Política

Enfermedades y elecciones

3 Feb, 2022 - - @egocrata

Esta es una de esas semanas en las que se combina la parálisis política con un montón de historias importantes que merecen atención, porque tienen consecuencias potenciales a largo plazo. La política americana tiene estas cosas, donde una decisión o suceso que parece irrelevante hoy acaba por decidir algo una década más tarde. Veamos por qué.

La enfermedad de un senador

Ben Ray Luján, senador demócrata por Nuevo Méjico, tiene 49 años. Es uno de los diez legisladores más jóvenes de la cámara; un chaval en una institución que tiene 34 miembros por encima de los 70 años.

El jueves de la semana pasada, Luján sufrió un infarto cerebral; su enfermedad no fue hecha pública hasta el martes. Todo indica que ha sido un caso relativamente leve, y los médicos hablan de que su recuperación tomará entre cuatro y seis semanas, si no hay complicaciones.

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Senador Ben Ray Luján, (D-NM)

El pequeño problema es que su ausencia deja a los demócratas en minoría en el senado, y, por lo tanto, sin votos suficientes para aprobar leyes o confirmar un juez del tribunal supremo.

En un principio, esto no debería ser un problema. Los demócratas tienen hasta final de año para confirmar al sustituto de Breyer, y Luján no está en el comité de asuntos judiciales, así que su voto no será necesario hasta que la nominación llegue al pleno. Pero esta enfermedad inesperada deja muy, muy, muy claro que eso que decía hace unos días sobre la confirmación de un nuevo juez en el supremopodía toparse con el escollo de que algún senador demócrata enfermara o falleciera. El partido tiene nueve legisladores por encima de los 75 años (y 16 por encima de los 70), y necesita a los cincuenta legisladores, en bloque, para ganar cualquier votación.

Añadiendo al tono lúgubre, no todas las muertes serían iguales, ya que el procedimiento para reemplazar a un senador varía de un estado a otro. En la mayoría de los casos, el gobernador es quien escoge a un sustituto; en el caso de Luján (ya que estamos fúnebres) sería una gobernadora demócrata. Si fuera Patrick Leahy (Vermont, 81 primaveras), Ben Cardin (Maryland, 78), o Jeanne Shaheen (New Hampshire, 75) quien sufriera un percance, sin embargo, esos estados tienen gobernadores republicanos, y darían el control de la cámara al GOP.

Ese no sería el caso de fallecer Ed Markey (75), a pesar de que Massachusetts está gobernado por un republicano. Allá por el 2004, con el entonces senador John Kerry como candidato a la presidencia, los demócratas cambiaron la ley para que no fuera el gobernador quien escogiera el sustituto de un senador que deja el cargo (en esa época, Mitt Romney), si no que fuera a elecciones. Por azares de la historia, esa misma ley se volvió en su contra cuando Ted Kennedy falleció en el 2009, cuando los demócratas estaban intentando sacar adelante la Affordable Care Act. En vez de ser el gobernador demócrata quien escogiera a su sucesor, fueron los votantes… y estos escogieron a un republicano, dejando al partido sin la supermayoría de 60 escaños para sacar la ley adelante.

La ACA acabó siendo aprobada víareconciliation (el mismo procedimiento legislativo que se está usando para la agenda de Joe Biden), pero eso lo dejamos para otro día.

Los votos en las presidenciales

Tras el fracaso de la legislación para proteger el derecho a voto el mes pasado, los demócratas están intentando reformar laElectoral Count Act, la increíblemente chapucera ley de 1887 que regula la transición de poderes en Estados Unidos.

Esta ley fue la reacción (tardía) del congreso a las caóticas elecciones presidenciales de 1876 (lo dicho, tardía), con copioso fraude electoral, violencia, y terrorismo en el sur, y que acabó con cuatro estados enviando dos grupos de electores distintos diciendo que su candidato había ganado, y un elector de Oregón que vio sus credenciales invalidadas por motivos totalmente espurios. La historia de esos comicios es delirante (leed, leed) y acabó con el candidato demócrata, Samuel Tilden, concediendo las elecciones a su oponente republicano, Rutherford Hayes, a cambio de que este retirara las tropas federales de los estados del sur. Fue el final del periodo de reconstrucción tras la guerra civil, abriendo la puerta al retorno de la segregación racial en la vieja confederación.

