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“Niñas desaparecidas” en la España del siglo XIX

3 Nov, 2015 - y - @FJBeltranTapia,

Los lectores de Politikon estarán familiarizados con el tema de las “niñas desaparecidas” gracias a las contribuciones de Luis Abenza y Libertad González. Estos autores analizan este fenómeno en poblaciones de origen chino o hindú, tanto en el caso de residir en sus países de origen (aquí[1]), como en el de haber emigrado a España o a otros países occidentales (aquí[2]). Implícitamente se transmite la idea de que entre la población de origen español o europeo este es, y ha sido, un fenómeno residual, una interpretación que comparte la historiografía (ver Lynch 2011[3]).

Aquí queremos mostrar, sin embargo, que la preferencia por los niños, hasta el punto de provocar una sobremortalidad femenina no natural, fue algo que también se dio entre españoles de origen. Nuestro trabajo (aquí[4]) ofrece indicios relevantes de que, al menos a mediados del siglo XIX, la discriminación de género afectó negativamente a la supervivencia de las niñas. Para ser claros, nuestra hipótesis no sólo contempla la posibilidad del infanticidio femenino, sino la posibilidad que un peor trato relativo (en relación a los varones) pudiera desembocar en una mayor mortalidad de las niñas respecto a la que les hubiera correspondido en condiciones naturales. Vayamos por partes.

A mediados del siglo XIX la mortalidad infantil en España era elevadísima (el 24.5% de los nacidos no llegaban a cumplir un año y el 44% no llegaba a los seis años). Las enfermedades infecciosas y la malnutrición, que a su vez dificultaba la supervivencia a las infecciones, eran las principales responsables de esta elevada mortandad. En este contexto, comportamientos discriminatorios en la alimentación de las niñas o en el modo en que eran tratadas cuando caían enfermas podría provocar una sobremortalidad femenina no natural, particularmente si venía acompañada de una sobreactividad doméstica y laboral a edades tempranas, que también solía ser más frecuente en las niñas (sobre diferencias de género en la España de la época ver el siguiente artículo[5]).

Claro que una cosa es suponer que estos resultados pudieran ocurrir y otra demostrar que efectivamente ocurrieron. Esta comprobación resulta especialmente difícil en unas sociedades en que la elevadísima mortalidad infantil facilitaba que los fallecimientos debidos a un cuidado insuficiente, maltrato o incluso infanticidio pasaran por muertes naturales (muchos niños morían por asfixia, de hambre o de frío). Además, dada la menor resistencia de los varones a los problemas que pudieran ocurrir durante la gestación, el parto o los primeros años de vida, la elevada mortalidad infantil afectaba más a los niños que a las niñas (sobre la mortalidad infantil véase La conquista de la salud. Mortalidad y modernización en la España contemporánea[6]).

Por tanto, en lugar de comparar directamente las tasas de mortalidad de niños y niñas, utilizamos la tasa de masculinidad, es decir, el cociente entre el número de niños y el de niñas, multiplicado por cien (si la tasa de masculinidad es, por ejemplo, 105 para la población infantil, querrá decir que el número de niños es un 5% mayor que el de niñas). A comienzos del siglo XXI la tasa de masculinidad para los menores de un año en España era de 104.9. Para ese tramo de edad en la España de 1860 la tasa era de 104.7. Como se puede apreciar la de 1860 era ligeramente más baja que en la actualidad. Sin embargo, en ausencia de discriminación de género, la tasa de masculinidad en 1860 aún debería haber sido bastante más baja, en concreto cercana a 100.

¿Por qué la tasa de masculinidad debería ser tan baja en 1860? Las bajas tasa de masculinidad en las sociedades previas a la transición demográfica se deben a que, pese a que en ellas (como en las actuales) se concebían un mayor número de niños que de niñas, las duras condiciones que sufrían las madres durante el embarazo y el parto, así como los problemas asociados a la malnutrición y las enfermedades, afectaban más a los niños que a las niñas. De este modo, el exceso de niños engendrados se iba compensando con su mayor mortalidad en todas las fases del ciclo vital. Las sociedades de demografía de tipo antiguo, por consiguiente, tenían bajas tasas de masculinidad en los menores de un año. La mejora en las condiciones de vida y en la atención médica a niños y embarazadas en las sociedades más desarrolladas provocó intensísimas disminuciones de la mortalidad infantil (en España en el 2001 solo morían antes de cumplir un año el 0.5% de los nacidos), lo que hace que la tasa de masculinidad en el primer año de vida se mantenga relativamente elevada (muy similar a la proporción de niños/niñas concebidos).

