Internacional

Brett y los privilegios de clase

3 Oct, 2018 - - @egocrata

La nominación de Brett Kavanaugh al tribunal supremo de los Estados Unidos se ha convertido en un circo mediático clásico de la era Trump. Hemos tenido acusaciones, sexo, abogados, el presidente comportándose como un impresentable, rencor partidista desatado, el FBI y columnistas hablando sobre el fin de occidente. Es decir, un día típico en los Estados Unidos.

Hoy no voy a entrar en detalle sobre las acusaciones contra él*, ni hablaré demasiado sobre el posible efecto electoral del tortuoso proceso de confirmación en noviembre**. Ambos temas están siendo intensamente debatidos en los medios por gente que entiende la ley y la predicción electoral mejor que yo. Lo que me gustaría recalcar hoy es algo que está implícito en todo este jaleo, no se está debatiendo demasiado, y que creo que se escapa a muchos observadores, especialmente aquellos que no son familiares con la vida política en Estados Unidos: privilegios y clase social.

Brett Kavanaugh es, en muchos sentidos, un ejemplo arquetípico del establishment político-judicial americano. Kavanaugh es hijo de una juez estatal de Maryland y un lobista en Washington de cierto nivel que pasó su infancia en Bethesda, un suburbio acomodado de la capital del país.  El joven Brett fue a un colegio católico privado para estudiar secundaria, Georgetown Preparatory School. Tras graduarse, Kavanaugh fue a Yale, una de las universidades más caras y prestigiosas del país, donde curso a continuación estudios de derecho (en Estados Unidos, derecho es un postgrado).

Con el título bajo el brazo, Kavanaugh hizo lo que todos los abogados ambiciosos hacen al salir de una Ivy – trabajar de asistentes (law clerks) para un par jueces federales y con un juez del supremo (Kennedy, al que aspira a substituir). Esto le abrió las puertas para entrar en los círculos de poder republicanos, primero trabajando para Ken Starr en el impeachment fallido contra Bill Clinton, después como abogado en el sector privado (llevó el caso de Elián González, por cierto), para finalmente entrar en la Casa Blanca dentro del equipo legal de George W. Bush. En el 2003 fue nominado como juez por el presidente, aunque no fue confirmado para el puesto hasta el 2006. Tras 12 años como magistrado, Donald Trump le ha nominado para el supremo.

Si miramos con un poco de detalle esta biografía, veremos que esconde algunos datos curiosos. Bethesda, como es típico de los lugares donde hay dinero en Estados Unidos, es ridículamente blanco (un 85% de la población), bien educado (80% de licenciados), y agresivamente excluyente de esa manera sutil y agradable en que los suburbios ricos americanos son extraordinariamente racistas sin que se note. Georgetown Prep es un colegio que cuesta $56.000 al año y que es favorecido por las élites políticas del país. El abuelo de Kavanaugh fue a Yale; como legacy student (es decir, alguien que es descendiente de un yalie) tuvo facilidades para entrar. Siendo como es hijo de un lobista conocido y una juez, entrar en la Law School no le resultó complicado.

Su carrera profesional es la continuación de este patrón.  Yale Law es la facultad de derecho más prestigiosa del país, así que sus alumnos tienen más facilidades (mejores contactos, más capital social, mejores profesores) para conseguir las clerkships más prestigiosas. Eso da puntos para hacer carrera legal o política, y más si tu padre es un tipo bien conocido en círculos políticos de la capital. Un par de trabajos  después como hombre de partido, unos añitos en la Casa Blanca, y acabas de juez con un nombramiento vitalicio. Es la carrera de un hijo del establishment que hace carrera en el establishment.

Lo que también sabemos ahora es que, independientemente de si las acusaciones contra él son ciertas o no,  Kavanaugh de joven era un juerguista tremendo y un borracho entusiasta; un exponente de una subcultura muy americana del «bro» pijo fiestero que vive un poco por encima del bien y del mal y hace toda clase de memeces sin sufrir ninguna consecuencia relevante. La anécdota más reveladora ha sido el hecho que el tipo, cuando estaba en Yale, tuvo una pelea en un bar y acabó enviando a alguien al hospital. Esta es la clase de «aventura» que si eres un civil normal en New Haven (es decir, townie, no yalie) hace que pases una noche en el calabozo mínimo, y tengas que comerte a buen seguro un juicio al cabo de unos meses. Para alguien como Kavanaugh, sin embargo (rico, bien educado, blanco), fue una anécdota, una desventura de juventud. Su juventud está llena de historias parecidas capaces de arruinar la vida de alguien menos privilegiado, pero que para alguien de Bethesda, Georgetown Prep y Yale son «chiquilladas» sin consecuencias.

Es muy posible que Kavanaugh sea un tipo brillante. No soy abogado, y no soy lo bastante listo como para valorar sus sentencias o su trabajo legal. Lo que me parece obvio, sin embargo, es que el hombre ha tenido una serie de oportunidades durante su educación y carrera profesional nacidas de haber crecido en una posición privilegiada, y que esa misma posición ha hecho que muchas de sus acciones que hubieran sido losas imposibles para otros para él no han tenido consecuencias.

El jueves pasado, en su segunda comparecencia ante el senado, lo que realmente me provocó un rechazo visceral ante Kavanaugh no fueron las acusaciones que pesan contra él, sino su actitud ante los legisladores. Kavanaugh actuaba como si estuviera convencido que merece ser juez del tribunal supremo, gritando, gesticulando, casi increpando a los senadores que osaban a cuestionarle. Era alguien que está convencido que su ascenso es fruto de la meritocracia y su talento, no en gran parte por dónde ha nacido. Un compareciente que no fuera blanco, o varón, o miembro del club de élite de Washington que se hubiera atrevido a alzar la voz en el comité de este modo se le hubieran comido vivo. Kavanaugh, miembro de la élite, privilegiado hombre del establishment,  fue aplaudido por los suyos como un héroe.

Ignoro si será un buen juez. No sé si será confirmado. Pero lo que Kavanaugh representa es la élite más cerrada, endogámica y aislada de la realidad de la política americana y Washington. Que gente como él dominen el sistema político americano de arriba abajo, y no sean en absoluto consciente de su condición de casta privilegiada, es uno de los grandes problemas del país***.


*: Creo que cometió las agresiones sexuales de las que se le acusan porque eran los años ochenta, era un bro alcohólico, y las historias me parecen creíbles, pero ese es otro tema para otro artículo.

**: Mi sospecha es que no tendrá un impacto demasiado apreciable – lo único que ha hecho es cabrear más a los que ya estaban cabreados.

***: Sí, esta clase de élites endogámicas existen en España, pero no en el grado superlativo que vemos en Estados Unidos. Tanto en Barcelona como en Madrid las élites saben a qué colegios toca ir y qué estudiar y opositar para hacer carrera política, pero el elitismo es considerablemente menor – y lo digo tras pasar por Yale como visitante, y por alguno de los caladeros de élites en Madrid y Barcelona en mis años mozos. Estados Unidos es el país más clasista que conozco, con mucha diferencia.


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