La sana obsesión de los amigos de Politikón es conseguir un debate político basado en la evidencia.  Teniendo en cuenta el grado de crispación y de dogmatismo con el que se nos bombardea cada vez que se  confrontan diferentes opciones políticas, un intercambio de ideas basado en hechos mensurables, demostrados y expuesto mediante la lógica sería una aspiración más que deseable.  Pero, ¿es esto posible en la política contemporánea? Y, más concretamente, ¿es esto posible en la política española? Como profesional de la comunicación política, llevo bastante tiempo dándole vueltas y haciendo examen de conciencia sobre si tal cosa es posible haciendo, a la vez, una comunicación eficaz.

Si partimos de la premisa de que nuestra visión política del mundo se realiza mediante la acumulación de una serie de decisiones, y de que tomamos estas decisiones de acuerdo a la información de la que disponemos, la comunicación política tiene una parte de responsabilidad nada desdeñable. ¿Puede hacerse comunicación política efectiva de manera que se trasladen adecuadamente a la gente estos hechos objetivos y sus conclusiones lógicas? ¿Pueden evitarse las generalizaciones y las demagogias?

El padre de las ciencias sociales modernas, Max Weber, formuló algo que vendría a ser el equivalente al principio de la Incertidumbre de Heisenberg para la política: Los políticos toman decisiones pero sin tiempo para tener todos los datos y los científicos tienen tiempo para reunir y estudiar todos los datos pero no toman decisiones. La gran mayoría de ciudadanos se aproximan más al político de Weber que al científico. De la misma manera que al político le llegan informes resumidos para poder tomar decisiones, lo que nos suele llegar a los demás es el resumen que nos llega a través de los medios de comunicación, nuestra presencia en las redes sociales y las conversaciones con personas de nuestro entorno. De ahí sale nuestra información para el debate y con esos datos formamos nuestra opinión.

Sin embargo, antes de obsesionarnos por la cantidad y el rigor de los datos que la gente está dispuesta a asimilar, hemos de partir de otra premisa: el ejercicio de la política es realizar elecciones éticas ante opciones técnicamente equivalentes. La pura lógica puede llevarnos a callejones sin salida, donde los datos cuadren, pero no nos sirvan por sí mismos para tomar una decisión. Imaginad que estéis a cargo del Gobierno y los fríos datos nos dicen que  es imprescindible conseguir  50 millones de euros si queremos que el país siga funcionando. Para ello podemos optar por vender alguno de nuestros 280 tanques Leopard II (con 6 ya nos sobraría dinero) o cobrar 50 céntimos mensuales durante un año a todos los usuarios de la Sanidad Pública (al acabar también nos sobraría dinero). Las implicaciones técnicas de una y de otra decisión son asumibles pero,  ¿cuál de las dos sería más ética? ¿Cuál sería mejor vista por los electores? ¿Cuál cuadra más con nuestra visión del mundo?

Es en ese aspecto donde más se suele centrar la comunicación política. Es más fácil aludir al sentido del bien y del mal del electorado que inundarles con un montón de datos. Sobre todo, porque la gente ya intuye que esos datos no suelen proporcionarse de manera inocente o que muchas veces han sido “cocinados” para reforzar la posición de quien los emite.  De ahí, que la clave suela ser aludir a los últimos fines o expresar el criterio moral que existe tras las decisiones. Y, teniendo en cuenta el grado de complejidad técnica que suele haber tras muchas de ellas, decir claramente para qué se están haciendo las cosas.

Mientras que los electores muchas veces caemos en la superficialidad al crearnos nuestra visión de la realidad política, no es menos cierto que aquellos que nos trasladan los hechos objetivos emplean cierta arrogancia académica que crea rechazo en los destinatarios de la información.

Hay que explicar las cosas como si la gente no conociera lo que nosotros consideramos obvio, pero lo que no hay que hacer jamás es tomar a la gente por idiota. No tener todos los datos no es lo mismo que ser tonto.

Si vamos a publicar en un diario nacional un artículo sobre la reforma de las pensiones, es mejor que antes de nada expliquemos si el propósito es garantizar un sistema público, justo y universal o, por el contrario, pasar la responsabilidad al sector privado y no garantizar ingresos a quienes no se hayan preocupado por hacer un plan de pensiones a tiempo. Es necesario evitar también juegos lógicos innecesarios. Cives se ha ganado una inmerecida fama de hombre malvado por decir que las pensiones serían más sostenibles si hubiera menos jubilados. Es cierto, sí, pero es un error de comunicación. Sobre todo porque hay gente que ya lee sus posts pensando que el autor realmente cree que empujar a ancianitas por las escaleras es una buena idea.

