En Estados Unidos no es inusual tener banderas ondeando al viento frente a tu vivienda. Siempre ves casas con las barras y estrellas, alguna bandera de un equipo deportivo (casi siempre Uconn, la universidad pública del estado), o incluso alguna de los marines. Viviendo como vivo en un suburbio de “primera generación” (es decir, que creció con la red de tranvías, a principios del s.XX), ves incluso alguna bandera italiana o irlandesa, porque hay gente que no cambia nunca.

En el corto trayecto en coche desde mi casa al supermercado donde hago la compra una vez a la semana, sin embargo, paso al lado de un par de casas con banderas en el jardín que siempre me llaman la atención: las banderas son de Donald Trump.

Connecticut es un estado muy demócrata. Biden ganó en el 2020 por más de 20 puntos; en Branford, donde viven estos dos individuos, Biden se impuso por 19. Nadie que pase al lado de esas casas va a verlas y decirse “caramba, qué fervor trumpista más contagioso siento”. Es más, la reacción más habitual será de verlas y anotar mentalmente que ahí vive un tipo peculiar.

Al menos se ahorrará la visión de las 10-12 banderas (algunas con lenguaje soez) que hubo en una hasta hace unos meses, levantando quejas suficientes como para que se aprobara una ordenanza municipal limitando la cantidad de trapos que uno podía tener colgados ahí fuera.

La religión conservadora

No hace demasiado hablaba sobre cómo había algo de fervor religioso, de tribalismo antiguo en el movimiento woke americano. Lo de las banderitas, aunque no deja de ser una anécdota, es una muestra de que la devoción en política no es patrimonio sólo de la izquierda mesiánica, sino que está más que presente en la derecha.

Este artículo del NYT de hace unos días es un magnífico ejemplo. Como he comentado alguna vez, el movimiento evangélico lleva, desde hace tiempo, con una asociación cada vez más directa y cercana al partido republicano, hasta el punto de estar alienando a algunos feligreses. Como señala el Times, hay un sentimiento creciente entre el cristianismo más conservador de que Estados Unidos está a punto de vivir un renacimiento religioso, un avivamiento cristiano que va a transformar tanto la política como la vida espiritual del país.

En este renacimiento se han mezclado, por un lado, el fervor fundamentalista (porque los evangélicos hacen que el Opus Dei parezcan hippies defensores del amor libre) con la locura antivacunas, las fantasías antiautoritarias de los flipados de la segunda enmienda y llamadas a la teocracia cristiana, porque nunca nadie va a acusar a un movimiento político americano de exceso de coherencia. Si lo ves desde fuera (insisto, leed el artículo), es complicado ver a esta tropa y no creer que están un poco (muy) chiflados, el reflejo de esos grupúsculos de extrema izquierda del que se han marchado todo el mundo que tenía algo de contacto con la realidad y sólo quedan aquellos que han perdido toda su cordura.

Y la verdad, si miras las encuestas de opinión en muchos de los temas que obsesionan a estos grupos (aborto, homosexualidad, religión…), esa percepción no va demasiado desencaminada. Estados Unidos es cada vez más secular, menos religioso, y más tolerante; la oleada de leyes anti- aborto siendo aprobadas en muchos lugares son tremendamente impopulares. La radicalización del movimiento evangélico no es independiente de su creciente aislamiento.

Radicalismo geográficamente eficiente

El pequeño problema es que quizás sean cada vez más marginales, pero están distribuidos con una eficiencia extraordinaria en el carpetovetónico sistema electoral estadounidense. Este artículo en Slow Boring, citando una simulación de David Shor, lo explica en cierto detalle. Si durante los dos próximos ciclos electorales (legislativas en noviembre, presidenciales del 2024) el partido demócrata sacara un 50% de los votos en ambos comicios (y en vista de cómo van los sondeos para las midterms, esa es una previsión optimista), el número de senadores más probable con los que acabará el partido está entre 41 y 42. Con un resultado más realista (digamos, 47% en legislativas, 51% en las presidenciales) ni siquiera alcanzarían el umbral de los 40 senadores. Y eso es, por cierto, dejando de lado el sesgo del colegio electoral; un candidato demócrata ganando 51-49 probablemente no llegaría a la Casa Blanca.

Simulaciones de David Shore
La simulación del modelo de Shore. En la primera columna, resultados en las legislativas de este año. Segunda, voto en las presidenciales. La tercera es la probabilidad de ganar la Casa Blanca, número esperado de senadores.

