Durante muchos años la idea de «capital social» fue uno de los debates más irritantes en ciencias sociales. Robert Putnam, en un estudio horriblemente sobrecomentado sobre Italia, descubrió en los ochenta que existía una correlación muy fuerte entre el volumen de vida asociativa en una región y el crecimiento económico.

La idea era la siguiente: las regiones del norte de Italia tienen una vida asociativa muy rica comparadas con el sur. Asociaciones de vecinos, corales, grupos gastronómicos, asociaciones culturales, orfeones, sindicatos, clubs de lectura… la idea es que esas organizaciones crean amistades, vínculos. Esos vínculos hacen que la gente confíe más en otra gente; hacer negocios y vida social es más fácil, ya que la gente está mejor predispuesta. Ese nivel de confianza es lo que Putnam llamaba capital social, y es lo que explicaba la riqueza de Milán y la pobreza de Nápoles.

El libro, de forma inexplicable,  generó una cantidad ingente de debate. La idea de capital social está vagamente definida, el mecanismo causal es horrorosamente torpe, los indicadores utilizados para medirlo eran horrendamente vagos… aún así, el modelito y estudio de marras me lo explicaron catorce veces en catorce cursos, con una cantidad gigantesca de estudios y debate sobre capital social siempre incluída. La verdad, no lo acabo de entender – la idea que tener un montón de asociaciones culturales crea crecimiento económico me parece absurda, pero a saber.

Por si no os habéis dado cuenta, no me gusta el concepto de «capital social» demasiado. No creo que la discusión vaya a morir pronto, pero el otro día leyendo «The Big Sort«, de Bill Bishop, me encontré con un par de estudios que daban que pensar. Bishop, utilizando datos de Richard Florida y su descripción de la «clase creativa«, se decidió a comparar si las ciudades llenas de gente creativa tenían mucho capital social, en la definición de Putnam del término.

Dicho en otras palabras, ¿San Francisco, Nueva York o Austin tienen muchas asociaciones o no? ¿Queremos tener una ciudad llena de corales e iglesias llenas o una ciudad llena de frikis y fashion victims si buscamos el crecimiento económico?

El resultado es, para cualquiera que viva en círculos un poco gafapastosos, relativamente intuitivo. Básicamente, la relación es inversa; como más llena está una ciudad de artistas, informáticos, homosexuales, cerebritos, frikis, universitarios, investigadores y otra gente de mal vivir, menor es la vida asociativa de una ciudad. Si recordáis, las ciudades que atraen esta clase de gente -al menos en Estados Unidos- son las ciudades que tienen un crecimiento económico mayor; sin embargo, son ciudades llenas de gente que parece poco interesada en apuntarse a asociaciones.

Subjetivamente, la idea tiene sentido. El principal motivo por el que me gustaba vivir en Madrid o Barcelona es el hecho que realmente no me conocía nadie; si quiero hacer cosas raras, como abrir un negocio, escribir un libro o diseñar una arma secreta para dominar el mundo, una ciudad es un sitio estupendo. La gente me deja en paz. Si necesito ayuda, la ciudad está llena de gente haciendo cosas raras como yo. Y por si fuera poco, es un sitio divertido; el hecho que está llena de gente creativa significa que hay ideas y burradas en las que inspirarme si me aburro.

Un sitio más pequeño como Calatayud o Danbury, Connecticut no será la mejor opción. Primero, porque todo el mundo me conoce. Segundo, porque si necesito ayuda o opiniones expertas, no hay suficiente gente donde buscar. y tercero, y más importante, porque esos sitios son mortalmente aburridos, y están llenos de gente obsesionados con mantener el club de petanca con vida y conocer a todos sus vecinos, no en hacer cosas chulas.

Básicamente, el capital social es lo que me temía: vecinos palizas. Es la clásica vida asociativa de una ciudad industrial antigua o un pueblo pequeño; montones de clubes con gente dándote la paliza y vigilando los vecinos, manteniendo tradiciones y costumvres antiguas. Sitios donde cantidades enormes de energía se destinan a hacer cosas que se han hecho siempre, sin que la gente destine tiempo libre a marsopear o hacer el merluzo de forma innovadora. Sitios que aburren a la clase de gente que coge los trastos y se muda a Madrid, Barcelona, Austin o Londres, en otras palabras.

¿La verdad? La hipótesis sigue siendo un poco torpe. Es un mecanismo un poco burdo para describir algo mucho más sencillo: la gente creativa va donde hay gente creativa. El capital social es, probablemente, un indicador inderecto de otras cosas que correlacionan negativamente con «ciudad llena de universitarios bien pagados». Cosas como ir a la Iglesia o organizar procesiones, fiestas de Mardi Gras, rodeos o cosas por el estilo.

A saber. Lo que me parece obvio es que mi poco aprecio por la asociación de vecinos del barrio y sus interminables reuniones está un poquito más justificada.


7 comentarios

  1. citoyen dice:

    Me uno al grito. ¡Arriba el cemento! ¡Viva el anonimato! REclamamos el derecho a no ser amables.

  2. citoyen dice:

    POr cierto, yo también siento urticaria cada vez que veo algo como «democracia participativa» o «sociedad civil»-sociedad civil es un término particularmente odioso-; me recuerdan mi vida asociativa en la universidad.

  3. » la gente creativa va donde hay gente creativa.» Sin duda pero, ¿cómo se origina el primer grupo de gente creativa? El concepto de capital social que usa el sr. Putnam es muy restrictivo porque se centra únicamente en las redes sociales. Sin embargo, este término ha sido ya analizado por muchos sociólogos y científicos sociales. Ahí están los trabajos sobre todo de P. Bourdieu o Coleman. Y antes que ellos los de J. Madison o Alexis de Tocqueville.