Como ya dije en mi post anterior, la gente rellena los vacíos en los discursos. Y si no se explica para qué pueden usarse los datos expuestos, la gente lo hará por el autor. En muchos casos, realizando una atribución de intenciones claramente injusta hacia el autor o hacia la institución a la que representa. De la misma manera, si no se usa un lenguaje claro o se abusa de un exceso de jerga o barbarismos, se crean igualmente vacíos en el discurso que serán llenados por lectores no muy bien predispuestos. Además, cuando se proporcione la información hay que dejar pistas para conseguir más. En la era de la información, hay que dejar abiertas vías para que, quien lo desee, pueda profundizar en los temas tratados -y no necesariamente llenando de notas y bibliografía cualquier intervención pública-. Remitir a una web, un blog o una página de referencia es muy útil para que aquellos que se hayan interesado por el tema no se olviden de ello pasado un rato.

En resumen, tal vez sea posible hablar de política basándose en evidencias, pero hemos de ser conscientes de que éstas se enmarcan dentro de lo que los consitucionalistas de EEUU llamaban “verdades evidentes por sí mismas” o, si queréis, “zeitgeist”: el espíritu de nuestros tiempos. Todo estudio y toda exposición de datos científicos relacionados con la política o con el bien común se han realizado en un contexto que no es neutro. Tal vez sea nuestro deber poner a prueba esas verdades, pero también hemos de decir cuáles son nuestros motivos para hacerlo.


25 comentarios

  1. José Jarauta dice:

    Verdades evidentes por sí mismas.

    Las verdades complejas difieren enormemente de las simples. No es lo mismo la mejora de un motor de explosión que la mejora del funcionamiento de una sociedad; por no hablar de que se puede preferir un motor eléctrico o incluso la tracción animal si se tercia.

    En las sociedades humanas decisiones ajenas multicausales con implicaciones complejas pueden llevar a situaciones límite, con las que uno no está de acuerdo ni en origen ni en desarrollo ni en «aceptación» de consecuencias, aunque tenga que «tragar».

    Por poner un ejemplo simple uno podría haber sido un joven alemán demócrata de comienzos del siglo XX que hubiera acabado por «imponderables» del destino en Stalingrado en 1942. La cadena de hechos que le ha llevado a esa situación obviamente escapaba en buena medida de sus posibilidades de acción y control. Sin embargo se verá enfrentado a decisiones «vitales» inaplazables.

    Siempre nos quedará la posibilidad de analizar «científicamente» su situación (y la de sus colegas).

  2. Pedro dice:

    Hola,

    Me ha gustado el texto.
    Si tengo una crítica generalista a los politólogos es que creo que os perdéis en la maraña de los datos y no soléis ser capaces de ver más allá de lo ya definido, estudiado y analizado.
    Si hablamos de que necesitamos una reforma electoral o un impuesto nuevo determinado los politólogos soléis sacar estudios y estadísticas sobre cada una de las implicaciones de todos los sistemas o impuestos existentes, y en función de los datos y vuestras preferencias político-éticas decidís cual de ellos apoyar.

    ¿Cuál es el problema? El problema es que hay épocas que necesitan cambios hacia cosas nuevas, no hacia copias de lo que se hace en otros países. Y me temo que estamos en una de esas épocas, una época donde no basta con copiar el mejor sistema existente. Los politólogos tenéis enormes dificultades para la innovación política, pues vuestros conocimientos se basan en las realidades previamente existentes y en cierta manera una innovación total sería como traicionar vuestra base de conocimiento.
    Adicionalmente creo que también muchas veces la frialdad de los datos ignora las realidades específicas del propio país. Un impuesto puede ser muy exitoso en un país o en una época y un verdadero desastre en otro. El politólogo suele huír de aquello de las «cuestiones culturales» o la «idiosincrasia» porque lo toma como algo intangible. Y es verdad es intangible, pero que sea intengible no quiere decir que no exista o no sea un factor clave.

    Un caso que me da estas sensaciones es el que ya he comentado del sistema electoral. Hacéis miles de estudios de todo tipo y al final siempre acabáis concluyendo que si un sistema multipartidista da inestabilidad, que si un sistema de listas abiertas perjudica la paridad, que si las circunscripciones grandes no sé qué, etc. Al final tendéis al inmovilismo y/o a la copia de cualquier otro sistema de otro país que os parece que funciona bien. El problema aparece cuando la solución no soluciona nada de lo que queriamos solucionar con la hipotética reforma.
    Estamos hablando de que nuestro sistema está dificutando enormemente a los partidos nacionales fuera del PP y PSOE su crecimiento y extensión, estamos hablando de que tenemos una partitocracia que se sostiene en listas cerradas y bloqueadas entre otros factores. ¿Por qué nos empeñamos en proponer sistemas que no favorecen la proporcionalidad ni una elección más directa? Como mucho se llega a concluir que ambas direcciones son antagónicas, y no veo un politólogo que genere nada original para intentar solucionar estos dos problemas, cuando perfectamente podría hacerse.