De esa tragedia podemos hablar otro día, pero lo cierto es que la Electoral Count Act es ambigua, está escrita con los pies, y es la ley que abrió la puerta a todas esas artimañas legales que Trump y sus secuaces intentaron para dar su golpe de estado.

La prioridad de la reforma es, primero, establecer normas claras sobre cuándo los miembros del congreso pueden objetar al resultado electoral de un estado el día en que se confirman las votaciones. Ahora mismo basta con que un legislador proteste para forzar un debate, abriendo la puerta a que una de las cámaras pueda votar en cambiar el resultado por mayoría simple. La idea es que una objeción requiera al menos un tercio de legisladores, y que sólo pueda ser confirmada por una mayoría cualificada en la cámara.

Segundo, la ley actual en teoría permite que los legisladores estatales decidan que el candidato que ha sacado más votos en su estado no es ganador, y envíen electores alternativos al colegio electoral. La reforma establecería un procedimiento de revisión judicial que decidiría qué votos contarían en el colegio electoral, con la obligación de que el congreso la respete. Por último, clarificaría el papel del vicepresidente, negándole cualquier capacidad de decidir si puede aceptar o no los resultados de un estado.

En este caso, parece que varios republicanos sí que están dispuestos a negociar una reforma, aunque no está claro si habrá suficientes votos para superar un filibuster. Hay observadores que temen, sin embargo, que la reforma se quede a medias, y abra la puerta a otras maniobras creativas de autoridades estatales para invalidar los resultados.

Sea como sea, la reforma es urgente. Ayer se hicieron públicos varios documentos de la administración Trump donde su equipo legal intentaba construir justificaciones jurídicas, basadas en todas las ambigüedades de la Electoral Count Act, para nombrar electores alternativos y cambiar el resultado electoral en el congreso. Porque sí, resulta que todos esos electores falsos parece que eran una campaña orquestada desde la Casa Blanca, que estaba poniendo por escrito esto de cómo dar un golpe de estado.

Mi intuición es que los republicanos se fían lo suficiente poco de los demócratas para hacer que esta ley sea viable. A fin de cuentas, Kamala Harris es vicepresidenta, y querrán garantizar que no pueda tontear con cambiar el resultado de las elecciones el 2024.

No que los demócratas quieran hacerlo (aquí sólo hay un partido con golpistas), pero quién sabe.

Gerrymandering extremo

¿Os acordáis de una de esas incógnitas del mapa electoral para las legislativas, el estado de Nueva York? Los demócratas han decidido que, dado que los estados controlados por los republicanos están haciendo gerrymanderings un tanto defensivos, ellos van a ir a por uno realmente extremo, de modo que 22 de los 26 escaños del estado acaben en manos demócratas. Ahora mismo están 19-8 (Nueva York pierde un escaño este ciclo), así que no se han andado con chiquitas.

Cómo han acabado así es una bonita historia de garrulismo constitucional que empieza con una enmienda constitucional para hacer el proceso de definir distritos de forma apartidista, sigue con los demócratas saboteando alegremente la comisión encargada de hacerlo, y acaba con un rodillo legislativo descarado. El mapa es tan obviamente sesgado que es posible que acabe en los tribunales, donde los republicanos seguramente descubran que las sentencias del supremo autorizando gerymanderings partidistas también son válidas cuando esos gerrymanderings se hacen contra ellos.

La política americana a veces es así de cruda.

Delenda est Facebook

Este es, a buen seguro, un titular prematuro, pero no he podido resistirme. En el último trimestre, Facebook sufrió por primera vez en sus 17 años de historia en su número de usuarios diarios, con medio millón de usuarios menos que en los tres meses anteriores. Esto es una fracción minúscula del total (1.930 millones), pero es, insisto, la primera vez que sucede. La compañía llevaba tiempo viendo cómo su crecimiento se frenaba, y este trimestre se ha detenido por completo.

Aunque también es cierto que Facebook se está quedando sin humanos a los que alcanzar a estas alturas, toda esta pantomima de la compañía con el metaverso, sus adquisiciones y demás son una señal clara de que están buscando otros mercados y fuentes de ingresos.

Hace unos meses escribía sobre cómo la compañía quizás sea más vulnerable de lo que parece, y que, aunque parezca invencible hoy, pueden sufrir una espiral negativa de usuarios como en otras redes sociales pasadas. Algo que puede que esté ya sucediendo en algunos grupos demográficos, si atendemos a lo que vemos en el uso de redes sociales entre los más jóvenes y la explosión de Tik Tok.

Ojalá ese sea el caso.


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