Allá por los años setenta, con la guerra de Vietnam a todo volumen y la explosión contracultural asustando a las mentes bienpensantes americanas, los políticos progresistas en Estados Unidos tenían que trabajar duro para dejar claro que eran distintos. Uno tenía que demostrar ser liberal (izquierdas, en este país) pero también moderado; nada que ver con esos tipos sucios descalzos de pelo largo que se pasan la vida fumados y manifestándose.

Eso llevó a muchos políticos a buscar métodos más o menos rebuscados de repudio simbólico de los excesos de la gente rara de los sesenta, sea mediante insultos, vociferante apoyo a algo profundamente no-hippie (¡Vietnam mola!) o algún otro gesto absurdo. En jerga política americana, pegarle un puñetazo a un hippie, algo que los demócratas llevan haciendo con variaciones en los últimos treinta o cuarenta años con más o menos éxito.

El último puñetazo metafórico famoso a un metafórico hippie fue en 1992, cuando Bill Clinton se lió a condenar y criticar a Sister Souljah, una rapera negra, por unas declaraciones relativamente inócuas. Los demócratas han seguido apalizando hippies desde entonces con más o menos éxito, como cuando apoyaron la invasión de Irak o decidieron que esto de las escuchas telefónicas ilegales son de hecho una idea estupenda, pero Clinton fue tan exagerado que lo de momento Sister Souljah casi substituyó a los Hippies como metáfora de vender a la gente a tu izquierda para parecer más de centro.

Estos días Barack Obama parece que ha encontrado su hippie personal al que darle puñetazos con la elección de Rick Warren para ser el pastor que la da bendición en su toma de posesión. Warren es una criatura típicamente americana; un pastor protestante con megaiglesia, libros de autoayuda (el infumable y enormemente popular «The Purpose Driven Life«), programa televisivo, influencia y pasta gansa.  El hombre es evangélico y conservador, pero «nuevo»; se preocupa sobre temas de pobreza, educación y desigualdad. El tipo además también cree que América está en guerra santa contra Irán y que los líderes de ese país deberían ser asesinados, algo encantador. El problema para muchos es que Warren es un antiabortista furibundo y un homófobo patológico, que tiene programas para «curar» gays y dice que el matrimonio gay es equivalente a legalizar la pedofilia y bestialismo.

Dicho en otras palabras, «gay» parece ser el nuevo hippie. Enhorabuena a los premiados.

Obviamente esta decisión ha generado una reacción furibunda y atronadora en la comunidad homosexual y en la blogosfera de izquierdas en Estados Unidos. No es para menos. Si un hipotético presidente hubiera llevado un pastor que proclamara que los matrimonios entre dos personas de distinta raza es una abominación la gente se hubiera cabreado. Si el presidente de digamos Irán o Siria dijera algunas de las cosas que dice Warren en público hubiera sido linchado por la prensa. Pero Warren es un hombre de fe, así que los comentaristas conservadores lo adoran y en Fox estaban encantado con ello.

La verdad, es un poco deprimente. Obama está obviamente haciendo un cálculo político frío y descarado, tratando de apaciguar a las bases republicanas de forma preventiva, pero lo está haciendo tirando a los homosexuales del tren. No que los demócratas vayan a perder su voto (los republicanos no sólo invitan a Warren; de hecho comparten sus opiniones), pero por mucho que Obama hable de derechos de los homosexuales y los defienda, esta es la clase de gesto que es, como poco, ligeramente ofensivo.

Ser progresista en Estados Unidos es a veces un ejercicio de fustración constante, la verdad. Ni cuando ganan por siete puntos dejan de pegarle puñetazos al hippie de turno. País.