Estos votantes tan conservadores, tan fervorosos, y tan entusiastas por el conservadurismo reaccionario más rancio viven, sobre todo, en estados rurales, que están tremendamente sobrerrepresentados en el senado. Si a eso le sumamos la lenta caída de apoyo demócrata entre votantes sin educación universitaria y trabajadores manuales, que viven en mayor proporción en los estados más competitivos electoralmente del país (Pensilvania, Georgia, New Hamphire, Florida, Wisconsin, Arizona, Michigan, Nevada…) eso les coloca en una situación increíblemente peligrosa de cara al 2024.

Insisto: los demócratas podrían sacar el 51 ó 52% de los votos el 2024, ganar la presidencia, y encontrarse con una mayoría republicana de 58-42 en el senado. Y ese sería un resultado decente.

Recuperar terreno

La solución obvia, al menos en un planeta normal, sería moderarse; el partido demócrata debería irse al centro, recuperar parte del voto centrista que está un poco harto de (inserte el tema que no os guste tratado por AOC aquí) y listos. Pero claro, esto no es tan sencillo como parece.

Primero, y más obvio, la mayoría del país no quiere tener nada que ver con esta coalición de cristofrikis y fascistas frustrados que es el partido republicano actual. El GOP dista mucho, mucho, mucho de ser un partido representativo, pero entre que los sectores más chiflados son los que controlan el partido y el hecho de que el sistema electoral les permite decir chorradas inauditas y seguir ganando elecciones, es difícil ver hasta qué punto “irse al centro” le daría una ventaja electoral seria a los demócratas. Biden era, al fin y al cabo, el hombre más centrista del partido, en una pandemia contra un candidato espantoso, y eso los llevó a 50 senadores gracias a un par de milagros en Georgia.

Sí, podrían directamente escoger candidatos de derechas, pero no sé para qué narices quieres ganar elecciones entonces.

Segundo, es muy posible que el debate político estos días sea tan tóxico y esté tan segmentado que incluso llenando el partido de clones de Joe Manchin eso sirviera de mucho. David Brookman y Joshua Kalla presentaban hace poco un artículo en el que intentaban medir el efecto de Fox News en las percepciones políticas de su audiencia. El método que utilizaron fue, literalmente, pagar dinero a espectadores de Fox News para que vieran CNN durante un mes. Tras esas cuatro semanas, los televidentes (que eran republicanos acérrimos) pasaron a ver la pandemia de COVID como un problema, apoyar el voto por correo y cambiaron su opinión sobre Trump.

La conclusión positiva es que caramba, no podemos dar a nadie por perdido. Si la gente ve información veraz, cambia de opinión. La negativa es que bueno, esos votantes que están tan bien distribuiditos en el mapa para hacer que el GOP gane elecciones ven Fox News, y no podemos pagarles para que vean otra cosa. Así que seguirán viendo Fox, y los demócratas seguirán sin conseguir que les llegue su mensaje.

Cómo solventar este dilema, por supuesto, es algo que el partido demócrata debe hacer más pronto que tarde, y no soy nada optimista de que sepan hacerlo. Mi intuición, que no está demasiado desarrollada, es que la izquierda en Estados Unidos debe replicar un truco de la derecha a la inversa, aprendiendo a hablar como conservadores mientras defienden políticas de izquierdas. Algo parecido a LePen sonando razonable mientras es una fascista, pero en sentido contrario, vamos.

Pero sobre esa clase de cosas hablaremos otro día.

Bolas extra:

  • Trump ganó en East Haven por seis puntitos, por cierto; vivo en una rara isla republicana.
  • La Jones Act, una de las leyes más estúpidas de América.
  • Hablé sobre la guerra de Ucrania, tecnología, drones, y el final de la era de los tanques en Voz Populi.
  • Voy a tener una columna cada dos semanas en CT Examiner, un medio local, que se suma a la otra columna que tengo en La Voz Hispana.
  • En la columna del Examiner, junto a este editorial que sacamos en el CT Mirror (estoy escribiendo una barbaridad estos días) veréis algo de lo que decía arriba de sonar-como-un-moderado y defender ideas de izquierda: aunque estoy pidiendo algo estrictamente progresista (fair workweek) hablo de respeto, estabilidad y familia, y sobre cómo la ley sería buena para las empresas. No sé si funcionará, pero es un tono distinto al habitual en estas campañas.


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