Dicho de otro modo, a mayor esperanza de vida mayor proporción de niños/niñas entre los menores de un año. Entre 1860 y 2001, la esperanza de vida al nacer en España pasó de 29.8 a 79.4 años y la proporción de niños tuvo que ir aumentado al compás de la mejora en la esperanza de vida. Las estimaciones estadísticas para otros países muestran que la tasa de masculinidad tiende a aumentar 0.9 puntos porcentuales por cada diez años de aumento de la esperanza de vida. Así que, si la esperanza de vida en 2001 era cincuenta años mayor que la de 1860, a la tasa de masculinidad del 2001 (104.9) habría que restarle 4.5 puntos (0.9*5=4.5) para obtener una hipotética tasa de masculinidad sin niñas desaparecidas en 1860. El resultado es de una tasa de 100.4, es decir, prácticamente de paridad entre niños y niñas.

Como la tasa de masculinidad observada en 1860 es de 104.7, tendría que haber habido un 4.3% más de niñas menores de un año para que la tasa de masculinidad correspondiese a la que hubiera existido en ausencia de discriminación. Por contextualizar este dato, es importante subrayar que en el estado de Punjab (India) en 1931, donde la evidencia de infanticidio femenino es muy clara, la tasa de masculinidad en ese mismo grupo de edad era 102.3. Estas cifras indican por tanto que en la España de mediados del siglo XIX hubo un porcentaje relevante de “niñas desaparecidas”, particularmente si tenemos en cuenta que ese porcentaje se refiere a toda la población española menor de un año y no solamente a las zonas o grupos sociales de mayor riesgo. Dado que el Censo de 1860 enumera un total de 408.817 niños (niños y niñas) menores de un año, nuestros cálculos implican que faltarían alrededor de 8.790 niñas.

Hasta ahora sólo hemos razonado con las cifras para el conjunto de España. Si desagregamos por partidos judiciales aún encontramos más evidencias que confirmarían la existencia de estas prácticas discriminatorias. La tasa de masculinidad en un partido judicial en un año concreto puede deberse tanto a causas estructurales como aleatorias (el componente aleatorio es mayor cuanto menor es el tamaño del partido). Incluso en partidos pequeños donde el número de nacimientos es limitado y por tanto la aleatoriedad es más alta, la probabilidad de que la tasa de masculinidad se sitúe un 20% por encima (o por debajo) de la hipótetica tasa que habría en ausencia de discriminación es extremadamente pequeña. Como se observa en la figura 1 (en la que cada punto relaciona el tamaño de cada partido judicial con su tasa de masculinidad), ciertos partidos judiciales muestran tasas de masculinidad muy elevadas que son altamente improbables sin acciones humanas que las provoquen (mientras las superiores a 120 aparecen en un número significativo, no existen tasas inferiores a 80). Además, vemos que los partidos judiciales con tasas de masculinidad superiores a 100 son bastante más abundantes que aquellos con ratios inferiores. Incluso en los partidos más poblados, donde la aleatoriedad es menor, las tasas de masculinidad también tienden a superar la hipotética tasa de ausencia de discriminación. En definitiva, hay evidencias, tanto en términos agregados como desagregados, de la existencia de niñas desaparecidas.

niñas

Un tema adicional, y más delicado, es indagar sobre las circunstancias que pudieran provocar estos comportamientos. Como se aprecia en la Figura 1, la variación de la tasa de masculinidad es considerable de un partido judicial a otro. Esas variaciones esconden, como acabamos de comentar, un componente aleatorio pero también un componente estructural que implica que las diferencias entre las tasas vienen en parte explicadas por las peculiaridades de los distintos partidos judiciales. Para detectar qué circunstancias explican la variabilidad no aleatoria de las tasas de masculinidad se han seleccionado un conjunto de variables muy amplio que remiten a las características de cada partido judicial: su contexto demográfico, económico y social, además de sus condiciones culturales y medioambientales. Evidentemente no todas las variables utilizadas remiten a la discriminación como factor explicativo de las tasas de masculinidad, pero algunas si lo hacen de modo bastante explícito. Para tener mayor seguridad en los resultados, el modelo se ha aplicado también a las tasas de masculinidad en los tramos de edad entre uno y cinco años y entre seis y diez años. Se han hecho asimismo ensayos solo con los partidos judiciales más grandes para atenuar la aleatoriedad de las tasas propias de los partidos más pequeños.

