Hoy hemos tenido dos historias paralelas en legislación electoral en Estados Unidos. Por un lado, tenemos esta estadística que mencionaba Dave Wasserman, de Cook Political Report, sobre la composición de los distritos electorales en su dibujo de este año:
De los 301 distritos electorales con sus límites ya definidos a estas alturas, en sólo diecisiete ellos Trump o Biden hubieran ganado por menos de cinco puntos, comparado con los 39 del dibujo del 2020.
Hace unos días comentaba sobre cómo los legisladores estatales de ambos partidos estaban haciendo sobre todo gerrymandering defensivo, es decir, redibujando los distritos de modo que tengan mayorías más claras para proteger a los legisladores en el cargo. Al ritmo actual, es muy probable que, de los 435 escaños de la cámara de representantes, en las midterm de noviembre sólo haya 30-35 distritos que sean competitivos, es decir, en que los candidatos de ambos partidos tengan alguna posibilidad de ganar. En el resto, veremos a congresistas ganando por diez o más puntos sin tener que hacer campaña.
Esto tiene tres consecuencias curiosas. Para empezar, tenemos la paradoja de que es muy probable que la cámara de representantes acabe reflejando la composición del electorado de forma más fidedigna que el mapa actual. Los distritos actuales, salidos de la matanza electoral demócrata del 2010, eran relativamente favorables al partido republicano. Este mapa, salido del casi- empate del 2020 (al menos en las legislativas estatales -Biden ganó con holgura en las presidenciales -) dará un mapa donde ninguno de los dos partidos tiene una ventaja clara.
Que el mapa sea más “justo”, sin embargo, no significa que sea más representativo. Un legislador que vive en un distrito donde gana por veinte puntos sin bajarse del autobús no teme las elecciones generales, ya que de no ser que le pillen en la cama con un niño vivo o una mujer muerta, los votantes no le echarán del cargo. Quienes sí que le pueden penalizar y castigar, sin embargo, son los activistas de su partido, que saben que pueden pedirle pureza ideológica y/o posiciones extremistas sin miedo a que su radicalismo les cueste el escaño – y si no les hace caso, le pueden montar unas primarias.
Tendremos, entonces, la paradoja de que, aunque el resultado en escaños casi seguro refleje mejor la balanza de poder entre republicanos y demócratas en Estados Unidos, los partidos en la cámara estén más llenos de chiflados que nunca. El Speaker, sea quien sea, vivirá más que nunca atrapado entre montañeses enajenados pidiendo la luna y media docena de moderados en distritos muy ajustados absolutamente aterrados de tener que decidir nada.
Quién gobierna en el país más poderoso de la tierra se decidirá en una veintena de distritos esparcidos más o menos al azar por todo el país, porque en los otros 415 escaños, los legisladores estatales escogieron quién iba a ganar así por libre, sin tener que preguntar a los votantes. Lo de los distritos uninominales con circunscripciones definidas por los políticos es, no hace falta decirlo, una mala idea.
La otra historia relevante hoy al hablar de votos y votantes viene de otro grupo de gente que no tiene nada que ver con las elecciones legislativas, pero que han decidido que esto de que los políticos escojan a sus votantes es buena idea.
Ah, el tribunal supremo.
Resulta que en Alabama el partido republicano controla el ejecutivo y legislativo estatal, y, por lo tanto, lleva décadas dibujando los mapas alegremente así en solitario. De los siete representantes que envía el estado al congreso, seis son republicanos. Eso significa que envían un 86% legisladores conservadores, a pesar de que Biden sacó un 36% del voto en las últimas elecciones.
El “truco” del GOP para alcanzar este resultado se conoce como “cracking”, y consiste en dibujar distritos cuidadosamente para repartir a los votantes del partido rival de modo que sean minoría en todas partes. La mayoría de los demócratas son votantes de raza negra que viven en Montgomery y Birmingham. El GOP ha dividido ambas ciudades entre varios distritos, y metido tantos votantes negros como ha podido en uno de ellos.
Esto, en teoría, es ilegal; la Voting Rights Act prohíbe explícitamente la estrategia, muy extendida en el sur hasta entonces, de hacer gerrymandering siguiendo criterios raciales. Para limitar esta práctica, la ley incluía un sistema de preclearance, o control previo: los estados sureños (aquellos con “tradición” de no ser democracias) debían enviar cualquier cambio de sus leyes electorales al departamento de justicia del gobierno federal antes de que entraran en vigor, y este podía llevarlas a juicio si le parecían ilegales, con una suspensión cautelar automática.
El pequeño problema es que el supremo declaró la cláusula de preclearance inconstitucional hace unos años, así que el mapa electoral de Alabama entró en vigor sin control previo. Los demócratas lo llevaron a los tribunales, que les dieron la razón repetidamente porque es obvio que el mapa viola la Voting Rights Act y bloquearon su entrada en vigor. El GOP recurrió la sentencia hasta llegar al supremo, y este ha decidido no dictar sentencia sobre el fondo del caso, pero permitir que pase a ser el mapa electoral por ahora.
Parece inofensivo; el supremo no ha invalidado otra cláusula de la Voting Rights Act, al fin y al cabo. A efectos prácticos, sin embargo, esta decisión tiene consecuencias importantes.
Para empezar, las primarias están a la vuelta de la esquina, y se decidirán siguiendo el mapa nuevo. Las generales en noviembre serán, casi seguro, con este gerrymandering, dando un escaño extra al GOP. Segundo, el hecho de que un caso tan aparentemente obvio de distritos por criterios raciales haya sido dejado de lado es una señal bastante clara de que el tribunal seguramente se cargará otro cacho de la Voting Rights Act en cuanto revise el caso.
La decisión del supremo ha sido por una mayoría exigua, 5-4. John Roberts, el juez conservador que escribió la sentencia que eliminaba preclearance, ha votado con el bloque progresista, diciendo que la sentencia del tribunal inferior declarando el mapa propuesto ilegal era modélica. Pero el supremo actual tiene una supermayoría conservadora, y esto de desmantelar leyes de derechos civiles les parece estupendo. Así que es muy probable que se carguen esta también.
Lo más cómico de todo este asunto, sin embargo, es que mientras el supremo está reventando una ley para proteger el derecho a voto de minorías raciales, en los estados demócratas están explotando alegremente esas sentencias para hacer gerrymanderings igual o más brutales que los estados del sur.
En Nueva York, el GOP llevando a juicio el mapa que los demócratas han aprobado unilateralmente, que es aún más brutal que el de Alabama en dirección contraria. El supremo sentenció, hace tres años, que redibujar distritos según criterios abiertamente partidistas es constitucional, y allí andan, demoliendo distritos competitivos con entusiasmo.
El constitucionalismo conservador americano, en su fervor por demoler el sistema de derechos civiles de los sesenta, se las ha arreglado para permitir la voladura de todo el sistema electoral.
La esperanza, a estas alturas, es que los dos partidos se den cuenta que están en un escenario de destrucción mutua asegurada, sólo que con las elecciones legislativas por todo el país. Quizás en algún momento acaben por darse cuenta de que esto es insostenible, y aprueben una Voting Rights Act revisada prohibiendo gerrymanderings escandalosos o exigiendo comisiones independientes para dibujar los distritos.
Esto tardará en suceder, me temo, porque los legisladores que deben llegar a esa conclusión fueron elegidos con esta clase de marrullerías. Son los principales beneficiarios de este sistema infernal, y no tienen el más mínimo incentivo para cambiarlo.
Ah, la democracia.