El gobierno federal americano publicaba ayer los datos de paro para el mes de febrero, y las cifras fueron realmente extraordinarias. Estados Unidos creó 678.000 puestos de trabajo, y el desempleo bajó a un irrisorio 3,8%. Las estimaciones de creación de puestos de trabajo de los dos meses anteriores, además, fue revisada al alza; en el último trimestre el país ha creado 582.000 empleos cada 30 días, un ritmo de recuperación que no se veía, literalmente, en décadas.
Es importante recalcar este dato. La economía de Estados Unidos había sido, tradicionalmente, mucho más flexible que la de los países europeos, así que tendían a salir más rápidamente de las recesiones. Por algún motivo que no está del todo claro, sin embargo (probablemente una política fiscal demasiado tímida o estímulos mal diseñados), las crisis económicas de principios de los noventa, 2000 y 2007 tuvieron recuperación del empleo mucho más lenta. La crisis del 2020, sin embargo, tiene este aspecto:
Tras un descalabro descomunal al principio de la pandemia, Estados Unidos ha recuperado casi todos los empleos perdidos, menos de dos años después. Lo que es más significativo de este gráfico, además, es que hemos visto una recuperación de la población activa, no sólo un descenso de la tasa de paro. En las tres recesiones anteriores, incluyendo durante los años de rapidísimo crecimiento económico de la era Clinton, un número considerable de trabajadores abandonó el mercado de trabajo por completo, y sólo regresó a él meses o años después.
No es sólo cuestión de unas buenas cifras de empleo; los salarios están subiendo a un ritmo decente (5,1% anual, nominal), pero no lo suficiente para alimentar la inflación. No es el único indicador que goza de buena salud; el PIB del país está ya por encima de los niveles pre- pandemia, ha descendido la tasa de pobreza por debajo de los niveles pre- pandemia, y el nivel de ingresos está considerablemente por encima que hace tres años.
Si le preguntas a los americanos cómo creen que andan las cosas, sin embargo, te encuentras cosas como esta:
Sólo un 19% de votantes parece haberse enterado que la economía está creciendo mucho más rápido de lo que es habitual. Un 35% cree que Estados Unidos está perdiendo más puestos de trabajo de lo habitual. Los niveles de confianza económica, además, están hoy por debajo de abril o mayo del 2020, en lo peor de la pandemia.
¿Por qué estamos viendo esta diferencia entre realidad y percepción? Los medios estos días van llenos de artículos haciéndose esta misma pregunta, y la respuesta más habitual es o la inflación (que se ha acelerado, ciertamente) o el precio de la gasolina (que es la tumba de muchos presidentes). La Casa Blanca se queja (con cierta razón) de que la cobertura de los medios los últimos meses ha sido inusualmente negativa, y que los americanos van a empezar a darse cuenta de lo bien que andan las cosas según la inflación empiece a frenarse y las cifras de paro sigan en mínimos históricos. El presidente, dicen, debe poder explicarse.
Hay algunos datos que sugieren que esta teoría puede ser cierta; tras el discurso del Estado de la Unión, hay algunos sondeos que indican un repunte marcado de la valoración del presidente. La combinación de buenas noticias económicas, una respuesta competente y decidida a la crisis de Ucrania y varias semanas donde los patanes de los demócratas en el congreso no están a dentelladas entre ellos quizás hayan empezado a cambiar la tendencia. Si no sucede ningún imprevisto que frene la economía, todo irá bien.
Pero claro, tenemos una guerra abierta en Ucrania, y sanciones colosales contra Rusia ahora mismo. El precio del petróleo se ha disparado. Este es, literalmente, el imprevisto que temían, y les presenta un dilema muy difícil de resolver.
Rusia produce petróleo. La Rusia de Putin, además, depende extraordinariamente de su sector energético, la única parte de su economía que produce algo que el mundo quiere comprar. El chiste de John McCain de que el país es una gasolinera con armas nucleares tiene bastante de cierto; no hay mucho más que sostenga el régimen aparte de sus exportaciones de crudo.
El sector energético (petróleo y gas) ha sido, por ahora, excluido de las sanciones económicas contra Rusia por la invasión de Ucrania. Aunque los embargos, bloqueos bancarios y demás harán daño, el petróleo permitirá al Kremlin seguir sosteniendo el esfuerzo bélico durante meses, al darles una fuente de divisas. Añadir gas y crudo a las sanciones acelerarían el hundimiento de la economía rusa y quizás aceleren el fin de la guerra.
El problema, claro está, es que dar ese paso implica un riesgo económico considerable. Aunque Estados Unidos importa comparativamente poco crudo de ese país (de hecho, Estados Unidos es básicamente autosuficiente en este aspecto), la producción rusa tiene un peso importante en el mercado mundial. Bloquearlo, o hacer muy difícil su venta, reduciría la oferta de petróleo de forma significativa y haría subir los precios. Por mucho que Estados Unidos no necesite importar, este es un mercado global, así que la subida de precios también les afectaría.
Este es un problema, porque la economía americana esextraordinariamente intensiva en consumo energético. La forma más habitual de meter el país en una recesión es un shock en el precio del petróleo, así que sancionar a Rusia probablemente rompería este bonito boom económico que está viviendo el país. No es ninguna sorpresa, por lo tanto, que Biden haya declarado no tener intención de extender las sanciones al sector energético ruso, y que esté intentando calmar a los mercados para detener la subida del precio del crudo.
O, dicho en otras palabras, buena suerte ucranianos, aquí tenéis más Javelin, y paciencia hasta las midterms, que falta que nos hace.
Es cierto, y eso es lo que te dirán desde la Casa Blanca, que sancionar a las petroleras rusas hundiría el país, pero es posible que una recesión global tampoco ayude demasiado a los ucranianos. El régimen actual de sanciones requiere una coordinación internacional considerable y tiene costes muy reales para todos los implicados; una crisis económica haría más difícil sostenerlo políticamente. No lo dudo, pero no deja de ser darle un salvavidas a Putin cuando más lo necesita. Por añadido, los mercados parecen estar asumiendo que la producción rusa va a disminuir, ya que las sanciones harán daño al sector, aunque sea de forma indirecta. La incertidumbre misma está presionando los precios al alza. Así que es posible que nos metamos en una crisis igual debido al petróleo caro, con la diferencia que sin sanciones Rusia seguirá ganando dinero mientras nos la pegamos, en vez de quedarse fuera de la fiesta.
No es una decisión fácil, y desde luego a Biden la guerra de Ucrania le pilla en el peor momento posible si quería recuperarse en las encuestas de cara a las elecciones de noviembre. A tener en cuenta, de todos modos, es que cuando hablemos de la respuesta de Estados Unidos a la crisis, Biden tienen que prestarle atención también a sus propios problemas políticos, y estos no siempre estarán alineados con lo que pide Europa o necesita Ucrania.
Es lo que tienen las democracias. Qué le vamos a hacer.