El análisis, aún provisional, indica que la preferencia por los niños induce a tasas de masculinidad que evidencian un mayor número de “niñas desaparecidas” cuando la situación de la familia es más delicada, ya sea por la pobreza o por el elevado número de hijos por hogar. Parece, por tanto, que la escasez propiciase estrategias familiares de supervivencia discriminatorias para las niñas ya sea vía infanticidios o un peor trato en la distribución de los recursos (y las cargas) familiares. Asimismo, en las zonas más industriales, en las que quizá el control social fuese menor, también se aprecia una tendencia a desplegar más abiertamente este tipo de comportamientos.

Nuestro trabajo, en todo caso, es solo una llamada de atención sobre la muy probable existencia de “niñas desaparecidas” en la España decimonónica y quizá también en el resto de Europa. Probablemente estemos, por tanto, ante un problema que no sea sólo exclusivo del sureste asiático, sino que también pudo tener relevancia entre la población de origen europeo. Creemos, por lo tanto, que es recomendable indagar más en esta dirección. En este sentido, dado que por su propia naturaleza estos comportamientos son difíciles de detectar y que probablemente estaban concentrados en determinados segmentos de la población, los resultados serían ciertamente más concluyentes si, en lugar de analizar la información agregada, pudiéramos enfocar la lupa del historiador sobre las poblaciones y las familias en situación de riesgo. El hecho de que estas prácticas hayan desaparecido en los países desarrollados supone también una invitación al estudio de las circunstancias que lo hicieron posible por si pudiera ser de utilidad en los países que todavía sufren semejante lacra.

[1] http://politikon.es/2014/11/25/las-mujeres-desaparecidas

[2] http://politikon.es/2015/03/31/ninas-desaparecidas-en

[3] http://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S1081602X11000145

[4] http://www.econsoc.hist.cam.ac.uk/docs/CWPESH%20number%2023%20July%202015.pdf

[5] http://revistas.um.es/areas/article/view/216071

[6] https://www.marcialpons.es/libros/la-conquista-de-la-salud/9788415963578/

 


9 comentarios

  1. Gerion dice:

    Tras esa abrumadora exposición de datos, ¿se sabe ya qué causas determinan el sexo de un recién nacido en los humanos? Y si se supiese, ¿han variado a lo largo de los siglos?

  2. […] “Niñas desaparecidas” en la España del siglo XIX […]

  3. heathcliff dice:

    Hipótesis hispánica:

    Los varones no podían evitar su inscripción ya que eran necesarios para el servicio militar, pero mucho me temo que, por razones fiscales, se omitiese el registro de las mujeres.

    Sin embargo, a las mujeres también se las bautizaba. Por lo tanto, si este dato fuese corroborado por las actas eclesiásticas de bautizos, me lo creería más que así…

    Rural que es uno, y cosas que ha oído…

    • Domingo Gallego dice:

      La tasa de masculinidad de los bautizados para el conjunto de España aún era más elevada: 107; 106,6 y 106,2 respectivamente en los años 1860, 1861 y 1862.

      • heathcliff dice:

        Entonces, nada que decir, salvo que no se trataba de alimentación, ni de trato. Se bautizaba antes de 24 horas o en tres días a los sumo en aquella época. Entiendo que, por algún motivo, nacían más varones que niñas.
        Averiguar cual puede ser la leche, puesto que no existía la ecografía , para una aborto selectivo…

        Gracias.

  4. Aloe dice:

    El infanticidio en sí (independientemente de si es sesgado contra las niñas en mucho o en poco) ha sido una práctica que ha existido de una u otra forma durante siglos en Europa.
    Las instituciones de la «exposición» y la «inclusa» eran en un sentido una forma de practicarlo a escala considerable sin que al mismo tiempo fuera culpa de nadie, convirtiéndolo en algo impersonal. La despenalización del infanticidio «por honor», otra. Y eso que las instituciones no metían sus narices en la mayoría de los casos de muerte infantil, por la razón que tan bien se explica en el artículo: porque ya era «naturalmente» altísima.
    Que en ese contexto haya «niñas faltantes» a mi me parece una mera consecuencia derivada de lo anterior. Es decir, que es esperable que en la enorme cantidad de infantes «faltantes» en general, hubiera unas pocas más de niñas: Porque es de esperar un poco menos de esfuerzo en salvar niñas y un poco más de motivación en ciertos casos para salvar niños. La preferencia por el varón forma abiertamente parte de nuestra cultura tradicional, y está tan documentada como la llegada anual del invierno, al menos.

