Cuando Joe Biden entró en las primarias presidenciales demócratas, muchos observadores dijeron que era un gigante con pies de barro. Biden, al fin y al cabo, se había presentado dos veces a unas presidenciales (1988 y 2008). En ambas ocasiones, su campaña duró poco, porque el hombre no era un buen candidato.
A mediados de mayo, sin embargo, esta historia parecía no cuadrar del todo. Biden entró en liza, dio cuatro discursos y al cabo de pocos días estaba sobre el 40% en los sondeos, sin que ningún otro candidato le hiciera sombra. Aunque yo seguía siendo moderadamente escéptico, los periodistas se apresuraron a hablar sobre el genio político de Biden, y sobre cómo el resto de candidatos estaban redefiniendo su estrategia.
Entonces llegaron los dos debates demócratas, y la historia cambió casi por completo.
El formato de los debates fue un tanto peculiar. En vez de tener veinte candidatos en el escenario pegándose gritos, el partido los repartió en dos grupos de diez decididos por sorteo, que debatieron en dos noches consecutivas. El azar hizo que Elizabeth Warren fuera la única candidata entre los favoritos en el primer pelotón, mientras que Sanders, Biden, Buttigieg y Harris entrarían en la segunda tanda.
La primera noche se convirtió, previsiblemente, en un debate plácido para Warren. Estuvo bien, no se peleó con nadie, y recordó a todo el mundo por qué era siempre había sido una estrella del sector progresista del partido. Además de Warren, Julián Castro tuvo un par de momentos para lucirse dándole collejas a Beto O´Rourke (que estuvo muy espeso) y Cory Booker habló demasiado (como siempre).
Los fuegos artificiales vinieron la segunda noche. Bernie Sanders tuvo una actuación mediocre; gritó mucho y se repitió más. Buttigieg demostró ser un político con buenas maneras, y tuvo varios momentos decentes. El centro del debate, sin embargo, fueron los intercambios entre Joe Biden y Kamala Harris – donde Joe Biden se llevó una paliza espantosa.
No voy a repetir los argumentos del debate, en parte porque podéis ver el video, en parte porque en realidad importan relativamente poco. En los debates entre candidatos, más que la discusión en sí, lo que te hace daño o te beneficia es la impresión, el consenso mediático entre columnistas, expertos y tertulianos en las horas y días posteriores al debate. La sospecha de muchos sobre Biden es que es un candidato carismático pero sin demasiado instinto político, y que es posible que sea un poco demasiado viejo como para competir en unas presidenciales. El mazazo de Harris era un ataque tremendamente bien preparado y ensayado, pero Biden se lo comió con patatas y se quedó sin respuesta a poco que le atizaron de nuevo.
La semana posterior al debate fue espantosa para Biden, ya que la narrativa de la campaña pasó de ser «¿es Biden invencible?» a «¿está Biden tocado de muerte?«. Cuando los sondeos post-debate empezarón a salir, esta narrativa quedó aún más reforzada: Biden había perdido entre nueve y quince puntos en varias encuestas, y el grupo de perseguidores estaba ganando terreno.
La carrera, ahora mismo, está dividida en cinco grupos relativamente claros:
Si os fijáis, tras tanto escribir sobre la debacle de Biden, en realidad sus números no parecen tan malos. Perder seis puntos en las encuestas duele, ciertamente, pero sigue estando a 10-12 puntos de su perseguidor más inmediato. Mirando con cierto detalle los sondeos más recientes vemos también que aunque tuvo un par de resultados atroces justo después del debate (a dos puntos de Harris en uno, a cuatro de Warren en otro), ahora parece estar repuntando y ha vuelto a superar la barrera del 30%. En los sondeos contra Trump, Biden sigue siendo el candidato con mejores cifras de cara a las generales.
El problema para Biden es que sus número quizás no son atroces, pero son «blandos». Pre-debate, los cimientos de la ventaja de Biden era su amplio apoyo entre votantes negros, un grupo crucial en unas primarias demócratas. Post-debate, este apoyo se ha debilitado mucho, y Kamala Harris ha empezado a ganar terreno con rapidez. Biden, además, ha perdido la imagen de candidato inevitable, así que muchos votantes están empezando a mirar alternativas (especialmente Warren y Harris) más seriamente. Otro mal debate o un par de pifias en campaña y es muy posible que estas tendencias se refuercen. Sigue siendo el favorito, pero hoy lo es bastante menos.
Mientras siguen las primarias, Donald Trump está mejorando su aprobación en los sondeos, que ha ido mejorando de «espantosa» a «entre mala y mediocre». Cuando los medios le prestan menos atención a las ocurrencias del presidente, sus números tienden a mejorar, y la intensa cobertura de las primarias demócratas han hecho que Trump pase un poco a un segundo plano. La reelección, sin embargo,dependerá más de la economía que de cualquier otra cosa – y la economía americana está empezando a dar señales de que quizás veamos una recesión de aquí a las elecciones.
Pero sobre las generales del 2020 y la economía americana en general hablamos otro día. Hay mucho que contar.