Si algo ha dejado claro la crisis económica actual es el enorme, inmenso, colosal poder destructivo de la estupidez fuera de control. Los últimos años han sido una espléndida sucesión de espectaculares voladuras incontroladas de variedad de mercados, todos caídos a manos de auténticos idiotas: desde la desquiciante jungla de acrónimos financieros hasta las desmesuradas burbujas inmobiliarias, el capitalismo moderno ha sido incapaz de controlar el infinito poder destructivo de la estupidez humana.

Una de las funciones del estado que reciben menos atención es su función de lucha contra la estupidez. Los gobiernos del mundo tradicionalmente ha dedicado mucho tiempo a proteger a los idiotas de si mismos, en gran parte porque eran conscientes que un idiota sin supervisión es algo muy peligroso.

En ocasiones, los políticos han pecado de paternalismo mal encaminado al legislar en este sentido. Cosas como la ley seca, prohibir el uso de la marihuana o ciertas conductas sociales antibíblicas o amorales no son casi nunca un buena idea, al fin y al cabo. En otros aspectos, sin embargo,  el papel del estado restringiendo la infinita capacidad del ser humano de hacer el imbécil ha tenido un papel crucial en el buen funcionamiento del mercado y la economía. Estos últimos años la progresiva desaparición de estas restricciones han creado muchos problemas.

Tradicionalmente el estado se encarga de regular dos potenciales focos de problemas en los mercados: la gente actuando a tontas y a locas y los potenciales daños a víctimas inocentes.

El primer caso es proteger a los idiotas evitando que se metan en situaciones que no entienden – básicamente asegurarse que los charlatanes ahí fuera no se aprovechen de ellos demasiado. La idea básica es que a menudo los vendedores saben mucho más sobre lo que hacen y venden que los potenciales compradores, y esto coloca a los consumidores en desventaja. Si limitamos qué servicios pueden ofrecerse en según qué mercados, restringiremos la oferta a productos relativamente poco peligrosos, asegurándonos que los idiotas no se hagan demasiado daño a si mismo. Es por eso que tenemos leyes contra la usura, los préstamos demasiado abusivos y el chamanismo médico; todo es cuestión de evitar que nadie se meta en callejones sin salida.

Complementando estas leyes, necesitamos una segunda línea de defensa. Sabemos de sobras que es imposible diseñar leyes a prueba de imbéciles, ya que el universo conspira contra nosotros creando idiotas cada vez más pertinaces y creativos. Eso se traduce en que por mucho que nos esforcemos, un número no precisamente insignificante de individuos se las arreglaran para cometer errores gigantescos; debemos asegurarnos que cuando esta gente se estrelle, su caída no se lleve por delante a nadie.

En el mundo real, esto habitualmente se traducía en poner coto a lo que podían hacer algunos actores; básicamente, aquellos que si fracasaban producirían una cantidad enorme de daños colaterales. Los bancos, sin ir más lejos, siempre han estado bien vigilados; si quiebran se llevan a muchas víctimas inocentes por delantes, así que es importante tener planes para limitar sus movimientos y procedimientos para desmontarlos con cuidado. Algo parecido a regular externalidades, pero con un especial acento en asegurar que los idiotas no se carguen el barco.

¿Qué sucedió en los años previos a la crisis? En cierto sentido, el estado renunció a vigilar a los idiotas. Los legisladores se dijeron a si mismos que la gente es de hecho relativamente inteligente, y que no era necesario protegerles de si mismos. Si alguien hacía una tontería, se arruinaba y punto; el número de gente que la pifia sería limitado, y no crearía problemas.

El problema, obviamente, es que esta teoría era una estupidez: uno no necesita demasiados idiotas haciendo burradas para crear un problema. De hecho, la capacidad destructiva de los idiotas es mayor que la suma de las partes; si combinamos un banquero dispuesto a tomar demasiados riesgos con un comprador que quiere una casa que no se puede permitir ambos se las arreglaran para hacer juntos una tontería aún más destructiva. Si los banqueros más tontos además son capaces de asociarse para crear un sistema que permite multiplicar los errores hasta el infinito, la cosas es aún más grave. Y si encima se las arreglan para inventarse un mecanismo rebuscado para que parezca que lo que hacen es inofensivo, aún peor.

Tristemente, los gobiernos del mundo no pueden dejar que según que gente juegue sin supervisión. Es necesario que regule y vigile para asegurarse que los tontos no se hagan -demasiado- daño a si mismos, y no hagan daño a otros cuando meten la pata. Sin pasarse, sin apretar más de la cuenta, y siendo muy consciente que no puede ponerse demasiado pesado, sin duda, pero consciente que debe evitar que la estupidez se adueñe de los mercados.


