Hoy se ha hecho público un largo y detallado informe en Nueva York. Un trabajo detallado, lento, que ha llevado 20 meses de entrevistas, investigaciones y búsqueda de datos. El informe en cuestión ha revelado un escándalo, una vergüenza infame para uno de los símbolos de la identidad americana: el beisbol.
Resultan que para sorpresa de casi nadie, en el la liga nacional de beisbol profesional hay jugadores que toman esteroides, anabolizantes, hormona del crecimiento y drogas variadas. Maravilla de las maravillas, en un deporte en que la liga se negó durante muchísimos años a hacer controles antidopaje, confiando en el «honor» de los jugadores para mantener limpio el deporte.
Oh, milagros de los incentivos perversos, no ha funcionado. Me parece que no haga falta que
diga por qué el sistema de confiar en los jugadores no tenía la más remota posibilidad; en una competición donde clavar mejores estadísticas te garantiza mejores ingresos (y en un deporte además donde las actuaciones individuales son tan visibles), meterse hasta las cejas de drogas para hacer eso precisamente es una tentación enorme. Si encima la probabilidad que te pillen es cero, pues ya me dirás.
Lo curioso es que aparte de predecible, el desastre en cuestión no tenía nada de secreto. Basta con mirar fotos «antes y después» de alguno de los «sospechosos», como Barry Bonds. Por mucho que uno haga pesas, a uno no le crece el tamaño del craneo en condiciones normales. Durante muchos años por la liga se paseaban multitud de jugadores que parecían haberse hinchado de golpe y echado músculo por todas partes, y que estaban consiguiendo estadísticas y récords absolutamente ridículos, tan lejos de lo normal (y de
sus medias «pre-hinchado») que no tenían ningún sentido. La MLB, mientras tanto, miraba hacia otro lado.
El resultado: muchas de las grandes marcas de este deporte, incluyendo el récord de Bonds de home runs, están irremisiblemente manchados por un escándalo. En un deporte donde las estadísticas son todo, dos décadas son un borrón impresentable.
Es fácil entender por qué los jugadores se dopaban, pero ¿Por qué la liga decidió ignorar el problema durante todo este tiempo? La verdad, esto es más difícil de explicar. En cierto sentido, la MLB tuvo un ataque de pánico parecido al de un político al que pillan con las manos en la masa. Cuando se empezaron a escuchar las primeras acusaciones y empezaron a salir los primeros libros sobre el tema, la reacción inmediata de la liga fue de defender a los suyos.
Cuando todo empezó a salir a la luz, allá 1998, el beisbol en Estados Unidos estaba experimentando un renacimiento, tras años de declive:
varios jugadores estaban compitiendo de forma increíble, emocionante, única, por batir el récord de home runs en una temporada. Tras años de arrastrarse al borde de la quiebra, los equipos miembros de la liga (que se gestionan solitos; el deporte profesional en EUA no depende de ninguna federación) básicamente se vieron en la misma disyuntiva que los jugadores. ¿Controlo el uso de dopaje y hago menos dinero, o haga la vista gorda y me hago rico? Con las audiencias por las nubes y el interés por el deporte en cotas no vistas desde tiempos de Babe Ruth, los periodistas no iban a llorar demasiado.
Y de hecho no lo hicieron, hasta que las audiencias volvieron a bajar. Con contadas excepciones (como cuando los Red Sox ganaron el campeonato, un hecho no visto en 80 años), el interés por el beisbol ha decaido. Con menos dinero y un pastel más pequeño, hay más jugadores cabreados por la existencia de tramposos y menos dinero. Era cuestión de tiempo que acabara de
esta manera.
¿Qué sucederá ahora? Algo parecido a lo que hemos visto con el ciclismo. La confianza en el deporte caerá en picado, los patrocinadores se irán, y con la excepción de los cuatro o cinco equipos históricos con bases sólidas (Yankees, Cubs, Red Sox…) la liga perderá dinero a espuertas, mientras la liga limpia la liga y hace penitencia y quema gente en la hoguera en la plaza pública. El mercado funciona, a su manera.
El deporte profesional de hecho vende dos cosas: por una lado entretenimiento, lealtad, afición, emoción. Por otro, una cierta credibilidad, una cierta idea que la el tinglado es justo, competitivo y que todo el mundo que participa sigue las mismas reglas. Si no dan lo segundo de forma consistente y no mantienen su reputación, la ilusión queda rota, y la gente se va con la música a otra parte.
¿Lecciones? No haya nada más valioso en un mercado que tu reputación. Si la gente no confía en la calidad de los servicios que ofreces, el valor de lo que
pones sobre la mesa disminuye. Que le pregunten a los bancos estos días. La crisis de liquidez de estos días de hecho es… el Tour de Francia. Quién lo iba a decir.
Hola estoy creando un periódico digital y me gustaría que colaborases conmigo.
Agrégame a Messenger y hablamos.
Un saludo. Jose Guillermo. [email protected]
Buen artículo, me interesaría saber tu opinión sobre el modelo económico de la NFL. Siempre me ha parecido curioso ese sistema de reparto de ingresos por igual entre todos los equipos, de draft y de límite salarial dentro de la cuna del capitalismo, lo cual hace que y su contraposición al modelo «libre» europeo del fútbol en dónde terminan por formarse grandes equipos que acaparan todos los éxitos.
Échale un vistazo a este artículo: Marx en la NFL
http://el-fanatico.com/?p=33
Pues la verdad, hay para hablar de ello. Escribiré algo un día de estos. Lo cierto es que verlo como un sistema «marxista» es bastante erróneo; es un cártel de equipos que pactan reglas para maximizar ingresos colectivamente.
Es perfectamente racional, y la verdad, hacen el deporte algo mucho más interesante, eso sí.