    Saludos,

    • Carlos Hidalgo dice:

      Gracias, Pedro. Como dejo ver al principio de la entrada, cambiar el mundo es cosa de los políticos, no de los politólogos 😉

    • Josei dice:

      Yo diría que eso es porque los ensayos y experimentos científicos, salvo algunos casos, son relativamente fáciles de realizar, pero los experimentos políticos y económicos no.

      Aunque parece que es lo que el PSOE y el PP han estado haciendo desde la época de la Transición con la educación.

  3. Josei dice:

    Pues yo creo que no es sólo el orador el que debe explicar un poco sus posturas cada vez que habla, sino que es el oyente/lector el que debe hacer un mínimo esfuerzo en tener una mente abierta y, si lee/oye una idea política concreta, primero se pare diez segundos a pensar «¿Porqué habrá dicho eso?» y luego informarse.

    Con el ejemplo de Cives me lo has dejado claro. El problema es que sus lectores se dejan llevar por el radicalismo y no se paran los diez segundos a pensar.

    • Carlos Hidalgo dice:

      Es lo que vengo a decir, Josei. Todos hemos de poner algo de nuestra parte. Pero no sólo hay que tener razón, hay que convencer a los demás.

  4. Lole dice:

    El ejemplo del Leopard II no vale. Sospecho que estás confundiendo el precio de compra del paquete entero con el precio por unidad.

    En cualquier caso, no tiene mayor importancia.

    • Carlos Hidalgo dice:

      Es cierto, Lole. Busqué un ejemplo deliberadamente maníqueo y simple para enfatizar los tipos de opciones «técnicamente equivalentes». En la vida real es todo muchísimo más complicado, por supuesto.

  5. Epicureo dice:

    Yo, la verdad, creo que hay muy pocas cosas evidentes, y en ciencias sociales menos.

    Eso de elegir entre proposiciones «técnicamente equivalentes» es absurdo. ¿Equivalentes respecto a qué parámetro? ¿El PIB? ¿La tasa de pobreza? ¿La tasa de inflación? La elección del parámetro a valorar es ideológica, no técnica.

  6. […] los últimos porque de muestra basta un botón. De Carlos Hidalgo, este 13 de marzo tenemos el post Verdades Evidentes por sí mismas, una reflexión atinada sobre la relación entre discursos y datos, políticos y científicos. Como […]

  7. Gorgias Marat dice:

    Respecto a lo que comenta Pedro de que épocas nuevas necesitan de nuevas soluciones, y la manía que tienen los científicos a innovar o proponer nuevos modelos políticos escudándose en la necesidad de realizar análisis comparados, sólo se me ocurre pensar en lo innovador que fue el nacismo o el estalinismo.

    Yo entiendo lo frustrante que puede ser sentir que nadie está proponiendo nada nuevo y realmente radical para tratar de mejorar nuestra penosa situación actual, pero comprendo también que los científicos sociales tienen siempre muy presente las consecuencias desastrosas que tuvo para Europa las soluciones tremendamente innovadoras que ofrecía el fascismo y el comunismo soviético.

    Siento haber roto la ley de Godwin

    • Pedro dice:

      Bueno, yo también puedo pensar en las innovaciones que supuso para el mundo la ilustración, el sufragio universal, el voto de la mujer, el keynesianismo, el estado del bienestar y decenas de innovaciones que en su momento sirvieron para arreglar estados de las cosas desfasados y acabados.
      Claro, también se puede hablar de nazismo y estalinismo y empezar a asustar a la gente para que piense «virgencita, virgencita que me quede como estoy»

      El miedo al cambio es la más vieja de las estrategias de mantenimiento del statu quo y ha sido utilizada de forma continuada por dirigentes, reyes y dictadores de todas las clases.
      Tan sólo quiero recordar que con ese planteamiento muy probablemente estariamos todos viviendo en una cueva.

      Saludos,

  8. Buen post Carlos, esperamos la segunda parte con el caso Ponferrada como objeto de análisis.

  9. Fulano dice:

    Un pequeño matiz: deberías decir opciones técnicamente admisibles o algo así. Las inadmisibles serían aquellas que son inferiores a otra bajo cualquier premisa política o ética. Lo digo porque equivalentes no lo serán en general.

