Cualquier artículo que intente explicar la racionalidad de las acciones de alguien desde fuera siempre corre el riesgo de ver patrones donde no los hay. Por añadido, cualquier político que tenga pretensiones de crear una mayoría permanente a largo plazo no deja de ser un poco iluso; predecir el futuro es difícil, y tomar a los votantes como una variable controlable es un error que se ha llevado muchos genios por delante.

Digo esto ahora porque voy a hacer ambas cosas en los dos próximos párrafos, así que tomar todo lo que diga con cautela. Atribuir un cierto talento maquiavélico a alguien que ha llegado a Presidente de Estados Unidos no es algo demasiado absurdo, pero siempre corres el riesgo de pasarte de frenada.

Obama parece estar pensando a largo plazo al hablar de votos. Todo presidente americano aspira a dejar un cierto legado ideológico, una cierta marca sobre el sistema político que le sobreviva. La idea es un poco arrogante, muy típica de la concepción heróica de la historia que tienen muchos periodistas. Aún así, hay presidentes que sí cambian el debate durante años; gente como Roosevelt o Reagan han cabalgado y vencido múltiples batallas después de muertos.

No me meteré hoy en pretensiones de debate ideológico; en ese aspecto creo que Obama es un institucionalista, y sabe que cambiar el status quo es la única manera de cambiar el debate. El otro aspecto clave es conseguir cambiar la arimética electoral a medio o largo plazo, haciendo que el único modo que los demócratas puedan perder sear por horrible incompetencia o cierta moderación republicana.

Lo decía días después de las elecciones: la demografía no favorece a los republicanos. En 1980, cuando Reagan ganó las elecciones por primera vez, un 11% de los votantes americanos no eran blanco. El año pasado, este porcentaje era ya un 25%.  El partido republicano saca mayorías decentes entre los blancos, y es masacrado de mala manera en el resto de los grupos. En 1980 sacaron porcentajes casi idénticos de voto en su grupo favorito que en el 2008, con la diferencia que ese porcentaje de victoria no les sirvió de nada. Algún cachondo ha comentado que con ese panorama incluso Michael Dukakis podía haber ganado a McCain – algo no del todo cierto, pero no demasiado lejos de la realidad.

La idea de los demócratas estos días parece ser darle la vuelta a la «estrategia sureña» de Richard Nixon. Si los republicanos se ganaron casi tres décadas de mayoría a base de explotar un racismo (poco) disimulado en el sur, rompiendo la coalición populista de los demócratas, los demócratas parece que harán un «cordón sanitario». La idea es «regalar» a los republicanos el viejo sur y zonas rurales, y explotar su enorme ventaja en áreas metropolitanas y minorías en rápido crecimiento.

Esa estrategia la vemos en dos puntos específicos. Por un lado, tenemos el descarado peloteo hacia los latinos con la nominación de Sotomayor – al que muchos conservadores han respondido con su inevitable reflejo racista bien poco disimulado. La segunda maniobra, menos visible, es el infatigable peloteo de la administración hacia republicanos moderados en estados que son básicamente demócratas; léase Specter, LaHood o Hunstman, tratando de aumentar la ventaja y «cerrar» estados que son graneros de votos. El Noreste del país está viendo desaparecer todo vestigio del partido republicano, con el partido haciéndose cada vez más y más
conservador.

¿Funcionará? Como de costumbre, no es fácil decirlo. Si los republicanos pierden el voto latino de forma definitiva (o al menos lo pierden durante un par de décadas), ganar elecciones será muy, muy difícil. Aparte de eso, es perfectamente posible que Obama haya llegado a esta arimética por pura potra; la demografía se mueve muy lentamente, al fin y al cabo.


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