran el oráculo, el centro del mundo, los guardianes de la cultura y la historia.

La verdad: pamplinas. Sí, Cronkite era un periodista magnífico, pero era eso, periodista. Sólo periodista. Un reportero, una cabeza parlante televisiva. Alguien que explica cosas. Punto.

Por un motivo que se me escapa, los periodistas en todas partes (pero especialmente en Estados Unidos y España) tienen una idea altísima de ellos mismos. Se creen actores cruciales, los auténticos sabios que vigilan la democracia y arbitran el sistema político. Cuando un periodista pide «debate público» está pidiendo que los políticos se callen y él pueda pontificar, discutiendo acaloradamente con otros de su especie. Ellos están en la calle, conocen lo que dice el pueblo. Lo suyo es la pluma del destino, el martillo inquisitorial del papel impreso. ¡Callad, insensatos, que es mi momento de pontificar!

Sé de sobras que no soy la persona más indicada para decir esto (tengo una bitácora, todo un homenaje a mí mismo), pero ya les vale. Un periodista no es un intelectual, un historiador, un experto y un sabio al mismo tiempo.El mundo no gira alrededor de ellos; la política no es un circo montado en su honor para que puedan domar leones o hacer el payaso. El mejor periodista es invisible.


2 comentarios

  1. Josei dice:

    Ostras, he visto el enlace a el «pontificado» de Pedro J. Ramirez y la verdad, pensaba que en Polonia exageraban con la imitación pero es que no, el tío es igual de ridículo, jajaja

    Yo es que con esos tirantazos, las burradas que dice no puedo tomarlas nada en serio, parece que esté viendo una coña de la Hora Chanante o algo así, jajaja.

  2. d dice:

    Completamente de acuerdo. En general es un gremio al que no le tengo mucho apego. Pueden opinar de todo, pero, ay de quién no sea de su panda y se atreva a opinar sobre ello. O de quién ose no contestar a alguna pregunta idiota que le hagan. Y luego hay que sufrir periódicos con faltas de ortografía.

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