Dicen que nuestra democracia pasa por un momento muy difícil y probablemente es verdad. Es común escuchar que es importante apelar a la negociación y a los mecanismos democráticos de decisión, con la idea implícita de que ese sistema llevará a una resolución del conflicto. La inmensa mayoría de los españoles y catalanes sería moderada y eso facilitaría un consenso. Debo confesar que siempre he sido pesimista respecto a la llamdaa ‘salida negociada’.
En busca de la España federalista
En agosto pasado Alberto Penades publicó un artículo en el País que, junto con el artículo de Kiko Llaneras sobre la lucha de clases en Cataluña, es de lo más interesante leer estos días. Los hechos que explica Penadés son bastante bien conocidos: son los que substancian la idea de que hay margen para una salida intermedia, dado que la mayoría de la gente en España y Cataluña estaría a favor de algún tipo de arreglo federal. Desde esta perspectiva, el conflicto actual entre el Estado y la generalitat sería innecesario, y los actores políticos no estarían incorporando las preferencias de la gente a la que representan adecuadamente. En el caso del bloque independentista, más aún, es habitual enmarcar este problema como un conflicto entre ‘los catalanes (el pueblo) y (la élite de) Madrid’. Una idea que me gustaría sacar para la reflexión es la idea de los mismos datos pueden interpretarse de una forma distinta.
Recientemente, un amigo se escandalizaba de que la reacción de mucha gente de fuera de Cataluña frente al PSC fuera muy crítica, como si apoyaran a los secesionistas. Mi amigo parecía entender que esta reacción señalaba un cambio reciente, posiblemente guiado por la actitud de los políticos.
Una posibilidad es que, lo que es reciente, no es la reacción de indignación, sino que hasta ahora mismo, la gente que se indignaba al escuchar a los moderados Catalanes, no se indignaba por tener otra actitud, sino porque no estaba expuesta a lo que decían. Si esto fuera cierto, en realidad, lo que estaríamos viendo con la polarización del debate actual no sería un cambio de preferencias, sino su revelación. Y si esto fuera cierto, hay pocas razones para pensar que un debate de tipo democrático lime estas diferencias.
Allá en los años 2000, en mi círculo social era bastante popular la idea de que había que ‘avanzar hacia el federalismo’ porque ‘españa es un estado plurinacional’, etc. Como ha explicado Pablo Beramendi , este entusiasmo sobrevenido por el federalismo es un tanto sospechoso. ¿Quién apoya exactamente el federalismo? ¿Qué piensa la gente que es el federalismo? ¿Estamos dispuestos a encajar sus consecuencias?
Lenguaje privado y las burbujas federales
Con la victoria de Donald Trump, uno de los ejercicios que hice fue tomar la lista de gente con la que he discutido en algún momento de política (en persona o por internet), y escribir debajo de sus nombres atributos demográficos: educación, género, clase social, origen geográfico, partido al que votan. Creo que este es un ejercicio que todo el mundo debería hacer al menos una vez en su vida. Así, por ejemplo, si tomaba la gente de mi entorno que creo que haya votado alguna vez al PP, casi todos son de Madrid capital, todos tienen educación superior, y desde luego son muchos menos que la mitad. Si intento pensar en mi mente qué aspecto tiene un parado sin estudios, de una comunidad autónoma renta inferior a la media, realmente es algo que sería incapaz de hacer, porque creo que es algo que ni siquiera he visto en la televisión.
La mayoría de nosotros nos relacionamos con gente que se parece a nosotros, no sólamente en términos demográficos, sino también de carácter, y eso implica que vernos expuestos a la influencia de gente distinta, compartir espacio público con ellos, puede a menudo generarnos vértigo o sorpresa. Que ese grupo de gente sea minoritario en nuestro entorno (pero no por ello en la sociedad en su conjunto) también nos lleva a pensar, inconscientemente, que su opinión puede ser ignorada. Es decir, aplicamos a esas ideas un ‘sesgo de confirmación’ como lo llaman los psicólogos.
Algo de lo que es difícil hacerse a la idea es de que todos los regímenes políticos tienen un sesgo elitista considerable, y la democracia no es una excepción. Conforme nos acercamos al núcleo del poder (desde el voto hasta la influencia directa en las decisiones del gobierno), el grupo se va haciendo menos representativo de la población en general: más masculino, más educado, más de clase alta, menos étnicamente diverso. El mismo ‘sesgo de la confirmación’.
Con todo esto en mente, aquí va mi hipótesis. Me gustaría sugerir es que en España, el supuesto consenso alrededor del Estado de las autonomías está fuertemente exagerado. Probablemente, éste solamente puede explicarse como un pacto entre élites, manufacturado por el hecho de que en España el sistema de partidos ha estado siempre fuertemente cartelizado. Esto ha favorecido que solo las opiniones moderadas estén representadas en el espacio publico.
Pero una idea de esta diversidad puede verse si miramos la forma en que se expresan políticos autonómicos. Es posible que un miembro del PSC y uno del PSOE andaluz expresen ambos una adhesión al ‘federalismo’. Sin embargo, con mucha probabilidad, ambos tienen en mente cosas muy distintas, especialmente si entramos en sus implicaciones respecto fiscalidad, enseñanza, etc. Para mí, el ejemplo más claro de estado es la discusión sobre los límites que implica la constitución.
