Fue en 1993, pocos meses después de que por primera vez el PSOE hiciera un acuerdo de investidura con CiU para el Gobierno de España. El diario ABC llenó su portada con el título: “Igual que Franco, pero al revés: Persecución del castellano en Cataluña”. Desde entonces, el mantra de que en Catalunya se margina a la lengua castellana se ha ido proclamando periódicamente (como cuando una vez más el pasado octubre de 2017 el ministro español de Asuntos Exteriores afirmó que en las escuelas catalanas no se enseña el castellano), y sirve para fundamentar acciones para minorizar a la lengua catalana.
Pero el mantra es falso. Según datos del IDESCAT (Encuesta de usos lingüísticos 2013), un 99,7% de la población entiende el castellano (por un 94,3% el catalán); un 97,4% lo sabe leer (82,4% el catalán) y un 99,7% lo sabe hablar (un 80,4% el catalán). La sociedad catalana es pues una sociedad propiamente bilingüe, y es desde este contexto de donde se debe hacer la reflexión sobre el modelo lingüístico de la escuela catalana.
En educación, a menudo se confunde el propósito educativo (la finalidad a alcanzar) con las prácticas de aprendizaje (cómo se alcanza). En la discusión sobre lengua y modelo educativo en Catalunya también se da una confusión similar, y es bueno diferenciar las finalidades (la opción sociopolítica que consensua una sociedad) de la efectividad de los medios (qué aproximaciones garantizan que se alcancen las finalidades). Así pues, hay que empezar por clarificar la finalidad.
En Catalunya, desde la restauración de la Generalitat en 1977, ha habido un enorme consenso entre las formaciones políticas sobre las tres grandes finalidades del modelo lingüístico. La primera, evitar que la lengua de origen de los ciudadanos sea un elemento de segregación social y de desigualdad de oportunidades. La segunda, revertir la minorización del catalán (después de décadas de persecución) para que en tanto que cooficial pase de nuevo a ser una lengua de uso normal, en un Estado donde sólo es obligatorio conocer el castellano (art. 3 de la Constitución española). Y la tercera, garantizar a través de la escuela que toda persona acabe la educación obligatoria con un nivel equivalente de competencias lingüísticas en catalán y en castellano.
Sólo si se niegan estas finalidades, defendiendo por el contrario que la lengua sea un instrumento de fractura o diferenciación social, que se deba tender al monolingüismo recuperando la minorización del catalán promovida por la dictadura, o que la escuela no desarrolle competencias lingüísticas en catalán para toda persona escolarizada, no procedería entonces discutir sobre métodos.
Pero si se aceptan las tres finalidades que han basado el consenso del desarrollo del modelo lingüístico en la educación catalana, entonces hay que analizar qué políticas públicas y métodos pedagógicos son más idóneos para alcanzarlas.
Empecemos por unas consideraciones generales. La lengua se aprende a través de su uso, cuando se dispone de sitios, momentos, objetivos, registros e interlocutores donde y con los cuales usarlas habitualmente. En sociedades bilingües de lenguas en contacto (Quebec, Finlandia, País Vasco o Catalunya), se considera que la lengua dominante en cada caso tiene los usos asegurados, con todos los interlocutores y respecto a todas las funciones y registros. Es por eso que se opta por construir en la escuela momentos, objetivos, registros e interlocutores donde y con los cuales utilizar la lengua minorizada, para que estos usos garanticen la adquisición. Lo mismo se aplicaría en la enseñanza de una lengua extranjera.
Por ello, son determinantes el total de las horas de uso en la vida de una persona, que en los escolares incluye las relaciones con familia y amigos, la vida cotidiana, los libros, revistas y periódicos y el consumo de televisión, cine e internet. En la sociedad catalana, todos estos ámbitos tienen al castellano en la posición de lengua dominante, es decir, la de uso mayoritario, lo que incluso se ha incrementado en los últimos diez años, en los que ha habido una relevante variación de población debido a la inmigración extracomunitaria[1].
A pesar de ello, la proximidad de las lenguas catalana y castellana facilita una rápida comprensión de ambas para los hablantes de una u otra, lo que para su aprendizaje permite una aproximación didáctica distinta del caso de sociedades donde conviven lenguas latinas (francés) con lenguas anglogermánicas (inglés o neerlandés).
