Ciencia

Otra ciencia para otro tiempo

11 Jun, 2018 - - @eduardguell

Hace tan solo dos años que se conmemora el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, adoptado por la Asamblea General de la ONU. El objetivo que persigue es visibilizar la labor de las mujeres en la ciencia y fomentar vocaciones científicas en las niñas, pero su propósito podría ir mucho más allá y servir de palanca para una transformación en la misma forma en la que actualmente se genera el conocimiento. El impacto que tiene la exclusión de la mujer y los sesgos masculinos en la producción científica limitan la misma concepción de progreso. Una idea de progreso en permanente disputa y que ahora aparece hueca, ensombrecida por las amenazas sobre el futuro del planeta e incapaz de dibujar un horizonte político emancipador.

Dotar de sentido al progreso define la acción política. Y la política en ciencia no puede rehuir de ello por tres motivos: en primer lugar, porque la política científica tiene el potencial de situar el conocimiento en el centro de la política económica; en segundo lugar, porque combatir las desigualdades está en la misma base de toda visión política progresista; y en tercer lugar, porque lo anterior solo es posible desmasculinizando la ciencia.

Tal y como destacan los últimos informes de la Unidad de Mujeres y Ciencia (UMYC) de la Secretaría de Estado de I+D+i y el que elabora anualmente la Comisión Mujeres y Ciencia (CMYC) del CSIC, la brecha de género persiste en la profesión y en la formación científica. Cualquier diseño de política pública que ambicione situar la ciencia y la innovación como las bases de futuro de nuestra sociedad implica necesariamente pensar y proponer cómo combatimos la marginación sistemática de la mujer y de cualquier identidad no cis-hombre en este ámbito. Esta marginación no es tan obvia como en otros espacios, se camufla en la objetividad en la que se sustenta lo científico.

Los informes apuntan a dos grandes frentes en los que actuar: la educación y los puestos de responsabilidad en las instituciones españolas de ciencia e innovación.

Según el informe Panorama de la Educación 2017 elaborado por la OCDE, la elección de las carreras universitarias tiene un fuerte sesgo de género en España. En 2015, del alumnado matriculado en ingenierías, producción industrial y construcción, solo el 24% fueron mujeres. Esta proporción baja en el caso de las facultades y escuelas de tecnologías de la información y la comunicación (TIC), donde solo el 12% fueron mujeres, un porcentaje menor al 19% de la media de los países de la OCDE.  Tal y como muestra el informe Educación en Ciencias de la Computación en España 2015, elaborado por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), Google y Everis, las niñas manifiestan un menor interés en el estudio de ciencias de la computación en parte por la influencia de los padres. Además, el informe muestra que ellas reciben menos apoyo de sus padres que ellos (12,9% las niñas frente al 23,9% para los niños), y además consideran en mayor medida que sus padres piensan que son más capaces de estudiar temas relacionados con lenguas y ciencias sociales (37% en el caso de las niñas y 15% en el caso de los niños). El desarrollo de las competencias STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics) sigue sin estar presente en la agenda educativa, pero que las competencias STEM permeen sobre todo en niñas y mujeres no debe circunscribirse solo a la escuela, de hecho el tejido asociativo ya está respondiendo a esta necesidad.

En el ámbito educativo, el compromiso debe partir de una premisa señalada por Pilar López Sancho (CSIC): es necesario romper una cultura del éxito ligada a lo masculino. “Despertar vocaciones científicas en las niñas” –subraya la presidenta de la CMYC-, “tiene que ver con la deconstrucción de una determinada concepción del éxito; esto es, de los patrones culturales que vinculan la heroicidad y las grandes hazañas con lo masculino”. Pero quizá el paso que hay que dar debe ir más allá y debemos atrevernos a cuestionar la misma idea de éxito. Dejar de poner en el centro de las aspiraciones lo heroico y las grandes gestas que terminan creando un ambiente de competición individual y no de colaboración. Esa falsa pugna entre el ideal de crecimiento individual autosuficiente y la solidaridad entre pares juega en contra de la propia ciencia. Se trataría así de impulsar un nuevo modelo de ciencia que pueda escapar del imperio del factor de impacto. Incentivar la producción científica midiendo el número de citaciones en determinados journals y los rankings crea el llamado “efecto cobra”; esto es, un modelo que limita a priori las investigaciones porque se inician pensando en su futuro impacto, perpetúa la lógica competitiva individual y que, de hecho, es contraproducente en la búsqueda de obtención de conocimiento.