La idea federal y el agonismo democrático
Uno de los análisis más interesantes que se han hecho del populismo es el de Chantal Mouffe y su marido Ernesto Laclau. Ellos pensaban en América Latina. En su mente, lo que observamos con los movimientos populistas es una incorporación de una parte del pueblo que antes estaba ausente del debate. El perfil sociológico, socioeconómico y psicológico de este grupo social se traducía en un estilo discursivo y de movilización que generaba tensiones en las estructuras y los consensos implícitos de la democracia burguesa. Naturalmente, los miembros de las élites sociales encuentran la entrada de estas demandas en la arena política como una ruptura de las normas que la estructuran. Pero, y esto es lo interesante, el populismo es fundamentalmente una expresión más completa de la democracia, es la consecuencia de la ampliación del perímetro que delimita la esfera pública.
Para mí, la supuesta polarización que hemos visto ahora mismo es probablemente el resultado de la entrada y confrontación en el debate público de grupos y puntos de vista que antes estaban principalmente ausentes. Mi sensación es que el debate sobre el Estado autonómico ha tenido, históricamente, un fuerte sesgo en quienes participaban en él, precisamente aquéllos que se beneficiaban de la descentralización. ¿Quiénes lo hacían? Por un lado, los partidos nacionalistas han utilizado el Estado autonómico para aumentar su cuota de poder y garantizar su hegemonía regional Por otro, los partidos nacionales han necesitado el apoyo de los partidos nacionalistas para gobernar en Madrid. Las ideas de extremeños o andaluces, probablemente no han tenido nunca un impacto demasiado grande en el debate, porque el impacto que tenían las concesiones a los nacionalistas era indirecto para ellos. El Estado central ha, históricamente, generado pactos multilaterales, y amortiguado la confrontación de opiniones públicas. Este sistema de amortiguación permitía generar cierto consenso alrededor de conceptos más o menos flexibles (‘federalismo’, ‘estado de las autonomías’), cuyas interpretaciones cada grupo entendía de forma distinta. Esto ha generado esa apariencia de consenso que se observa en los datos en las encuestas.
Con la crisis económica, sin embargo, la intermediación de estas opiniones se ha vuelto más complicada. Por un lado, como han explicado PMK y FJM, por razones diversas, el PP se ha convertido en un partido tóxico en Cataluña y los partidos catalanes han renunciado a pactar con éste, de forma que para este la motivación de atender a los intereses de las élites catalanas se ha reducido considerablemente. Por otro lado, porque el ajuste presupuestario debía ser repartido entre regiones. Finalmente, la oferta política en España ha aumentado sensiblemente, y una consecuencia directa de ellos es la pérdida del poder de veto de los partidos nacionalistas que históricamente habían sido capaces de negociar casi en posición de igualdad con los dos grandes partidos.
Una cosa es adherirse al federalismo o el estado de las autonomías como concepto abstracto que asociamos con Alemania y Estados Unidos; otra muy distinta aceptar cuáles son sus consecuencias. Al aumentar la tensión en el debate sobre Cataluña y revelarse cuál es el impacto real, que más allá de los nombres que tiene la cuestión catalana, el sistema de intermediación y de generación de consenso, basado en la marginación de una parte de las voces, ha dejado de funcionar. Muchas personas que no han estado históricamente implicadas en el debate o que han tenido una actitud pasiva al respecto han pasado a estar implicados en ello. Esta es una de las cosas que ponen en evidencia los datos que describen PMK y FJM: que una gran parte de los catalanes perciban al PP como un partido de extrema derecha. Ello, unido al hecho de que el PP es la fuerza más votada en España, probablemente denota que hay una distancia muy grande entre los votantes del PP en España y el catalán medio.
¿Polarización es democracia?
Si esta hipótesis fuera cierta, significaría que en realidad lo que estamos presenciando con la polarización es precisamente la democratización del debate, con la incorporación al mismo de ideas e intereses que antes estaban excluidos. Esta polarización que empieza a observarse en las encuestas no sería tanto el fruto de la manipulación de los partidos políticos, sino, en mayor medida, de la confrontación directa de los intereses de los participantes. Y si esta idea de que la polarización no ha aparecido ahora, sino que se ha revelado, implicaría que cualquier salida negociada a la crisis sólo podría producirse con la exclusión de las preferencias de una parte importante de la población del proceso democrático, esto es con un pacto entre élites.
Mi sensación es que esto es algo que se enfrenta a obstáculos considerables. En la época de las redes sociales y los smartphones, la capacidad de las élites para controlar el flujo de información y el debate público es mucho menor que en los noventa. El espacio político en España está más fragmentado y los grupos minoritarios pueden organizarse y hacerse escuchar con más fuerza. Sobre todo, el pacto implícito que históricamente había concluido la burguesía catalana con las élites de Madrid es algo que a día de hoy no parece estar en el horizonte.
Probablemente habrá que rediseñar el pacto autonómico. Existe cierto consenso en que la burguesía catalana tiene razones reales para desconfiar de que la democracia española vaya a acomodar sus intereses como en el pasado. Lo que parece también claro es que este razonamiento funcione en el otro sentido. Hoy, las opiniones públicas podrían estar más alejadas que nunca, pero paradójicamente, la comprensión de lo que implicaría el federalismo estaría más cerca.