Estas consideraciones están en la base del modelo pedagógico de la escuela catalana llamado de inmersión lingüística, que es una modelo pedagógico de aprendizaje adaptado a cada realidad para posibilitar que los usos lingüísticos de los alumnos les permitan desarrollar las competencias comunicativas en las dos lenguas. Al hacer que la lengua catalana sea vehicular en el sistema educativo, con presencia constante del castellano en toda la educación obligatoria, se compensa el desequilibrio de usos reales de las dos lenguas. Sus resultados son incuestionables.
En primer lugar, según las pruebas de competencia lingüística del Ministerio de Educación español (2009-10), los alumnos del sistema educativo catalán tienen un dominio de la lengua castellana al mismo nivel que la media estatal[2], y esto tanto entre los que tienen competencia alta o muy alta, como en los del nivel más bajo.
En segundo lugar, las evidencias muestran que la lengua de uso corriente en la familia no condiciona los aprendizajes del alumnado en comprensión lectora, matemáticas y en ciencias, según mide el informe PISA. Los datos son incontrovertibles cuando esta comparación se hace correctamente, es decir teniendo en cuenta el nivel socioeconómico y cultural de las familias. Son las desigualdades socioeconómicas entre familias, y no su lengua de uso, lo que explica la diferencia de resultados a nivel agregado.[3] Justamente por esto, los principales perjudicados de una segregación por motivo de lengua serían los alumnos de familias no-catalanoparlantes de nivel socioeconómico bajo.
Y en tercer lugar, en Catalunya no existen dos comunidades en el aprendizaje de las dos lenguas oficiales. Los alumnos que tienen buen rendimiento en el aprendizaje de una de las dos, muestran buen resultado en la otra, mientras que las escuelas e institutos con un nivel bajo de adquisición competencial en una lengua muestran resultados bajos en la otra[4].
La evidencia muestra pues que se trata de un modelo que es a la vez valioso para los alumnos (son bilingües en una sociedad bilingüe, sin contraindicaciones en ningún aprendizaje) y valioso para la sociedad (evita segregación y desigualdad de oportunidades). Pero dado que el debate sobre la idoneidad de este modelo pedagógico no tiene en cuenta evidencia ni datos y sólo se basa en proclamas ideológicas, merece la pena analizarlas.
Primera proclama: las familias deben decidir la lengua de escolarización de sus hijos. Esta aproximación obvia el derecho democrático de una sociedad bilingüe a priorizar la cohesión social y la igualdad de oportunidades (que todos los estudiantes sean competentes en las dos lenguas) al derecho de un progenitor a limitar el contacto de su hijo con una lengua por razones ajenas al aprendizaje. De hecho, el modelo lingüístico de la escuela catalana nace justamente en el postfranquismo de iniciativas de padres y maestros de zonas principalmente castellanohablantes que piden que se garantice la igualdad de oportunidades de los jóvenes.
Contrariamente, en los últimos años se ha intentado utilizar la defensa que la UNESCO hace del uso de la lengua materna en educación para argumentar el supuesto derecho de un progenitor en Catalunya de oponerse al modelo lingüístico de la escuela. Se trata de un uso grosero, porque la iniciativa de la UNESCO de promover la lengua materna se dirige explícitamente a evitar “la desaparición de lenguas habladas por grupos poblacionales minoritarios”, con el objetivo de “ayudar a proteger la diversidad lingüística y cultural” [5]. Según datos del Instituto Cervantes, 572 millones de personas hablan castellano –cinco millones más que hace un año–, y aumentarán a 754 millones a mediados de siglo XXI[6], mientras que el catalán es hablado por unos 10 millones de personas. Identificar a los que tienen como propia una lengua de casi 600 millones de hablantes como “grupo poblacional minoritario” tiene una intención clara de promover la minorización de las lenguas cooficiales bajo el discurso de supuesta minoría[7].
Segunda proclama: el modelo lingüístico de la escuela catalana busca el monolingüismo en catalán y la desaparición del castellano. Esta afirmación concibe el aprendizaje de lenguas como un juego de suma cero: si aprendes una no puedes aprender la otra, porque parte de entornos esencialmente monolingües. Además, no tiene ni un solo dato que la sustente, más allá de la reacción que uno tiene cuando un ministro afirma, faltando a la verdad, que en Catalunya hay escuelas donde no se aprende el castellano. Sería interesante debatir entonces si los datos del Ministerio de Educación español se equivocan cuando dicen que el nivel de castellano de los alumnos catalanes equivale a la media española.
