La existencia de “dos Cataluñas” ha calado en la memoria colectiva: la indepenentista contra la no independentista. Dos mitades casi iguales, que oscilan entre el 40% y el 50% según el Centre d’Estudis d’Opinió (48% pro-, 43% anti-, según los datos de octubre: menos de 9% no declarados). A esta contraposición, argumento popular entre quienes se oponen frontalmente a la secesión (“¡pretenden la independencia sin tener una mayoría social!”), se suele responder desde el campo nacionalista con el 75%, 78% u 83% (según encueste Sigma Dos, el propio CEO o Metroscopia) a favor de un referéndum pactado: tal es el consenso, dicen, que suscita “la democracia”.
¿Cuántas Cataluñas hay? ¿Una, o dos? En realidad hay muchas, claro: tantas como catalanes. Al fin y al cabo, incluso en una situación de polarización como la de hoy día, los matices jamás desaparecen por completo, y en última instancia cada persona es dueña de sus propias ideas. Las simplificaciones, simplificaciones son. Pero, en teoría, si las hacemos deberían servir para entender mejor la realidad. Ese es el trabajo de un modelo. Bajo mi punto de vista, estamos en un momento en el que ni la dicotomía ni la unidad en torno al referéndum explican demasiado. Sí lo hace, creo, una visión tricotómica; pero, eso sí: partiendo de una estructura de posiciones bastante más compleja que la pregunta independencia sí-no.
Para comenzar, considero que el principal determinante de la división de posiciones entre catalanes es la soberanía: ¿en quién reside? Dejando de lado arreglos más o menos extravagantes, la respuesta a esta pregunta sólo puede ser «en el conjunto de los españoles» o «en los catalanes». Ahora mismo, hay cuatro formaciones soberanistas con potencial representación parlamentaria: CUP, ERC, PDeCAT y Comuns. Juntos suman casi un 60% del voto, que se divide a su vez en otra variable clave relacionada con la manera de entender la soberanía. Una parte importante, prácticamente una mayoría dentro de la mayoría, aboga por una solución unilateral al conflicto. Es decir: consideran que la soberanía es innegociable. Reside en el pueblo catalán: es un hecho consolidado. El resto, por el contrario, están dispuestos a que exista una solución negociada. Reconocen, por tanto, que hoy día el pueblo español tiene la capacidad de ejercer su soberanía de una manera que resulta inaccesible para el catalán salvo que exista una concesión explícita por parte del Estado.
He aquí los dos primeros bloques que emergen desde la perspectiva de la soberanía: soberanistas unilaterales y soberanistas negociadores. A ellos se suman los soberanistas españoles, conformado por el resto del electorado (apolíticos ajenos a todo aparte). Con ello, tenemos las tres posiciones en torno al debate central: la respuesta a la cuestión de quién debe decidir el futuro de Cataluña.
Los unilaterales piensan que sólo debe ser Cataluña quien decida sobre su futuro, y desde ya mismo. Son, por abrumadora mayoría, independentistas (aunque también hay algo de ‘unilateralidad’ entre los soberanistas no secesionistas), como se demostró el 1-O (si nos fiamos de los datos sin verificación posible, claro): 90% de votos por la secesión en el referéndum unilateral. Una mayoría estará probablemente de acuerdo con la DUI. Y, en cualquier caso, el vórtice de su postura es que Cataluña ya posee la categoría de soberana.
Los negociadores consideran algo como lo siguiente: aunque Cataluña debe decidir sobre su futuro en última instancia, ahora mismo las condiciones para tal escenario no se dan. Por tanto, es inevitable reconocer la soberanía del pueblo español pero sólo como interlocutor para la consecución de un mecanismo soberano de decisión, normalmente un referéndum de autodeterminación. En este grupo hay tanto independentistas (de todos los partidos) como unionistas (sobre todo, de Comuns).
Los constitucionalistas son soberanistas españoles, en el sentido de que consideran que la decisión sobre el futuro de Cataluña la debe tomar toda España. Esto puede incluir un referéndum de autodeterminación pactado, por supuesto, pero no necesariamente. ¿Cuál es la diferencia, pues, entre un partidario del referéndum del grupo ‘negociador’ y uno de este grupo? Que mientras el primero se acerca a la aceptación de la soberanía española desde una posición estratégica («hoy por hoy, es lo que hay»), el segundo lo hace de manera normativa («así debe ser»).