12 comentarios

  1. ¿Y quién nos protege de la estupidez de los políticos y del Estado?

    «¿Qué sucedió en los años previos a la crisis? En cierto sentido, el estado renunció a vigilar a los idiotas…» Claro claro, porque la política monetaria expansiva sin sentido, practicada por la FED, el BCE, el Banco de Inglatera y la mayoría de Bancos Centrales del mundo, que permitió tipos de interés real negativos es culpa de los idiotas. Es culpa de los idiotas que el Gobierno chino mantuviese inalterada su polítcia de tipo de cambio con el dólar; también es culpa de los idiotas que la OPEP maneje el precio del petróleo a su antojo y es, como no, culpa de los idiotas que querian tener una casa en propiedad.

    Parece ser que el mundo está lleno de idiotas, pero los más idiotas de todos están en los Gobiernos.

  2. Ender dice:

    Alberto:

    No sé si se trata de discutir quién es más idiota, la verdad… Idiotas y malnacidos habrá siempre, y posiblemente los idiotas son peores, porque los malnacidos de vez en cuando descansan…

    Lo que se debe exigir a los gobiernos y a los bancos centrales es que vigilen EL RIESGO SISTÉMICO, lo cual no sé si será fácil o difícil, pero está claro que no sólo no lo hicieron en los meses previos a la crisis, sino que algunos hasta contribuyeron a él.

    Creo que es éso lo que quiere decir Roger.

  3. Roger Senserrich dice:

    Creo que está implícito que los políticos en este caso fueron miembros del grupo de idiotas. La ventaja es que los votantes pueden desterrar al desierto a los «genios» que regularon el sistema de forma tan espantosa; los banqueros que sembraron el caos o los listillos que se endeudaron demasiado, en cambio, hacen daño sin que nadie los vigile.

    ¿Quién vigila a los guardianes? Los votantes.

  4. Vellana dice:

    «los banqueros que sembraron el caos o los listillos que se endeudaron demasiado», que también son votantes.

    Los máximos responsables de la situación económica son las autoridades públicas, ya que si lo son el mercado o la sociedad, también lo son ellas por omisión.

    Lo que está muy bien es apuntarse los éxitos económicos mientras los hay, y cuando vienen los problemas, echar la culpa a Aznar, a Bush, a los banqueros o a los listillos… uy, que me arrugo.

  5. Roger Senserrich dice:

    Y dale. ¿Donde véis en el artículo un aplauso sincero y entusiasta a la política en general? Los reguladores se durmieron en EUA y en muchos bancos centrales. No en España, por cierto, que se metió en su lodazal no por mala regulación sino por otra vía.

    Aparte de eso, ¿nace la crisis de la nada? El hecho que un montón de gente cometiera errores (reguladores, banqueros, gente hiperendeudada, bancos centrales) es algo objetivo. Me parece que vale la pena repasar cómo evitar que eso se repita.

    Por cierto, el hecho que los políticos cometieran errores que permitieron que los mercados se llenaran de gente haciendo cosas absurdas no quiere decir que el mercado es mejor. Más bien quiere decir que el mercado sin supervisión es tan peligroso como un mal político; no entiendo cómo el fracaso de los reguladores hace a todos esos banqueros gente desamparada e inocente.

  6. Tvrtko dice:

    Hombre, e España se cometieron errores de intervención administrativa en, por ejemplo, la política de vivienda. Medidas como la supresión de la deducción y otras habrían sido muy eficaces. Pero no se querían perder posiciones en los tan alardeadamente publicitados números macroeconómicos, aunque fuera para prolongar la bonanza y mitigar la prevista ruptura de la burbuja inmobiliario-crediticia. De todas formas, ahora se está cambiando la regulación para disimular las pérdidas de las entidades financieras, así que muy previsora tampoco sería.

  7. Carlos dice:

    Supongo, claro está, que la gente en los mercados tiene una alta probabilidad de volverse idiota y, sin embargo, a la hora de votar nos volvemos todos inteligentes y nunca cometemos errores.

    «¿Quién vigila a los guardianes? Los votantes.»

    Los mismos que forman parte del mercado que, supuestamente, ha fallado por su estupidez sistémica.

    Yo, sin embargo, veo más peligro en las decisiones que se toman con los políticos que con las decisiones que se toman en el mercado.

    A fin de cuentas, en el mercado uno se juega SU dinero y SU futuro.