    • Carlos Hidalgo dice:

      La frase original (no es mía, sino de José Andrés Torres Mora) decía «entre opciones técnicamente iguales». Pero lo cambié por «equivalentes» porque, aunque todos tenemos claro qué quiere decir la frase en términos generales, dicha así era más resbaladiza aún.

    • Epicureo dice:

      ¿Por qué no decir simplemente «técnicamente posibles»? Significando que, por ejemplo, no llevan a situaciones como un colapso fiscal o un desequibrio de balanza de pagos que entre otras cosas impediría el logro del objetivo propuesto.

      Porque dos soluciones, si son distintas, no pueden ser iguales. Y si tienen objetivos distintos, tampoco pueden ser equivalentes.

  10. Oskar dice:

    Creo que una de las cuestiones que subyacen en tu texto es hasta que punto desde los ámbitos académicos y políticos es lícito o aconsejable simplificar un problema para facilitar su comprensión por la ciudadanía, y a partir de que punto es la propia ciudadanía la que debiera asumir que los problemas sociales son casi siempre problemas complejos, y que los problemas complejos nunca o casi nunca tienen soluciones simples, y que ningún político tiene a mano una varita mágica.

    • Carlos Hidalgo dice:

      No tanto como decir que sí, se puede hablar de política con datos objetivos, pero que no es necesario llamar tontos o sectarios a quienes no los conozcan.

  11. sergi0 dice:

    Si vamos a publicar en un diario nacional un artículo sobre la reforma de las pensiones, es mejor que antes de nada expliquemos si el propósito es garantizar un sistema público, justo y universal o, por el contrario, pasar la responsabilidad al sector privado y no garantizar ingresos a quienes no se hayan preocupado por hacer un plan de pensiones a tiempo. Es necesario evitar también juegos lógicos innecesarios.

    Sobre cualquier tema que hablemos, que quede claro lo que es «justo» (que casualmente será la opción que defendemos) y lo que no es justo (lo que defienden nuestros malvados adversarios.)

    • Carlos Hidalgo dice:

      Realmente no, sergi0. Es cierto que se me ha escapado el «justo» XD, pero me refería a que si planteas una opción, es recomendable decir por qué o para qué la planteas.

  12. Carlos Riaño dice:

    Por introducir una variable. El lenguaje político (el de los políticos y sus comunicaciones) no es – y creo que tampoco puede ser- el mejor ejemplo de claridad. Siempre deja sombras (tiene que) y retaguardias cubiertas. Muestra y esconde. Que verdad más evidente de que las cosas se hacen por el interes general, en general.

    La actividad política y el estudio/analisis/ explicacion de la misma son actividades diferentes, como lo son, por ejemplo, la creación artistíca y la critica de arte (por seguir con ejemplos pinchones tipo leopard ).

    A lo que te estas refiriendo, si te entiendo bien, es a la «mania» de hacer política disfrazado de análisis y/o comunicación. Y si, un poquito de honradez en este sentido, no estaría de mas

  13. T_Memeli dice:

    Sería bonito que la premisa de que «el ejercicio de la política es realizar elecciones éticas ante opciones técnicamente equivalentes» fuese cierta. Pero, al menos en nuestro país, no lo es. En la mayoría de decisiones políticas hay ocultos toda una serie de intereses oscuros que tienen muy poco que ver con la ética o la ideología.

    Gracias a los arrogantes académicos que nos transmiten datos objetivos despojados de moralidad, podemos poner en nuestra propia balanza ideológica las diferentes opciones y decidir si se nos está tomando realmente por idiotas.

  14. ortega dice:

    La mencionada relación entre ética y evidencia es probablemente una consecuencia directa de la weberiana distinción entre valores y hechos.
    Tal vez no estaría de más reflexionar acerca de que tal distinción estaba destinada originalmente por Weber para ver qué podía ser dicho en contra de las preferencias académicas, mientras que hoy día se ha convertido en el medio por el que los científicos sociales se valen para ver qué pueden decir en contra de los valores.

    • Epicureo dice:

      Cierto. Yo todavía no he visto en Politikon un artículo que haga lo que Carlos Hidalgo propone aquí: indicar varias opciones «técnicamente» equivalentes, o viables, o lo que sea, entre las que pueda elegirse basándose en valores éticos. Por el contrario, lo que se tiende a afirmar es que el rango de soluciones «técnicas» es tan estrecho que se reduce a una sola solución, y la política es irrelevante o directamente un estorbo. Hay que liberalizar a toda costa, eliminar las licencias de taxis, implantar un contrato único, poner «city managers» en vez de alcaldes y técnicos en lugar de políticos. Eso o el caos.

Comments are closed.