Ahora que sabemos con básicamente certeza total y absoluta que Obama ha ganado, quedan por resolver dos preguntas:

1. Margen de victoria: una derrota es una derrota, no importa la diferencia de votos. El segundo en una carrera presidencial se va a casa a sorberse los mocos, sin segundo premio que valga, pierda por dos décimas o siete puntos. Aún así, el margen no es irrelevante en el sentido de la autoridad que el presidente puede extraer de un resultado amplio: es mucho más fácil convencer al electorado y Congreso que tus propuestas deben ser aprobadas si has ganado de calle que si llegaste a rastras a la línea de meta. Si Obama gana por más de cinco puntos (y puede que lo haga), las cosas serán más fáciles.
2. La composición del senado: será muy, muy, muy justito en muchos sitios, pero los demócratas pueden acabar con mayorías escandalosas en ambas cámaras. En contra de lo que dicen muchos, la diferencia entre 60 y 58-59 senadores no es tanta como parece; sí, 60 es una mayoría a prueba de filibusteros, pero con un «demócrata» de pacotilla como Joe Lieberman en tus filas, no es que tengas disciplina de voto para romper bloqueos de todos modos. De todos modos, Obama puede tener un margen de maniobra tremendo para pasar legislación hasta el 2006.

Por cierto -y hablaré más de ello luego-, tened en mente quién es Obama, y lo extraordinaria que es su victoria. Sí, era un mal año para los republicanos. Sin embargo, este tipo era un absoluto Don Nadie antes que hiciera esto en el 2004, apisonó a Hillary Clinton en las primarias, y ha clavado una campaña impecable. Hijo de padre keniano, criado por madre soltera, educado a base de esfuerzo e inteligencia, y ahora presidente del país más poderoso de la tierra.

Todo lo que Estados Unidos promete ser, el lo cumple. Barack Obama es el nuevo presidente.