Tercera proclama: en realidad, el modelo lingüístico de la escuela catalana busca formar personas que se identifiquen nacionalmente con Catalunya y no con España, por lo que cabe frenar el modelo lingüístico e introducir una visión determinada de la historia controlada por la Alta Inspección. De nuevo, la evidencia desmonta el mantra: la escuela catalana no varía la identidad nacional de los alumnos y, además, “el contexto familiar neutralizará siempre cualquier intento de utilizar la escuela para inculcar una identidad nacional distinta a la de los padres”[8], lo que vale también por la proclama del antiguo ministro de Educación de que se deben “españolizar a los alumnos catalanes” para variar sus rasgos de identidad. Aún más, no hay ninguna correlación entre la escolarización en la escuela catalana y las preferencias políticas respecto a la identidad nacional[9].
A modo de conclusión: el modelo lingüístico de la escuela catalana, que parte de una orientación funcional del aprendizaje de la lengua, garantiza la cohesión social y la igualdad de oportunidades en una sociedad bilingüe, desarrolla un nivel equivalente de competencias lingüísticas en castellano que la media de España, al mismo tiempo que desarrolla las competencias en la otra lengua cooficial que sigue minorizada en el uso común. Los intentos de romper el consenso que ha fundamentado este modelo han pasado por medidas judiciales (que un juez decida arbitrariamente cuál es la cantidad óptima de horas que se necesitan para aprender una lengua), políticas (incentivación a que las familias opten por la elección de lengua de sus hijos en contra del modelo bilingüe) y propagandísticas (apelar a los derechos de lengua materna para los castellanohablantes mientras se ignora para el millón de nuevos catalanes que hablan árabe, amazigh, chino o urdú), aunque hasta ahora han fracasado por el contraste con los hechos.
Pero una mentira repetida mil veces se puede convertir en verdad, decía uno de los aliados del dictador Franco. La insistencia en acabar con el modelo lingüístico de la escuela catalana no nace, pues, del interés por el aprendizaje de los alumnos, por la voluntad de equidad entre las dos lenguas oficiales, ni por un planteamiento liberal de derechos individuales sobre colectivos. Nace de una concepción nacional española incompatible con la diversidad, incluida la lingüística, como se ha visto recientemente contra el aranés. Posiblemente por eso en el 2001 Juan Carlos de Borbón, entonces jefe de Estado, no se sonrojó al afirmar solemnemente: “Nunca fue la nuestra lengua de imposición, sino de encuentro; a nadie se obligó nunca a hablar en castellano”. Y también por ello, llamo a quienes no se identifican con esa visión hegemonista a reflexionar sobre lo que está sucediendo.
[1] Así, El País proclamaba en 2014 ante los datos de uso: “El catalán pierde fuelle frente al castellano como idioma habitual en Cataluña”.
[2] Instituto Nacional de Evaluación Educativa, datos 2009 (educación primaria), y 2010 (educación secundaria obligatoria).
[3] Equitat i resultats educatius a Catalunya. Fundació Jaume Bofill, 2015.
[4] Consell Superior d’Avaluació del Sistema Educatiu, 2012.
[5] ‘International Mother Language Day: Report of Member States’ Activities to Promote Linguistic Diversity and Multilingual Education Development’. UNESCO, 2008.
[6] “El español, una llengua viva: Informe 2017”. Instituto Cervantes, noviembre de 2017.
[7] “‘Hablamos Español’ recoge firmas en Barcelona para que no se ‘excluya’ el castellano en las escuelas catalanas”. La Vanguardia, diciembre de 2017.
[8] María José Hierro (Yale University): ‘¿Afecta la inmersión lingüística a la identidad nacional?’. El País, 2013. “Escuela e identidad nacional en Cataluña”. Agenda Pública, 2012.
[9] Lluís Orriols (Universidad Carlos III de Madrid): ‘¿Es la escuela catalana una fábrica de independentistas?’. Diario.es, octubre 2017