La crisis inmobiliaria es otro de esos problemas pertinaces a la que la nueva administración americana se debe enfrentar, y que no tiene ninguna solución buena o mágica. El problema es grave, y tiene una cantidad ridícula de efectos secundarios.

Para empezar, todos sabemos que el detonante de la crisis financiera estos días (no la única causa; de hecho, la crisis es más extensa que eso) son las malditas hipotecas basura, el activo tóxico por excelencia. Mucha gente se hipotecó hasta las cejas gracias a un mercado mal regulado y peor vigilado. La crisis inmobiliaria en Estados Unidos no ha dejado millones de viviendas vacias sin comprador, como ha sucedido en España (donde incluso durante la burbuja era relativamente complicado obtener una hipoteca), sino millones de viviendas compradas con hipotecas exóticas (y tipos de interés crecientes) y gente que no puede pagarlas.

El resultado -obvio- es que mucha gente está perdiendo casas; un 8% de las hipotecas en el país no están al día con sus pagos. Esto crea el problema siguiente: cada vez que una vivienda es embargada por el banco, esto tiene un efecto fulminante en el valor de las casas alrededor de esta. El precio cae, de media, un 9% en las viviendas adyacentes;  el hecho de tener una casa abandonada y sin mantenimiento hace el barrio menos atractivo.

En un mercado en que los precios de la vivienda están bajando de forma constante, esto es un problema grave: mucha gente que tenía hipotecas perfectamente aceptable ha acabado debiendo más dinero del valor real de la casa. No hace falta que diga que esto no es bueno; siguiendo la pura definición de lo que es una recesión, mucha gente que no tiene la culpa de nada corre el riesgo de sufrir un mal embargo.

Estamos de nuevo en uno de esos dilemas que no gustan a nadie: si el gobierno no intenta detener la epidemia de embargos, el problema se puede volver en uno de esos ciclos negativos que se refuerzan a si mismo. Cuando arreglas el problema, sin embargo, estarás ayudando a mucha gente que realmente estaba haciendo el mandril, y comprando casas que no podía permitirse. Esto es un incentivo renovado a comprar más viviendas, algo que es una mala idea en general, como esta crisis ha demostrado.

Sobre el plan en concreto, hablaré más en detalle un poco más tarde. De momento, aquí y aquí tenéis dos buenos repasos sobre sus provisiones y efectos; no creo que pueda añadir mucho más. No me parece un plan malo; el problema es que no hay soluciones buenas.


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