Los ferrocarriles japoneses son, probablemente, los más puntuales del mundo. A efectos estadísticos, un tren que llegue más de 90 segundos tarde se considera un retraso espantoso en Japón; las operaciones están calculadas y orquestradas en segmentos de 15 segundos, y cualquier pieza que se salga del puzzle es para ellos un desastre. Como ejemplo, el retraso medio en 40 años de servicio de los Shinkansen (los trenes bala) ha sido de unos ridículos seis segundos, y eso en líneas con trenes cada 3 minutos y medio. La obsesión por la puntualidad lleva a que los maquinistas se disculpen profusamente, incluso en trenes de cercanías, por retrasos de un minuto. A efectos estadísticos, un tren llega tarde si no llega clavado a la hora. Y punto.
¿A qué viene todo esto? Parece que en el accidente de Osaka, el peor en 40 años en ese país, la puntualidad tuvo mucho que ver. El maquinista, un tipo de 23 años, se había pasado de largo ligeramente de un andén, teniendo que retroceder. Debido a esto, salió de la estación 90 segundos tarde, y trató de apretar todo lo que pudo para recuperar el tiempo perdido, ignorando los límites de velocidad alegremente. Cuando el tren descarriló, había recuperado 30 segundos ya, aunque acabó por servir de bien poco.
Parece ser que el accidente ha llevado a algunos comentaristas a cuestionar si esta obsesión con la puntualidad y la precisión absoluta valen la pena, o son otro corsé más en la rígida sociedad japonesa. Supongo que las dudas espirituales se les pasarán rápido en cuanto disfruten de Amtrak (que desastre de trenes que tienen en este país, pardiez) o cercanías Barcelona en Renfe. Aún así, si esto es cierto, podemos decir
con seguridad que esto en España nunca hubiera pasado. «¿Preocuparse, por 15 minutillos? Andaaa….«