Para los que tengan cierta curiosidad sobre qué está regulando la nueva ley sobre tarjetas de crédito (y no se conformen con el breve artículo en El País), echadle un vistazo a la lista de cambios. La ley es realmente buena -con algunas excepciones ya mencionadas- y en algunos casos, francamente draconiana en el mejor de los sentidos: protege al consumidor de los abusos y mentiras de los bancos.

Las tarjetas de crédito son de hecho un ejemplo estelar de información asimétrica: Los bancos entienden el contrato muchísimo mejor que el pobre pringado que lo firma. Es como comprar un coche de segunda mano, con el añadido especial que el tipo que te vende el cacharro tiene todos los incentivos del mundo para sabotearlo tanto como pueda antes de colocártelo. Al fin y al cabo, si tienes un accidente (impago de la tarjeta), el tipo se pone las botas cobrándote la reparación.

Sí, uno no nunca debe firmar un contrato que no entiende, etcétera, etcétera. Si alguien se cree que el mundo real funciona con esa racionalidad maravillosa, que se pasen por New Haven, que tengo un unicornio para ellos.