Tras diez días de negociaciones frenéticas, gestos grandilocuentes e muchísima confusión, la Cámara de Representantes votaba hoy el plan de rescate financiero pactado entre demócratas, republicanos y la Casa Blanca. El plan de por sí no era demasiado malo, aunque tenía sus problemas; como parche urgente pre-electoral para evitar que el sistema financiero se hundiera antes de las elecciones era relativamente aceptable. Todo parecía atado y bien atado; todas las partes están de acuerdo, tenemos un programa, es hora de llevarlo a la práctica.

El problema, claro está, es que el plan era una mierda. La cámara de representantes ha votado en contra, llevando los mercados financieros en todo el mundo a un ataque de pánico histérico incontrolable.

El plan, por motivos que he discutido largo y tendido en otro sitio, era poco menos que imprescindible. El mercado de crédito agoniza; sin una intervención pública decidida, por chapucera que sea, es más que probable que la economía real se vaya de cabeza a un recesión grave. Todos los expertos mínimamente razonables están de acuerdo que si no se hace algo pronto, el riesgo para la economía mundial es enorme.

¿Qué ha sucedido? Básicamente, un problema viejo como el hombre, ya discutido por los antiguos hace mucho tiempo: el dilema del prisionero. Todo el mundo sabe que el plan es necesario, todo el mundo coincide que lo mejor que puede pasarnos a todos es que sea aprobado… pero nadie quiere ser el pardillo que vota a favor y lo aprueba.

Un plan de rescate financiero dirigido a salvar a toda esa horda de listillos en Wall Street es algo complicado de vender. Los políticos están diciendo a los votantes que necesitan 700.000 millones de dólares para salvar a una serie de multimillonarios de sí mismos. Eso cuesta. Para hacer las cosas aún más complicadas, el plan de rescate es una propuesta de un presidente prácticamente odiado a estas alturas, que nos ha colado un par de goles antes. Y por si no fuera suficiente, estás pidiendo que se crean que si no hacemos algo el mundo se acaba, no pidiendo arreglar algo tangible, visible y obviamente catastrófico como un huracán o un desastre parecido.

Eso pone a los congresistas en una situación complicada. Sí, saben que el plan es necesario… pero no quieren que nadie les vea acostándose con el presidente y sus ideas. El orden de preferencias del congresista medio será, de mejor a peor:

  1. El plan sale aprobado, y yo he votado en contra: me pongo la medalla populista de no tragar con la basura del presidente y sus amiguetes de Wall Street, pero mis colegas rescatan la economía del desastre.
  2. El plan sale aprobado, y yo he votado a favor: salvamos el mundo, los cuatro gafosos responsables me aprecian, el resto de votantes me detestan. Elecciones en 36 días. Miedo.
  3. El plan no sale aprobado: la economía se va al carajo. ¿Importa ya quién mande?

Estos últimos días, todos los actores implicados (menos la Casa Blanca, que está de vuelta de todo) se enfrentaban a este dilema. No había un político en Washington que no admitiera que el rescate era necesario; por descontado, todos andaban desperados tratando de evitar salir en televisión diciéndolo abiertamente. El resultado ha sido que el plan ha llegado al Congreso con muchos padres, pero sin casi nadie que lo defienda.

Lo raro ha sido que haya tantos pringados que hayan votado a favor. Nate Silver lo explica de forma convincente; como menos riesgo político corriera un representante, mayor era la probabilidad que votara a favor. Si el congresista habita un distrito muy poco competitivo o no se presenta a la reelección, es relativamente probable que votara a favor, si no es un ideólogo radicalmente antiintervencionista o un liberal montañés. El pequeño problema es que la suma de ideólogos antiestatalistas y políticos asustados es mayor que el de gente responsable con ganas de evitar que el país se hunda.

La reacción posterior ha sido patética. Los republicanos, después de ser incapaces de convencer al nutrido colectivo montañés en sus filas, echaban la culpa a Pelosi (líder de los demócratas) por haberles criticado durante el debate. Los demócratas contestaban que pobrecitos, votando por hundir el país porque la señorita les ha ofendido. Tras este intercambio dialéctico, con los mercados se han estrellado espectacularmente, unos y otros se ha ido de vacaciones un par de días.

Les irá bien, a ver si les aclaran las ideas.

Mientras tanto, en la campaña presidencial, John McCain presumía esta mañana que su «trabajo incansable» la semana pasada y cómo había ayudado a solucionar la crisis y crear consenso, horas antes que el plan se estrellara en el Congreso. Por la tarde, echaba la culpa (como no) a Obama, que supongo es ahora responsable por lo que hacen los congresistas republicanos. Lo menos malo para él es que todo este jaleo en la bolsa hace que sus pifias (y las de Palin, que está que se sale) pasen relativamente desapercibidas. Desgraciadamente para McCain, el fracaso del plan parece ser de nuevo otra obra maestra del partido republicano, ese al que pretende (de forma poco convincente) no pertenecer.

¿Dónde vamos ahora? Lo cierto es que con la clase política americana en estado de shock tras este espectacular fracaso (Krugman habla con razón de república bananera con armas nucleares) nadie se atreve a decir qué sucederá. Si los mercados continúan cayendo en picado y el mercado de crédito se desvanece de veras, el jueves, cuando el Congreso vuelva, es posible que el voto se repita, con algunos cambios en el texto. El problema, claro está, es que nadie quiere ser el suicida que fuerza la aprobación de una ley que ha sido derrotada de forma tan patética, y que nadie realmente ha vendido; los incentivos siguen siendo los mismos. Tras el esperpento de hoy, no espero ya demasiada responsabilidad y heroismo de la clase política americana antes de las elecciones.

Antes de acabar, sin embargo, vale la pena recalcar una cosa: los críticos del plan desde la izquierda tienen una alternativa sólida; los críticos desde la derecha… bueno, dicen que el estado es malo y listos; la recesión ya les va bien. El partido republicano se ha quedado sin ideas, simplemente.

De la economía y dónde iremos a parar, en Materias Grises un poco más tarde. Miedo, miedo.

Nota al margen: a todo esto, creo que El País se equivoca cuando critica a Obama por falta de liderazgo. Lo peor que podían hacer los candidatos presidenciales era meterse en la negociación, ya que añaden más electoralismo a una discusión que tenía que ser puramente técnica. La actitud de McCain era irresponsable; Obama hacía bien no interfiriendo.


2 comentarios

  1. […] saber a qué tienen que votar, y porqué, ya tienen los think tanks. Si a eso le juntamos el efecto “Tonto el que lo vote”, que explica Roger, pues ya tenemos […]

  2. Gaius dice:

    «Los políticos están diciendo a los votantes que necesitan 700.000 millones de dólares para salvar a una serie de multimillonarios de sí mismos»

    Efectivamente, pero como tú has dicho, el sistema financiero hay que salvarlo. Ahora, a los Dick Fuld’s y demás, ¿hace falta salvarlos? Todos a la cárcel y ya tienes ley populista.

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