    En fin, el infanticidio (por acción, por omisión o por una frecuente mezcla de ambos) es el coste, del que no se habla, que tenía la prohibición estricta y el tabú religioso sobre el control de natalidad, y al Estado y la Iglesia, natalistas pero indiferentes al coste y a la muerte, deben agradecérselo nuestros antepasados.

  5. Domingo Gallego dice:

    Muchas gracias Aloe por tu comentario. Tienes razón de que el problema no afectaba exclusivamente a las niñas. De hecho las 8.790 niñas menores de un año que hemos estimado que faltarían en 1860 es evidentemente un mínimo. Como tú señalas, en el caso altamente probable de que también se diese mortalidad inducida de niños, las 8.790 niñas menores de un año que hemos estimado que faltarían en 1860 habría que interpretarlas como el exceso de niñas con mortalidad inducida respecto a los niños. Es decir, si hubiese Y niñas totales desaparecidas y X niños desaparecidos, nuestra cifra estimada sería la diferencia entre Y y X, por lo que el total de niñas desaparecidas sería Y = 8790 + X (ya que a través de las tasas de masculinidad solo captamos el exceso de mortalidad de las niñas). Y el total de niños y niñas desaparecidos sería T = 8790 + 2*X.
    El número de niñas desaparecidas tendría, por lo tanto, dos componentes: uno (las X niñas) que al ser igual en número al de los niños no incidirán sobre la tasa de masculinidad y nos pasarían desapercibidas; otro el exceso de las niñas sobre los niños desaparecidos (las 8.790 niñas comentadas). Tu hipótesis Aloe es que las 8.790 niñas desaparecidas sería una cifra muy pequeña respecto a 2X, por lo que el problema principal sería el total de niños (niñas y niños) desaparecidos, no tanto su sesgo de género.
    La literatura indica que mientras el infanticidio no era (aparentemente) muy importante, el abandono institucionalizado era una práctica bastante extendida en Europa occidental como muy bien explicas. Con las cifras de las inclusas, a las que te refieres, podemos acercarnos a la magnitud relativa del problema. En 1860 entraron en las inclusas de toda España 17.912 niños (niñas+niños), así que el sesgo de género que hemos calculado en términos absolutos supondría un 50% del conjunto de niños/as entrados en las inclusas. Si la literatura tiene razón y el infanticidio era menos importante que el abandono en instituciones como la inclusa, entonces el sesgo de género que encontramos es todavía más relevante. Con las cifras de las que disponemos no podemos por ahora precisar más pero si señalar, como hacemos en el texto, que el sesgo de género era muy relevante tanto en términos absolutos como relativos (las comparaciones internacionales también apuntan en esta dirección).
    Es importante además insistir de nuevo en que nuestras cifras no son capaces de distinguir entre un infanticidio “consciente” o un peor trato relativo que desembocara en la muerte de más niñas. En cualquier caso, a diferencia del problema más general al que tú te refieres, apenas hay evidencia sobre la posibilidad de que, en Europa, la discriminación por género desembocará, por acción u omisión, en una mayor mortalidad «no natural» de las niñas. El post lo que pretende es usar evidencia indirecta para llamar la atención sobre un fenómeno que parece ser bastante importante y al que apenas se le había prestado atención.

    Francisco Beltrán y Domingo Gallego

  6. Francisco dice:

    Hola compañeros, en los años que he estado trabajando con los los registros de Las Palmas de Gran Canaria y en general con los censos de Canarias, he llegado a una conclusión similar a la de ustedes, aunque sin plasmarlo en un artículo formal como ustedes. En el caso de las islas, la desproporción de géneros entre los infantes es particularmente grave en Lanzarote y Fuerteventura. Por ejemplo ya desde el censo de Floridablanca de 1787 se detectan los siguientes índices de masculinidad en el grupo de 0-7 años para las islas de Lanzarote, Fuerteventura y Gran Canaria: 112,0; 107,34 y 106,62 respectivamente. Así que creo que están sobre una buena senda, un saludo y suerte

    • Fran Beltrán dice:

      Muchas gracias Francisco por tu comentario. Lo que describes va muy en la línea de lo que mostramos en la entrada. El tema, sin embargo, apenas ha sido estudiado por lo que se necesitan desde luego más esfuerzos en este sentido.

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