Es hora de poner algo más de contenido empírico a esta clasificación. Empezando con los unilaterales, el CEO de verano de 2017, que contaba con la pregunta «Està a favor que es convoqui un referèndum sobre la independència de Catalunya?» permitiendo a quien responde distinguir entre referéndum unilateral, acordado y ningún tipo de plebiscito. Entonces había un 48% de catalanes favorables a la unilateralidad. Los datos de la propia Generalitat sobre la participación el 1-O rebajaban esta cifra al 43%. En cualquier caso, se trataba en su mayoría de votantes independentistas: el 90% de JxSi y CUP estaban por la vía unilateral, frente a un 45% de CSQEP. De nuevo según la propia Generalitat, un 92% de los votantes del 1-O eran independentistas: en torno a un 39’5% del censo. Los unilaterales independentistas son, en definitiva, una minoría mayoritaria en Cataluña, que suma en torno a 4 de cada 10 votantes potenciales. Si a ellos les sumamos los unilaterales no independentistas, nos plantamos en el entorno del 45%.
Frente a ellos, los constitucionalistas no se circunscriben únicamente al 22’6% que dijo en el CEO del pasado junio que no apoyaban ningún tipo de referéndum, pero sin duda los incluyen. A ellos se les puede sumar la minoría dentro de los votantes del bloque (PP, C’s, PSC), cuya asunción de la soberanía española es indudable, que no tienen problema con un referéndum pactado. Con los datos del mismo CEO, este grupo aúna a un 6% del censo. La suma de ambos arroja un 28’6%. Pero la cifra final puede estar fácilmente más en el entorno del 30%-33% si se considera que (1) el recuerdo voto a estos partidos suele estar infrarrepresentado en el CEO; (2) una parte mayoritaria de los abstencionistas que se declaran pro-referéndum pactado (29’6%) serán soberanistas españoles, pues la abstención suele afectar marginalmente más a los unionistas.
El grupo bisagra de los negociadores es, probablemente, el más pequeño de los tres. Suma en esencia a todos los votantes no unilaterales de los partidos soberanistas, que en su mayoría se encuentran en el entorno de CSQEP/Comuns, así como a los abstencionistas pro-pacto: en torno a un 10% del electorado, que es en cualquier caso clave al encontrarse entre dos polos enfrentados. Si optamos por una definición restringida de unilateralismo, donde sólo caben los independentistas, también podríamos meter aquí a aquellos que optaron por la unilateralidad como medida de presión para forzar una negociación: quienes apoyaron el 1-O sin ser independentistas. Ahí podríamos hablar de hasta un 15%.
De la perspectiva trifásica se pueden extraer una serie de conclusiones. Para empezar, el soberanismo catalán es mayoritario en Cataluña. Pero sólo lo es gracias a una porción del electorado que, aunque considera que la soberanía catalana es deseable, entiende que la única manera de llegar a su consecución es a través de la negociación. El soberanismo español, por el contrario, es una minoría política* que hoy por hoy tiene extremadamente difícil la articulación de mayorías dentro de Cataluña, salvo que se acepte el cuestionamiento del artículo 2 de la Constitución Española, que establece «la indisoluble unidad de la Nación española». Pero sobre todo salvo que se acepte la modificación en la práctica del artículo 1, cuando reza: «la soberanía nacional reside en el pueblo español», con una especie de anexo no escrito que vendría a decir: «y por ello, de común acuerdo, el pueblo español puede delegar en una de sus partes el ejercicio de dicha soberanía».
No me interesa aquí entrar a preguntarme si esto es común en nuestro entorno, viable, o apropiado. Sólo deseaba constatar que, efectivamente, las posiciones dentro de Cataluña se dividen en tres polos: quienes favorecen la unilateralidad por considerar que la soberanía ya es catalana; quienes aceptan que deberán negociar para conseguirla; y aquellos que, aunque podrían aceptar (o no) una delegación del poder de decisión en última instancia, consideran que es el pueblo español el único sujeto autorizado para decidir. Por desgracia, el debate no se produce demasiado a menudo dentro de estos parámetros, que son los que para mí definen ahora mismo el núcleo del conflicto catalán.
Sin embargo, las consecuencias de la vía unilateral emprendida por JxSi y la CUP desde el 27S de 2015 podrían traer algunas modificaciones al esquema actual. Es cierto que las encuestas no dejan entrever demasiados cambios, pero no lo es menos que hay fronteras porosas. Después del 1-O y del 27S, yo al menos leo esa porosidad en términos de la posición que escoge cada votante en torno a la cuestión que siempre ha sido la central en este conflicto: la cuestión de la soberanía.
————–
*Y debería ser considerada como tal: algo de lo que se suele olvidar la auto-definida «minoría catalana» — que es en realidad una minoría nacionalista o independentista — es que es una mayoría con elevado poder institucional dentro de su territorio.