Otros problemas que caracterizan la investigación hoy son: el sesgo de publicación, que produce la tendencia a publicar solo aquellas investigaciones con resultados significativos obviando aquellas que reportan una relación no significativa entre las variables que se investigan; el problema de reproductibilidad, sobre todo en biomedicina, que es la posibilidad de obtener los mismos resultados reproduciendo el mismo estudio; o la dificultad de obtener resultados ante sistemas complejos. “La perspectiva de lo existente en su conjunto” sucumbe a una dinámica de fragmentación y especialización del conocimiento que se da en origen por unos incentivos erróneos. A eso se refiere por ejemplo el profesor Fernández Buey en la defensa de una “ciencia con conciencia”. El conocimiento es un bien común, no una mercancía. En este sentido, cabe destacar la Declaración de San Francisco sobre Evaluación de la Investigación (Declaración DORA) de 2012. Es un documento que ofrece un conjunto de recomendaciones métricas como alternativa al uso de los índices de impacto como elementos discriminadores a la hora de obtener becas o reconocimientos.

El segundo elemento donde poner el foco es la brecha de género en los puestos de responsabilidad del sistema de ciencia y tecnología. La segregación vertical que afecta a las mujeres en el sector científico es grave. Ya en diciembre de 2015, el Consejo de la UE invitó a los Estados miembro a establecer un equilibrio de género en los puestos de dirección de los organismos de investigación. La realidad en España es que entre los Organismos Públicos de Investigación (OPI), solo el CSIC está presidido por una mujer, Rosa Menéndez, y su nombramiento fue hace tan sólo unos meses. También en la universidad existe infrarrepresentación de mujeres y solo hay cinco rectoras -Pilar Aranda (Granada), Margarita Arboix (Autónoma de Barcelona), Nekane Balluerka (País Vasco), María Antonia Peña (Huelva) y Mavi Mestre (Valencia)- en las 50 universidades públicas españolas. En la categoría de mayor rango de la carrera investigadora, en las universidades públicas solo son mujeres el 21% del profesorado catedrático de universidad, y en los Organismos Públicos de Investigación,  un 25%. La crisis económica frenó el impulso inicial de las políticas de igualdad y sus efectos no han desaparecido, según los datos del informe de mujeres investigadoras 2017 de la CMYC.

El Índice del techo de cristal o “Glass Ceiling Index” (GCI) es un índice relativo utilizado en los informes que elabora la Comisión Europea She Figures. En el caso del CSIC, se calcula comparando la proporción de mujeres en las tres categorías investigadoras (Profesores de Investigación, Investigadores Científicos y Científicos Titulares) respecto a la proporción de mujeres en la categoría de Profesores de Investigación. En 2016, el techo de cristal en la plantilla investigadora fue de 1,44. Un índice 1 indicaría que no existe desigualdad, un índice mayor que 1 indica la existencia de un techo de cristal para las científicas. Pero el dato verdaderamente alarmante, como señala también el informe de la CMYC, es la proporción de mujeres en la categoría más alta, la de Profesoras de Investigación. Como señala el informe, “la gráfica de tijera está lejos de cerrarse”. Su sueldo también sigue siendo más bajo. De media, las científicas europeas cobraban en 2010 un 17,9% menos que sus pares hombres, según el último informe She figures 2015. El GCI se enlaza con otros conceptos que ayudan a percibir la discriminación de la mujer: “Class Ceiling”, discriminación que impide que las mujeres accedan puestos responsabilidad; “Sticky Floor”, discriminación que mantiene a las mujeres en la parte inferior de la escala de trabajo; “Glass Cliff”, mujeres más propensas a ser promovidas a CEO en empresas con problemas graves. Como dijo Stephanie Shirley, pionera de la programación, «puedes reconocer a las mujeres ambiciosas por la forma de sus cabezas: las tienen planas por arriba por exceso de palmadas condescendientes».

Abajo el clásico gráfico de tijera en el que se visualiza cómo los porcentajes de hombres y mujeres varían en función de la categoría investigadora.


Fuente: Informe Mujeres Investigadoras 2017, CMYC, CSIC

 

Según la Women in Research Survey 2017 que elabora la sociedad de científicos españoles en el Reino Unido (SRUK/CERU), el 83% de las mujeres creen que no tienen las mismas oportunidades de progresión en su carrera profesional que los hombres. El 60% cree que tener un hijo perjudica su carrera y más del 40% consideran que el ambiente extremadamente competitivo en investigación es un obstáculo demasiado grande para ella.

Ante este escenario han surgido propuestas encaminadas a renovar los puestos dirección, remover las estructuras de los centros que impiden el igual acceso y progresión a la mujer, incluir de forma obligatoria el criterio de género en las evaluaciones por pares de proyectos de investigación de financiación pública o reforzar y visibilizar una constelación de referencias no masculinas. La importancia de esto último lo explica de forma clara Patricia Horrillo, coordinadora del proyecto Wikimujeres.

Conseguir que el desarrollo del conocimiento científico se base en el trabajo cooperativo de  mujeres y hombres es aún una tarea pendiente. Eliminar las barreras que impiden a las mujeres acceder a la ciencia dará lugar a un panorama completamente distinto, que funcionará según otros intereses y metodologías y hará posible generar otro conocimiento, necesariamente ligado a la pendiente resignificación del progreso.

 


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