    El capital social va más alla de esas relaciones de confianza y colaboración que define Putnam. Se trata de el poso social (por decirlo de alguna manera) que posee una sociedad: su tejido asociativo, su tejido ideológico-político, etc.

    Personalmente si pienso que el concepto es muy útil, aunque otra cosa es su influencia sobre el crecimiento y desarrollo de una región, zona o ciudad.

    Y por supuesto que también considero útil la sociedad civil. ¿Cómo no creer en ella? ¿Cómo no ver la necesidad de su existencia? La obra de un gran sociólogo español, Victor Pérez Díaz, gira entorno a ello y la inexistencia de la misma en España como uno de nuestros principales males. En su última obra «El malestar de la democracia» expone de forma magistral la necesidad de una sociedad civil. Libro que estoy dispuesto a prestar tanto a usted como a Citoyen con la única condición de su devolución 😀

    Saludos.

  4. J.E dice:

    Sospecho que otra de las diferencias es que la vida asociativa en Europa es diferente a la vida asociativa en Estados Unidos. En Europa, en parte por la poca receptividad a las ideas innovadoras, la gente creativa suele unirse para hacer más fuerza y compartir recursos (La agenda también es un recurso), mientras que en Estados Unidos, que suele ser más receptiva al menos en las «ciudades creativas», la presión para unirse en asociaciones suele ser menor y puede salir más a cuenta ir en solitario.

    Pero sospecho. Si tiene la bondad de confirmar al menos esta teoría o tirarla por tierra… ^^

  5. Golias dice:

    Yo creo que hay una relación entre la existencia de sociedad civil y la economía, aunque no tiene que ser por fuerza la de producir mayor crecimiento económico. Básicamente, y en mi opinión (poco informada, quizá), el sistema económico tiene dos partes: un mercado que regula la producción y distribución de aquellos bienes que son privados (es decir, que históricamente han acabado siendo privados, porque la definición de lo público y privado ha cambiado con el tiempo), y una sociedad civil, que incluye al sistema político, que regula (mal que bien, porque carece de la agilidad y la rapidez del mercado) la producción de aquellos bienes que en el momento actual se consideran públicos. Por eso considero a marxistas de la línea dura y liberales las dos caras de una misma moneda: unos pretenden eliminar el mercado, y convertirlo todo en público, y otros pretenden eliminar la sociedad civil y que todo sea privado. Ambas ideas suponen eliminar todo el proceso de evolución y cambio en la
    sociedad; serían la versión económica del diseño inteligente, por oposición a la realidad de la evolución.

    Una sociedad en la que existen numerosas asociaciones puede estar anclada en el pasado y las tradiciones; pero también está el caso de las asociaciones que tienen un peso en política. El caso de EEUU me parece importante, con una proporción importante de ciudadanos que, además de su voto, influyen en las políticas públicas a través del asociacionismo. Por supuesto, esto puede ir a favor o en contra del crecimiento económico, según se define normalmente; su influencia en la economía en general me parece indudable, aunque su signo no lo sea. Por principio, yo favorezco la mayor participación de los ciudadanos en la vida pública, aunque se puedan cometer errores económicos como consecuencia; después de todo, los mecanismos de mercado también llevan a veces a decisiones erróneas.

    Coincido con que el modelo de Putnam me parece simplista, o al menos las interpretaciones que sobre su estudio se hacen. Como mínimo, habría que ver si efectivamente hay una correlación, y luego comprobar si el crecimiento económico es causa o efecto del asociacionismo.

  6. RATKO dice:

    Vaya chapa que das Golias, aquí, en España me refiero, las asociaciones florecen como setas y no por ello la sociedad desborda dinamismo, creatividad ni nada de eso, vamos a ver, aquí en los últimos años Comunidades Autónomas, Ayuntamientos, Ministerios, etc.. se han dedicado a repartir subvenciones a mansalva entre las asociaciones, y se de lo que hablo, y han creado la necesidad del asociacionismo, es decir, si quieres pillar pasta de Institutos de Juventud, Concejalías de Cultura, Diputaciones etc hazte una asociación y sobre todo señalate políticamente con el gobernante de turno, probadlo no falla es crearla y poner el cazo, siempre cae algo.

  7. Golias dice:

    Perdona por la chapa, Ratko, quizá me hago mayor.

    Aquí, en España, como dices, las asociaciones florecen y, en realidad, poco influyen en el país. No he dicho yo en ninguna parte que la sociedad desborde dinamismo si hay asociaciones; lo que he dicho es que, si las asociaciones tienen actividad política seria, que no es lo mismo que dedicarse a rapiñar subvenciones, entonces influyen en la política del país, y dan al ciudadano una forma de poder distinta de su mero voto. Evidentemente, para bien o para mal, no es lo mismo la actividad de ACLU, de la Asociación Nacional del Rifle, de la Liga Anti-Difamación o de las antiguas Ligas antialcohólicas (que todas tienen o han tenido fuerte repercusión política) que las de Ateneos, Orfeones, Clubes y Asociaciones Culturales y Deportivas que abundan por aquí. Lo cierto es que, como dices, aquí simplemente se dedican, la mayoría, a señalarse políticamente para poner el cazo. Yo también sé de lo que hablas, por razón de mi trabajo; he conocido a gente que, durante algún tiempo, logró vivir de ser presidente de
    asociaciones que existían sólo sobre el papel, chupando de los presupuestos de un Ayuntamiento.

    Lo cierto es que pocos grupos con influencia política veo en este país, y los que hay no me animan demasiado (Hazte Oír, Nunca Máis, SGAE, las asociaciones de jueces…).

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