    A la hora de votar, estás decidiendo qué hacer con el dinero de OTROS y el futuro de OTROS.

    ¿Cuándo es más probable cometer una estupidez? ¿Cuando no te juegas nada y las consecuencias se diluyen entre 45 millones de personas o cuando las consecuencias pueden ser inmediatas para ti?

    Imagino que, de la misma forma que nos falta información en el mercado, nos puede faltar a la hora de escoger políticos. De hecho, ¿dónde hay más información?

    Si yo voto a un político que no cumple sus promesas, ¿quién me resarce?

    Si yo compro un producto y se me da otra cosa, hay está la justicia.

    Defender la regulación de los mercados suponiendo que la gente se comporta de forma idiota en estos, pero sin embargo es inteligente a la hora de escoger a los reguladores (los cuales, por otra parte, pueden hacer o no las cosas por las que han sido elegidos); me parece un argumento pueril y ridículo.

    Yo prefiero pensar que somos igual de inteligentes en ambas ocasiones (soy un optimista, que le vamos a hacer). Y que, de hecho, tomamos decisiones más realistas en el mercado que en la política; porque nos jugamos algo tangible.

    Por lo tanto, no me explico cómo un grupo numeroso de personas puede tomar decisiones equivocadas a la vez y en la misma dirección sin motivo aparente.

    Habría que localizar esos motivos (algunos economistas lo han hecho, en mi opinión acertadamente, aunque no sean muy ortodoxos) y eliminarlos para evitar esas cosas.

    He leído mucho aquí en el Lorem Ipsum acerca del esquema de incentivos o algo así. ¿Y ahora salís con que lo que pasa es que somos todos idiotas?

  8. Carlos dice:

    *ahí está la justicia

    Me hizo daño a los ojos al releerlo xD.

  9. Roger Senserrich dice:

    Carlos, no es que cuando votamos todos seamos genios. La diferencia es que mediante el voto podemos castigar a los incompetentes, así que los políticos tienen un incentivo muy potente para no hacer el imbécil.

    Sobre por qué tantos agentes financieros tomaron decisiones absurdas al mismo tiempo, hay mucho de animal spirits y racionalidad limitada – algo que la regulación debe limitar, y no lo hizo.

  10. Carlos dice:

    «los políticos tienen un incentivo muy potente para no hacer el imbécil»

    Y por eso los casos de corrupción y favores y demás historias los podemos contar con los dedos de la mano. Y me parece que no sólo en España.

    ¿No hay animal spirits e irracionalidad en los políticos? ¿Y en los votantes que escojen a esos políticos?

    Tanto o más incentivo tiene un agente económico para no cagarla ni ser incompetente, puesto que se juega su dinero. Es más, lo bueno del mercado es que se incentiva ser más competente que los demás, no sólo vale con no ser incompetente.

    Todos los argumentos que estás dando acerca de la incompetencia del mercado son perfectamente aplicables a la política. No veo por qué una es mejor que otra. Sigo sin verlo.

    El problema de la crisis no es que la gente sea imbécil, es que hay que averiguar por qué actuaron como si fueran imbéciles. Por qué inversiones que parecían adecuadas no lo eran en realidad. Por qué la gente cayó en esa «trampa». No hay que ser imbécil para caer en una trampa. Hay que carecer de información, o haber sido incitado a caer en la misma.

  11. Avelino dice:

    Hombre, lo de pensar que se pueden cometer idioteces es totalmente realista y razonable. A la hora de regularlo lo veo más complicao.

    Sinceramente, en el caso concreto despaña, no lo veo fácil. Por mucho tortazo económico que haya supesto -entreo otras cosas – la burbuja inmobiliaria-crediticia, la inmensa mayoría de gente de mi entorno sigue creyendo que lo mejor que pueden hacer con su dinero es comprar una vivienda. Aunque ello supongo hipotecar la mitad de su sueldo durante 40 años.

    Personalmente no comparto esa opinión y no tengo gran interés en hipotecarme. Pero si un particular quiere hacerlo, y el banco estudia el riesgo y decide concederle la hipoteca, ¿cómo se evita continuar con la burbuja? ¿qué derecho tenemos los demás para impedirlo?

    Sinceramente creo que es una cuestión cultural – la obsesión por la propiedad inmobiliaria.

  12. […] la estampita utilizando básicamente dos métodos. El más clásico y tradicional es la regulación brutalista; si los préstamos en efectivo a corto plazo y 40% de interés (payday loans) son horriblemente […]

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