Internacional

De cómo Trump (casi) solucionó el racismo

6 Jul, 2020 - - @egocrata

La identificación partidista es una de las drogas más poderosas que existen.

La cosa va como sigue. La inmensa mayoría de votantes son gente que saben que la política es importante, pero no tienen demasiado tiempo para preocuparse por ella. Saben quién es el presidente, saben si la economía va más o menos bien, y saben si el país está en guerra o no, pero no tienen demasiado interés ni necesidad para seguir debates en el congreso, propuestas detalladas sobre reformas del sistema de pensiones o planes estratégicos para mejorar la sanidad. Son gente que ven el telediario así de pasada, sólo prestando atención al hombre del tiempo y los deportes, y eso si los niños no están chillando o si no había algo mejor que ver en Netflix. Esta inmensa mayoría de votantes no tienen posiciones demasiado sofisticadas de políticas públicas más allá de uno o dos temas que les interesan, porque están demasiado ocupados viviendo una vida normal como para pensar mucho más allá.

Los votantes, sin embargo, tienen una idea más o menos sólida sobre qué partido son “los míos”, su identificación partidista. Sea porque era el partido de sus padres, sea porque es el partido que vota todo el mundo en su círculo social (sea de clase o sea en su parroquia), sea porque fue el partido con el que se enamoraron durante los 5-6 años de juventud en los que la política les importaba mucho muchísimo, casi todos los votantes tienen una ideología más o menos clara, y esa ideología está atada con más o menos fuerza a un partido político.

Los votantes, cuando leen o escuchan noticias sobre un tema que no conocen demasiado, acostumbran a tomar un atajo bastante sencillo y relativamente sensato, que es prestar atención a lo que dicen los líderes de su partido. Saben quiénes son “los suyos”, saben que pueden confiar en ellos, así que, si el líder de su partido dice que la legislación X es una idea espantosa, lo habitual es que tomen eso por bueno y es opongan a ella. Mi partido representa a la gente como yo, así que cómo voy a llevarles la contraria.

Esto tiene varias implicaciones divertidas al hablar de política y opinión pública. Primero, y más obvio, la opinión pública es mucho menos espontánea de lo que parece. Cuando un tema aparece en la agenda desde la nada, la posición que toman los líderes de los partidos tiene un peso muy importante en cómo reaccionarán sus votantes. Incluso en temas que parecen consolidados y escritos en piedra, cuando un partido decide cambiar de postura ese mismo cambio suele venir acompañado con movimientos tremendos en los sondeos en lo que opinan sus bases. Esto lo hemos visto en tiempos recientes en cosas como el matrimonio homosexual (en todos los países donde ha sido aprobado) o el apoyo a la secesión en Cataluña, por ejemplo.

Segundo, cuando un político abre la boca, su opinión mueve tanto a los suyos como a la gente en el otro lado del espectro ideológico. Si Obama dice que el cambio climático es real y el racismo es un problema social importante, muchos votantes republicanos, sin que nadie les diga nada, sentirán una profunda desconfianza ante los expertos que hablan de catástrofe ideológica y dirán que eso del racismo es cosa del pasado y que ellos tienen muchos amigos negros. Este fenómeno es conocido comopartidismo negativo, y es uno de los motivos que explican, por ejemplo, que a veces los activistas pidamos a los políticos que no digan nada en voz alta sobre un tema en concreto para evitar “despertar” la oposición en el otro lado.

El partidismo negativo es visto a menudo como una muestra de irracionalidad de los votantes, aunque es una decisión bastante razonable y racional. Estos días, además, es uno de los motores del giro a la izquierda de la opinión pública americana en muchas materias, gracias a la inestimable colaboración del bocachancla en jefe, Donald Trump.

Veamos, por ejemplo, lo que opinan los americanos sobre inmigración:

Immigration1

Trump lleva cinco años hablando sin parar en contra de recibir más inmigrantes en Estados Unidos. Gracias a sus esfuerzos, por primera vez en la historia, hay más americanos a favor de aumentar el número de inmigrantes que de disminuirlo.

Trump ha hablado largo y tendido en contra de Black Lives Matter, diciendo que son una panda de gamberros y anarquistas y negando que en Estados Unidos exista racismo estructural. Esta ha sido la reacción de la opinión pública:

Estos cambios de opinión pública tan pronunciados son hasta cierto punto inusuales. Trump ha sido muy efectivo llevando a los votantes en dirección contraria a lo que aúlla sin cesar ya que es un presidente inusualmente impopular, por un lado, y porque estas dos materias han sido muy visibles durante todo su mandato.

Paradójicamente, el hablar tanto y con tanta energía contra la inmigración y el atizar de forma tan consistente y obvia el resentimiento y divisiones raciales han convencido a muchos votantes que nunca habían pensado demasiado sobre el tema a tomar una posición clara sobre ello. Dado que muchos de esos votantes detestan a Trump, se han movido dirección contraria al presidente.

Quizás Trump acabe por solucionar el racismo, haciendo que el país entienda la gravedad del problema, a base de negar que existe.


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